domingo, 18 de diciembre de 2022

Sobran los golpistas

Es exagerado afirmar que España es un país de golpistas, pero debe reconocerse que, históricamente, son abundantes los viveros nutridos de gentes con tendencias montaraces y proclives a tirar por el camino de en medio, utilizando la recurrente metodología de «el poder me pertenece» o «quien no está conmigo, está contra mí»; y la receta del «palo y tentetieso», como recoge el dicho popular. Para acreditarlo, basta con repasar someramente las intentonas golpistas acaecidas en nuestro país en los dos últimos siglos. Si no recuerdo mal, son nada más y nada menos que casi una veintena, sin entrar en demasiados detalles. De ellas, unas fueron exitosas, como los pronunciamientos de Sagunto o de Riego, el Motín de la Granja y los golpes de Pavía, Primo de Rivera o Casado. Otras, supusieron fracasadas asonadas, como las sublevaciones de Cuatro Vientos o de Jaca, las Sanjuanada y Sanjurjada, la Revolución de 1934 y la proclamación del Estado Catalán en el mismo año, así como los pronunciamientos de Villacampa, Torrijos, Porlier, Cardero, o el de 1841 durante la Regencia de Espartero. Como finalmente lo fue también el «tejerazo» del 23F.

Pese a todo, los golpes de estado no constituyen un exclusivo patrimonio nacional. Hace centurias que son recurrentes en muchísimos países, en demasiados diría yo. Algunos de ellos han pasado desapercibidos porque sus características no responden a las definiciones clásicas del golpismo; acepciones que demandan una necesaria revisión a la luz de las circunstancias sociopolíticas que ha alumbrado la sociedad global. 

Desde que en el siglo XVII el francés Naudé, en su libro Considérations politiques sur les coups d’État, definiera los golpes como «actos osados y extraordinarios que los príncipes se ven obligados a realizar en asuntos tan difíciles como desesperados, en contra de la ley común y con independencia de cualquier ordenamiento o forma de justicia, poniendo en juego el interés particular para beneficio del bien común», el concepto fue evolucionando e incorporando otros matices, hasta llegar a considerar al elemento militar como el promotor determinante del golpe de Estado. Se consolida, así, la acepción clásica de los golpes, en tanto que «conflictos no regulados que quebrantan todas las reglas y que reformulan los poderes del Estado; pero que, en todo caso, siempre terminan atribuyéndole más poder a las fuerzas armadas», pues se gestan mediante el uso de la fuerza, la remoción de los poderes elegidos democráticamente y su habitual sustitución por juntas militares.

Sin embargo, esta definición no logra abarcar sucesos recientes, en los que son los poderes democráticos, de manera no violenta, quienes protagonizan los golpes. Hoy, intelectuales y académicos defienden un concepto más amplio, considerando que los golpes de Estado no son exclusivamente los que intentan materializar las fuerzas armadas, sino también los que son promovidos y/o gestados por cualquier poder o institución que, ilegalmente, intenta desalojar al poder legítimo de las instituciones.

Viene a cuento lo anterior con relación a los recentísimos acontecimientos acaecidos en la villa y corte, que me parecen de una gravedad suprema. No deberían quedar amparados una vez más por la impunidad, que ya es insufrible e intolerable porque no solo remueve los cimientos del estado de derecho, sino que inflama también la desafección política y mina hasta extremos inaceptables la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas.

El siguiente relato, compuesto por párrafos entresacados del texto de un reportaje firmado por José María Brunet y José Manuel Romero, que incluye la edición de hoy del diario El País, me parece que no precisa de comentarios ni acotaciones. Juzgue el lector por sí mismo:

«El procurador de tribunales Manuel Sánchez-Puelles y González-Carvajal ha firmado a las 9.14 del miércoles 14 de diciembre un escrito de 54 folios que desencadena la mayor tormenta político-judicial de la reciente etapa democrática. Trece diputados del PP, a los que dice representar el procurador, recurren en amparo ante el Tribunal Constitucional porque creen vulnerados sus derechos de participación política. El escrito reclama que se suspenda cautelarmente la tramitación de la proposición de ley que elimina los obstáculos políticos para renovar el Tribunal Constitucional. 

El jueves 15 de diciembre se vota en el Congreso la reforma del Código Penal que suprime el delito de sedición, rebaja la malversación y cambia dos normas más que eliminan los obstáculos para la renovación del Constitucional. El Gobierno impulsa de urgencia, a través de diversos atajos legislativos, un cambio profundo en artículos clave del Código Penal para beneficiar a los independentistas catalanes que aún están pendientes de juicio por el 1-O y, de paso, imponer con medidas legales extremas la renovación del Constitucional, bloqueada por distintos representantes de la derecha judicial desde hace cinco meses. 

La operación tumbar el pleno ya está en marcha. Parece como si los dirigentes del PP conocieran de antemano el criterio mayoritario en el Constitucional sobre un pronunciamiento que nunca se había planteado en los 42 años de historia del tribunal. (cuando el recurso de amparo aún no ha empezado a causar estragos en el debate político, dirigentes del PP ya pronostican lo que va a pasar: “Adoptarán la medida cautelar que pedimos y eso afectará al proceso legislativo del Senado”, donde se votará la ley de manera definitiva el 22 de diciembre). 

Es previsible que el PP disponga de información precisa de lo que puede ocurrir porque 6 de los 11 magistrados del tribunal de garantías fueron elegidos a propuesta de la formación política. El último que entró por esa vía es Enrique Arnaldo, quien conocía en profundidad a quienes le colocaron como magistrado porque desde 1986 ejercía de letrado en el Congreso de los Diputados. 

La historia se repite. Hace una década, el recurso de los populares contra la ley de plazos del aborto recayó en Andrés Ollero, antiabortista declarado que había sido diputado del PP. Aunque su ponencia nunca pasó del cajón de los proyectos olvidados por consenso de los políticos. El PP está ahora convencido del éxito de su iniciativa contra la reforma legal del Gobierno. Sería un golazo por la escuadra del legislativo. En el palacio de la Moncloa se reciben noticias inquietantes y el Ejecutivo empieza a temer un nuevo bloqueo si el tribunal atiende la reclamación de los populares. 

Mientras tanto, en el Constitucional se viven horas de creciente tensión. El presidente, Pedro González-Trevijano (conservador), habla con el vicepresidente, Juan Antonio Xiol (progresista), y le comunica su intención de llevar a pleno el recurso de amparo del PP. Ambos tienen el mandato caducado desde junio y convienen que la celebración de ese pleno debería ser el viernes. 

Pero Arnaldo, magistrado responsable de la ponencia, entra en acción para forzar que el pleno del Constitucional sea el jueves a las 10 de la mañana, unas horas antes de que comiencen en el Congreso el debate y la votación de la proposición de ley que el PP ha pedido que se suspenda de manera cautelar.

Tras las múltiples vicisitudes desencadenadas a lo largo de una inacabable jornada:

Los dos bloques del tribunal —conservador y progresista— se reúnen por separado. Los progresistas acuerdan que, si se pretende celebrar el pleno, se ausentarán alegando falta de tiempo para preparar la deliberación, con lo que no habría quórum necesario y no se podría celebrar el pleno. Trevijano pide que se lo expongan por escrito y desconvocará la deliberación. Le entregan un primer texto. El presidente del tribunal lo halla excesivamente genérico y pide más contundencia. Se hace una segunda versión y, con el escrito en la mano, Trevijano suspende el pleno, lo que evita que por primera vez en la historia, el Tribunal Constitucional impida una votación en el Congreso de los Diputados».

Tengo poco que añadir. Si lo que ha sucedido esta semana en la villa y corte no es el último remedo de aquellas intrigas palaciegas que recogían los manuales de historia, modernamente denominadas golpes de Estado, que venga Dios y lo vea. Únicamente les recomendaría algo a estos tercos insidiosos: intenten hacer sus perfidias con un poquito más de clase. Los ciudadanos no merecemos tanta torpeza. Y mejor todavía, dejen de meterse en camisa de once varas.


sábado, 3 de diciembre de 2022

En pro de la decencia

Al inicio del pasado verano la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA), UNICEF, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Programa Mundial de Alimentos (WFP) presentaron el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2022 (SOFI, según sus siglas en inglés). Una publicación con periodicidad anual que recoge el seguimiento que hacen esas organizaciones de los progresos relacionados con la erradicación del hambre y la mejora de la seguridad alimentaria y la nutrición. También se ofrece en ella un análisis de los retos pendientes para lograr los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. El dosier es público y está dirigido especialmente a los responsables políticos, a las organizaciones internacionales, a las instituciones académicas y al público en general. Está disponible en el enlace: https://www.fao.org/3/cc0639es/cc0639es.pdf

Es absurdo que me esfuerce en resumir las casi trescientas páginas del texto, que ya me apresuro a decir que pinta un panorama de la seguridad alimentaria absolutamente sombrío a nivel mundial. Sin embargo, no me resisto a reproducir algunos datos especialmente lacerantes. Se dice, por ejemplo, que en 2022 pasaron hambre 50 millones de personas más que durante 2021. Y, si se toma como referencia los meses anteriores al inicio de la pandemia del Covid19, la cifra alcanza los 150 millones. Además, se asegura que existe un peligro real de que estos números aumenten en los próximos meses por causa de las guerras, del cambio climático, de las crisis económicas y de las crecientes desigualdades. En fin, el informe recoge que en el año 2020 más de 3000 millones de personas no pudieron permitirse una dieta saludable. Lo que equivale a decir que son centenares de millones las personas rehenes de un círculo vicioso conformado por la pobreza, la desnutrición y la mala salud.

