jueves, 16 de mayo de 2019

Las maestras de la guerra civil y del primer franquismo

Ayer presentamos el libro de Isabel Domenech titulado Las maestras de la guerra civil y el primer franquismo en la provincia de Alicante. Acompañé en la mesa a Mónica Moreno y a la autora que, pese a que no acostumbra a prodigarse en público, empieza a tener tablas, no en vano su obra, en palabras del subdirector de publicaciones, es best seller entre las editadas por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert, hecho que ha reclamado su intervención en distintos foros. Agradecí su invitación que, sin duda, obedece al vínculo afectivo y profesional que nos une desde hace muchos años. El libro resume el contenido de un arduo trabajo de investigación, que originalmente tuvo formato de tesis doctoral, compuesta a lo largo de una década, que se leyó hace poco más de tres años en la Universidad de Alicante, y al que Mónica Moreno contribuyó muy significativamente dirigiéndola.

Como se dice en el prólogo, Isabel Domenech ha realizado una aportación necesaria a la historiografía provincial, ya que pone en nuestras manos los resultados de su indagación sobre una problemática largamente ocultada, completando así, un poco más, el mapa general de la represión del magisterio en España, al que ahora su trabajo adiciona la casuística específica de las maestras alicantinas. Aunque en los últimos tiempos se van abriendo nuevos espacios de investigación y van creciendo las contribuciones de los estudiosos; aunque se avanza y se profundiza en el conocimiento de aspectos de nuestra historia reciente que han estado largo tiempo olvidados, cuando no intencionadamente ocultados, tergiversados, manipulados e incluso enfocados desde ópticas revisionistas; todavía quedan muchos recovecos por escudriñar, muchos asuntos que desvelar, muchos hechos y biografías que contar.

Además de necesaria –porque no puede olvidarse que el conocimiento es un requisito imprescindible para aproximarse a la verdad–, la obra que presentamos pienso que puede contribuir significativamente a que alguna vez, espero que sea antes que después, se haga justicia con las maestras que sufrieron tan inmerecida y despiadada represión. Porque ellas, consideradas como colectivo docente, la padecieron doblemente. Sufrieron torturas, vejaciones y escarnios por su condición de mujeres, y por ser hijas, hermanas o esposas de sus familiares; pero además fueron represaliadas por el mero hecho de ser maestras y de que, como tales, actuaron profesionalmente conforme a los principios de legalidad que regulaban la escuela republicana. Soportaron juicios y condenas tan arbitrarias como inmerecidas, sin que hasta hoy la sociedad democrática y sus instituciones hayan habilitado los medios que aseguren la reparación y el reconocimiento que merecen. La democracia sigue teniendo una deuda de verdad y de justicia con ellas que le obliga a restablecer y garantizar la dignidad que deben recuperar sus voces, sus acciones y su recuerdo. Es imprescindible investigar sus itinerarios vitales, sus testimonios y sus contextos, y revelar y reivindicar su coraje y sus acciones; y también su inteligencia y sus miedos; sus silencios, sus sufrimientos; y hasta su resignación.
El proceso de depuración que sufrieron los maestros es un ejemplo paradigmático de cómo el franquismo utilizó cuantos medios tenía a su alcance para revertir el proyecto republicano, y muy especialmente sus novedosos planteamientos educativos, manipulando y decidiendo arbitrariamente sobre el desempeño profesional de los docentes. En ese proceso, las maestras fueron castigadas fundamentalmente por actuar de manera impropia, contrariando los roles que el franquismo y la jerarquía eclesiástica atribuían a las mujeres. Además de los juicios militares y la prisión, la depuración profesional, con todo lo que conllevó, se utilizó para sancionar a quienes se habían atrevido a cuestionar con su conducta y su desempeño profesional el modelo tradicional de mujer.

