martes, 3 de marzo de 2015

Nuevas ocupaciones.

A poco que hagamos memoria, recordaremos que las últimas reformas laborales en nuestro país empezaron en 2008 cuando, iniciada la crisis económica, crecía intensamente el número de parados como no lo hacía en los países vecinos. El gobierno socialista quiso “flexibilizar” el mercado de trabajo, promoviendo que patronal y sindicatos llegaran a un acuerdo en la mesa de diálogo social. Tras dos años sin lograrlo, se decidió a promulgar el R. Decreto-Ley 10/2010, de 16 de junio, de Medidas Urgentes para la Reforma del Mercado de Trabajo, en un contexto de presión de los mercados internacionales que le obligaban a establecer medidas de control del gasto presupuestario y de equilibrio del déficit público.

Con esta incomprendida e incomprensible actuación -impropia de un gobierno socialista, sin matices-, el gobierno modificó sustancialmente el mercado laboral en tres aspectos: la extensión parcial de la indemnización de 33 días por año trabajado por despido improcedente en las contrataciones fijas (desaparecieron los 45 días del Estatuto de los Trabajadores); el reconocimiento de las situaciones de crisis de las empresas, o empresas con pérdidas, como causa objetiva de despido procedente; y la posibilidad de que empresarios y trabajadores pactasen una no vinculación al convenio laboral vigente en determinados supuestos críticos para la empresa, con el objetivo de reducir costes. Semejante despropósito motivó una huelga general que se llevó a cabo el 29 de septiembre de 2010, convocada por CC.OO y UGT contra la reforma laboral y contra la reforma del sistema público de pensiones que anunciaba el gobierno. Aquellos polvos del pragmatismo y la desideologización trajeron estos lodos -básicamente, corrupción y desvinculación radical del cuerpo electoral-, de los que ya veremos cuándo y cómo se sale.

La segunda reforma reciente de la legislación laboral la llevó a cabo el PP, que había alcanzado el gobierno en las elecciones anticipadas de 2011. También la materializó mediante el R. Decreto-Ley 3/2012, aprobado por el Consejo de Ministros en su reunión del 10 de febrero de 2012. El Gobierno presidido por Rajoy se proponía con ella "facilitar la contratación, con especial atención a los jóvenes y a los parados de larga duración, potenciar los contratos indefinidos frente a los temporales y que el despido fuese el último recurso de las empresas en crisis", además de "acabar con la rigidez del mercado de trabajo y sentar las bases para crear empleo estable". También en este caso, los sindicatos mayoritarios convocaron una huelga general para el día 29 de marzo de 2012, haciendo extensiva a todo el territorio nacional la convocatoria de paro formalizada días antes por los sindicatos nacionalistas del País Vasco y Galicia, ELA-STV, LAB y CIG.

Sobre los efectos de ambas reformas, más allá de los miles de páginas escritas y de las que puedan escribirse -casi todas para desacreditarlas, por inútiles-  renuncio a hacer comentario alguno. Véase el gráfico que adjunto y que juzgue cada cual.
Evolución de la tasa de desempleo en España

Pero no es lo anterior lo que me interesa. Lo que me importa hoy son las nuevas ocupaciones que han surgido como consecuencia de esas reformas laborales. Me referiré a un par de ellas.