En las sociedades occidentales, crecientemente líquidas y banales, emergen reiteradamente renovados formatos del llamado postureo, sean fotos, hashtag, gafas de sol a cualquier hora, selfis, vigorexias, brunchs domingueros, blogueros o abuelitas entrañables. En las últimas semanas, ha triunfado el practicado por personajes y personajillos de la vida pública, exhibiendo su cínico rechazo a la claudicación de la FIFA frente al capital de los mandamases qataríes, a cuenta del campeonato mundial de futbol Qatar 2022. Ahora toca esto, como antes se vieron otras cosas y nuevas sucederán en el futuro. Estas frívolas rasgaduras de vestiduras son banalidades asociadas a lo efímero de las coyunturas, que apenas trascienden la superficialidad de los acontecimientos. Con la misma inmediatez que emergen se pierden en el olvido, tras suscitar alguna comprensión en determinados sectores de la ciudadanía. En el caso del mundial de Qatar, los alegatos conocidos no me parecen otra cosa que postureo, pues en general no son sino pretendidas y falaces coartadas que coadyuvan a publicitar un espectáculo global, materializado en un contexto y en unas  condiciones que no hay por dónde cogerlos, sea cual sea el punto de vista que se adopte.

También en las últimas semanas se han hecho públicos los resultados de la atribución de estrellas Michelin a diferentes establecimientos hosteleros de nuestro país. Son 13 los restaurantes «triestrellados» en el Estado, dentro de una guía que recoge 1401 establecimientos de España, Portugal y el Principado de Andorra, entre los que se encuentran, además de los mencionados, 41 con dos estrellas, 235 con una y 281 Big Gourmand (un reconocimiento que se concede a los locales que sirven una comida de calidad a precios comedidos). Los diarios traían resúmenes de lo que cuesta comer en algunos de ellos, tanto los menús degustación como los convencionales. Ojeándolos, he podido constatar que en los de tres estrellas no es posible comer por menos de 200 o 300 euros. Y también resulta imposible maridar un menú con la correspondiente bebida por menos de 150 o 200 euros más. Es decir, sentarse a la mesa y comer en estos establecimientos, además de requerir una reserva anticipadísima, sale por un ojo de la cara, concretamente por la friolera de 500 euros/comensal aproximadamente.

No es que tenga nada contra quienes tienen dinero para pagar eso y muchísimo más. Todavía tengo mucho menos contra quienes se ganan la vida decentemente, practicando la innovación culinaria e inventando la comida del futuro, favoreciendo la transición en el mundo de la alimentación y la renovación en el sector agroalimentario. Lejos de mi ánimo poner coto a la imaginación, al deleite y al progreso humano. Y mucho menos abogar por limitar el sinfín de potencialidades que seguro que todavía tiene la alimentación de las personas, ni tampoco las excelencias de las incontables culturas gastronómicas que es posible encontrar en el mundo.

Pese a ello, no puedo dejar de lado formularme preguntas como la siguiente: ¿cómo es posible que en una sociedad globalizada convivan despropósitos como el que representa que contados seres humanos paguen 500 euros por consumir un solo menú y que centenares de miles de personas no dispongan de un solo euro, que sería cantidad suficiente para costear su dieta diaria?

Se dirá que son cosas diferentes y se argüirán muchas razones para explicar o justificar lo que me parece inexplicable, y todavía más injustificable. Quizá se replique con aquello de qué tiene de malo celebrar la dicha de estar vivos. Naturalmente que nada, en absoluto; todo lo contrario. Es un legítimo derecho de todos —subrayo, de todos— los seres humanos y una de las mejores recomendaciones para asegurar la salud emocional. No obstante, en aras a la recomendable universal empatía, a la intrínseca solidaridad que se presume en la especie, abogaría resueltamente por la práctica de la decencia, de la contención y de la oportunidad. Festejen quienes tienen en sus manos la ventura de poder hacerlo, pero recuerden, también, que otros muchísimos no lo podrán hacer. Y un ruego: por favor, eviten los festejos en las proximidades de los duelos o en las puertas de los cementerios, porque lo legítimamente apetecible puede transformarse en una intolerable obscenidad.

miércoles, 30 de noviembre de 2022

De nuevo, Gestalgar

Plutarco decía que disfrutar de todos los placeres es insensato y evitarlos insensible. Según ese criterio me declaro sensato y sensible a la vez. Fernando Savater, con quien discrepo frecuentemente, reflexionaba en uno de sus artículos sobre los gozos, asegurando que los grandes placeres dependen de las necesidades y los pequeños de las aficiones. Decía —y en esto sí concuerdo— que los primeros los compartimos casi todos, y que por ello nos individualizan escasamente. Verdaderamente, ¿qué persona no ansía ser libre o feliz? Sin embargo, embelesarse contemplando un cuadro, olvidarse del tiempo mientras se lee una obra literaria o levitar escuchando un gran concierto son, sin duda, hechos más excepcionales. Las personas percibimos los pequeños placeres de manera distinta. Y esos encantos no son menos sustanciales que los grandes disfrutes porque, al fin y al cabo, los magnos sentimientos no representan sino acúmulos de pequeños goces. Con poco que reflexionemos constataremos que frecuentemente las cosas importantes de la vida apenas trascienden sutilmente la párvula entidad de las anécdotas cotidianas o de los sucesos irrelevantes.

He dicho en otra ocasión que uno de mis pequeños grandes placeres es practicar la pesca con caña. Siempre me gustó pescar. Aprendí a hacerlo en Gestalgar, cuando era un niño. Mis paisanos me enseñaron a ensamblar aparejos sencillos que prendíamos de una caña que nos acompañaba casi todas las tardes veraniegas. La tienda de la tía Angelita era el único establecimiento donde se vendían los anzuelos y el sedal («hilo de pescar», le llamábamos entonces). En aquel ecosistema, en el que todo era artesanal y reciclable, la construcción del aparejo empezaba por la elección de una caña común bien recta y seca, que seleccionábamos entre los miles que engordaban los cañares que enmarcan las orillas del río. La pelábamos y alisábamos con esmero para evitar pinchazos, asegurar su elasticidad y presumir ante los vecinos. Anudábamos a su extremo más delgado un segmento de hilo de palomar porque el presupuesto no alcanzaba para comprar el sedal necesario. En su extremo libre añadíamos alrededor de un metro de sedal, suficiente para salvar la profundidad del río. Previamente pasábamos el flotador y los pequeños plomos en espiral que lo mantenían enhiesto sobre la superficie del agua, anudando finalmente el anzuelo —tarea nada sencilla— que exigía entrenamiento y que todos conseguíamos completar.

Preparado el aparejo, debían habilitarse los cebos. El más habitual era la masilla, una mezcla de harina y agua a la que se añadían briznas de colorante alimentario, que le conferían cierta tonalidad y que nos parecía que la hacía más atractiva para los peces. Tengo dudas al respecto porque, cuando no disponíamos de él, utilizábamos la masilla sin más y los resultados eran similares. También empleábamos lombrices de tierra, abundantes en las zonas húmedas de los bancales colindantes con las acequias. Las introducíamos en botes de hojalata, donde habíamos depositado previamente un poco de barro, a los que no terminábamos de cortar la tapadera para doblarla y asegurar así la humedad y la adecuada conservación de la carnada.

Cuando era niño, durante los veranos, me divertía extraordinariamente pescando en el río centenares de «madrijas» y bastantes barbos. Cuando despuntaba la tarde un tropel de niños se alineaba en las riberas del Turia próximas a la población para practicar una afición compartida que, todo sea dicho, carecía de competencia entre las alternativas que ofrecía entonces el municipio. Algunas horas después, el ocaso ponía fin a la diaria aventura piscícola y encendía los ojos amorosos de nuestras madres, que nos veían volver con la sarta diaria de peces sin saber qué hacer con ellos para no desairarnos, pues además de ser desaboridos tenían muchas espinas. Los gatos eran finalmente quienes se daban el banquete. El transcurrir de los años me ha hecho apreciar más y más aquella manera sana, ecológica, placentera y social de vivir y convivir. 

Lo que antecede viene a cuento de que el pasado fin de semana lo pasamos en Gestalgar acompañados de nuestros nietos, Fernando y Arizona, y de sus padres. Los niños ponían sus pies en el pueblo por primera vez. Puede imaginarse el impacto que les debió producir el abrumador contraste entre una población netamente rural, con apenas 500 habitantes, y el ecosistema urbano del que proceden, que no es otro que el que conforma la villa y corte. Estoy convencido de que cuanto encontraron fue para ellos novedoso y extraordinario, aunque debe relativizarse el impacto que los objetos y los acontecimientos producen en los niños, que es notoriamente diferente del que suscitan en los mayores, como corresponde a sus peculiares maneras de entender la vida.

Pese a ello, a lo largo del fin de semana hemos constatado su curiosidad y su asombro cuando contemplaban espacios domésticos y naturales que les resultaban novedosos y desconocidos, o los productos agrícolas y objetos manufacturados en su contexto. También los juguetes antiguos y desusados o algunos comercios tan precarios como peculiares. Incluso algunos productos alimenticios que degustaban por primera vez. Contemplaban admirados los naranjos, los mandarinos y los persimones. También las riberas del río repletas de cañares, chopos, fresnos, lentiscos y brezos, que han avivado su interés por el conocimiento de la flora y de la fauna autóctonas. Les ha sorprendido una casa de pueblo, con diversas alturas, con espacios y recovecos para jugar y esconderse. Muchas son las anécdotas acaecidas en estos apretados días que podría contar. Sin embargo, me referiré exclusivamente a una de ellas.

Llegaron al pueblo el viernes por la tarde. Para el sábado por la mañana habíamos previsto llevar a cabo una pequeña jornada de pesca. A tal efecto, les habíamos comprado a los niños un par de cañitas para que practicasen en las proximidades de una especie de playa fluvial donde la gente se baña durante el verano. De modo que cumplimentadas las obligaciones matutinas cargamos con los aparejos decididos a iniciar nuestra pequeña aventura.

Dado que los niños son todavía muy pequeños —poco más de 6 y 4 años, respectivamente— , en lugar de fabricar masilla o buscar lombrices, optamos por una vía más expeditiva: unos cebos de material sintético que traían las cañas con una hipotética doble utilidad; por un lado, neutralizar la peligrosidad de los anzuelos y, por otro, facilitar la carnada. Adicionalmente, cogimos un par de panecillos para, por si acaso, emplearlos como cebo. Iniciamos la práctica del lanzamiento con los cebos artificiales, que era la primera habilidad que debían aprender los niños. Ensayamos reiterados lanzamientos hasta que Fernandito entendió la mecánica. Arizona permanecía más a la expectativa, entretenida con otros detalles que ofrecía la ribera.

