miércoles, 17 de abril de 2024

Crónicas de la amistad: Benilloba (52)

El DRAE define la amistad como el «afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato». Así pues, con ese término se alude en primer lugar a las pasiones del ánimo, a las inclinaciones o preferencias que desde la niñez experimentamos unas personas hacia otras, moldeando vínculos vigorosos que llegan a prolongarse a lo largo de toda la vida. Pero, además de esas privativas predilecciones, el concepto de amistad incluye el trato, la recíproca y perseverante conexión de unos individuos con los otros, sin el que resulta inconcebible.

La forja de la pasión amistosa corre paralela a la historia de la humanidad. Es más, algunas investigaciones han probado que las relaciones de amistad modelan un andamiaje emocional muy particular, que es determinante para la transmisión del conocimiento. De ahí que constituyan un factor fundamental para explicar el progreso logrado por la especie humana. Hasta el punto de que cualquier ligero cambio en esas conexiones, o en su duración, menoscaba sensiblemente la eficiencia de tales redes sociales. Así pues, no solo las personas individualmente consideradas somos fruto de la evolución, también nuestras relaciones sociales son el resultado de un proceso de selección orientado a la eficiencia del intercambio cultural. Gracias al conocimiento acumulado y transmitido en determinadas redes (sean las plantas con propiedades medicinales, los métodos de caza y pesca o la selección de semillas, por mencionar algunos ejemplos), los seres humanos hemos ido progresando y construyendo sociedades cada vez más complejas y competentes.

Si las cosas son más o menos así, como parece, no debe sorprender que las relaciones amistosas tengan acreditada presencia en uno de los productos culturales más genuinos de cualquier colectividad: el refranero. A él acudiré hoy que transitamos por el territorio de El Comtat, al que me referí en otras ocasiones. Un espacio que pueblan en la actualidad tres decenas de miles de almas diseminadas aleatoriamente en las párvulas poblaciones que amparan los estrechos valles que excavan algunos regatos y acentúan macizos calcáreos imponentes. Pronto hará dos años que merodea por estos pagos nuestro querido Elías, definitivamente despreocupado, enteramente ensimismado y absorto en el embeleso de los sones de la muixeranga murera.

A lo largo de la historia, las gentes que han habitado esta y otras muchas tierras del planeta han condensado y expresado su sabiduría práctica mediante los refranes, que son auténticas esencias del pensamiento, genuinas formas de experiencia, que sintetizan y expresan el saber popular, como explica Martínez Kléiser, uno de los principales especialistas en la materia. Su Refranero general ideológico español incluye nada menos que seiscientos cincuenta refranes sobre la amistad, una profusión que revela la relevancia de una de las relaciones humanas más añejas. En esa monumental obra encontramos dichos que conciernen a muchas de sus facetas. Unos apuntan a las características de la verdadera amistad: «El amigo leal, más que en el bien te acompaña en el mal», «En prisión y enfermedad se conoce la amistad». Otros se refieren a la conducta con los amigos: «A amistades que son ciertas, siempre las puertas abiertas». No faltan las menciones a la escasez de los buenos amigos: «Amigos, uno entre ciento, y si mejor lo he de decir, uno entre mil». O al número de ellos: «Amigos, pocos y buenos». Y no son pocas las alusiones a la reconciliación entre ellos: «Amigo reconciliado, vaso quebrado y mal lañado». Incluso algunos previenen sobre la falsa amistad: «Quien se fía de amigo no fiel, buen testigo tiene contra él», e incluso a la que se guía por el interés en exclusiva: «Amistad por interés, hoy es y mañana no es». Y los hay que advierten de la amistad peligrosa: «El amigo imprudente, con una piedra te mata el mosquito de la frente». Y así hasta donde pueda imaginarse porque, como puede deducirse, tal número de refranes da para mucho.

Alfonso nos había citado a las 12:00 h. a las puertas de su casa en Benilloba. El contingente proveniente del Vinalopó había llegado puntualmente, mientras que el que se desplazaba desde Santa Pola, Alicante y La Vila se demoraba unos minutos. De modo que, apenas nos hubimos saludado y los primeros despachado unos cuantos botellines en la terraza de Alfonso, casi sin solución de continuidad nos desplazamos a la recién rehabilitada casa de sus padres, que ahora ocupa su hijo Xavi. Un primor de restauración y funcionalidad que nos ha encantado. Por su parte, Domingo Moro nos venía siguiendo la pista bien temprano desde su Ibiza.

Hemos continuado el recorrido unas decenas de metros hasta alcanzar el bar Les Moreres, uno de los dos existentes en Benilloba, que ocupa el edificio de las antiguas escuelas, en cuyo patio se alinean algunos vetustísimos ejemplares, cuyos tallos empiezan a brotar por estas fechas y ofrecen una sombra fresquísima durante los meses estivales. Allí nos habían preparado un aperitivo pantagruélico a base de especialidades de La Montaña, reforzadas con otras tapas: cacahuetes valencianos, queso fresco a la plancha con mermelada, jamón y queso con tostas y pasas, lomo a la plancha con ajos tiernos, maíz tierno frito, sangre con salsa verde, lomo e hígado con la misma salsa, bacalao rebozado con mahonesa y, finalmente, chipirones también rebozados. Todo ello ha sido convenientemente maridado con cerveza, Protos y un verdejo de Rueda.