La primera es una actividad relativamente novedosa que podría describirse del siguiente modo. Faena desempeñada por personas de mediana edad (35-45 años), apostadas en la barrera de salida del parking de un supermercado tipo Mercadona o Lidl. Generalmente varones, pertrechados de chándal y gorra, aseados, acompañados de uno o dos perros bien adiestrados que les hacen compañía y que les guardan el hato, que tiene forma de pequeño recipiente de plástico o cajita donde las almas caritativas depositan su dádiva. Suelen ser personas con múltiples habilidades. Igual improvisan un ágil y educado saludo a la clientela que emprenden una conversación distendida con ella; lo mismo cruzan una mirada cómplice que ofrecen unas palabras comprensivas a las señoras o a los viejos que se dirigen a hacer la compra de buena mañana. Son solícitos para auxiliar a los clientes que tienen dificultades en el manejo de los carros de la compra o sus vehículos, y hasta hacen de improvisados guardias urbanos facilitando la salida del aparcamiento de los coches. Un rol que inscribe un comportamiento exquisito, que neutraliza cualquier tentativa de acotar su desempeño por parte del empresario de turno. ¿Qué objetar a la presencia de un ciudadano en un espacio público, que se comporta de manera correcta y que no entorpece el normal funcionamiento del negocio? Bien pensado, hasta conviene tener en la puerta una muestra auténtica de la realidad social que, además de no incordiar, puede sugerir una imagen de tolerancia y comprensión por parte de la empresa, que naturalmente le es completamente ajena.

Estas personas no han cursado másters ni cursos de posgrado específicos sobre habilidades comerciales, relaciones públicas, capacidades socio-emocionales o coaching. Ni falta que les hace: la calle les ha enseñado mucho más de lo que estos podrían aportarles. Si a cualquiera de ellos les ofrecieran la oportunidad de aprender a formalizar lo que saben, les enseñarían a sus hipotéticos profesores un repertorio de destrezas tan amplio como desconocido para ellos. Un prontuario infalible para que cualquier persona que se adentre en el comercio compre lo que necesita y lo que no precisa. Porque conocen perfectamente las necesidades del cliente. Saben que unos prefieren el silencio, mientras otros solo aceptan un parco buenos días. Saben que otros desean que se les obsequie con una mirada cariñosa y displicente. Y descubren inmediatamente, con una intuición admirable, a aquellos que demandan el servicio de psicólogo, padre confesor o cocinitas aficionado, que proporciona recetas fáciles y resultonas para sorprender a la familia con apenas cuatro artículos y un poco de imaginación.

Su gorra o su cajita recogerá a lo largo de la mañana un pequeño jornal que con suerte alcanzará la veintena de euros, que servirán para atender mínimamente las servidumbres familiares. Las tardes suelen ser más flojas, por eso repiten solo cuando la mañana no ha ido bien. Por supuesto, no hay vínculos ni contratos laborales, ni cotizaciones sociales, ni IRPF, ni declaraciones de renta, ni derechos de ninguna clase… 

Otro empleo que prolifera últimamente en diversas zonas de la ciudad es el de saltimbanqui. Un viejo oficio que ahora se practica junto a los semáforos. Se trata de gente joven, veinteañera y treintañera,  que intenta entretener y sorprender a los conductores mientras nos detenemos frente a los semáforos en rojo. Unos hacen malabarismos con bolas, mazas, diábolos o palos chinos y otros los hacen con balones, bicicletas u otras cosas. Sé que ha surgido en Alicante una asociación de malabares y artes circenses denominada Donyet Ardit, no sé si impulsada por estos precarísimos nichos de empleo. O, a lo mejor, esos pseudoempleos no son otra cosa que la visibilidad, sin más, de los egresados de aquélla.

En fin, son dos ejemplos de lo que las recientes reformas laborales han favorecido: infraempleo, precariedad, desprotección, indefensión, miseria y compañía. Una muestra más del regreso al pasado que vivimos en tantas facetas de la vida. Porque, bien mirado, ¿acaso los hombres del supermercado no son una versión ‘customizada’ de los antiguos pordioseros que había a las puertas de las iglesias, ahora desplazados a los nuevos templos del consumo? ¿No parecen los nuevos volatineros la versión aggiornata de los titiriteros que actuaban en plazas públicas y ferias, que ahora escasean y que les han obligado a mudarse a sus modernos sucedáneos: los bulevares y avenidas imprescindibles para poder llegar a los inconmensurables bloques de nuestros hipotecados apartamentos?

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