Como puede deducirse, los peces son cualquier cosa menos tontos. Por tanto, tras observar detenidamente los cebos artificiales que les brindábamos, optaron por tomar las de Villadiego y desinteresarse absolutamente de nuestras artes de pesca. Frente a la evidencia, opté por cambiar el cebo, ensartando en el anzuelo trocitos de pan. Nieto y abuelo lanzamos al alimón repetidas veces el sedal y aquello fue harina de otro costal. Inmediatamente, una flotilla de barbos que nadaba tranquilamente se revolucionó. Empezaron a porfiar por morder la carnada y arrebatarla del anzuelo. Visto que aquello funcionaba, realizamos sucesivas carnadas y lanzamientos y, en una de ellos, un hermoso ejemplar, que andaría por los 750 gramos, optó por morder con decisión el anzuelo quedando prendido de él.

Puede imaginarse la sorpresa y la alegría del niño al contrastar que el extremo de la caña se doblaba apreciablemente, porque pendiendo del sedal venía un pez de considerable tamaño. Obviamente, tomé la caña y afortunadamente logré extraerlo del agua. Una vez agarrado por las agallas lo acerqué al niño, que lo contempló, lo tocó, se fotografío con él y expresó su incontenible alegría por haberlo capturado. Naturalmente, entendió que debía ser devuelto a su entorno natural, como hicimos, para preservar la fauna y, en su caso, para que diese futuras alegrías a otros pescadores. 

Desconozco las novedades y asombros que recordarán Arizona y Fernandito de cuanto encontraron a lo largo del fin de semana en el pueblo, pero tengo la convicción de que esa inicial experiencia de pesca que tuvo Fernandito quedará en su memoria a largo de su vida. Hasta es posible que sea el recuerdo al que más vivamente asocie a su abuelo, cuando pasen los años y la pesca llegue a ser una quimera en el río Turia a su paso por Gestalgar. Y es que, pese a las décadas transcurridas, preparar la pequeña aventura que significa una jornada de pesca mantiene el mismo interés y demanda parecidos preparativos: habilitar los cebos, realizar determinados desplazamientos, seleccionar el espacio idóneo, apostarse en una atalaya desde la que no se divise otra cosa que no sea el agua, preparar y lanzar los aparejos, esperar la picada de las presas, atraparlas, recogerlas y devolverlas a su medio, sin otro pensamiento que no sea elegir el mejor anzuelo o cebo para lograrlo, mientras se toma el sol o nos refresca la brisa. Algo que no tiene precio. Y eso lo saben hasta los niños.

martes, 22 de noviembre de 2022

Crónicas de la amistad: Benilloba (45)

De tanto en tanto reparo en que es cabalmente cierto que quienes integramos el grupo «Botellamen de dios» somos personas dispares, como sucede en cualquier colectivo. Así mismo constato que compartimos ciertas peculiaridades que nos equilibran y armonizan. Esta aparente contradicción y otros motivos han favorecido que me haya preguntado en algunas ocasiones sobre el origen de la amistad, una realidad en la que ahondo obstinadamente y que cada día que transcurre me apasiona más.

He leído y releído textos escritos por académicos y especialistas que han dedicado horas y esfuerzos a indagar y delimitar las particularidades de tan peculiar relación afectiva. He constatado que algunos de ellos comparten la opinión de que la amistad comienza adoptando la forma de un conocimiento superficial, que se intensifica progresivamente hasta fraguar en lo que podría denominarse una relación amistosa auténtica. No comparto tal conceptualización, que considero errónea. Me explicaré.


En mi opinión, la amistad no surge a través de sucesivas etapas mediante las que se perfecciona un inicial, aleatorio y positivo conocimiento interpersonal. Con poco que reflexionemos constataremos que no entablamos amistad con cuantas personas frecuentamos. Es más, ni siquiera lo hacemos con quienes intercambiamos asiduamente favores y auxilios. Realmente, la amistad comienza como un coágulo de tiempo porque es un acto de carácter discontinuo e indeliberado. Como lo son las innovaciones y las piruetas asociadas a las actividades creativas, sean artísticas, deportivas o de cualquier otra naturaleza. De igual manera que la espectacularidad de una acrobacia o determinada transgresión artística confieren pedigrí y exclusividad a quienes se atreven a ensayarlas, también en la génesis de la relación amistosa subyace una especie de pulsión simpática, una suerte de seducción, de intenso interés o afinidad hacia determinadas personas. Es más, si las conocíamos previamente, cuando se produce este venturoso instante, parece como si las percibiésemos de un modo nuevo. De manera que concuerdo con la propuesta que hizo en los años ochenta el reputado sociólogo italiano Francesco Alberoni, que en mi opinión acertó plenamente al acuñar el término «encuentro» para denominar este matiz germinal de la epifanía amistosa.

Por definición, todo encuentro es siempre inesperado y revelador. Descubre renovados caminos y abre nuevas perspectivas. En el curso de una relación amistosa ello sucede muchísimas veces, pues podría decirse que ella misma está constituida por una filigrana de encuentros, de momentos de formidable intensidad vital que permiten recorrer conjuntamente tramos del camino hacia el descubrimiento de lo que es importante para cada cual, mediante el contraste de los propios puntos de vista con los de los demás. De ahí la relevancia de los encuentros en tanto que oportunidades para ejercitar y preservar la amistad.

No cabe duda de que cada encuentro implica un riesgo. Y de ahí que la aspiración última de quienes lo convocan y comparten es que sea afortunado, pues los amigos no se ponen a prueba como lo hacen los amantes. La sola idea de poner a prueba la amistad la perturba. Demostrar amistad quiere decir mostrarla, confirmarla. Ahora bien, como sucede en toda relación interpersonal, la amistad no es ajena a las crisis. Y estas solo pueden resolverse a través de encuentros específicos —comúnmente denominados explicaciones— que consisten en rever, en remirar conjuntamente el pasado, en remontarse hasta el momento anterior a la incomprensión y al desmoronamiento de la confianza entre los amigos. Si a través de ellas se consigue superar un determinado problema, ello acreditará que se ha logrado la propia mejora, que se ha franqueado exitosamente un tramo difícil del propio desarrollo personal.

Antes de perderme en estas profusas disquisiciones sobre el origen y el desarrollo de la amistad, aludía a las peculiaridades que avienen a los integrantes de un determinado colectivo de personas. Creo que todos coincidiremos en apreciar que una de las que anuda nuestro grupo es el común gusto por la música. Me pregunto si esa compartida atracción y el habitual colofón musical que cierra nuestros encuentros constituyen contingencias fortuitas o responden a otras motivaciones. Dicho de otro modo, me interesa saber por qué casi siempre acabamos cantando y por qué lo hacemos tan gustosamente. Tal vez sea, como recientemente nos recordaba Antonio Antón, porque «quien ama la música, ama la vida».

La verdad es que a estas alturas fío poco, y creo menos, en el azar. Me parece que cuanto sucede obedece a alguna causa y casi todo tiene su por qué. También estoy convencido de que las cosas no responden a una causalidad única, sino a motivos dispares. Pues bien, a través de una indagación que hice hace algún tiempo, supe que el canto —más concretamente la interpretación coral— puede ser un elemento coadyuvante del mantenimiento neurológico. Conocía algunas investigaciones sobre la utilidad de la música para la lucha contra la rampante problemática neurológica que aqueja a la vetusta población del mundo desarrollado. Ahora, he sabido que un equipo de expertos en neurociencia y psicología clínica de la Universidad de Helsinki ha constatado que el canto es una actividad beneficiosa para el cerebro y, específicamente, para tratar la afasia.

Hace años que el profesor Teppo Särkämö investiga de qué manera afecta el envejecimiento al procesamiento cerebral del acto de cantar, un asunto del que podrían derivarse importantes aplicaciones terapéuticas. Este académico asegura que sabemos mucho sobre el procesamiento del habla, pero no tanto sobre el del canto. Por ello, su equipo analiza minuciosamente determinadas funciones relacionadas con él que se conservan en personas con enfermedades neurológicas. Y han contrastado, por ejemplo, que expresarse llega a ser una tarea prácticamente imposible para quienes padecen afasia. Sin embargo, aplicando la técnica conocida como «terapia de entonación melódica» —que consiste en pedir a determinada persona que cante una frase habitual, en lugar de decirla— han logrado que le fluyan las palabras.

El profesor Särkämö coordina el proyecto PREMUS (Preservación y eficacia de la música y el canto en el envejecimiento, la afasia y la enfermedad de Alzheimer), financiado por la UE. Esta iniciativa utiliza técnicas similares a la referida, incentivando la creación de «coros de seniors» integrados por pacientes con afasia y sus familiares. El canto se revela así como una importante herramienta de rehabilitación de la afasia y de previsión del deterioro cognitivo. Y es que los estudios del equipo del profesor Särkämö han demostrado que, con la edad, las redes cerebrales que participan en el canto sufren menos cambios que las responsables del habla. Ello hace presumir que, con el transcurso de los años, el primero tiene un efecto más global en el cerebro y sufre menos deterioro que la segunda.


De las conclusiones de esta investigación se deduce que resulta fundamental cantar activamente y no solo escuchar música coral, pues al hacerlo se activan las zonas frontal y parietal del cerebro, que son las encargadas de regular el comportamiento y la utilización de los recursos motores y cognitivos asociados al control verbal y a las funciones ejecutivas. Y es que no debe olvidarse que el cerebro es como un músculo: si se entrena, se tonifica. Eso es, justamente, lo que se consigue cantando. Naturalmente, existen otras formas de entrenarlo, pero el canto es inequívocamente una actividad que ayuda a mejorar la función cerebral. Ergo, ¿para qué buscar más explicaciones a nuestro compartido gusto por la música y el canto coral? Es evidente que, como he dicho en otras ocasiones, somos un grupo de amigos inteligentes que sabemos lo que hacemos y nos conviene. Y consecuentemente nos aplicamos a conseguirlo con entusiasmo, afinada o desafinadamente, que lo mismo da.

