lunes, 20 de mayo de 2019

Rematar la faena, redoblar los esfuerzos

De Pedro Sánchez no me gusta casi nada. Ello no obsta para que reconozca que es hombre de inmensa suerte, que probablemente no sea exclusivo producto del azar sino también de otros méritos que habrá contraído para merecerla. Pese a todo, me parece que es una de esas personas nacidas, como se dice vulgarmente, con una “flor en el culo”; alguien al que parece que alumbraron en el momento propicio, cuando se conjugaron las fuerzas cósmicas para favorecerlo, para ayudarlo a lograr sus propósitos y, en suma, para ponerlo en el camino del éxito.

Como sabe todo el mundo, estamos inmersos en la segunda vuelta de una inacabable campaña electoral que empezó hace muchos meses, cuando Mariano Rajoy perdió contra todo pronóstico, en junio de 2018, la moción de censura que posibilitó que se invistiese a Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno. El epítome provisional de la larguísima operación que se inició con el segundo gobierno de Rajoy, en noviembre de 2016, son las elecciones que se sustancian el próximo 26 de mayo, en las que, según auguran las encuestas, el PSOE podría volver a obtener la mayoría, superando los resultados de los demás partidos que concurren a estos comicios europeos, autonómicos y locales. Pedro Sánchez, como cualquier político que no sea rematadamente imbécil, desconfía de las encuestas y apela a la movilización del cuerpo electoral porque sabe con certeza que la participación es condición sine qua non para obtener buenos resultados. Y tiene razón. Este factor es esencial para el éxito de las opciones de izquierda o centro izquierda porque los votantes de la derecha son inasequibles al desaliento y concurren siempre a las urnas, caigan rayos, truenos o centellas; o huela a putrefacción, miseria o lo que sea la candidatura que votan. De ahí que, en los últimos mítines que ha hecho por nuestra tierra, haya llamado a los votantes progresistas a lo que, según sus palabras, sería "rematar la faena". Vamos, lo mismo que hizo anteayer Ione Belarra en el mítin que Unides Podem dio en las Cigarreras, aunque ella utilizó unos términos menos ásperos y nada taurinos: “redoblar los esfuerzos”.

Rematar la faena es uno de los centenares de préstamos léxicos del argot taurino que se utilizan en el lenguaje corriente. Y en este asunto sí que me parece afortunada la apelación del señor Sánchez, con la que concuerdo plenamente. Y no porque presuma su simpatía hacia la tauromaquia, hacia la que desconozco si tiene querencia (aunque no lo parece), sino porque, efectivamente, el cuerpo electoral está llamado a las urnas el próximo 26 de mayo para rematar la brillante faena que su sentir mayoritario brindó el pasado 28 de abril. De nada servirá ese excelente preámbulo si ahora la mayoría incontestable de la ciudadanía, que agrupa el espectro político que se extiende desde la derecha a la izquierda, recorriendo todo el centro y prescindiendo de los correspondientes extremos radicalizados, no se cobra una gran estocada que ponga el colofón que exige una faena histórica e imprescindible: impedir que vuelvan con sus nuevos disfraces quienes tienen como objetivo cargarse la democracia, usurpando la representación ciudadana y quebrando las instituciones representativas y el estado de derecho. Imposibilitar que se instalen en el Parlamento Europeo, en los Parlamentos Autonómicos y en los ayuntamientos y se abroguen la potestad de determinar qué debemos pensar, sentir y hacer la inmensa mayoría para darles gusto a tamaños mangantes y a quienes financian su farsa.

De modo que sí, estoy de acuerdo con el Presidente del Gobierno en funciones en que el domingo 26 de mayo hay que rematar la faena, lo que equivale a decir que ningún votante progresista, y tampoco ni uno solo de los conservadores que creen de verdad en el estado de derecho, se quede en casa o se vaya a la playa sin votar. Es imprescindible que todos expresemos nuestra opción con contundencia para engrosar la tendencia política que conformamos la inmensa mayoría del país que, en mi opinión, se agrupa en torno a los parámetros que definen la centralidad y las opciones moderadas que la ensanchan a derecha e izquierda. Pese a las dificultades innegables que tienen muchos ciudadanos para llegar a fin de mes, pese a las penosas carencias que sufren otros en el día a día, pese a todo cuanto debe hacerse para mejorar el funcionamiento de las instituciones y de los servicios públicos y, en conjunto, las condiciones de vida de todos, estoy absolutamente convencido de que la mayoría social de este país no está ni por las revoluciones, ni por las asonadas, ni por las involuciones. La mayoría de quienes vivimos en este Estado apostamos por vivir en paz y en concordia, bajo el paraguas de una sociedad democrática con vocación europeísta y articulada sobre instituciones que hagan del diálogo y el acuerdo la metodología para resolver las tensiones consustanciales a la vida social (territoriales, sociales, culturales…), posibilitando  la generalización y el aseguramiento de unas condiciones de vida decentes para todos y, mientras ello no sea posible, garantizando la eficiencia de un sistema de protección social que palie y combata las carencias y penurias de quienes padecen enfermedades o graves deprivaciones socioeconómicas que les sitúan en unas condiciones de indignidad que nos afrentan a todos.

