domingo, 30 de diciembre de 2018

Judit

Hoy, 30 de diciembre, celebran su onomástica las personas de nombre Judit. Santa Judit, como tantas advocaciones del santoral cristiano, fue mujer beatífica y memorable, heroína del Antiguo Testamento, que con su belleza e inteligencia planificó y condujo la liberación de su pueblo, Israel, asediado por Holofernes, ínclito general del rey Nabucodonosor. Hoy celebran su santo miles de conciudadanas de todo el mundo, entre ellas algunas especialmente famosas, como Judit Mascó o Jodie Foster.

Pero no es de la efeméride de lo que me propongo escribir. No sé por qué regla de tres apenas eran las siete de la mañana y ya estaba despierto. Y lo que es peor, sin ganas ni propósito de seguir durmiendo. De modo que me he levantado y comprobado que, pese a lo intempestivo de la hora, tratándose como se trataba de un domingo cualquiera, alguien se me había adelantado. Mi “santa” andaba ya un buen rato entretenida con sus generosos desayunos, sus inquietudes matinales y las preocupaciones culinarias propias de estos días. He despenado mi habitual tentempié a base de café con leche y pan tostado con tomate, he “estirado” las sábanas, he recogido los despendolados enseres que mis nietos esparcieron por el salón la tarde-noche anterior, y me he dispuesto a emprender una de mis habituales caminatas.

Apenas eran las nueve y ya estaba pateando las aceras. Hoy ha amanecido un día especialmente fresquito. Seis u ocho grados que eran toda una invitación a buscar el confort del incipiente sol que porfiaba por sobrepasar la infranqueable barrera de los bloques de viviendas. Ir atravesando la planicie asfaltada en la que se autoorganiza el mercadillo de la calle Teulada los jueves y sábados me ha procurado ese gratificante encuentro, a cuyo rescoldo he contemplado la temprana laboriosidad de ocho o diez parejas de tórtolas turcas que, con paso presuroso, picoteaban los casi inapreciables residuos que no consiguieron recoger las máquinas que manejan los empleados de la limpieza municipal. A una prudente distancia les hacían la competencia algunas parejas de desvergonzadas lavanderas que, abusando de la ligereza de su porte, porfiaban a sus vecinas los ínfimos y aparentemente suculentos manjares descuidados por los comerciantes.

Todavía no había traspuesto los límites del descampado, casi no me había adentrado en la trama urbana, y ya contrastaba por enésima vez el abandono y la suciedad que impera en la ciudad: aceras tapizadas de hojarasca y salpicadas con  las deposiciones de canes que pertenecen a individuos que no practican la ciudadanía; genuinas siembras de papel y bolsas de plástico en jardines y vallas; enseres mal amontonados en las proximidades de los contenedores de residuos; edificios sin mantenimiento, con fachadas y cubiertas destartaladas si no en estado ruinoso; miles de árboles, farolas, señales de tráfico, esquinas y paramentos ennegrecidos por efecto del orín diario de los alrededor de cincuenta mil perros que habitan en la ciudad, alcorques repletos de malvas que crecen exhuberantes sin que nadie las moleste. No sucumbiré a la tentación de atribuir en exclusiva tamaño despropósito a la proverbial desidia de nuestros munícipes que, sin duda, han hecho méritos más que suficientes para que nadie los exonere de su responsabilidad. Pero también los demás tenemos la nuestra y debemos reconocer que somos bastante laxos a la hora de autoexigírnosla. En el paseo de hoy, como en tantos otros precedentes, he visto botes vacíos de cerveza y de bebidas refrescantes y vigorizantes en alféizares y quicios de puertas y ventanas, decenas de electrodomésticos y utensilios extraídos de los contenedores y destripados por los chatarreros en las aceras colindantes, he visto calles que hace semanas que no se barren y aceras que es imposible adivinar cuando se baldearon por última vez. En fin, nada novedoso. Un  paisaje que acompaña cada una de mis caminatas y que acentúa su crudeza conforme sus trayectorias se adentran en la periferia de la ciudad, donde es evidente que llega menos la actuación de las contratas de limpieza.

Estamos en la antesala del Nuevo Año y es tiempo de urdir los mejores propósitos. Tan es así que al hilo de mi paseo recordaba la historia de Judit, la viuda de bellas facciones, buena educación, gran piedad, celo religioso y pasión patriótica, como corresponde a cualquier hebrea que se precie. Fue ella quien maquinó la estratagema para eludir el sitio a que sometía a su ciudad, Betulia, el general Holofernes. La explicó a las autoridades, que consintieron que lo visitase e intentase enamorarlo, cosa que consiguió con sus proverbiales atributos casi de inmediato. Taimadamente, logró quedarse a solas con él en su tienda de campaña y, antes de acceder a sus reclamos amorosos, lo emborrachó y cayó dormido. Fue justamente entonces cuando Judit lo decapitó con su propia espada, huyendo del campamento con la cabeza del general escondida en el interior de un saco. Una vez descabezado el ejército babilonio, fue presa de la confusión, batiéndose en retirada y evitándose así la conquista de la ciudad.​ Naturalmente, Judit fue aclamada como una heroína y vivió una larga vida plena de virtud y buenas obras.

Pues bien, no es que me haya propuesto redescubrir a una nueva y mítica Judit que encare por derecho la solución de un problema que ha situado a la ciudad entre las más sucias de España. Ni siquiera llego a imaginar que encontraré a alguien capaz de emular los arrestos que exhibe Jodie Foster encarnando a la madre coraje Kyle Pratt en la película Plan de vuelo. Simplemente he puesto mi esperanza en que los munícipes que salgan de las elecciones del próximo mayo logren mejorar algo el calamitoso estado en que se encuentra Alicante. Verdaderamente lo tienen fácil porque empeorarlo es prácticamente imposible. Feliz y venturoso 2019.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Alberto Barrios

Siguiendo una casi inveterada costumbre asociada a estas semanas finales del año, ayer comí con un grupo de buenos amigos: Lourdes, Chari, Juanjo, Jose y Amalia. A todos los considero amigos de verdad, personas con las que puedo pensar en voz alta, sin autocensuras ni remilgos; mujeres y hombres en los que puedo confiar porque lo han demostrado sobradamente en muchas ocasiones. Los buenos amigos son un bálsamo para la vida y un antídoto contra las enfermedades físicas y emocionales. Pocas cosas encuentro que me satisfagan más que las amistades sinceras y profundas, y no sé si pueden hallarse vivencias más seductoras que la certeza de que alguien, apenas sepa que algo te inquieta gravemente, procurará estar al tanto de lo que te ocurre y se hará presente, sin esperar a que lo busques. Desconozco si existe algo más valioso que el desvelo desinteresado de los amigos auténticos.