Obviamente, durante el periodo que ha estudiado Isabel, el magisterio constituía un colectivo heterogéneo, en el que convivían distintas formas de entender la educación. Es evidente que ni todas las maestras refrendaban las nuevas corrientes pedagógicas, ni se logró cambiar el modelo tradicional de mujer. Pero es igualmente innegable que durante la República y la Guerra Civil se amplió la capacidad de elegir entre diferentes enfoques de la femineidad, pese al lastre que representaba la pervivencia de los prejuicios tradicionales en una sociedad atrasada e iletrada. De modo que muchas maestras, especialmente en las zonas urbanas, ejemplificaron perfectamente los nuevos estilos que caracterizaban una concepción moderna de la vida de las mujeres, arraigada en las propuestas igualitarias, que incluía adquirir la capacidad real de acceder a la cultura, de trabajar y vivir autónomamente del propio sueldo, de eludir la sumisión a los varones o de asumir responsabilidades públicas, entre otros desempeños.

A lo largo de mi vida he hecho muchas conjeturas, algunas de ellas totalmente disparatadas. Una de ellas se concreta en un absurdo ejercicio de historia ficción, tratando de imaginar el país en el que podríamos vivir si los cuarenta años de nacionalcatolicismo se hubiesen empleado en consolidar la escuela que diseñó la Constitución de 1931, que intentaron materializar los maestros republicanos cuyas trayectorias segó la represión franquista. ¿Se imaginan este país tras ochenta años ininterrumpidos de enseñanza primaria gratuita y obligatoria y de libertad de cátedra reconocida y garantizada? ¿Se imaginan los resultados de ocho décadas de acceso universal a todos los grados de la enseñanza, sin otra condición que la aptitud y la vocación, en una escuela laica, basada en metodologías activas e inspirada en ideales de solidaridad humana? ¿Imaginan un país en el que estuviese permanentemente asegurado el derecho, y la obligación, de las Iglesias a enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos, sujetas a la inspección del Estado? ¿O que las regiones autónomas hubiesen organizado la enseñanza en sus lenguas respectivas, de acuerdo con las facultades establecidas en sus Estatutos?

Me parece que es poco discutible que hemos perdido casi medio siglo perpetuando la escuela del nacional-catolicismo que, contrariamente a los postulados de la modernidad, nos sumergió en el inacabable túnel que conformó la educación confesional, católica, patriótica e intolerante, sin diferencias axiológicas entre la escuela pública y la privada, porque una y otra tenían la misma finalidad: la formación del hombre presuntamente cristiano y español. Digo presuntamente porque ese sistema educativo cosecho un estrepitoso fracaso, como ha demostrado la historia. Ese enfoque retrógrado incluso permeabilizó la Ley General de Educación, en 1970, que establecía en su artículo primero como  fines de la educación “La formación humana integral, el desarrollo armónico de la personalidad y la preparación para el ejercicio responsable de la libertad, inspirados en el concepto cristiano de la vida y en la tradición y cultura patrias […] todo ello de conformidad con lo establecido en los Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales del Reino”.

La escuela franquista estuvo muy controlada por las autoridades del Régimen, que la concibieron como instrumento para el adoctrinamiento de las nuevas generaciones, reinstaurando unas prácticas tradicionales y rutinarias, impregnadas de catolicismo y de simbología falangista. La obediencia y la disciplina fueron sus principales valores, como la caracterizaron currículos diferenciados para niños y niñas, en aulas y colegios segregados, para formar en ambientes diferentes a quienes, respectivamente, estaban llamadas a ser madres y esposas, y a quienes serían los ciudadanos y profesionales del futuro.

A estos y otros aspectos, al proceso investigador que ha llevado a cabo Isabel y a las temáticas más relevantes que ha alumbrado, así como a otros muchos flecos de la represión de distinto signo sufrida por los maestros durante la Guerra Civil y en los primeros años del franquismo dedicaron sus intervenciones mis compañeras de mesa. En síntesis, un acto muy concurrido, que evidenció el interés del público por la temática y que nos permitió saludar a un montón de colegas que hacía tiempo que no veíamos y que estuvieron allí.

1 comentario:

  1. Yo estuve allí para acompañar a Isabel y para escucharos a Isabel y a los que la acompañasteis en la presentación. Y os escuché con gusto, casi, diría yo, con fruición. Y me gustó vuestra intervención y la disfruté.
    Os doy las gracias por ello.

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