Por tanto, en mi opinión, ni es tiempo de deshojar la margarita, ni de emprender remilgadas consideraciones en torno a las dudosas virtudes o a las carencias que presenta este u otro candidato. De lo que se trata el domingo 26 de mayo es de ir a votar para decirles a quienes se han echado al monte con un discurso radical y excluyente, que inscribe falaces delirios de grandeza y nostalgias retrógradas e involucionistas además de inmensas mentiras, que no estamos por esa labor, que no vamos a tolerar que una minoría condicione la agenda política del país y que, desde luego, no estamos dispuestos a pagarles la fiesta a sus representantes para que revienten las instituciones democráticas desde dentro cobrando su sueldo del erario público. Así que, aunque discrepo a menudo de las opiniones y acciones de Pedro Sánchez, insisto en que concuerdo con el mantra que difunde en los últimos días: “hay que rematar la faena”. Por supuesto, pero además hay que hacerlo no solo decorosamente, sino bien y con contundencia. Y, si se me apura, diré que debiera hacerse hasta muy bien, cobrando un estoconazo democrático “hasta la bola”, para que el morlaco ruede sin puntilla y nos ahorre el espectáculo de presenciar a la fuerza la estulticia de quienes pretenden vendernos una moto que ni existe.

Nada está hecho; todo está por hacer. Tenemos el futuro en nuestras manos. De modo que votemos o tendremos no solo cuatro años, sino Dios sabe cuántos más, para arrepentirnos. Y entonces de nada servirán las lamentaciones. ¡Todos a votar!

jueves, 16 de mayo de 2019

Las maestras de la guerra civil y del primer franquismo

Ayer presentamos el libro de Isabel Domenech titulado Las maestras de la guerra civil y el primer franquismo en la provincia de Alicante. Acompañé en la mesa a Mónica Moreno y a la autora que, pese a que no acostumbra a prodigarse en público, empieza a tener tablas, no en vano su obra, en palabras del subdirector de publicaciones, es best seller entre las editadas por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert, hecho que ha reclamado su intervención en distintos foros. Agradecí su invitación que, sin duda, obedece al vínculo afectivo y profesional que nos une desde hace muchos años. El libro resume el contenido de un arduo trabajo de investigación, que originalmente tuvo formato de tesis doctoral, compuesta a lo largo de una década, que se leyó hace poco más de tres años en la Universidad de Alicante, y al que Mónica Moreno contribuyó muy significativamente dirigiéndola.

Como se dice en el prólogo, Isabel Domenech ha realizado una aportación necesaria a la historiografía provincial, ya que pone en nuestras manos los resultados de su indagación sobre una problemática largamente ocultada, completando así, un poco más, el mapa general de la represión del magisterio en España, al que ahora su trabajo adiciona la casuística específica de las maestras alicantinas. Aunque en los últimos tiempos se van abriendo nuevos espacios de investigación y van creciendo las contribuciones de los estudiosos; aunque se avanza y se profundiza en el conocimiento de aspectos de nuestra historia reciente que han estado largo tiempo olvidados, cuando no intencionadamente ocultados, tergiversados, manipulados e incluso enfocados desde ópticas revisionistas; todavía quedan muchos recovecos por escudriñar, muchos asuntos que desvelar, muchos hechos y biografías que contar.

Además de necesaria –porque no puede olvidarse que el conocimiento es un requisito imprescindible para aproximarse a la verdad–, la obra que presentamos pienso que puede contribuir significativamente a que alguna vez, espero que sea antes que después, se haga justicia con las maestras que sufrieron tan inmerecida y despiadada represión. Porque ellas, consideradas como colectivo docente, la padecieron doblemente. Sufrieron torturas, vejaciones y escarnios por su condición de mujeres, y por ser hijas, hermanas o esposas de sus familiares; pero además fueron represaliadas por el mero hecho de ser maestras y de que, como tales, actuaron profesionalmente conforme a los principios de legalidad que regulaban la escuela republicana. Soportaron juicios y condenas tan arbitrarias como inmerecidas, sin que hasta hoy la sociedad democrática y sus instituciones hayan habilitado los medios que aseguren la reparación y el reconocimiento que merecen. La democracia sigue teniendo una deuda de verdad y de justicia con ellas que le obliga a restablecer y garantizar la dignidad que deben recuperar sus voces, sus acciones y su recuerdo. Es imprescindible investigar sus itinerarios vitales, sus testimonios y sus contextos, y revelar y reivindicar su coraje y sus acciones; y también su inteligencia y sus miedos; sus silencios, sus sufrimientos; y hasta su resignación.
El proceso de depuración que sufrieron los maestros es un ejemplo paradigmático de cómo el franquismo utilizó cuantos medios tenía a su alcance para revertir el proyecto republicano, y muy especialmente sus novedosos planteamientos educativos, manipulando y decidiendo arbitrariamente sobre el desempeño profesional de los docentes. En ese proceso, las maestras fueron castigadas fundamentalmente por actuar de manera impropia, contrariando los roles que el franquismo y la jerarquía eclesiástica atribuían a las mujeres. Además de los juicios militares y la prisión, la depuración profesional, con todo lo que conllevó, se utilizó para sancionar a quienes se habían atrevido a cuestionar con su conducta y su desempeño profesional el modelo tradicional de mujer.