Tras despachar tan opíparo tentempié, hemos enfilado de nuevo hacia la casa de Alfonso y Paqui. Una rápida visita a su cada vez más completo taller/exposición ha puesto ante nuestros ojos piezas novedosas, confeccionadas con diferentes maderos, tamaños y texturas, cuya morfología y acabado revelan el asombroso progreso de un profano, autodidacta, que ha contraído méritos más que suficientes para ser calificado justamente como ebanista primoroso.

De nuevo quebrábamos una de las cláusulas fundacionales de los encuentros y comíamos en una de nuestras casas. No sólo quebrantábamos el acuerdo explícito de hacerlo en «territorio neutral» sino que remachábamos la ligadura del apego con la concurrencia de un puntal primordial: Paqui. Imposible especificar las atenciones recibidas de una amiga tan delicadamente sencilla, generosa, entrañable y sagaz. Difícil hallar adjetivos con los que calificar con justeza sus exquisitos cuidados y sus genuinos afectos.

Los anfitriones habían determinado reforzar el tentempié y han dispuesto sobre la amplia mesa de su terraza unas generosas tapas de mojama y hueva con tomate trinchado, unas lonchas de queso fresco y una primorosa tortilla de patata y cebolla, digna de cualquier restaurante de postín. Y para rematar el ágape, Paqui había preparado una de sus especialidades culinarias: unas extraordinarias manitas de cerdo, que han hecho que nos chupásemos los dedos. Su buen hacer, puesto a disposición de sus amigos a través de tan exquisita vianda, me ha sugerido una impremeditada metáfora, que liga a la perfección con el hoy requerido refranero: «más sabe el cerdo por cochino que por sabio», nos recuerda la paremia; es decir, la verdadera sabiduría no está en las apariencias o en los títulos, sino en la experiencia. O con ese otro refrán que reza: «aunque sea cerdo, siempre sabe a gloria», animando a encontrar la belleza o el valor en cualquier cosa, desestimando sus aparentes imperfecciones.

Y es que las manitas son un suculento bocado, más saludable de lo que se cree, porque carecen de valor proteico y aportan muy poca grasa. Al ser alimento rico en vitamina B1 levantan el ánimo; de ahí que los nutricionistas las aconsejen para combatir el decaimiento. Plato conocido desde la Antigüedad, especialmente tradicional en la vecina Francia, donde se conocen como pieds de cochon. También en Italia es frecuente encontrar en las cartas de los restaurantes los populares piedinini. E incluso constituyen el ingrediente fundamental de uno de los estofados más preciados de la cocina coreana. Así pues, se trata de un plato con historia y leyenda. Una de las más conocidas asegura que fue determinante en la captura del rey Luis XVI de Francia y su familia. El monarca, gran aficionado a la buena mesa, se detuvo en un mesón de Sainte-Menehould, pequeña localidad cercana a Varennes, para deleitarse con las manitas de cerdo que llevan el nombre de ese pueblo de la Champagne, siendo reconocido, apresado y, finalmente, guillotinado. Doy fe de que nada de esto nos sucedió a nosotros.

Al contrario, como no podía ser de otro modo, las canciones hicieron acto de presencia en la sobremesa. Antonio Antón volvió a deleitarnos con su voz y su guitarra interpretando piezas conocidas de su amplísimo repertorio, invitándonos a que le acompañásemos activamente, cosa que hacemos siempre a base de desafinados y profusión de destemples y disonancias. En esta ocasión, como en otras, el remate musical se vio trufado con intervenciones socio-filosóficas que han añadido un contrapunto de distinción a la tertulia.

En fin, queridos amigos, permitid que concluya esta crónica con unas breves reflexiones a propósito de la conservación de la amistad, que tomo prestadas al viejo médico y pensador Laín Entralgo. Parto, como hace él, de un principio general: la amistad no llega a ser auténtica si no está naciendo constantemente. El status nascendi es el característico de toda amistad verdadera, que aunque sea vieja debe renacer cuántas veces se reencuentren los amigos. La pregunta subsiguiente sería: ¿cómo conservar una amistad que germina constantemente? Me parece que intuitivamente todos conocemos la respuesta pero, por si albergamos alguna duda, reiteraré las recomendaciones de Laín, basadas en las consignas que propuso Kant, cuya observancia considero esencial para lograrlo. No son otras que respeto, franqueza, liberalidad, discernimiento afectivo, imaginación y camaradería, todas ellas asentadas en las tres notas esenciales de la relación amistosa: benevolencia, beneficencia y confidencia. Estos me parecen los principales recursos para lograr una amistad «delicadamente cincelada»; para alcanzar ese modo de convivencia que cuando se protege primorosamente casi alcanza a ser la cima del universo, como en su día aseguraron Ortega y Laín.

Salud y felicidad, amigos. Nos vemos en Elx, el próximo 5 de junio.