Hace años que me propuse colgar el retrato de todos y cada uno de ellos en la galería de personajes que habilité en este blog. Pasa el tiempo y no lo consigo, distraído, como vivo, entre las muchas cosas que me interesan y víctima, también, por qué no decirlo, de la pereza que nos embarga a los ociosos. Por eso, sin perjuicio de reconocer públicamente que a la mayoría de ellos les debo al menos un dibujo a carboncillo, quiero obsequiarles este boceto de un paisaje con figuras que se pergeñó en el verano de 1985 y que reconocerán inmediatamente.

Transcurría aquel año del señor en el que, atribulado, decidí renunciar a la dirección del Ruperto Chapí, un eximio colegio de la zona norte de la ciudad. Algunos cursos ejerciendo la función directiva en él fueron suficientes para agotar mis ímpetus y mi paciencia. Decidí cesar en un quehacer que inicié ilusionadamente y que terminó por parecerme absurdo y acabó desbordándome. No fue graciosa mi decisión porque para materializarla hube de ceder a la presión de la autoridad y aceptar, como contrapartida, poner en pie una empresa que, afortunadamente, se reveló como uno de los desafíos profesionales más ilusionantes que he vivido.

Entonces el tiempo corría muy deprisa. Estoy seguro de que nuestra juventud no era ajena a ello, pero lo cierto es que el país entero soñaba su futuro cada mañana mientras se asomaba al horizonte de una nueva modernidad. Una sociedad doblegada y silenciada durante décadas, involucionada por mor de su secular atraso, abría sus ojos a un tiempo nuevo que se ofrecía extraordinariamente esperanzador. En ese contexto de ilusión y grandes expectativas, alguien, seguramente sin pretenderlo, percibió una ventana diáfana que le llevó a ofrecerme una oportunidad única. Sí, fueron Joan Mingot y María Dolores Marcos quienes me brindaron la ocasión de pergeñar un proyecto moderno, ilusionante y retador, en cuya redacción ocupé buena parte del verano y que logramos materializar pocos meses después, empeñando cuantas fuerzas teníamos y la relativa sabiduría que entonces nos acompañaba. Ese fue el origen del Centro de Adultos del Barrio Virgen del Remedio, que algunos meses después se llamaría “Alberto Barrios”, en homenaje al viejo maestro, luchador y mesetario, que influyó significativamente en el movimiento vecinal de aquellos años.

Aquel proyecto significó muchas cosas en mi vida profesional, y estoy convencido de que también en las vuestras. La más importante de todas ellas, sin duda, propiciar la ocasión de que trabajásemos conjuntamente unas personas que compartíamos –y seguimos haciéndolo– muchas cosas, especialmente un elocuente poso de pensamiento pedagógico, unas arraigadas convicciones personales y unas actitudes vitales que se revelaron congruentes con la tarea que nos aguardaba. Lo he dicho muchas veces y lo volveré a repetir: en mis cuarenta y dos años de vida laboral, es la única vez que he logrado compartir las responsabilidades profesionales con las personas que consideraba idóneas para sacar a flote la empresa que se nos había encomendado. Eso, para quienes hemos recorrido una largo circuito funcionarial, no tiene precio. Obviamente, conocía la trayectoria de todos y cada uno de vosotros, lo que me permitió jugar con ventaja porque sabía de antemano que no me defraudaríais. Pese a todo, nada comparable a la constatación de que la realidad supera a la ficción más optimista. No solo hicisteis realidad mis expectativas y os ganasteis la confianza de quienes la habían depositado en nosotros, sino que fuisteis mucho más allá. Tan es así que, más allá de lo que han dicho y continuarán diciendo y reconociendo los miles de usuarios del centro al que dedicasteis vuestros mejores esfuerzos, yo, particularmente, os debo que en los escasos meses que os acompañé me ayudaseis a aprender de verdad, sin retóricas, que el trabajo en equipo hace mejores a sus integrantes; que el esfuerzo colectivo trasciende los empeños individuales y resulta incomparablemente más provechoso y,  quizá lo más importante, que nadie es mejor que nadie. Todos y cada uno habéis hecho y hacéis de mí un privilegiado.

Gracias Amalia, por cuanto te dejaste en este empeño que tan ilusionadamente vivimos, además de por tantos otros motivos. Gracias Jose por tu inteligencia, tu compromiso y tu imperturbable afecto. Gracias Juanjo por tu bonhomía, tu inagotable laboriosidad y tu decencia. Gracias Chari por tu entusiasmo, tu tesón y tu habilidad para manejar los pequeños detalles que nos ayudan a ser felices. Gracias Lourdes por tu humanidad, tu inconmensurable generosidad y tu imprescindible temperamento. Una vez más, os deseo lo mejor.

jueves, 13 de diciembre de 2018

¡Vivan los maestros!

“Los maestros son la joya de la corona porque, además del conocimiento, transmiten sus valores a los hombres y mujeres del futuro”, aseguraba recientemente Francisco Mora, neurocientífico, una referencia de reconocido prestigio internacional. Menciono la cita por ser la última de las que tengo noticia. ¡Qué no se habrá dicho de los maestros y maestras! Piedra angular del sistema educativo, clave de bóveda de la educación, auténticos sans-culottes de la revolución educativa, el corazón de la educación… ¡Flatus vocis, retórica vacua, obstinado fariseísmo!

Tal vez quienes más saben –o al menos debieran saber– acerca de lo que significa el magisterio son los profesores de las facultades de educación, que tienen la responsabilidad de formar inicialmente a los maestros del futuro. Saben, o deberían saber, de las altas capacidades, de la extremada competencia, de la exquisita formación que necesitan perfeccionar quienes se han propuesto dedicarse profesionalmente a formar a sus conciudadanos. Aprender a ser maestro es algo que no debiera estar al alcance de cualquiera aunque, lamentablemente, debemos reconocer que casi siempre ha sido así. Mucho es lo que puede decirse y escribirse sobre las carencias y excentricidades que han acompañado históricamente a la formación de los maestros y profesores, pero todo ello es poco comparado con lo que sucede ahora.