Obviamente, durante el periodo que ha estudiado Isabel, el magisterio constituía un colectivo heterogéneo, en el que convivían distintas formas de entender la educación. Es evidente que ni todas las maestras refrendaban las nuevas corrientes pedagógicas, ni se logró cambiar el modelo tradicional de mujer. Pero es igualmente innegable que durante la República y la Guerra Civil se amplió la capacidad de elegir entre diferentes enfoques de la femineidad, pese al lastre que representaba la pervivencia de los prejuicios tradicionales en una sociedad atrasada e iletrada. De modo que muchas maestras, especialmente en las zonas urbanas, ejemplificaron perfectamente los nuevos estilos que caracterizaban una concepción moderna de la vida de las mujeres, arraigada en las propuestas igualitarias, que incluía adquirir la capacidad real de acceder a la cultura, de trabajar y vivir autónomamente del propio sueldo, de eludir la sumisión a los varones o de asumir responsabilidades públicas, entre otros desempeños.

A lo largo de mi vida he hecho muchas conjeturas, algunas de ellas totalmente disparatadas. Una de ellas se concreta en un absurdo ejercicio de historia ficción, tratando de imaginar el país en el que podríamos vivir si los cuarenta años de nacionalcatolicismo se hubiesen empleado en consolidar la escuela que diseñó la Constitución de 1931, que intentaron materializar los maestros republicanos cuyas trayectorias segó la represión franquista. ¿Se imaginan este país tras ochenta años ininterrumpidos de enseñanza primaria gratuita y obligatoria y de libertad de cátedra reconocida y garantizada? ¿Se imaginan los resultados de ocho décadas de acceso universal a todos los grados de la enseñanza, sin otra condición que la aptitud y la vocación, en una escuela laica, basada en metodologías activas e inspirada en ideales de solidaridad humana? ¿Imaginan un país en el que estuviese permanentemente asegurado el derecho, y la obligación, de las Iglesias a enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos, sujetas a la inspección del Estado? ¿O que las regiones autónomas hubiesen organizado la enseñanza en sus lenguas respectivas, de acuerdo con las facultades establecidas en sus Estatutos?

Me parece que es poco discutible que hemos perdido casi medio siglo perpetuando la escuela del nacional-catolicismo que, contrariamente a los postulados de la modernidad, nos sumergió en el inacabable túnel que conformó la educación confesional, católica, patriótica e intolerante, sin diferencias axiológicas entre la escuela pública y la privada, porque una y otra tenían la misma finalidad: la formación del hombre presuntamente cristiano y español. Digo presuntamente porque ese sistema educativo cosecho un estrepitoso fracaso, como ha demostrado la historia. Ese enfoque retrógrado incluso permeabilizó la Ley General de Educación, en 1970, que establecía en su artículo primero como  fines de la educación “La formación humana integral, el desarrollo armónico de la personalidad y la preparación para el ejercicio responsable de la libertad, inspirados en el concepto cristiano de la vida y en la tradición y cultura patrias […] todo ello de conformidad con lo establecido en los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino”.

La escuela franquista estuvo muy controlada por las autoridades del Régimen, que la concibieron como instrumento para el adoctrinamiento de las nuevas generaciones, reinstaurando unas prácticas tradicionales y rutinarias, impregnadas de catolicismo y de simbología falangista. La obediencia y la disciplina fueron sus principales valores, como la caracterizaron currículos diferenciados para niños y niñas, en aulas y colegios segregados, para formar en ambientes diferentes a quienes, respectivamente, estaban llamadas a ser madres y esposas, y a quienes serían los ciudadanos y profesionales del futuro.

A estos y otros aspectos, al proceso investigador que ha llevado a cabo Isabel y a las temáticas más relevantes que ha alumbrado, así como a otros muchos flecos de la represión de distinto signo sufrida por los maestros durante la Guerra Civil y en los primeros años del franquismo dedicaron sus intervenciones mis compañeras de mesa. En síntesis, un acto muy concurrido, que evidenció el interés del público por la temática y que nos permitió saludar a un montón de colegas que hacía tiempo que no veíamos y que estuvieron allí.

miércoles, 15 de mayo de 2019

Auge de la intransigencia y de la impunidad

Dicen que el saber no ocupa lugar. No sé si ello es verdad, pero lo que sí es cierto es que saber produce en ocasiones cierto malestar y hasta una inquietud preocupante. Hay situaciones en las que conocer las cosas, o estar familiarizado con las claves del contexto en que te desenvuelves, te genera sentimientos de desazón, de impotencia y hasta de desesperanza. Es lo que me sucedió hace pocos días al terminar de leer el artículo de Anne Applebaum (premio Pulitzer 2004), que recogía el suplemento Ideas del diario El País. En esa colaboración, la autora ofrece un análisis riguroso del fenómeno Vox, en tanto que suceso virulento que ha irrumpido en la política española durante los últimos meses pese a que, como asegura, es una realidad cuya génesis se retrotrae bastante más atrás. Me parece que el artículo tiene cierta complejidad, tal vez debido a su estructura, un tanto laberíntica, que dificulta seguir su hilo argumental. Pese a todo, me parece una aportación bien fundamentada, que se alinea con las opiniones vertidas en otros canales informativos, y también con los relatos que brindan otras fuentes generalmente fiables.