Justamente ayer se nos brindaba una nueva oportunidad para hacerlo, precisamente en Benilloba. Volvíamos a El Comtat, a esa especie de provincia interior vecina de la Vall d’Albaida, de las Marinas y de l'Alcoià, que la aíslan por tierra y mar, que no por aire. Una comarca que integra veinticuatro municipios en los que residen apenas 30000 almas, habituadas a los estíos ardorosos y a los rigores invernales, pues no en vano los estrechos valles que excavan regatos como el Serpis, el Seta o el Frainos acentúan la robustez de esplendorosas sierras  —Mariola y Aitana, esencialmente— que brindan un contrapunto ciclópeo y majestuoso a este territorio salpimentado con quebradas y ásperos roquedos: Montcabrer, Benicadell, sierras de Almudaina y Caraita, entre otros, por el que desde hace meses merodea definitivamente despreocupado nuestro querido Elías, probablemente ensimismado y absorto con los sones de la muixeranga murera. Un territorio históricamente atravesado por senderos y rutas que se adentran en un paisaje rebosante de fuentes y barrancos, que riegan y acogen una variedad formidable de plantas aromáticas y medicinales, mancomunadas con profusas carrascas y con los fresnos, arces, quejigos, madreselvas, coscojas, enebros o rosales silvestres que crecen en los incontables recovecos serranos. Esta portentosa riqueza paisajística amenaza hoy, como no lo ha hecho antes, los contornos de un vetusto territorio agrícola que alberga cultivos de cereales, viñedos, olivos, cerezos, melocotoneros, perales o manzanos, que todavía sustentan en buena medida la economía comarcal.

Eran poco más de las doce y estábamos de nuevo en el hogar de nuestros amigos Paqui y Alfonso. Una rápida visita al primoroso taller/exposición de nuestro amigo puso ante nuestros ojos un centenar de piezas de diferentes maderas, tamaños y texturas, cuya morfología y la sutileza de sus acabados expresan elocuentemente el asombroso progreso de la trayectoria artesanal y artística de un ebanista tan aficionado como primoroso, cuyo principal leitmotiv es contribuir a ayudar a los enfermos del Hospital La Fé, de Valencia. Sin solución de continuidad accedimos al salón de la casa donde esta extraordinaria familia había dispuesto algo más que un tentempié, inclusivo de una degustación de aceite virgen, primera presión, de aceitunas alfafarencas, olivas aliñadas con sosa y partidas, generosas raciones de «viset» y otros salazones (mojama, bacalao, hueva…), además de jamón serrano y queso fresco maridado con dulce de membrillo casero y anchoas. Todo ello rematado por una coca de mollitas casera, elaborada magistralmente por Paqui, y regado con quintos de Estrella de Galicia y un Ribera del Duero. Despenado el refrigerio, tras las primeras conversaciones, regresamos a los vehículos para desplazarnos un par de kilómetros y acceder a la Venta Nadal, un establecimiento señero sito a escasos 300 metros del castillo de Penella, en el que Vicent y su gente nos han acogido espléndidamente, como lo han hecho otras veces. Ciertamente, mesón, tasca, fonda, posada o venta son términos que hoy resuenan a literatura clásica, a lugares donde reconocidos personajes, nacidos del imaginario de novelistas y dramaturgos, paraban para comer el guiso del día, para que sus rocines reposasen en las caballerizas y para descansar ellos mismos de las fatigas que les producían las atribuladas etapas de sus viajes. Tradicionalmente, el mesón era una casa de comidas similar a una posada donde podía encontrarse hospedaje, además de pitanza y bebida. Actualmente, los mesones no suelen ofrecer alojamiento, pues se han transformado en restaurantes con grandes salones donde se sirve comida casera y platos tradicionales del lugar. Por su parte, las ventas son lugares consuetudinariamente asociados a las peripecias de don Alonso Quijano, pues fueron esos sitios los que enmarcaron algunas de sus disparatadas correrías y trances. En general, la mayoría de estos establecimientos han sido sustituidos por hostales y aparthoteles, si bien perduran junto a las viejas carreteras algunas excepciones como la que acogía nuestro encuentro.

La Venta Nadal subsiste durante décadas junto al arcén de la carretera Alcoi-Benilloba, escudada en una oferta gastronómica solvente que incluye los platos comunes en la comarca. Muchos de ellos fueron depositados pausadamente sobre la mesa que nos habían preparado, conformando una muestra gastronómica excepcional inclusiva de embutidos oreados, pericana, encurtidos varios, níscalos, sobrasada asada y aliñada con miel, croquetas de bacalao, bolets, callos, huevos fritos con patatas y verduras, olleta y chuletas de cordero a la brasa. Todo ello, bien regado con cerveza y vino tinto de la tierra, dio paso a la degustación de un excelente surtido de repostería, que precedió al cierre musical del encuentro.

El paladeo de las inevitables copas acompañó al rosario de canciones que, como es habitual, desgranó Antonio Antón, esta vez en el interior de la venta porque fuera campaba una rasca que desaconsejaba la intemperie. Como suele suceder, las canciones populares (El dia de l’Ascensió, Anem a fer herbetes, La briola i el cremaor, El galló en el sequió o El tío Pep) encontraron su contrapunto en clásicos como María la portuguesa, Mediterráneo, L’Estaca o la inevitable Que tinguem sort. Un público amable, que también remataba sus ágapes, asistió complacido, incluso entregado, a nuestro penúltimo concierto. Una escenografía digna de otra jornada memorable, en la que no faltaron opiniones, juicios y deseos transcendentes y transcendentales. Antonio García y Luis los resumieron a la perfección, acotando el vademécum de las convicciones y emociones que nos aúnan: amistad, afecto, empatía, solidaridad, bienestar, confianza…, alimento emocional, en suma, imprescindible en estos «juegos de la edad tardía», permitidme que denomine así a nuestros encuentros, tomándole el préstamo a Luis Landero, el último Premio Nacional de las Letras 2022. Vaya implícitamente en ello mi reconocimiento por las espléndidas horas que me ha regalado la lectura de sus obras. También mi agradecimiento y el de todos a nuestra amiga Guti, por el primoroso y personalizado marcalibros que nos obsequió y nos trajo Luis.

La próxima será en Elx, en la segunda quincena de enero. Allí estamos emplazados. Salud y felicidad, amigos.

domingo, 23 de octubre de 2022

Surant

Dimarts passat, 18 d'octubre, Lluís Soler i Dora Baldó em van convidar a fer la presentació del seu poemari Surant. L'acte es va desenvolupar en la llibreria 80 Mundos d'Alacant, i el que segueix és una síntesi de la meua intervenció.

«En primer lloc, vull agrair a Dora i a Lluís la seua amable invitació per a participar en aquesta presentació de Surant, el poemari que, com assenyalen ambdós, han escrit a quatre mans. La poesia ens convoca hui, en aquesta llibreria, per a compartir una vetlada emocional i literària.  Participar en aquest acte representa un gran honor per a mi.

Per enèsima vegada, he d’agrair els fruits de l'amistat, una de les meues grans passions. No tinc cap mena de dubte que ella és l'únic motiu realment versemblant per a justificar la tasca que m'han assignat aquesta vesprada. La meua amistat amb Lluís es remunta moltíssims anys enrere. La iniciàrem fa quasi mig segle, quan ens estrenàvem en la professió d'educadors. En aquells dies compartíem inquietuds, ocupacions i preocupacions pedagògiques, didàctiques i fins i tot filosòfiques. He de dir que, malgrat l’imparable curs del temps i de la història, encara ens agrada raonar entorn de tots aquests assumptes i de molts altres. A més a mes, en aquells anys, que ara semblen tan llunyans, cooperàrem en la criança dels nostres fills i filles, uns xiquets acabadets d’arribar a la vida que, junt al seus pares i mares, gaudiren d’estrets llaços emocionals amb un grup de persones que aleshores varen ser molt importants per a les nostres vides.

A Dora l'he coneguda recentment. No obstant això, els breus espais de temps que hem compartit em posen en la pista de la bona sintonia. Cosa previsible, d'altra banda, perquè també ella ha desplegat una àmplia i fructífera trajectòria com a educadora, i això marca. A la fi, podem dir que la aleatorietat ha farcit aquesta mena d’aplec d’educadors lletraferits, que hui ens hem convocat ací per celebrar el natalici d’un llibre entranyable.

Sabem per experiència que l'amistat és una manera fascinant de voler-se, de la qual hi ha tantes versions com persones. L’amistat és un vincle afectiu modelat per la facultat més genuïna dels éssers humans: la llibertat. Sóc un devot de l'amistat i, per això, considere un honor que un sentiment tan positiu, que una virtut tan rellevant, siga la causa que explique la meua presència hui ací. De manera que, Lluís i Dora, Dora i Lluís, gràcies per la vostra invitació però, molt especialment, gràcies per la vostra amistat.

Vull aprofitar per a felicitar a Glòria Agulló Alemany i a la institució que representa, El soterrani de les meravelles, per la magnífica edició del poemari de Dora i Lluís, fruit d'un gust i una sensibilitat plenament concorde amb la delicadesa dels poemes que inclou. També a les il·lustradores Paloma Torrente i Pilar García-Morato i al propi Lluís, que han fet una tasca excel·lent que aconsegueix alluentar el text.

Faig un esment especial i agraïsc als responsables de la llibreria 80 Mundos, especialment a Carmen, per la seua disposició per a acollir tan receptiva i afectuosament la presentació d'un llibre de poesia..., i en valencià. La qual cosa, com sabem, no és poca cosa precisament a Alacant.

Compartisc amb els autors i amb Baltasar Ripoll, l'autor del pròleg, que Surant és un llibre de poesia que han bastit dues intel·ligències que aconsegueixen escriure —diria que prou sincronitzadament— a quatre mans. Dues entitats bifurcades i simultàniament assemblades. Dues voluntats que s'han retrobat i han travat una inusual —i no menys subjugant— sinergia, harmonitzant interès i preocupació, emocions i reflexions entorn de nuclis semàntics compartits.