Me explico. No solamente no se educa a los maestros y profesores como se debería (algo que acreditaría cualquier profesional que conozca o haya reflexionado mínimamente sobre la condición docente), es que hemos llegado a un extremo que supera a todo lo precedente. En este país, desde hace años, no solamente se forma inadecuadamente a los futuros maestros, sino que se gradúan muchos más de los que el mercado puede absorber. Tan es así que, según ha alertado la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) en su último informe rotulado La universidad en cifras, correspondiente al curso 2016-17, las universidades públicas y privadas de las diferentes comunidades autónomas ofrecen un 50,5% más de plazas que suman los puestos de trabajo que se crean. Cual no será la gravedad del asunto que, por primera vez, este organismo llama a la responsabilidad de las propias universidades para solucionar el desajuste entre la oferta y la demanda en esa profesión (pongo entre paréntesis que no estaría mal que también analizasen las demás, en las que probablemente sucede algo parecido, y apelasen a idénticas responsabilidades).

Dicho de otro modo, las autoridades autonómicas  –que es lo mismo que decir los responsables de las universidades, que imponen o influyen decisivamente en la designación de los cargos a quienes, entre otras funciones que parecen preocuparles menos, compete la gestión de los provechos de los grupos de interés de facultades, departamentos e institutos universitarios– mantienen el número de plazas pese a la reducción de la natalidad. Les da lo mismo que se necesiten o no maestros y maestras. El asunto es que su “fábrica” siga produciendo profesionales para que no pierdan la ocupación sus trabajadores y trabajadoras (y, sottovoce, se perpetúe el “poder” institucional). Si hay o no crisis de sobreproducción, no es su problema. Lo importante es que no les afecte a ellos ni a quienes les acompañan, aunque sea a costa de alimentar un descomunal stock de graduados desocupados, que les han costado y les cuestan un dineral a sus familias y al conjunto de los contribuyentes, y que acumulan toneladas y toneladas de ira y frustración producidas por la sobreeducación y la infraocupación.

El referido informe subraya las grandes diferencias que existen entre las distintas Comunidades Autónomas, como sucede cuando se barajan otros parámetros. En este caso, Castilla y León es la que más se excede, con una oferta que casi duplica sus necesidades reales de empleo (un 186%), seguida de La Rioja (un 174%), Extremadura (135%) y Aragón (124%). Si en cualquier asunto de la vida resulta disparatado que se duplique la inversión de los recursos necesarios para la adecuada atención de una determinada prestación o servicio, parece que no es así en la formación inicial de los maestros. Hasta el punto de que solo existen dos autonomías en las que la oferta de plazas universitarias del Grado de Maestro está por debajo de la demanda del mercado: Cataluña, que anuncia un 6,5% menos de las que necesita y Baleares, en las que el déficit alcanza el 9,3%. Para realizar estos cálculos los rectores han analizado los datos de natalidad y las necesidades de escolarización. Su estudio les ha permitido constatar que en los últimos cuarenta años se ha registrado una caída de más de 10 puntos en la tasa bruta de natalidad, pasando de 18,7 niños por cada 1.000 habitantes a 8,4. Han complementado su trabajo añadiendo a los cálculos anteriores las tasas de reposición por jubilación y las sustituciones por bajas. Considerando todo ello, España necesita 369.000 maestros y está formando a 555.000, por lo tanto sobrarían 186.345.

Ante una situación como la descrita, que conocen las autoridades educativas y todos los rectores de las universidades públicas y privadas de España, Cataluña es la única comunidad que ha hecho algo para intentar hacer frente al problema, reduciendo en los últimos cuatro años el 15% de las plazas que se ofertan en Magisterio, tanto en las universidades públicas como en las privadas. Adicionalmente, el Consejo Interuniversitario de Cataluña decidió instituir una prueba para el acceso a los Grados de Maestro, que se añade a la selectividad, así como no permitir a la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) impartir esos Grados. Que sepamos, nada parecido ha sucedido en otros territorios pese a que, como se asegura en el referido informe, la profesión de maestro no puede ejercerse “en sociedades distintas a la española por la dependencia que el proceso de aprendizaje tiene de la lengua a la que está vinculado el alumno”, reduciéndose al mínimo la empleabilidad de los graduados cuando no consiguen una plaza docente. Pero es que, además, en el perfil de los alumnos de Magisterio destaca la precariedad de los recursos familiares, la abrumadora feminización (más del 75 % son mujeres), las elevadísimas tasas de rendimiento académico, que superan en 12 puntos a la media del resto (89,6% frente a 78,6%), una abandono que no llega al 10 % (la mitad que la media del resto de los Grados) y unas tasas de graduación que exceden en más de 20 puntos a la obtenida para el conjunto de las enseñanzas universitarias (70,8% frente a 49,3%).

A la vista de estas realidades (hay muchas más que añadir) tomaré como meros sarcasmos los atributos que se presumen a los maestros y maestras, que anoté en el primer párrafo. Me parece que es opción más prudente que tirar por el camino del medio y emprenderla con los exabruptos y las imprecaciones, si no con las más sonoras blasfemias.

domingo, 9 de diciembre de 2018

Política, ¡claro que sí!

Celebramos estos días el 40º aniversario de la promulgación de la Constitución Española en un ambiente revuelto, que es reflejo de los diferentes frentes abiertos en el panorama político, entre otros: el conflicto catalán; la eclosión parlamentaria de la extrema derecha en Andalucía; la inestabilidad e incertidumbre que genera el Gobierno socialista con su exiguo apoyo parlamentario; el espectáculo continuo que ofrece la Judicatura, las incontinentes apetencias de recuperar o alcanzar el poder de la oposición conservadora, etc.

Este horizonte tiene entre sus condimentos una expectativa de reforma de la Ley fundamental que a unos les parece tarea inaplazable, mientras que otros consideran que no es momento oportuno para ello, defendiendo el inmovilismo más absoluto en relación con la reforma del texto constitucional, como si fuese su bien privativo, cuando no debieran olvidar que el 34 % de sus ancestros de Alianza Popular (AP) votaron en contra de su aprobación y que el 13 % se abstuvieron, apoyándola poco más de la mitad de aquel grupo parlamentario (56 %). Más allá de unas y otras opiniones y de sus interesadas, partidistas y hasta inconfesables intenciones, me parece que existen problemas de fondo y necesidades más urgentes que el mencionado debate.