Como decía, tras leer el artículo y confrontarlo con otros similares, vuelvo a tomar conciencia de que lo que está pasando nada tiene que ver con lo que aparentemente se deduce de lo que nos trasladan cotidianamente las RRSS, que apenas trasciende el anecdotario político. Cuando entras en harina y empiezas a tomar conciencia de la envergadura del espacio relacional que viene tejiendo el ultraconservadurismo mundial –y específicamente la ultraderecha europea–, empiezas a sentir una honda preocupación porque constatas que las sociedades occidentales  –no solo los ciudadanos individualmente considerados– están casi inermes frente a unas organizaciones pseudodelictivas, que se manejan con absoluta desenvoltura operando en los bordes definidos por la normativización de la vida pública, desarrollando conductas que al menos son alegales, eludiendo los controles institucionales y beneficiándose de una financiación opaca que escapa a las regulaciones nacionales e internacionales.

Las mencionadas organizaciones despliegan desde hace bastante tiempo unas estrategias bien definidas, que preceden a las convocatorias electorales y que van creando estados de opinión, caldos de cultivo, que llegado el momento producen sus frutos. Amparada en esas organizaciones, muchas de ellas radicadas en entornos digitales, sean plataformas o redes, una pequeña legión de mercenarios a sueldo tuitean, whatsappean y generan fake news y corrientes de opinión. Los financian determinados sectores que, a su vez, burlan los entresijos de la regulación administrativa, colándose entre ellos y consiguiendo sus propósitos. De hecho han descubierto sistemas de financiación que escapan al control gubernamental y que bordean la legalidad, sin colisionar con ella.

El fenómeno a cuya eclosión asistimos en este momento en España es enormemente preocupante. Más allá de que uno llegue a cuestionar las fuentes informativas de la mencionada periodista o de que piense que puede haber cargado las tintas; más allá de que haya interpretado equivocadamente algunas de las informaciones consultadas o de que nadie (tampoco ella) esté en posesión de la verdad, ofrece tantos argumentos en du trabajo que a mí, por lo menos, no me cabe la menor duda de que las grandes líneas de reflexión y de análisis que propone son inequívocamente solventes. Por tanto, no albergo dudas sobre que estamos ante un fenómeno globalizado, frente a un movimiento que se desarrolla a escala planetaria que, además, responde a una estrategia bien definida para infiltrarse en el tejido social. Una hoja de ruta que pasa por elegir muy bien determinadas temáticas, que saben de antemano que son naturalmente aceptadas, espontáneamente apetecidas por el contexto social, porque apuntan directamente a la vertiente emocional de las personas. No importa la racionalidad de los asuntos abordados porque lo que prima sobre cualquier otra consideración es su sesgo emocional. Esa dimensión que alude directamente a los valores, a las amenazas o las fobias, a la vertiente irracional del ser humano que necesita ser apaciguada para que pueda activarse la operatividad de su componente racional, que se sustenta en la reflexión y en los argumentos.

Por otro lado, han asimilado perfectamente el funcionamiento de las leyes del mercado digital característico de la globalización. Saben que las fronteras ideológicas se han diluido y han contrastado que, de la misma manera que las multinacionales venden paquetes de productos variopintos, también se pueden enajenar lotes variados de asuntos sociopolíticos, que chirriarían en la mercadotecnia tradicional que han utilizado todos los partidos políticos en el último siglo. De modo que han descubierto que el producto que quieren vender debe responder a determinadas características (emocionalidad, transversalidad, smplicidad), tienen claro el formato de venta idóneo y disponen de financiación suficiente que, adicionalmente, es difícilmente identificable y tremendamente efectiva, dado que la obtienen a través de la ingeniería financiera y está probado que no colisiona con la legalidad de los países.

Lo que aparenta ser una actividad tumultuosa y proclive a la algarada, protagonizada por pequeños grupos radicales, no es tal cosa. Bien al contrario, se trata de una estrategia bien pergeñada por gentes sesudas, que tiene objetivos perfectamente definidos y fuentes de financiación solventes. No es un fenómeno con dimensión local o nacional, al contrario, sus parámetros corresponden a una organización de carácter internacional y global. De modo que con la nueva política, o al menos con ciertas parcelas del reciente espectro político, está sucediendo lo mismo que con el capital financiero: funciona a nivel global mientras que la vieja política sigue actuando en clave local. Los nuevos actores políticos campan a sus anchas, como el gato juega con el ratón. De modo que o la sociedad internacional se organiza y articula respuestas globales a los nuevos fenómenos, o pronto estaremos inermes frente a la abrasadora fortaleza de estos movimientos planetarios que acabarán engulléndonos a todos.

lunes, 13 de mayo de 2019

Yo lo vi así

El sábado por la mañana me desperté en Gestalgar. Lo hice con las luces del alba tras dormir extraordinariamente bien, arropado en algunos de los añejos y heredados embozos que visten los todavía más vetustos tálamos en los que también descansaron mis padres y mis abuelos. Como suele suceder cuando regreso al pueblo, me acosté disfrutando del atronador silencio que habitualmente se cierne sobre él cuando cae la noche. Solo de vez en cuando, en estos primeros compases de la primavera, los gorjeos encadenados de las golondrinas, que parecen no querer abandonar su particular duermevela, asidas a los cables eléctricos próximos a las farolas del alumbrado público, ofrecían un singular parloteo musical que me arrulló hasta que, definitivamente, me olvidé de cuanto me rodeaba y me abandoné en los brazos del sueño.