Sobre aquestes premisses, despleguen els secrets de les seues emocions i obsessions a força d'exercitar el vell ofici que, com ens recorda Luis G. Montero, aspira a trobar les «paraules amb les quals posar nom al no saber». Dora i Lluís han mancomunat les seues destreses per a construir quatre dotzenes de poemes, amb enfocaments tan diversos com complementàries són les seues perspectives. De vegades troben el pretext per a escriure en experiències estrictament materials. En altres, les seues inquietuds arrelen en un magma rotundament immaterial. Hi ha ocasions en les quals s'abandonen als braços de sentiments i emocions, traslladant-nos els seus gojos i afliccions. En algun cas, recalen, fins i tot, en l'aridesa del més descarnat enfocament racional.

Dora i Lluís ens ofereixen en el seu poemari cinquanta-un poemes, que han agrupat en set apartats encapçalats per rètols tan suggeridors com esclaridors. Són: laberint, pedra, flaire, la força, paraules, fills del sol i glops. No hem de buscar en aquest poemari una confrontació de visions antagòniques o divergents. Tampoc no trobarem indicis que advertisquen d'intencions u obsessions per prolongar la mirada de l'altre. Ben al contrari, en les seues pàgines, ressonen veus de persones genuïnes i madures, que comparteixen experiències i records, certeses i incerteses.

En el llibre descobrirem dos al·legats, revestits unes vegades d'amabilitat i unes altres de transcendència, aportant sempre un rosari de percepcions, sentiments, emocions i reflexions que han encertat a harmonitzar amb el rerefons del paisatge de la immediatesa, representat en aquest cas pel territori que va acollir les seues infanteses i ha emparat les seues vides, amb els seus afanys i els seus somnis. A vegades, les veus de Dora i Lluís ressonen amb genuïna especificitat, potser reivindicant la seua inequívoca individualitat. Però, en altres, es confonen de tal manera que el lector esdevé incapaç d’albirar qui és cadascú a través del seu específic discurs.

En fi, no sóc ací per a disseccionar o per a fer espóiler del poemari. En conseqüència, abandonaré immediatament la temptació d'abordar-lo detalladament perquè, sens dubte, han de ser els privatius interessos dels lectors els que trien l'itinerari per a recórrer-lo i gaudir-lo.

Tanmateix, vull aprofitar aquesta ocasió per a compartir amb vosaltres algunes reflexions sobre l'escriptura.

Formiguegen els qui pensen que fer poesia és comptar síl·labes i buscar rimes. O introduir certs ritmes en els poemes que els facen, diguem-ho així, «fascinants». Sens dubte, totes dues particularitats formen part de la mecànica de la escriptura. Constitueixen elements importants en mans del poeta, encara que no ultrapassen la condició de mitjans al seu abast per a aconseguir el seu autèntic propòsit. Al meu entendre, en la lírica, allò genuïnament rellevant apunta al coneixement de l'univers a través de l'experiència personal del poeta. Allò important en ella és aconseguir convertir la realitat en una construcció coherent i versemblant, que puguem comprendre i aprehendre.

S'ha dit que fer poesia és dir les coses de manera exacta. I efectivament, no els manca raó als qui això argumenten. La poesia consisteix, justament, a explorar i experimentar amb el llenguatge; a buscar incansablement el vers que expressa amb tot l'encert possible el que volem dir. No obstant això, tampoc no cal oblidar que allò autènticament important és construir amb el poema una imatge que servisca per a explicar el que és impossible, perquè només aqueixa imatge ens permetrà contemplar-ho. Un vers permet entendre el que és inexplicable. Mitjançant el poema, una mica del món es transforma en vers i, al seu torn, el vers transforma la realitat.

Així doncs, podria dir-se que la poesia és una porta que remarca la frontera entre el mite, convertit en lírica, i el prosaisme que aporta la més estricta realitat. Una portalada que ens permet passar d'un costat a un altre sabent al que ens exposem. Un portell que, d'altra banda, facilita la llum necessària per a saber i comprendre. I, justament per això, la poesia no pot ser explicada. Això suposaria la mort de qualsevol poema, del vers millor construït, de la seua bellesa. La poesia ha de rebre's amb la ment oberta de bat a bat, assimilant-la des de l'absoluta i infinita capacitat d'imaginació que tenim els éssers humans. I si la comprensió racional es posa en marxa simultàniament, millor que millor. Dit d’una altra manera. Si el poeta té l'obligació d'experimentar el món amb intensitat, el lector ha de rebre el poema amb eixe mateix compromís. Si el poeta està obligat a treballar dur en el seu intent de trobar el vers únic amb el qual poder dir, el lector ha d'afanyar-se per rebre'l sense prejudicis tècnics, sense deixar que vaja per davant el pur raciocini.

Doncs bé, en la meua humil opinió, fer poesia no és escriure amb exquisidesa, ni posar-se misteriós o estrany. Fer poesia no és utilitzar paraules gruixudes per a dir qualsevol cosa. Tampoc no és demostrar un domini de l'escriptura basat en el coneixement del diccionari. Per a mi, fer poesia és trobar en un vers l'única possibilitat que existeix d'expressar això que està i no som capaços d'envoltar-ho per a fer-ho nostre a través del llenguatge.

Quant als estils amb què s'ha escrit el poemari, pocs comentaris puc fer-ne, doncs els autors dediquen alguns paràgrafs a confessar explícitament les seues pretensions respecte d’això. En ells declaren, per exemple —no sense raó— que la seua és una poesia intimista i descriptiva de qüestions que s'aborden escassament. Asseguren que destil·la autenticitat perquè va directa al nucli hermètic de l'ésser, intentant contribuir a dilucidar el sentit de la vida. Els autors atribueixen a la seua lírica la condició de poesia banyada per l'aigua del Mediterrani, bressolada pel llevant i perfumada pel corrent inesgotable de versos aromàtics que alimenten fonts, tolls, canyades i corriols de l'Aitana i el Puig Campana. Confessen que practiquen una escriptura atrevida, allunyada de les doctrines acadèmiques, rigorosa, cuidada, útil i saludable, que ajuda a alliberar tensions i conflictes interns. Poesia, en síntesi, que busca la sonoritat primitiva de la paraula.

Doncs, em sembla que sobren els arguments i abunden els motius per a encetar la lectura del poemari».

viernes, 7 de octubre de 2022

Crónicas de la amistad: Novelda (44)

A lo largo de la historia el verano ha sido un tiempo de recolección, de abundancia y de celebraciones. Sin embargo, en las últimas décadas ha devenido en la estación de la inactividad, de las vacaciones y los viajes, del relax y la socialización. Pese a todo, el vocablo estío ha sido y es sinónimo de calor en el hemisferio norte. Alude a un periodo en el que los termómetros se disparan y las temperaturas nos extenúan. El afán del consumismo por etiquetarlo todo ha puesto de moda la expresión «ola de calor», que ha sido «lo más» en este 2022, pese a tratarse de un concepto insuficientemente definido que se asocia a episodios de temperaturas anormalmente elevadas y persistentes, que afectan a amplias superficies territoriales.

Finalizó el verano y con él se esfumaron significativamente las «novedosas» olas de calor, que no lo son tanto porque desde 1975 —cuando se instauraron los registros de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET)— prácticamente todos los años se ha registrado alguna. En 2017, por ejemplo, se batió el récord alcanzado en el verano de 1975. Y no menos alarmante fue el de 2015, que registró la ola más larga de los últimos 40 años, prolongándose el ardor sin tregua alguna, ni diurna ni nocturna, durante casi un mes. Pese a que queda más lejana, la del verano de 2003 transcurrió desde el 30 de julio al 14 de agosto, afectando a 38 provincias y conformando el verano más cálido desde que se tienen registros, con casi 25° C de temperatura media a nivel nacional.

Casi la totalidad del país ha soportado tres olas de calor consecutivas durante este último verano. Han sido más de cuarenta días de ardentía extrema que ha originado fenómenos atmosféricos inusuales, como los «reventones térmicos», además de un alarmante crecimiento de los incendios. Registros que, por derecho propio, lo aúpan a los primeros puestos del ranking de olas de calor y de noches tropicales y ecuatoriales. Y si nadie lo remedia, el cambio climático seguirá haciendo su curso y crecerán los récords catastróficos, en España, en Europa y en el mundo.


Porque me temo que persistiremos en cultivar los patrones de ocupación del territorio y exacerbación del consumo universalizados en las últimas décadas. Sospecho que obviaremos las políticas necesarias para corregir los estragos del imparable abandono rural y que continuarán siendo insuficientes la prevención y los medios disponibles para apagar tanto incendio. Mal que nos pese, se impone la recuperación de algunos usos agrícolas tradicionales y la gestión forestal sostenible. Son igualmente necesarias cierta reocupación agraria de los territorios abandonados y la ayuda sostenida a la ganadería extensiva. Por otra parte, los expertos certifican una evidencia: los pueblos carecen de recursos y capacidad para solucionar la problemática inducida por la inmensa masa forestal que los rodea. De ahí que algunos planteen que la mejora de la gestión del ámbito rural requiere de la solidaridad de las ciudades, entre otras medidas. Consideran que los núcleos urbanos deberían contribuir mediante cánones a asegurar los servicios ambientales para compensar los beneficios que les proporcionan las zonas rurales colindantes bien gestionadas. Con ello no descubren ningún Mediterráneo, se trata, simplemente, de ahondar generosamente en el principio constitucional de solidaridad interterritorial.