Entiendo, por ejemplo, que hay mucho que avanzar en la formación política y en la madurez democrática de la sociedad española. Es verdad que venimos de sufrir dos largos siglos de guerras civiles, salpicados con intervalos de dictaduras y dictablandas (más de las primeras que las segundas), y que ello es un excelente caldo de cultivo para que sedimenten los tics autoritarios, las prácticas antidemocráticas o la inexistencia de cultura democrática. Pero no es menos verdad que cuarenta años de parlamentarismo, de ejercicio democrático, debieran haber dado para bastante más, o por lo menos habernos enseñado mucho más de lo que lo que hemos aprendido. ¿O es que lo que ha existido en este país en los últimos cuarenta años no puede calificarse de régimen democrático auténtico? ¿Será que no hemos logrado consolidar el Estado democrático y lo que hemos vivido es tan solo alguna de sus apariencias? ¿Realmente hemos logrado garantizar en esas cuatro décadas la materialización efectiva del contenido del primer renglón del texto de la Carta Magna, que dice: “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”?

Confesaré que los franceses no son precisamente los ciudadanos europeos que más admiro, pero reconozco que tienen algo que me parece envidiable y que ansío para el conjunto de mis conciudadanos. En reiteradas ocasiones han expresado y reivindicado sus pareceres y han logrado aspiraciones que están solo al alcance de quienes poseen una profunda cultura democrática, que impregna el ADN de su ciudadanía. Mencionaré solamente el último de estos episodios: la lucha de los “chalecos amarillos”. Todos recordamos la imagen del Presidente Macron hace pocas semanas. Aparentaba ser el redivivo Luis XIV, si no Napoleón I, un estadista de talla secular que se codeaba de tú a tú con la todopoderosa Alemania y con los gerifaltes de los principales países del mundo, un mandatario con un apoyo parlamentario descomunal, sin oposición efectiva posible. Alguien que en sus expresiones y declaraciones, y también en sus comportamientos, exhibía una prepotencia inaudita, producto de su presunta sabiduría, de su saber hacer y estar, de su capacidad para sintonizar con los nuevos tiempos. Pues bien, han bastado unas pocas semanas para que un amplio conjunto de ciudadanos, aparentemente amorfo, desestructurado y desorganizado, en cuyo pensamiento se adivina mucho poso de antipolítica y de antiparlamentarismo, haya logrado lo que no han conseguido ni la oposición política ni los sindicatos en casi dos años de legislatura. Han obligado a dar marcha atrás en sus propósitos a un Presidente que se había propuesto diferenciarse de sus predecesores manteniendo el rumbo de unas reformas que había diseñado para resistir a los estallidos callejeros. Hoy Macron está en franca retirada. Es más está por conocerse el desenlace de una revuelta popular que seguramente concluirá con mayores éxitos de los que los gobernantes galos pudieron imaginar.

Si sorprendentes y esperanzadores parecen los acontecimientos en Francia, no menos interesante es la brega política que se desarrolla en el Reino Unido como consecuencia del proceso de materialización del Brexit. Después de semanas de discusiones y de interpelaciones parlamentarias, Theresa May se ha quedado sin estrategia y corre el riesgo de perder la poca autoridad que le queda para pilotar el proceso de salida de la UE, si no el propio cargo de primera ministra. May ha encajado dos golpes consecutivos impensables en nuestro parlamentarismo. Por un lado, la cámara ha declarado en desacato al gobierno, obligándole a publicar los documentos legales del proceso. Y apenas unos días después, le ha impuesto la obligación de entregar las riendas del mismo al legislativo, si el acuerdo alcanzado con la Unión Europea no consigue el respaldo mayoritario de la Cámara de los Comunes la próxima semana. Lo que subyace al primero de los golpes, al que por cierto se han sumado algunos diputados conservadores del partido de May, es la convicción de que la primera ministra oculta la verdad. Con el segundo se desmonta, al menos en teoría, la hipótesis gubernamental de que no hay otro acuerdo posible y que rechazarlo supondría abandonar la Unión Europea a las bravas con el riesgo económico que ello supone. La realidad es que gracias a las mociones parlamentarias se ha abierto un abanico de opciones de diferente signo. Podría aprobarse que el gobierno renegociara con Bruselas un nuevo acuerdo “a la Noruega”, o podría forzarse al ejecutivo convocar un nuevo referéndum y dejar que la ciudadanía tuviera la última palabra. La realidad es que los conservadores británicos viven un auténtico drama político cuya solución nadie se atreve a pronosticar.

Finalmente, el tercer asunto que traigo a colación alude a los Estados Unidos de América. Hace poco que leía un artículo en el diario El País alusivo a Mélisande Short-Colomb, una persona sexagenaria y negra que estudia en la Universidad de Georgetown. A mediados del siglo XIX, esa universidad jesuita estaba agobiada por una deuda que amenazaba su futuro. Para enjuagarla sus líderes de Washington decidieron vender 272 esclavos de su propiedad, que vivían en una plantación en Maryland. Esa operación les reportó el equivalente a más de tres millones de dólares actuales, que fueron una de las claves para que Georgetown sea actualmente una de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos. Uno de aquellos negros esclavos era un antepasado de Mélisande y, cinco generaciones después, ella es uno de los cinco estudiantes cuyos ascendentes esclavos fueron vendidos por la Universidad. Tras una vida como chef en Luisiana, después de haber abandonado sus estudios universitarios y crear una familia, se ha autoimpuesto la responsabilidad de conectar con sus incómodos orígenes. La mujer, que es agnóstica, acusa a la Universidad de Georgetown de no hacer lo suficiente en educación sobre la esclavitud y de ser incoherente con el catolicismo por haber comerciado con seres humanos, en lugar de responder al ideario jesuita de ser hombres y mujeres que viven para los demás. Lo que trasluce esta realidad es algo mucho más profundo: Mélisande representa a la gente que consideraron prescindible y que no importaba. Ella ha hecho un ejercicio profundo de introspección sobre el significado del ser estadounidense, de cómo el tráfico de esclavos iniciado en 1619 es clave para el desarrollo de un país y para el origen de las enquistadas disparidades entre blancos y negros. Asegura que ve la historia de la Universidad de Georgetown como un microcosmos de la sociedad actual, de las dificultades existentes para abordar el nacimiento de los Estados Unidos sobre la base de una sociedad esclavista.