Me desperté sintiendo el gusanillo que me aguijoneaba desde hacía algunas semanas, concretamente desde que Mercedes Saus anunció la convocatoria del encuentro para el 11 de mayo. Me preparé el desayuno y me dispuse a disfrutarlo sentado en una pequeña mesa del comedor de casa, justo enfrente de una estantería en la que desde hace algún tiempo reposa un portarretratos que conserva una vieja fotografía en blanco y negro que me regaló un amigo. Allí estamos, formados, como si de un equipo deportivo se tratase, seis amigos de la infancia. La fotografía carece de fecha, pero no es difícil deducir que esos imberbes muchachos no debían sobrepasar los doce o trece años cuando alguien los retrató, probablemente con motivo de alguna boda o celebración familiar. Puede aventurarse que ello debió suceder allá por los años 64 ó 65.

Tras el desayuno, completamos las rutinarias tareas domésticas y un par de recados. Antes de ir a buscar el coche, me preparé otro café y volví a reparar en la aludida fotografía. Fijé la mirada sobre mi propio rostro, escudriñé mis ojos adolescentes –que ya se escondían tras las insoslayables gafas– y me reencontré con ellos. Hasta el punto de que, imperceptiblemente, comencé a mirar a su través. Así, con esa mirada puberal, recorrí la distancia que me separaba del coche, lo puse en marcha y enfilé la carretera CV-379. Apenas había recorrido un par de kilómetros cuando me crucé con los primeros ciclistas, que descendían como centauros por las pendientes de una vía sinuosa y abrupta, que conozco como la palma de mi mano a fuer de recorrerla decenas de veces en bicicleta, cuando era un simple camino de carro, sin asfaltar. Veía venir a los imaginarios jinetes cabalgando sus monturas de grafito, acero, aluminio, fibra de carbono o titanio y me recordaba a mí mismo montado sobre una rubicunda BH eibarresa, de puro hierro, que me regaló mi padrino Manolo Corachán, atacando en frías madrugadas invernales, repletas de penumbra y silencio, las mismas pendientes, que entonces no tenían asfalto sino que se ofrecían descarnadas y agrestes.

Entretenido con mis pensamientos, que cuestionaban abiertamente el mérito de los actuales ciclistas imaginándolos a los lomos de las ferreñas monturas que otros manejamos, sin apenas apercibirme, había remontado el barranco de los Rehoyos y sobrepasado las partidas de la Casa del Cura y la de Suay, lanzándome a tumba abierta hacia el barranco Escoba para, desde allí, encarar la subida hasta El Collao, alcanzar la divisoria de los términos y enfilar el leve descenso existente hasta Urrea, para continuar desde allí unos minutos y alcanzar los arrabales de Chiva. Una vez en el casco urbano, entré por la Estación y, antes de girar hacia la izquierda para tomar la calle Ramón y Cajal, eché una mirada hacia el oeste. Recordé el Armajal, a mi tío Antonio y a mis primas, que se fueron. Y en ese punto retomé los anteojos de la edad y me cambió la mirada. Fui a visitar a mi prima Amparo para compartir con ella algunos buenos recuerdos con su hermana Fina, que se fue hace pocas semanas. Poco después me encontraba transitando por la calle del Dr. Lanuza, en su confluencia con la del Dr. Nácher cuando me tropecé fortuitamente con Aniceto Tarín, con el que me entretuve departiendo amistosamente unos breves minutos porque era ya inaplazable concurrir a la cita que teníamos en la Plaza.

Allí, en las inmediaciones del restaurante Los Patos, cuando pasaban pocos minutos de la una, charlaban distendidamente algunos de los que fueron mis compañeros y compañeras en el Colegio Libre Adoptado Luis Vives. Conforme me acercaba a ellos empecé a reconocer a algunos: a Mercedes y a Pili Saus, a Mari Carmen Tarín y a mi primo Bernardo Corachán. A todos hacía relativamente poco que los había visto. Mucho más me costó reconocer a Marisa P. Boullosa y a Tere Ferrer, lo mismo que a Manolo Torreto, a Emma o a Juan Antonio. Pero, en cuestión de segundos, volví a ponerme en modo “ojos adolescentes” y recobraron sus privativas morfologías, obviamente puestas al día mediante una regresión instantánea de cincuenta y tantos años. Estuvimos reconociéndonos mientras esperábamos a quienes todavía no habían llegado: Eduardo Guillén y Manolo Silvestre, con sus respectivas bonhomías y Pepe Cacho, un vendaval imperecedero que ya dura más de sesenta años. Mientras despachábamos las primeras cervezas y refrescos fuimos repasando anécdotas y recuerdos. Echamos de menos a quienes hoy no pudieron venir: a Pepe Arrastey y a Bienve Valencia; a Silvia Lacalle, a José A. Castellote y a Pili Codina; a los Juanvis Muñoz y Hernández; y a José Vicente García y Alfredo Soria. Y, entre otros, también a Juan Morea, que pasó por allí circunstancialmente. Aludimos a otros que por desgracia se fueron definitivamente: Pinazo, Margós, Fénech, Toni el del Ordinario, Paco Ramos... Incluso recordamos que hemos perdido la pista de gentes como Rosa Matilde, César y María Luisa Blanes o Merche. ¡Qué verdad aquella de que el tiempo y la memoria no perdonan! Tiempos para el recuerdo y las pequeñas nostalgias, ¿por qué no? Recuerdos de escarceos, aventuras y desventuras en el tiempo que nos tocó vivir. Escenarios de nuestras vidas pretéritas en el Colegio y en sus proximidades. Hazañas imaginadas y/o reales sucedidas en el día a día y en los viajes a la Vall d’Uixò y a Cullera, a Madrid y Barcelona. Anécdotas, devaneos, vivencias que recordamos con cariño, e incluso con cierta melancolía.