En fin, como decía se fueron el verano y el calor, y con ellos los innumerables festivales que tan furibundamente se programaron tras dos años de obligada tregua. Decenas y decenas, uno tras otro. ¿Cómo es posible que en una época de tanta precariedad haya «pan para tanto chorizo»? Porque a los promotores de tan enaltecidos eventos les importa un carajo la música; y todavía menos la salud, el bienestar y el disfrute de los participantes. Al Medusa Festival, por ejemplo, que se celebra en Cullera, dicen que concurren anualmente más de 300.000 personas a lo largo de cinco días. ¿Hay cuerpos que aguanten, sin «gasolina» adicional, ciento veinte horas ininterrumpidas de despiporre? ¿No existen alternativas a tamaño desbarajuste? El pasado 13 de agosto, 50.000 personas se encontraban en el recinto cuando se desató un reventón térmico, con viento, lluvia, arena y muchísimo calor, que arrambló con parte del escenario y de la portada de acceso. Esos restos erráticos golpearon y mataron a una persona e hirieron a otras muchas, obligando a desalojar completamente el lugar.

Y es que, lamentablemente, el único viento que sopla sigue proviniendo del oeste. Ya hemos olvidado el calamitoso Woodstock 1999, el festival celebrado en el Estado de Nueva York que pretendía emular a su legendario ancestro de 1969 y que fue clausurado tras una espiral incontrolada de fuegos, revueltas y violencia. Múltiples fueron los agentes que perpetraron tamaña barbaridad, sin que nadie haya asumido responsabilidad alguna, ni se haya exigido a organizadores y/o autoridades. De modo que, con todos mis respetos: de aquellos polvos, estos lodos. —De entonces acá hemos aprendido mucho y ya no suceden esas cosas—, dirán los beneficiados. Y tienen razón: no suceden algunas, pero sí otras que las empeoran (abusos, jeringazos, inseguridad, alienación…). Lo que permiten las administraciones, con el silencio cómplice de las autoridades, de la clase política y de la sociedad en general, autorizando, consintiendo, publicitando y lucrándose con el rosario de festivales y eventos equiparables, es una barra libre de dislates e indignidad. Todo se hace «a mayor gloria de la economía (de unos pocos) y del subempleo de la mayoría, convertidos ambos en deus ex machina que asegura una parte importante de la riqueza actual». Por otro lado, aunque los usuarios paguen para que se les maltrate y consientan tamaño dislate, ello no debe suponer excusa ni coartada para que se autoricen y toleren espectáculos que colisionan frontalmente con los derechos fundamentales de las personas, atributos de la dignidad humana que deben ampararse y preservarse ineludiblemente.

Afortunadamente, en este inicio otoñal, el discurrir amistoso previsto por Luis Gómez serpenteaba por territorios más plácidos. Según lo acordado a principios del verano en Aspe, poníamos rumbo hacia Novelda. Luis nos esperaba en el restaurante cafetería Panach, al que me he referido en ocasiones anteriores. Tras consumir un sucinto piscolabis, hemos retornado a los vehículos para enfilar uno de los muchos caminos que conducen tierra adentro. Durante aproximadamente media hora hemos recorrido —lo diré con palabras de uno de los monoveros más ilustres— «un paisaje de lomas, de ondulaciones amplias, de oteros, de barrancos hondos, rojizos y de cañadas que se alejan entre vertientes con amplios culebreos […] colinas, oteros y recuestos se suceden unos a otros, siempre iguales, siempre los mismos, en un suave oleaje infinito…», una de cuyas sendas nos ha depositado en las inmediaciones del museo disperso de El Fondó, de Monòver, situado en una zona de cultivos y pinares, con una importante historia que contar. Aquí, durante la Guerra Civil había un aeródromo de 1,5 km², con un refugio antiaéreo que ahora es un museo, y también cuarteles militares. Desde aquí partió al exilio buena parte del último gobierno de la II República. Hemos visitado el refugio y el centro de interpretación, alojado en una vieja y desamortizada escuela rural de los años 70, acompañados de unos guías extraordinarios que nos ha facilitado el ayuntamiento. Dada la complejidad inmaterial de casi todo lo que se cuenta y la dificultad de poder hacer un museo visitable, quienes diseñaron esta instalación decidieron conformar el espacio proyectándolo como una suma de lugares desintegrados que articulan un conjunto que facilita su interpretación y disfrute. De tal manera que los soportes arquitectónicos generan el hábitat que protege la información del interior. Concluíamos la visita del refugio cuando empezaban a amenazar los chubascos y se nos echaba encima la hora acordada para comer. De modo que, apresuradamente, hemos retomado con presteza el camino que conduce a La Romaneta. Desde allí, siguiendo las indicaciones del anfitrión, nos hemos adentrado por una senda ampliada, envuelta en un denso silencio, por la que hemos marchado lentamente, desgranando un escondido itinerario perdido entre las vides, lentiscos y chaparros que se extienden hacia la vertiente noreste del Monte Coto, junto al Turó de l'Algepsar, y La Canyada de Garaia, que llega finalmente a las Casas de Sánchiz, en la partida monovera de Cases Roges. Bajo un apreciable aguacero, hemos descubierto con cierto asombro una casa de campo reconvertida en restaurante. Un espacio armonioso cuya quietud envuelve el tufillo de la combustión de la leña y los sarmientos impregnando el aire y predisponiendo el ánimo. Invitando, en suma, a acceder a un local que constituye un pequeño museo de aperos de labranza e imágenes históricas. Apenas pones el pie en su interior te percatas de que aquí todo es de campo, incluido el menú. Y es que, como en cualquier casa de comidas que se precie, las opciones están prácticamente cerradas y dejan escaso margen a la improvisación. Pese a ello, el restaurante goza de fama plenamente merecida y por ello se impone reservar la comida con antelación, pues no es empresa sencilla degustar productos de calidad, excelentemente elaborados, disfrutando de un entorno idílico y, encima, a buen precio.

De modo que, según lo previsto, hemos despenado el copioso menú que incluía entradas variadas: los tradicionales embutidos, ensalada de tomate del terreno, lechuga y puré, y unos platos de conejo deshuesado a las finas hierbas acompañados de sendas raciones de gachamiga. El plato principal lo constituían unos gazpachos excepcionales servidos en sus correspondientes tortas, que hemos apurado con un leve riego de miel. El postre lo habían compuesto con un combinado de pastelería, acompañado de un «café de brasero», elaborado con cafetera italiana tradicional, que ha añadido un detalle simpático al servicio. Algunos bocaditos de tarta de almendra y unas copitas de herbero, cantueso y mistela han rematado espléndidamente la dispensa del menú acordado.

A continuación, dando continuidad a lo que vienen siendo los cierres de estos encuentros, nos hemos desplazado a una amplia terraza exterior en la que, eludiendo las goteras generadas por los chubascos y acompañados del coro de gallos, gallinas y patos que teníamos en las proximidades, nos hemos dispuesto para desentonar lo que se terciase. Dirigidos magistralmente por Antonio Antón, que se había retrasado por necesidades sobrevenidas y que soportó estoicamente el enorme aguacero que caía mientras se aproximaba al restaurante, entonamos y desentonamos piezas de nuestro particular repertorio y le escuchamos otras a él, que las interpretó de la manera tan sabia, emotiva y espléndida que suele hacerlo. No faltó la música popular (El tio Caliu, La Llauradora, Un alcalde de la població, Tinc els morros unflats o El galló en el sequió), ni los ya clásicos Si em dius adéu, Qué va a ser de ti?, La paloma o María la portuguesa. La hora y el descanso del servicio fueron argumentos disuasorios que invitaban a cerrar el encuentro. Y así lo hicimos, emplazándonos para mediados de noviembre en Benilloba. Allí, en La Montaña, seguro que gozaremos de otra excelente oportunidad para cultivar la amistad.    


domingo, 18 de septiembre de 2022

Siempre estarás conmigo

Domingo, 18 de septiembre. Poco más de las diez de la mañana. Suena el teléfono. Veo la procedencia de la llamada e intuyo las malas noticias. Es mi sobrina Begoña, desde Chiva. Casi sin dejarla hablar, le espeto: —La tía Amparín. Y me responde: —No, la tía Emilia. Siento un mazazo atroz, por inesperado. Me rehago como puedo y recuerdo de inmediato nuestra última conversación telefónica durante los bochornosos días de julio. Todo estaba en su sitio, como casi siempre. Sin embargo, en apenas un par de días, Emilia ha emprendido su viaje definitivo cuando apenas rebasa los ochenta y un abriles. Y lo ha hecho como ha afrontado todas las cosas en la vida: con talante, ligerita de equipaje, dando poca faena y haciendo escaso ruido. ¡Qué grande has sido, querida Emilia!

Siempre he percibido que lo que me unía a ti eran lazos afectivos similares a la hermandad, quizá uno de los vínculos más sólidos y perdurables de cuantos trabamos los seres humanos. Sabes que fraguamos esa relación durante el quinquenio que viví en tu casa, en el horno de tu padre, durante la década de los sesenta. Si bien es cierto que cronológicamente nos separa algo más de una década, desde el inicio de nuestra relación percibí en ti la cercanía que experimentan las personas con sus hermanos mayores. No nos unía la sangre, pero siempre te he considerado casi como una hermana, que he querido y quiero intensa y fraternalmente.

Son decenas las anécdotas, vivencias y emociones que podría enumerar en esta apresurada y breve exégesis de una persona esencialmente sencilla, familiar, cercana y rebosante de valiosos atributos: afable, laboriosa, fraternal, comunicativa, optimista, competente, inteligente, bondadosa… Todo lo bueno cabe en el perfil de Emilia. Pero si algo merece destacarse de su entidad personal es su enorme resiliencia. Ha logrado compendiar, como pocos, la capacidad de adaptarse a la adversidad, de reflotar, tras experimentar profusas dificultades y angustias. En mi opinión, Emilia ha sido un ser esencialmente resistente, una persona que ha vivido una existencia dura, con demasiados sinsabores, exigencias y renuncias, con abundantes reveses y con mucho trabajo. Nada de ello ha logrado borrar la sonrisa de su boca «corachana», de labios carnosos y sensuales. La misma que en los años sesenta iluminaba el dulce rostro de quien entonces era una jovencita enamorada y feliz.