Las tres realidades que he mencionado radican en otros tantos países de inequívoca tradición democrática de los que tenemos mucho que aprender.  Fundamentalmente, su capacidad de autocrítica, de cuestionamiento del statu quo por encima de presuntos determinismos, condicionamientos o dificultades. Estoy convencido que el día que en que aquí se den acontecimientos equiparables a cualesquiera de los que he referido este país será otro, porque otra será su ciudadanía: más crítica, más sabia y mucho más resuelta a defender los derechos y las conquistas sociales. Intentar llegar a ese punto me parece que es la tarea prioritaria que deben favorecer los representantes políticos, junto con los agentes sociales, los ciudadanos y las instituciones y organizaciones. Las chanzas y dramaturgias que exhiben hoy muchos políticos, abusando de la visibilidad que les proporcionan sus organizaciones y las instituciones, no representan otra cosa que fuegos de artificio que no hacen sino encubrir o disuadir la preocupación de los ciudadanos por los déficits y quebrantos de una sociedad que necesita con urgencia profundizar sus comportamientos y compromisos democráticos para evitar el ensanchamiento de los populismos y los extremismos. Cada vez me parece más imprescindible promover la formación política y la madurez democrática de los ciudadanos, tarea que debiéramos exigir a los políticos y en la que debiéramos implicarnos todos. Porque, querámoslo o no, los ciudadanos estamos concernidos por la política y, si ansiamos que otros no decidan por nosotros, estamos llamados a recuperarla para redefinirla de manera acorde con sus orígenes, es decir, como herramienta útil para la transformación social, ajena a los intolerables usos y comportamientos de los desaprensivos que la desacreditan.

sábado, 8 de diciembre de 2018

Fake news

En 1992 vio la luz la vigesimoprimera edición del diccionario de la Real Academia, que presentaba la marca Informática 50 veces, en 41 palabras (en Lexicografía, ‘marca’ se refiere a todo aquello que se separa del lenguaje normal o común). La vigesimosegunda edición, en 2001, admitió un conjunto más amplio de términos relacionados con las que entonces se denominaban tecnologías de la información y la comunicación (TIC), aunque obvió centenares de ellas que formaban parte del léxico específico de las nuevas tecnologías. Así, por ejemplo, recogía "procesador" pero no "servidor"; "hipertexto", pero no "enlace"; "arroba" y "correo electrónico", pero ni "email" ni "mensaje"; "emoticono", pero no "chat"; "página web", pero no "sitio" ni "dominio"; "cargar un programa" y "colgarse un ordenador", pero no "bajar un archivo", etc. Por último, en 2014, la vigesimotercera edición incorporó numerosos términos asociados a la tecnología, como "tableta", "gigabyte", "hacker", "hipervínculo", "dron", "Intranet" o "wifi", y otros asociados a las redes sociales, como "tuit", "tuitear" o "bloguero". De modo que no puede acusarse a la Real Academia de ser insensible con el léxico de las NN.TT y de las RR.SS., aunque personalmente echo a faltar en el DRAE un término que está muy en boga en los últimos tiempos: “fake news”.

Existe un cierto consenso en considerar este neologismo como sinónimo de  información falsa, que se difunde por los medios tradicionales o por las redes sociales con la finalidad de engañar o manipular a la gente para lograr determinados objetivos. Puede asimilarse con el concepto de desinformación, que significa presentar y difundir información deliberadamente falsa, incompleta y errónea, a menudo combinada con elementos verdaderos, con el fin de engañar y manipular a colectivos concretos, o al público en general, y lograr determinados objetivos. Lo que se pretende con las fake news es transmitir un discurso creíble, capaz de captar la atención del público, basándose en estereotipos y prejuicios y suscitando emociones para movilizar e inducir opiniones, decisiones y acciones.

Nada nuevo bajo el sol. La difusión de falsedades para distorsionar la visión de la realidad  e intentar influir y modificar la conducta de la gente ha existido siempre, aunque jamás al nivel que se consigue en la era de la globalización. Tan es así que hasta el Papa Francisco ha llegado a afirmar que fue la serpiente la artífice de la primera fake news, al engañar a Eva, mezclando verdad y mentira con un objetivo claro. Así pues, la historia está plagada de relatos que aluden a las falsedades, desde las descripciones que hacen Aristóteles o Virgilio de las realidades en que vivieron hasta los consejos que ofrece Sun Tzu en su celebérrimo Arte de la Guerra, una práctica que él mismo asegura que se basa fundamentalmente en el engaño.

Las fake news han sido utilizadas a lo largo de la historia para lograr el respaldo popular a medidas difíciles o para movilizar a la gente para que secundase determinados intereses. Sucedió en España con los judíos a finales del siglo XVI antes de decretar su expulsión, como ocurrió con María Antonieta en el XVIII. Si a los primeros les difamaron tachándolos de herejes, usureros o idólatras, a la segunda los revolucionarios le allanaron el camino hacia la guillotina atribuyéndole frases y actos atroces, que ni dijo ni protagonizó. Por otro lado, las guerras son los mejores caldos de cultivo para difundir falsedades. Siguiendo las enseñanzas de Sun Tzu,  las partes en conflicto utilizan múltiples estrategias para introducir noticias falsas entre el enemigo, filtrando propaganda y escritos derrotistas, mezclados con noticias reales, con el objetivo de quebrar la resistencia del enemigo.

Ciertamente, cuando en otras ocasiones he abordado el asunto de las falsedades me ha parecido que eran más producto de la especulación interesada que de la auténtica realidad. Sin embargo, últimamente vengo reparando en detalles que me convencen de lo contrario. Por ejemplo, acabo de saber que a partir del próximo uno de enero las grandes plataformas de Internet tendrán que informar mensualmente a Bruselas del resultado de su combate contra las fake news, y en particular sobre las cuentas falsas clausuradas, el rastreo de bots (mensajes propagados de manera automática sin interacción humana) y sobre cómo colaboran con verificadores externos de datos y contenidos. Facebook, Google, YouTube y Twitter son, entre otras, las compañías obligadas a rendir esos informes porque hace pocos meses suscribieron voluntariamente con la UE un código de conducta, comprometiéndose a redoblar los esfuerzos para combatir las noticias falsas. Esta estrategia forma parte del plan de actuaciones contra la desinformación que ha aprobado recientemente la Comisión Europea cuyo objetivo prioritario es blindar las más de cincuenta elecciones previstas para los próximos meses en los países de la Unión. El plan de la Comisión considera que las campañas de desinformación contra las instituciones comunitarias aumentarán en la recta final de las elecciones de mayo de 2019, dando por descontado que el objetivo de los atacantes no es otro que desacreditar a las instituciones y a sus representantes, y socavar el proyecto europeo. El documento describe las fake news como una de las armas de la guerra híbrida en la que se han embarcado algunas potencias extranjeras, particularmente Rusia, a la que se señala como uno de los principales agresores. De hecho se dice que la desinformación forma parte de su doctrina militar y que su estrategia no es otra que debilitar y dividir a Occidente.