Así, entre comentarios y remembranzas, nos fuimos disponiendo en torno a la mesa que nos habían preparado en la terraza del Restaurante Los Patos. Un espacio espléndido en el que dimos buena cuenta de un excelente menú a base de patatas bravas, calamar patagónico a la plancha y ensalada de ventresca, a los que siguió un plato principal, que para unos fue solomillo al foie y para otros dorada al horno. Postres, bebidas y cafés remataron un menú excelente, a un mejor precio, si cabe. Sin duda, la proverbial capacidad que tienen las mujeres para rentabilizar los recursos volvió a ponerse de manifiesto. ¡Gracias Mercedes!

Como he dicho en alguna otra ocasión, a estas oportunidades que nos da la vida de reencontrarnos con quienes de una manera u otra nos han acompañado durante su transcurso yo les llamaría, simbólicamente, tiempos de cerezas y afectos, porque son ocasiones para los abrazos sentidos y para las miradas cómplices, comprensivas y expresivas. Miradas profundas, de ojos sensibles entre párpados arrugados. Miradas verdaderas, que dicen mucho más que las palabras, porque nunca mienten. Son espacios para las tertulias improvisadas, con muchos temas y sinfines de preocupaciones. Quizá demasiadas cosas para abordar en tan poco tiempo. Diálogos a una, a dos y hasta a tres bandas, filosofía de la cotidianidad, recuerdos adobados con imaginaciones benévolas y azucaradas. En suma, un gozo que debe repetirse periódicamente. Tal vez estaría bien convocarnos cada primavera.

Yo lo vi así. Seguro que otras u otros visteis más y hasta menos cosas, y algunos incluso pensarán que vaya imaginación que tenemos otros. En todo caso, fue un placer tenernos cerca de nuevo y disfrutarnos. Quiera el destino que estos encuentros se prodiguen. Me emociona comprobar que aunque hayamos pasado media vida sin vernos, parece como que hayamos estado siempre ahí, los unos con los otros y para los otros. Salud, mucha salud, queridas amigas y amigos.

domingo, 5 de mayo de 2019

Y el séptimo día, no descansaron

La vida de cada cual y la Historia, que incluye la de todos, encierran paradojas y contrasentidos morrocotudos. Nací y viví la infancia en pleno nacionalcatolicismo, un tiempo de represión, miedo, silencio, consignas y misa obligatoria en todos los territorios de la “patria”, que presumiblemente era “una, grande y libre” (?), según se leía en las enciclopedias y en los lemas y divisas de los escudos oficiales. Vamos, como últimamente ansían ciertos nostálgicos, asiduos defraudadores y redoblados delincuentes, que tácitamente reconocen que tan fue entonces mentira, como lo sigue siendo ahora.

Más allá del adoctrinamiento implícito y explícito que recibíamos en la escuela por parte de los maestros –fuesen o no afectos al Régimen, porque no les quedaba otra, pues había que comer– los domingos esperaba su turno la Iglesia para tomar las riendas del canónico aprendizaje de las virtudes cristianas y de los valores patrios, a mayor gloria de Dios. Día de misa obligatoria en el que asistíamos a los santos oficios ocupando las primeras bancadas de los templos, férreamente custodiados por nuestros educadores y con el ánimo dispuesto para soportar con estoicismo el rosario de consignas que emanaban de los púlpitos: El domingo es el día del Señor, “acuérdate del día del reposo para santificarlo” (Éxodo, 20, 8-10; Deuteronomio 5, 12-15). Dios creó los cielos y la tierra en seis períodos a los que llamó días, “y acabó en el día séptimo la obra que había hecho, y reposó, y bendijo ese día y lo santificó” (Génesis 2:2–3). Semana tras semana, mes tras mes, oíamos machaconamente este mensaje complementado con el mandamiento eclesiástico de “oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”. ¡Ay, Señor, como diría mi madre! ¡Cuántas multas y palos le cayeron a mi padre, justamente por no respetar, convencidamente, tal precepto!

En la tradición cristiana y católica el séptimo día es santo por ser el que Dios mandató que se descansase de las labores cotidianas y se dedicase a su adoración. Su propósito no es otro que ayudar a los fieles a centrar sus pensamientos y acciones en la divinidad. De modo que no es simplemente un día para descansar del trabajo cotidiano, bien al contrario, es un tiempo solemne que debe consagrarse a la adoración y a la reverencia porque, como dicen los textos sagrados, al descansar de las tareas y actividades diarias, la mente se libera para meditar sobre las cosas espirituales. De ahí que justo ese día los fieles deban renovar sus convenios con el Señor y alimentar su alma con las cosas del espíritu.