En este tiempo que vivimos, de tanto doliente adiós y tanta indeseada despedida, tomaré prestados los versos de otro afligido optimista, García Montero, para decirte que: 

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminando
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

[…] 

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Y en ello persistiré, querida Emilia, porque siempre estarás conmigo







 

jueves, 25 de agosto de 2022

De la ficción a la escena

Pese a cuanto se ha dicho sobre la globalización y sus consecuencias, uno, cándidamente, imagina que la enormidad del planeta y el potencial de la humanidad imposibilitan la materialización efectiva de ese ávido e insistente discurso sobre la interconexión económica, política, social y tecnológica entre las naciones y los territorios. Sin embargo, la realidad se impone testarudamente. Simplemente con mirar alrededor, se descubre inmediatamente que cualquier pequeño estornudo en el más recóndito rincón del planeta puede inducir una pulmonía generalizada en el mundo. Lo que demuestra que esa ligazón no es una entelequia imaginada o argumentada interesadamente por los académicos y los economistas sino una palmaria realidad. Lo ha evidenciado la pandemia del Covid19 y lo está replicando la guerra de Ucrania, por citar dos de los últimos acontecimientos globalizados.

Estos días se cumple medio año desde que se inició la última guerra en Ucrania. La invasión rusa ha modificado radicalmente el panorama geopolítico mundial. Por un lado, Rusia se ha revitalizado como potencia y ha intensificado sus alianzas estratégicas con diferentes regiones y estados, especialmente con China e Irán. Por otro, las guerras que viene promoviendo en el este de Europa, en algunos de los países integrados en la extinta Unión Soviética, han provocado una crisis económica global, cuyos efectos más graves están por llegar, según aseguran los expertos. Una crisis que ha confirmado el fracaso de la diplomacia y del diálogo, sumiendo a Europa en una coyuntura de inestabilidad e incertidumbre desconocida desde hace décadas. Parece que no se trata de un episodio pasajero sino que llegó para quedarse. He escrito en otras ocasiones sobre el contrasentido que suponen las «crisis permanentes», como parece que es el caso, cuyo principal objetivo es justamente que no se resuelvan. Y ello tiene al menos dos finalidades: legitimar la escandalosa concentración de la riqueza e impedir que se adopten medidas contundentes y eficaces para evitar la catástrofe ecológica que se avecina.


La historia demuestra que, desde un punto de vista estrictamente mercantilista, cualquier guerra, sea cual sea el conflicto que la desencadene, ocasiona perjuicios a unos y beneficia a otros. Lo lógico es que la rentabilicen quienes la promueven, aunque no siempre sea lo que sucede, como me parece que es el caso. No sé qué acabará ganando Rusia con la guerra de Ucrania. Sí sé que aseguran que son quince mil los soldados rusos que se ha cobrado hasta ahora. Y parece evidente que el principal beneficiado de la crisis ucraniana son los Estados Unidos de América. El gas ruso era una fuente de suministro esencial para Europa y su reducción actual —mucho más la hipotética interrupción de su flujo— ha hecho que los americanos hayan hallado un mercado insaciable para su gas licuado. Es más, con la guerra, sus empresas armamentísticas están haciendo no solo el agosto sino un año de ensueño. Además de lucrarse con el gas que nos venden y las armas que suministran a los ucranios, han logrado reavivar la OTAN y polarizar las estrategias militares globales en el espacio denominado Asia-Pacífico, lugar prioritario de su disputa con China, que hace años que parece el enemigo a batir en el futuro.

Todo ello hace que se ciernan sobre Europa dos peligros prácticamente olvidados: una inflación galopante y la recesión económica inducida por el recorte energético del gas ruso, que afecta especialmente a Alemania. Y, como sabemos por experiencia, si la locomotora europea se lentifica, el continente entero hará lo propio. Hace meses que el FMI —aunque no sea una fuente de la que mane habitualmente agua cristalina— viene avisando de una más que posible recesión mundial que afectará a centenares de países. Varias decenas de ellos, especialmente los dependientes del grano exterior, están a las puertas de hambrunas terribles que se desatarán en los próximos meses si nadie lo remedia. Ciertamente, no sabemos ni cuándo ni cómo acabará la guerra, pero cuanto acarrea ya lo tenemos aquí.

En España, como en Europa, cunde el oportunismo populista a cuenta de ella. Se acerca el invierno y la pregunta es: ¿afrontamos la inexorable recesión o exigimos acabar con la guerra? Porque, no nos engañemos, lo que importa a la clase política española y europea no es la agresión a un país europeo, ni la libertad de sus ciudadanos, ni otras ampulosas aspiraciones con las que se nos llena la boca. Lo que nos interesa no es otra cosa que perder/ganar las elecciones como consecuencia del empobrecimiento de los ciudadanos que, por sí mismo, importa un carajo. Viene al pelo tener un chivo expiatorio sobre el que descargar los yerros, cuando lo que hoy sucede en España y en Europa es consecuencia de políticas anteriores a la guerra ucraniana y también de la compleja realidad geopolítica del mundo actual. Nos hemos olvidado, por ejemplo, de las ingentes compensaciones que se hicieron a la banca a cuenta del rescate financiero (62.000 millones de euros), del gasto público que hubo que empeñar para hacer frente al COVID-19 (50.000 millones, solo en 2020), de la crisis industrial generalizada en el occidente europeo, etc.

Y entre tanto, el país a lo suyo. Por un lado, el PSOE, del pragmatismo a la supervivencia, ejercitando la difícil aritmética parlamentaria y navegando entre los procelosos dictados de la Unión Europea. Inasequible al desaliento, militante de un pragmático «realismo económico, disfrazado de fatalismo, que se ha demostrado ficticio [...] La socialdemocracia ha renunciado a potenciar el progreso social y está retardando la consolidación del Estado del bienestar», aseguraba Martín Pallín en una tribuna que le publicaba el diario El País hace pocos días.

Por otro lado, la izquierda del PSOE sumida en sus recurrentes tentaciones populistas, no hace sino el juego a Putin, Trump y a cuanto significan ellos y otros. Y la derecha, tanto la derechita cobarde como la derechona, jugando con la ampulosidad de las palabras clave. Sin añadir una coma al discurso que Miguel Ángel Rodríguez y otros comunicadores, igualmente pedestres, ponen en boca de la fámula lideresa de la villa y corte, enarbolando una hipotética bandera de «la derecha libertaria y próspera, que te deja ser feliz y hacer lo que quieras y que no arruina», frente a una “izquierda moralista, prohibicionista y regañona, que quiere a todos arruinados e infelices”. Y el acólito Núñez Feijóo pues eso: Estoy. Ni voy, ni vengo. Total, ¿para qué? Con la bandera, la nación, la patria, la moderación, la centralidad y otros grandilocuentes términos sobran los mensajes, las declaraciones y los compromisos políticos. Con la infinita rebaja de impuestos aspiran a enriquecer hasta lo imposible a sus amigos financieros e industriales y sumir por entero a la sociedad en la más inadmisible desigualdad e insolidaridad.

¿Qué nos está pasando? Pues que insistimos en más de lo mismo. Putin persiste en sus falsedades sistemáticas, en la represión de la disidencia, en la reescritura de la historia. Y en el otro (o en el mismo) extremo, Trump y el partido republicano continúan hablando de la elección robada por los demócratas y amenazan con la vuelta a la Casa Blanca. Sin duda, estamos ante otra ola de posverdad, tras la que apareció en 2016, con el Brexit y los famosos «hechos alternativos» de Trump. 

Entre otras iniciativas, se impone la relectura de Arendt. Ella nos ayudó a entender que «los movimientos prosperan gracias a la destrucción de la realidad, pues evocan un mundo falso, pero consistente, más adecuado a las necesidades de la mente humana que a la realidad misma. La promesa del regreso a un pasado idílico ofrece seguridad y arraigo, la garantía irresistible de un deseo posible que nos vuelve capaces de negar la misma realidad”. Hoy el mundo ficticio que han inventado Putin o Trump consigue aislar a la gente del mundo real. La propaganda superlativa basada en la nostalgia soviética y en la arrogancia del viejo imperio justifica la intervención en Ucrania. Se busca producir una única verdad sobre la que no quepa formular opinión alguna, una nueva objetividad real e intocable. Un espacio atenazado por la propaganda autocrática, con un encuadre represivo que trata de imponer una única verdad. Por el contrario, para Arendt, la esfera pública es ese espacio plural, visible para todos, donde puede desarrollarse la libertad. En democracia discutimos y hablamos sobre lo que ocurre en el mundo, mientras que en los regímenes totalitarios las mentiras propagandísticas se tejen en torno a una ficción central.

Hanna Arendt nos habla del referente democrático como contrapunto interpretativo de los regímenes autoritarios, de la necesidad de preservar un espacio público donde sea posible y deseable confrontar opiniones y cuestionar la inevitable pretensión de toda autoridad de monopolizar el relato de la verdad. En mi humilde opinión, de eso se trata: olvidémonos de las ficciones e irrumpamos en la escena real.

domingo, 26 de junio de 2022

Entre el «pardilleo» y la estulticia

Somos inmunes al transcurrir del tiempo. Fuimos, somos y con toda probabilidad continuaremos siendo campeones del «pardillismo» y de la estulticia. Da igual que nos remontemos al siglo XVII o que nos instalemos en el XXI. Importa lo mismo que vivamos en una dictadura o en una democracia tutelada.

Hoy los periódicos del mundo anuncian a bombo y platillo que la próxima semana se celebrará en Madrid la cumbre de la OTAN, que decidirá el mayor despliegue militar que se ha llevado a cabo desde que finalizó la Guerra Fría. Seguramente, no había otro lugar en Europa ni en el mundo para realizar tal reunión. Debía ser Madrid, el de los Austrias y los Borbones, el del tejerazo, el del 11M, el de las Aguirre, Cifuentes y Ayuso, el de los Bárcenas, Correa y compañía… Tal vez ello es el aderezo que exige una ubicación idónea, tal vez sea por aquello de que… «De Madrid al cielo».