De manera que la cuestión de los infundios no parece cosa baladí porque hace ya un lustro que, a raíz del conflicto de Rusia con Ucrania, la Comisión Europea creó una unidad de comunicación estratégica para detectar y contrarrestar las campañas de desinformación. Por lo que he averiguado parece que esa unidad ha dispuesto de escasos recursos, aunque ha identificado más de 4500 ejemplos de falsedades propagadas desde Rusia. Lo que ahora se pretende es incrementar los efectivos personales y los caudales para lograr objetivos más ambiciosos.

En este punto y hora, tal vez resulta pertinente recordar a Larra cuando aseguraba que “el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus gobiernos”. Por otro lado, Nietzsche añade una vuelta de tuerca al pensamiento de Larra asegurando que “el hombre tiene una invencible inclinación a dejarse engañar y está como hechizado por la felicidad cuando el rapsoda le narra cuentos épicos como si fuesen verdades”. Tal vez esa es la principal baza que ha hecho triunfar las fake news a lo largo de la historia. Atentos, pues, porque las unidades de comunicación estratégica, sean europeas, nacionales o universales, no lograran vacunar por completo nuestros entornos vitales. Para eludir los nefastos efectos de la proliferación de las falsedades en estos tiempos de posverdad se precisa una ciudadanía atenta, activa y estimulada para filtrar y combatir la desinformación interesada y empujar la vida social a la dirección que demanda el interés general, que no es otra cosa que la universalización del interés particular. No conviene olvidar lo que dijo Václav Havel: “La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, siempre significarán el seguro camino del fin”.

sábado, 24 de noviembre de 2018

De Fernando y Arizona

Esta entrada la escribo pensando en dos de las criaturas
más preciosas que existen sobre la Tierra.

Dicen que ser abuelo es un privilegio que te da la vida, una etapa que todo el mundo espera, consiga o no llegar a ella. Afortunadamente, a mi me alcanzó. Es más, la tengo casi recién estrenada: dos años y medio disfrutando de mi nieto Fernando y poco más de tres meses de mi nieta Arizona. En mi opinión, los mejores nietos del mundo, no en vano representan el último motivo importante para sentirme un privilegiado de la vida.

Dicen que a ser abuelos no se llega de cualquier manera sino que se nos da un cierto tiempo de margen, como si quien hipotéticamente otorga tal condición supiese que lo necesitamos para reflexionar, madurar y preguntarnos cosas que difícilmente se plantean quienes no consiguen serlo. Preguntas que lo mismo crean incertidumbres que generan expectativas antes inimaginables. En fin, aseguran quienes saben que la llegada de los nietos activa emociones que estimulan una porción de la amígdala cerebral, y ello lo mismo desencadena satisfacciones que produce zozobras. Doy fe. Aunque, de momento, gozo más de las primeras que sufro las segundas.

Cuentan que cuando los nietos vienen al mundo lo hacen en un determinado entorno cultural, familiar, afectivo y social, en el que operan variables dispares. La conjunción de estos elementos aseguran que forja un microespacio afectivo que los abuelos debemos aceptar transigiendo, mudando costumbres y convicciones, para asegurar así el apoyo que requiere el adecuado desarrollo de los nietos. Obviamente ese microespacio es muy diferente en función de las diversas circunstancias que en cada caso concurren: si son cuatro, tres, dos o uno los abuelos; si viven en la misma población o barrio que los nietos; si tienen salud o adolecen de ella, si pertenecen a culturas semejantes o dispares; si se trata de personas “preocupadas”, o son gente “abandonada”, o amante de la dolce vita; si los nietos son de hijos o de hijas, que aunque parezca lo mismo no lo es, etc. En todo caso, los expertos aseguran que estas y otras variables delinean entornos diferenciados, matizándolos con sutilezas que influyen en el apoyo y el afecto que reciben los nietos. Y, en mi opinión, no les falta razón.

Aseguran que la llegada de los nietos tiene connotaciones y estimula sentimientos encontrados. Por un lado, brinda la oportunidad de colaborar con los hijos y de allegarles nuestra experiencia, si nos la piden, porque generalmente se aconseja intentar permanecer siempre al margen, aunque solícitos a sus llamadas y requerimientos. Por otra parte, nos dota de mayor flexibilidad y nos rejuvenece al exigirnos activar resortes que antes no precisábamos. En muchos casos, las nuevas atenciones que se nos requieren alteran nuestros acomodaticios horarios, costumbres y formas de vivir, a la vez que nos activan la corteza cerebral. A menudo los nietos nos desplazan de los puestos de atención prioritaria y nos sitúan lejos de la molicie y el egocentrismo. Los afectos, los tiempos y las dedicaciones que recibimos de los demás se hacen más puntuales, y experimentamos cierta sensación de abandono, que no encajamos gustosamente. Sin embargo, los reajustes emocionales que menciono ayudan también a rejuvenecer porque nos obligan a vivir más energéticamente y a escapar de la pasividad.

Afirman los especialistas que, nos guste o no, los abuelos somos los transmisores naturales de los valores tradicionales, entendidos en el mejor sentido del término. Nos atribuyen el rol de consejeros y guías, de depositarios y porteadores de las históricas costumbres domésticas y familiares, que son imprescindibles para que los niños crezcan con raíces sólidas, construyendo su identidad sobre la base de valores trascendentales, imprescindibles para vivir con fundamento. Esto, aunque a veces los hijos no lo quieran reconocer, ofrece poca discusión según declaran los profesionales versados en el asunto, con los que estoy de acuerdo.

Por otro lado, casi todos debemos atender el cuidado de los nietos en mayor o menor medida. Es obvio que nuestro papel consiste en reforzar las pautas establecidas por sus padres, pero ello no equivale a aceptar, sin más, que nuestro rol se limita a maleducarlos. Al contrario, como dicen los especialistas, nuestra misión consiste en intentar mejorar los patrones de crianza que adoptan los padres, sustentados en sus conocimientos y su sentido común, porque lo contrario sería disparatado. Quienes saben aconsejan que para lograrlo debemos aportar (y creo que, en general, solemos hacerlo) grandes dosis de buen humor, de cariño y de generosidad; todos ellos ingredientes imprescindibles para asegurar el equilibrio emocional y el progreso madurativo de los nietos. Estas raciones de afecto y de humana sensatez que tan pródigamente dispensamos los abuelos son una especie de filtro, una suerte de bálsamo de fierabrás, que evita los trastornos del comportamiento y contribuye a que aumente la autoestima en los niños, a que se sientan más seguros y a que aprendan a superar las frustraciones. Al final de la partida, si cada cual hacemos bien nuestro trabajo, el equilibrio familiar mejora. Ahora bien, debe quedar claro que, salvo situación catastrófica, la de los abuelos es una aportación contingente a la crianza de los nietos, no una permanente obligación.