Pero mira por donde la realidad se impone una vez más a la ficción y las cifras son tan demoledoras como concluyentes. Si no contra su voluntad, al menos sí con su desaprobación, seis millones de personas trabajan en España dos o más sábados al mes y casi un millón adicional lo hace esporádicamente. Y si analizamos los domingos, un millón más trabaja en todos ellos y tres millones y medio lo hacen dos o más veces cada mes, pese a que el empleo todavía está lejos de alcanzar los niveles previos a la crisis de 2008. En la última década han crecido los trabajadores habituales de los sábados, que son ya más del 30%, mientras que los que acuden dos o más domingos a trabajar suponen el 20%. Este es un fenómeno que afecta fundamentalmente a los jóvenes, que lo aceptan resignadamente, como algo naturalizado. La cuarta parte de los trabajadores de entre 16 y 24 años, son mayoritariamente estudiantes y trabajan al menos dos domingos al mes. Y es que, como sabemos, son ellos, precisamente, los más afectados por la crisis del mercado laboral, contándose entre sus principales damnificados. Por decirlo de otro modo, integran el grupo de empleados cuya ocupación está en el límite de lo que podría calificarse de trabajo digno.

El comercio y el sector hotelero son las actividades económicas en las que más abunda este tipo de jornada. En el comercio, la tendencia aumentó significativamente a partir de 2012, año en el que el gobierno de Rajoy aprobó un decreto que, entre otras medidas, obligaba a varias ciudades españolas con importante afluencia turística a designar zonas en las que estuviera permitido abrir los domingos y con jornadas más amplias. La Comunidad que llevo más lejos esta medida fue la de Madrid, con Esperanza Aguirre a la cabeza, que fue pionera en instaurar la liberalización total de los horarios comerciales. Desde entonces, la cosa ha llegado a tal dislate que existen comunidades autónomas en las que formalmente se permite abrir ocho domingos al año para poder responder a supuestas circunstancias especiales, aunque realmente se abre todos los domingos sin control alguno y con absoluto desprecio a los derechos profesionales, a la conciliación laboral y a cualquier otro derecho de los trabajadores.

Otra vertiente nada desdeñable de los llamados empleos basura y las estafas laborales está representada por el trabajo nocturno, que es cada día más habitual. El pasado año, casi millón y medio de ciudadanos hizo su prestación laboral en jornada nocturna, es decir, entre las diez de la noche y las seis de la mañana. También en este caso se trata mayoritariamente de jóvenes, trabajadores en tiendas que abren las veinticuatro horas y en la industria hotelera, pese a que es evidente que no son sectores básicos que requieran estar abiertos todo el día, como exige la sanidad, la seguridad o el mantenimiento de los servicios fundamentales.

Existen numerosos estudios que demuestran que el consumo seguirá estancado mientras no se cree suficiente empleo y se sigan incrementando los impuestos, especialmente el IVA. Por otra parte, esta demostrado que la desregulación lo que realmente ha provocado es la destrucción del empleo dado que los autónomos y pequeños comerciantes han sucumbido frente a la posición dominante de las grandes superficies. Más allá del comercio, nuestros pueblos y ciudades gozan de un sinfín de atractivos turísticos y, además, los diferentes formatos comerciales permiten realizar compras, especialmente de alimentos, todos los días del año. Es falaz, por otro lado, que la receta 24/7 sea la clave del futuro porque la plena libertad de horarios daría al traste con la conciliación de la vida profesional y familiar. En suma, solo favorece a los grandes distribuidores, que son los únicos que la demandan. Y lo que es más, las instituciones europeas todavía no se han pronunciado sobre los horarios comerciales.

De modo que, a poco que atendamos a las regulaciones y prácticas laborales, constataremos que ni respetan las leyes de Dios y de la Iglesia, ni sirven al interés general. Así que quienes las invocan y ejercitan (léase la derecha, en todos sus formatos; porque a nadie benefician más que a quienes se encuadran en ella) que apechen con las consecuencias. Recordémoslo, domingo, 26 de mayo. ¡Todos a votar, como hicimos el 28 de abril!

jueves, 2 de mayo de 2019

Compás de espera

Hoy la prensa deportiva nacional e internacional se deshace en elogios hacia Messi, un futbolista como no hay dos y del que se ha dicho todo, pese a que se sabe que no tiene techo y que puede llegar un punto en el que no se encuentren las palabras para calificarlo. Por encima de las innumerables cualidades y méritos que atesora, creo que tiene un atributo que le singulariza: sabe leer casi todos los partidos; siempre encuentra la manera de dar salida al juego, al propio y al de los demás. Y eso le permite eludir cualquier embrollo y desatascar las situaciones más enrevesadas con una simplicidad y una clarividencia asombrosas. A veces lo hace con regates deslumbrantes, otras dando a sus compañeros pases inverosímiles, en otras consigue goles que ya son parte de la historia del deporte, y hasta hay ocasiones en las que se deja la piel, como ayer, ahogándose de fatiga, según sus propias palabras, por la exigencia del adversario, que requería empeñar todas las fuerzas y aportar carácter, actitud y agresividad, pese a no ser precisamente los rasgos característicos del juego exquisito que suele practicar el Barcelona. Pero ayer, frente al Liverpool, era eso lo que tocaba y él, una vez más, lo supo descifrar logrando que, como se suele decir, el Barça haya metido pie y medio en la final de la Champions. Y para rematar la jugada, en medio del éxtasis general que siguió al segundo de sus goles, recordó a su compañero Coutinho silbado por la afición cuando le sustituyeron unos minutos antes y se dirigió a la hinchada, nada menos que a casi cien mil espectadores, indicándole que lo que corresponde ahora, a tres partidos de lograr el campeonato, es estar unidos y evitar los reproches y pitidos a alguien que, aunque lo intenta, no acaba de satisfacer las expectativas que despertó. Con cuatro acertados gestos, tan elocuentes como generosos, dijo a todos algo evidente: no es el momento para las desavenencias, ahora toca estar unidos para ganar.