Los treinta aliados parecen dispuestos a embarcarse en una fulgurante carrera armamentista que debe convertir el este de Europa en un fortín blindado, artillado y pertrechado con miles de soldados, en previsión de un hipotético ataque de la Rusia de Putin. Con esta cumbre, la OTAN quiere difundir un mensaje nítido: está fuerte y se encuentra en pie de guerra; lista para responder a cualquier agresión contra cualquiera de sus miembros.

Cuarenta años después volvemos a las andadas. Sí, recordemos aquello de «OTAN, de entrada NO» y «Vota SÍ, en interés de España». Cuadragésimo aniversario del ingreso de España en la OTAN. 1982, año en que el PSOE de Felipe González completó una pirueta político-ideológica, pasando del rechazo absoluto hacia la Alianza Atlántica a considerarla imprescindible para el país. La excusa tenía un nombre: Europa. La realidad, otro: el temor a que Marruecos se anexionara Ceuta y Melilla. Aunque, en honor a la verdad, el PSOE heredó la firma del tratado. Un año antes, en su discurso de investidura, Calvo Sotelo había anunciado la entrada de España en la OTAN, acuerdo que firmó el 30 de mayo de 1982, algunos meses antes de la llegada al gobierno del PSOE. Quizá el peso de los aniversarios —tan de moda en la cultura popular actual— ha impulsado a nuestros gobernantes a tomar protagonismo, olvidarse de las estrecheces y «aparentar». Postureo, que es moda maja y guay, que mola en la capital.

Según los «analistas», parece que en la rojigualda villa y corte se aprobará un nuevo «concepto estratégico», que, por lo que he podido averiguar, es como un documento que periódicamente actualiza las prioridades de la OTAN. Especialmente, cuando se producen cambios importantes en la seguridad, como el que, a su juicio, ha provocado la guerra de Putin. Según fuentes supuestamente conocedoras de su contenido, el oficioso «concepto de Madrid» (¿es imaginable un oxímoron más conspicuo?) desanuda los lazos que se establecieron con Moscú tras la perestroika. De modo que se enmienda por completo el «concepto» que la OTAN impuso en las pasadas décadas, asegurando que Rusia no suponía amenaza alguna. Por el contrario, la colaboración con Moscú se consideraba más bien un asunto de importancia estratégica. Y ahora, sin embargo, Rusia pasa a ser una amenaza directa e inminente para los aliados, hasta el punto de que se estima que podría desencadenar una escalada armada global entre las principales potencias nucleares del mundo. Y esto sucede porque los estrategas globales han determinado que así sea: aquí y ahora.

Por otro lado, algunos dicen que, mientras nos preocupamos por atender el llamado flanco este, representado por la Rusia de Putin y el desafío geoestratégico que supone China, descuidamos el flanco sur. Insisten en que, por más que se reitere que en Madrid se alcanzará el compromiso de que el concepto de la seguridad abarca trescientos sesenta grados (lo que significa que la Alianza reforzará su vigilancia sobre las amenazas provenientes del norte de África y de los países subsaharianos), estos asuntos serán cuestiones de menor cuantía, que quedarán relegados a la competencia exclusiva de la Unión Europea.

Y frente a tanto despropósito uno se pregunta: ¿Qué hace un país como el nuestro, que apenas aporta el 1,02 de su PIB a la OTAN, oficiando de anfitrión? ¿Por qué nos deben preocupar las hipotéticas amenazas que se producirán a miles de kilómetros hacia el este y no los problemas que eclosionan cada día, desde hace décadas, en nuestra frontera sur? ¿Por qué no propiciar que los nuevos aspirantes —Suecia o Finlandia—, vecinos del noruego presidente Stoltenberg, meriten y se trabajen la entrada en tan distinguido club? ¿Por qué España, con una tasa de paro del 13,5 %, que duplica la de la eurozona y le hace el país más desigual de Europa occidental, debe embarcarse en aventuras militares que no contribuyen sino al lucro de un ínfimo número de desalmados, que se enriquecen con el tráfico de armas, de capitales y de otras lindezas?

Mientras persista la marcada asimetría entre los periodos de expansión y recesión económica que se vienen sucediendo en nuestro país y en todo el mundo, mientras siga sucediendo que durante los tiempos de decrecimiento económico la desigualdad aumenta exponencialmente y que solo se produce una ligera recuperación en las etapas de bonanza, seguiré sin entender las aventuras equinocciales de unos líderes que, sin duda, deben estar preocupados por muchos asuntos, aunque quizá no precisamente por los problemas que realmente agobian a los ciudadanos.

miércoles, 15 de junio de 2022

Contra el abuso y el maltrato en la vejez

Hoy, 15 de junio, se celebra el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez, declarado por la ONU en 2011. Una efeméride cuyo nombre, sin más, sobresalta, aunque impresiona mucho más la magnitud de las personas afectadas, muy especialmente las confinadas en residencias, que son víctimas habituales de situaciones de maltrato, discriminación, negligencia, abuso y violencia. Un disparate que debiera abochornarnos a todos y que justifica la urgente implementación de una estrategia de gran calado para erradicarlo cuanto sea posible. La sociedad actual tiene la obligación de reflexionar sobre los problemas físicos, mentales y de salud que conlleva la vejez. No valen las excusas, ni los pretextos

Porque, por muy extraño que parezca, el maltrato a las personas de edad avanzada no está definido en normas sociales explícitas, como sucede con los menores. Está claro que importan menos que ellos. Se dirá que unos están finiquitando su vida mientras los otros la tienen casi enteramente por estrenar. Sin embargo, también podría argüirse que ambos precisan cuidados que no pueden autoprocurarse y, además, difícilmente nadie hubiésemos tenido futuro sin la concurrencia de quienes nos precedieron. Todo depende del punto de vista que se adopte. En todo caso, la detección y denuncia del maltrato a que aludo están limitadas por las normas y los valores culturales, la opacidad del gran negocio que se esconde tras la asistencia, los estereotipos, el edadismo y la premisa previa de que los achaques que conlleva la edad resultan inexorables, y lo que, en consecuencia, sucede no es susceptible de atención institucional.

Actualmente, en la Comunidad Valenciana hay 325 residencias para viejos, en las que se ofertan 27.000 plazas. Solo 73 dependen directamente de la Generalitat y cuentan con 5700 plazas. Una ridiculez. Esta realidad, es decir, la privatización, el negocio que algunos están haciendo con la deficientísima atención que se procura a los viejos, hace que lo último que cuente sea el factor humano. Aquí y ahora no prima otra cosa que no sea el beneficio económico de las empresas que gestionan la atención residencial. Ello conlleva que muchos residentes sufran desnutrición, deshidratación, humillaciones, un déficit brutal de atención sanitaria, malos tratos, allanamiento de sus derechos, mutismo, opacidad... Se han limitado tanto sus atribuciones que se regatea a los familiares el tiempo de acompañamiento o el complemento de sus cuidados, bien sacándolos a pasear, a comer o facilitándoles otras atenciones. Además, tienen vetado el acceso a la mayoría de los espacios de las residencias, y tampoco pueden revisar los armarios y pertenencias de sus mayores. Incluso en algunas se impide que los viejos se despidan de la vida acompañados por sus familiares.


Por otro lado, la propia normativa vigente es el enésimo exponente de una pandemia social gravísima, pues favorece la invisibilidad de los mayores institucionalizados en residencias, a menudo ninguneados, olvidados y maltratados. Se impone la concienciación social porque los malos tratos a los mayores aumentarán a corto plazo por causa del progresivo envejecimiento de la población y del incremento de situaciones de dependencia física y psíquica. Y ello exige políticas de movilización de recursos económicos, humanos y de toda naturaleza para cambiar el rumbo de las cosas.

Pero el asunto tiene aristas más complejas y viene de más lejos. El periodista francés Víctor Castañet ha propiciado un auténtico tsunami en su país, publicando un libro, Les fossoyeurs (Los enterradores), en el que se atreve a desentrañar las secuelas que conlleva desterrar del imaginario colectivo la vejez y la muerte. En él nos dice con voz clara que existen y que están llenas de indignidad en muchos geriátricos franceses. Y yo añado que, también, en otros españoles, portugueses, alemanes, suizos, europeos, asiáticos y de todo el mundo. Sí, estoy de acuerdo con Castañet en que hace demasiado tiempo que habitamos en la cultura de la imposibilidad, esa que pretende hacer imposible pensar, asimilar y contemplar la muerte.

La sociedad contemporánea solo acepta que morir sea exclusivamente una parcela de la ficción. Así ha sucedido y sucede en la narrativa cinematográfica y literaria. La muerte se limita a ser un mero efecto dramático, un simulacro que apenas cala en la conciencia, y menos conciencia sobre su propia problemática. Por su parte, los jóvenes rehúyen afrontar la muerte, recurriendo a todas las formas posibles de evasión. De hecho, la evasiva moderna encuentra su verdadero fundamento en la huida de la idea misma de la muerte, que es algo sobre lo que no hay que reflexionar, pues ni siquiera cabe relegarla al espacio del secreto, del mutismo o del silencio. La muerte no debe tener ningún espacio, ni manifiesto ni encubierto.

Para el mundo actual la muerte no debe ocupar otro lugar que no sea la mera ficción. Y como tal es transmitida por los medios de comunicación, que convierten las guerras en folletines visuales donde,  lejos de ser una evidencia, se revela como lo ausente, o como lo que no está presente entre nosotros y ocurre siempre en otra parte. Y por si ello fuera poco, las empresas de pompas fúnebres han aprendido la lección y reducen al mínimo los ritos funerarios, que se han metamofoseado en casi ficciones minimalistas e insustanciales.

Evidentemente, todo este asunto enlaza con el tema de los geriátricos, esos sitios donde llevamos a los viejos, que antes se morían en casa, con sus familiares. Eso sucedía cuando se les respetaba y no daba miedo mirar de frente a la muerte. Así que no tiene nada de extraño que los mayores estemos hartos y nos rebelemos, peleando por  cambiar las leyes de la herencia y otras cosas, para evitar los abusos de los familiares y de los propios geriátricos. Es una de las pocas defensas que nos quedan en este tiempo de insensibilidad, miseria y barbarie, aunque parezca otra cosa.