Está más que acreditado que a los nietos les gusta estar con sus abuelos. Ellos y ellas son pequeños, pero no tontos. Perciben y saben que les quieren y les permiten hacer ciertas cosas, sin atender a tantas normas como les imponen sus padres, que a veces son absurdas, neuróticas y perfeccionistas. Con tal estrategia consiguen de ellos lo que sus padres no logran. Es una evidencia que los abuelos prohibimos menos que los progenitores y que nuestra situación, disposición y voluntad nos permiten atender más generosamente sus exigencias de tiempo, dedicación y cariño. Y eso nada tiene que ver con maleducarlos. Ellos saben que no dramatizamos tanto, que nos excedemos menos y que casi siempre cumplimos lo que prometemos: por eso se sienten seguros con nosotros. Dicen los especialistas que lo que más valoran es que no les escatimemos el tiempo, que les esperemos siempre y que no tengamos prisa, que estemos permanentemente ahí, que nos quejemos poco y que tengamos paciencia y destreza para explicarles lo que no nos gusta que hagan, exponiéndoles las razones que lo justifican.

Es archisabido que los nietos realizan con los abuelos tareas que sus padres no les permiten hacer, como bañarse más tiempo del acostumbrado, ayudar a cocinar o prepararse solos la merienda, explorar itinerarios alternativos en los paseos en lugar de ir siempre por el mismo camino, entretenerse en los juegos más de lo habitual, etc. Estas actividades hacen más agradable la convivencia entre ambos. Y ello no significa que se les mime, simplemente se actúa diferencialmente. Si replicásemos escrupulosamente la actitud exigente y rigurosa de los padres se perdería la magia de la convivencia con los abuelos, que visualizarían como simples remedos del padre o de la madre; en el mejor de los casos, como malas copias de ellos. Y ya lo hemos dicho: los niños quieren estar con abuelos auténticos, no con padres duplicados.

Sabemos por experiencia que en las familias a veces se generan situaciones conflictivas. Dicen los especialistas que para resolverlas el criterio que tradicionalmente ha primado es la exigencia de que los jóvenes respeten a los padres y abuelos, estando obligados a dar el primer paso para resolver los conflictos. Sin embargo, la mayoría de los expertos aseguran que no debe ser así, bien al contrario señalan que han de ser los abuelos quienes por su edad, sabiduría, prudencia y afecto a sus nietos deben esforzarse más para evitar que los vínculos afectivos se oxiden o se rompan. Así pues, amar a los nietos es parte esencial del tiempo de los abuelos, de su generosidad, de la compasión que deben practicar para que no se rompan los lazos emocionales que necesitan ellos y sus padres.

Buena parte de cuanto antecede refleja las doctas opiniones de los especialistas. Yo soy un lego en el menester. Y tal vez por ello me asombro continuamente observando los comportamientos y los progresos de mis nietos, que responden bastante fielmente a lo que se viene diciendo, particularmente los del mayor porque la corta vida de la pequeña Arizona no permite hacer todavía demasiadas conjeturas. Sin embargo, me fascinan sus ojos avispados proyectando continuamente miradas que reclaman afecto y destilan curiosidad. Adivino en su espontánea sonrisa desdentada y en sus crecientes sonidos guturales y vocalizaciones palabras zalameras, que todavía es incapaz de pronunciar. Me complace la insaciable curiosidad de mi nieto Fernando y su pasión por interactuar con los seres y objetos que descubre incesantemente. Siento una profunda ternura cuando le oigo preguntar con su media lengua por sus abuelos. Me embarga la felicidad cuando observo a estos dos niños sanos, nacidos de la intencionada voluntad de sus padres, disfrutando de un hogar convencionalmente normalizado. Soy, en suma, un ser afortunado que no solo disfruta del privilegio de vivir sino que, además, comparte algunos de los mejores retazos de su vida con dos criaturas excepcionales.

La sorpresa

A veces pienso que mi capacidad de sorpresa es limitada y que acabará ardiendo y agotándose por completo con tanta disparatada insensatez y tanta barbaridad consecutivas. Sin embargo, contrariamente, casi siempre he pensado que es preciso evitar consumirla porque vale la pena mantener alerta y contenta a esa ingenua criatura, que todavía sigue viva en algún rincón de mi corazón, seguramente por mi ingénita curiosidad.

La sorpresa o el asombro, como le llaman algunos, es una emoción básica universal e innata, como lo son el asco, el miedo, la alegría, la tristeza y la ira. Todas afloran durante el desarrollo de las personas, independientemente del contexto en el que viven. Son parte de los procesos evolutivos y adaptativos, tienen un sustrato neural innato y universal  y un estado afectivo, asociado y característico, que se denomina sentimiento. No en vano los neurocientíficos diferencian las emociones de los sentimientos. Las primeras son estados físicos que surgen de las respuestas que da nuestro organismo a los estímulos externos que lo impresionan. En cambio, los sentimientos son fenómenos, posteriores y consecuentes, que se expresan a través de los estados mentales. Fue en la década los 70 cuando el psicólogo Paul Eckman identificó las seis emociones básicas mencionadas, que seguimos tomando como referencia, aunque con el paso de los años se han llegado a acreditar hasta 27 subtipos, que conforman lo que podría denominarse el espectro emocional.

No es infrecuente enfrentar la razón a las emociones si se adopta como instrumento de análisis la falaz suposición de que alteraran el raciocinio. Partiendo de ahí es casi inevitable que se les atribuya un carácter hedónico, transcendental e irracional, que puede hacernos pensar que carecen de utilidad. Y nada más lejos de la realidad porque, bien al contrario, tienen un papel muy importante en nuestras vidas, pues nos ayudan a orientar la conducta y a actuar con inmediatez.