Como decía, los aficionados valoran mucho a los deportistas que saben leer el tiempo que requieren los partidos. Cada encuentro se juega a un ritmo diferente y es muy importante que sepan distinguir cuál es el que permite desplegar la estrategia diseñada por el entrenador. Esa es una cualidad que poseen pocos jugadores que, por ello, suelen contar con el favor de sus entrenadores pues interpretan a la perfección sus tácticas, siendo como su prolongación en el terreno de juego. Esos futbolistas, en apenas dos o tres segundos, logran algo semejante a detener el tiempo y darle sentido a cuanto sucede a su alrededor. Paran el balón junto a su bota, lo protegen y esperan escuetos instantes para darle el empujón adecuado, que le hará describir una trayectoria ventajosa para quien lo reciba, sea un compañero que esté libre de marca u otro que haya tirado un desmarque de ruptura. La pausa es la cualidad de esos deportistas elegidos que, sin saber cómo ni porqué, ordenan a sus compañeros, abriendo espacios, dando pases inverosímiles o burlando rivales. Además de Messi, Xavi Hernández, Zidane, Andrés Iniesta o Mesut Özil han sido jugadores capaces de “detener el tiempo” en el fútbol.

Políticamente tras las elecciones del pasado domingo, 28 de abril, nos encontramos en un impasse que se extenderá hasta el próximo 26 de mayo, cuando está previsto que se celebren las elecciones municipales y europeas. Un intervalo que, en mi opinión, los políticos que tendrán la responsabilidad de formar gobierno debieran aprovechar para poner la pausa a que aludía, fijando la estrategia inicial para el desarrollo de la legislatura. Más allá de los contactos previos o de los pactos y estrategias programáticos, de gobierno, de legislatura, o de lo que sea, con los partidos de la izquierda parlamentaria, el Partido Socialista y quienes se presten a ser sus socios deberían establecer como uno de sus asuntos prioritarios controlar la influencia y el poder de la ultraderecha en el parlamento español, que sin duda tendrá, como ha sucedido anteriormente en otros países del contexto europeo.

Pienso que la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles esperan, como yo, que los 24 diputados de la ultraderecha tengan una más que exigua influencia en el curso de la producción legislativa, no solo por lo limitado de su representación parlamentaria sino porque también aquí, como sucede en otros países europeos, los partidos democráticos se apresuren a establecer un cordón sanitario en torno a ellos para evitar que tengan la capacidad de marcar el paso de la política. Ese es precisamente el núcleo de la cuestión que planteo, que va mucho más allá de su influencia en la producción legislativa o en la acción de gobierno. La experiencia ajena nos dice que, pese a lo limitado de sus efectivos, o quizá por ello, estos partidos a lo que aspiran (y suelen lograrlo) es a influenciar la agenda política, es decir, a condicionar las temáticas que copan el día a día de las relaciones políticas.

De modo que, en mi opinión, este compás de espera, entre otras cosas, debe servir a los estrategas del futuro gobierno y del parlamento que debe constituirse para preparar la legislatura, sentando las bases para que la ultraderecha no tenga oportunidades para boicotear las políticas o las iniciativas de las mayorías parlamentarias. Ellos saben de sobra que no van a conseguir sacar adelante sus propósitos programáticos; en primer lugar, porque no tienen fuerza parlamentaria para ello; y en  segundo término, porque no es eso lo que les interesa. Lo que buscan, como se ha visto en otros lugares, es influenciar la agenda política y radicalizar las posiciones de otros partidos en determinadas temáticas, como la hipotética fragmentación del Estado, la inmigración, el feminismo, la violencia machista o las pensiones. Es más, como ya hemos podido comprobar aquí mismo, son especialistas en introducir en la vida política debates ficticios, que nada tienen que ver con la realidad del país ni con las necesidades de sus ciudadanos. El penúltimo ejemplo de ello es la intentona de Vox para que se debatiese la necesidad de legalizar las armas como forma de defensa personal. Una propuesta absolutamente disparatada para un país como el nuestro, que es de los más seguros del mundo, con apenas 0,7 asesinatos por cada 100.000 habitantes, cuando la media mundial se sitúa en 5,3.

De lo que se trata, en definitiva, es de diseñar las estrategias que impidan que la ficción y las fake news sean los elementos que impregnen el debate político en los próximos meses. De lo que se trata es de que no sean los intereses de unos pocos los que desplacen o sustituyan la gestión de los asuntos y problemas reales de la inmensa mayoría de los ciudadanos, que deben ser objeto del debate y los acuerdos parlamentarios, y de la acción del gobierno. Me parece que esta es una de las prioridades que debieran atender los estrategas políticos si se aspira de verdad a que la gobernanza del país sea auténticamente estratégica, que es lo mismo que decir caracterizada por las acciones sosegadas, argumentadas, sensatas y desarrolladas a buen ritmo y en sintonía con las necesidades e intereses de la ciudadanía. Esos son los detalles que marcan la diferencia entre unos y otros. Toca, por tanto, decidir si se prefiere que la legislatura se sustancie a base de pueriles y estériles pachangas en el lodazal parlamentario, o que se ofrezcan encuentros relevantes en los que los dueños de la conducción del juego sean quienes saben interpretar el tiempo y marcar las pausas que convienen. En su mano está determinarlo.