La sorpresa se considera la emoción básica más singular. Algunos autores la han cuestionado porque no está revestida de las características que tienen las demás. Por ejemplo, no tiene valencia, cuando se sobreentiende que una emoción debe tener valencia positiva o negativa. Y de ahí que se la describa como emoción neutra. La sorpresa podría definirse como la reacción de un determinado individuo frente a un suceso discrepante del plan o esquema que se ha trazado previamente. Es algo imprevisto, extraño o novedoso. De hecho es la emoción más breve, pues ocurre de forma súbita y desaparece con la misma prisa. Es como un estado transitorio que o deja la mente en blanco, o se transforma inmediatamente en otra emoción. Según Ekman, la sorpresa es la más breve de todas las emociones. Casi sucede mientras reaccionamos para averiguar lo que está pasando a nuestro alrededor e, inmediatamente, se convierte en miedo, diversión, alivio, ira o asco, dependiendo de qué fue lo que nos sorprendió. Incluso puede no seguirle emoción alguna.

La sorpresa sensibiliza los sentidos y optimiza la receptibilidad. De manera que posibilita que evaluemos de forma rápida y automática un determinado evento y sus consecuencias, facilitando la eclosión de la reacción emocional y conductual acorde con sus exigencias, a la vez que bloquea otras actividades para concentrar el esfuerzo en el análisis del incidente sorprendente. Produce efectos subjetivos cuya duración depende del tiempo que tarda en aparecer la emoción posterior. El principal efecto subjetivo es lo que se ha denominado mente en blanco, que es una reacción afectiva indefinida y agradable. Otro efecto subjetivo son las sensaciones de incertidumbre cuando la sorpresa evoca situaciones que no se asemejan a la felicidad, pero tampoco a la tristeza o al miedo.

Querámoslo o no, siempre está por llegar algo nuevo que nos sorprenderá y nos congratulará, nos decepcionará, nos enfadará o nos dejará indiferentes. Sin ir más lejos mi última sorpresa placentera sucedió hace pocos días al practicar uno de mis endémicos  anacronismos. Abrí el buzón que tengo en el zaguán de casa –el de railite y metal, ese que habitualmente se suele encontrar atestado de publicidad y que debería estar pintado de azul, puesto que ya no es más que un contenedor de papel– y encontré un sobre color crema, con dos sellos timbrados, con mi nombre y apellidos y mi dirección completa escritos a mano en él. Me apresuré a abrirlo y encontré dos folios, rotulados por ambas caras con una letra caligráfica de las de toda la vida, que leí despacio, paladeando un placer olvidado, sintiendo la profunda nostalgia que despertó en mi la misiva de un viejo amigo, que no era sino una carta de verdad, de las de antes…

sábado, 10 de noviembre de 2018

Crónicas de la amistad: Benilloba (27)

No en vano todos somos, o fuimos, maestros. Será difícil, por tanto, que se desanude completamente nuestro vínculo con la educación y la cultura. Abusando de la amistad que nos une, me atrevo a compartir un pequeño excurso que abunda en ellas, siquiera sea para remedar la hoy ausente dimensión sociocultural del encuentro, por voluntad y decisión respetabilísimas de nuestro anfitrión.

¿Conocéis el teorema de la amistad? Sí, digo bien, no me he confundido. Imagino que os sorprende, pero os aseguro que existe. Lo enunciaré para que lo comprobéis. Supongamos una fiesta en la que participan seis personas. Consideremos a cualesquiera dos de ellas. Puede suceder que se reúnan por primera vez, en cuyo caso son mutuamente extrañas, o puede ser que se hayan conocido antes; en tal caso, serán recíprocamente conocidas. Partiendo de esas premisas, el teorema dice que "en cualquier grupo de seis personas, existen tres que son mutuamente conocidas o mutuamente desconocidas". Para desbrozar el problema planteado podemos completar los 78 grafos posibles, con seis vértices, de “amigos–extraños”. En cada uno de ellos, las aristas de color azul/rojo muestran la relación mutua de amigos/extraños. Stop. Cuando os aflija el aburrimiento o la desidia, os animo a que os fabriquéis un tablero con los correspondientes grafos y lo comprobéis. Si por un casual decidierais hacerlo, observaréis que en todas las representaciones es inevitable que exista un triángulo rojo o azul, es decir, siempre habrá tres personas mutuamente extrañas o tres personas recíprocamente conocidas, comprobación que demuestra el teorema. Para que, entretanto, no estrujéis demasiado las neuronas, os adjunto una imagen que, agrandándola, os permitirá contrastar lo que digo. También se puede abordar el problema utilizando el llamado "principio del palomar". Existen varias formas de enunciarlo, pero perseverando en el lenguaje zoológico, una de ellas podría ser la siguiente: “Si tenemos ‘n’ nidos y ‘n+1’ palomas, entonces hay un nido en el que duermen al menos dos palomas”. Obvio, ¿no? Pues bien, principio tan sencillo puede ayudarnos a resolver algunos problemas de apariencia compleja. Por supuesto, la dificultad suele estar en “identificar” los nidos y las palomas. ¿A que adivino a qué/a quién os suena esta singular digresión? La respuesta es obvia: a don Luis Marín, el venerable “Culo de Pato”, ¿o no?

El teorema de la amistad surgió en 1930, formando parte de un trabajo titulado “On a Problem in Formal Logic” (Sobre un problema en lógica formal), donde Frank P. Ramsey –un cerebro privilegiado, que por desgracia solo vivió veintiséis años– demostró un teorema más general, que tomó su nombre, siendo el de la amistad uno de sus casos particulares. El de Ramsey es un teorema fundacional de la teoría combinatoria que, como sabemos, busca encontrar regularidades en el desorden; o, lo que es lo mismo, indaga la presencia de condiciones generales para la existencia de subestructuras con propiedades regulares. O, dicho en román paladino, intenta demostrar que el desorden absoluto es imposible.

Lejos de semejante embrollo, habíamos acordado que hoy visitaríamos Benilloba, la patria chica de Alfonso, en la Montaña alicantina, territorio agreste en el que, a exclusivos efectos probabilísticos, podrían mutarse los grafos y las palomas por chorizos y morcillas, opción que per se preserva el color rojo de los grafos, obligando a sustituir únicamente el blanco palomero por el negro morcillero. Alfonso propuso que nos concentrásemos en su casa para despenar el primer aperitivo y proseguir la ofensiva hasta la Venta Nadal. A tal efecto, la tropa se organizó en dos columnas que arrancaron simultáneamente desde la desembocadura del Vinalopó para encaminarse al primer objetivo. La primera, comandada por Antonio Antón, siguió el curso del río aguas arriba reclutando los efectivos que se habían dispuesto en Elx, Aspe y Novelda (Luis desistió hoy por mor de contingencias imprevistas). Lamentablemente mermados y una vez remontadas las terrazas que bordean el lecho hasta Sax, tomaron la vía que atraviesa la Foia de Castalla y se adentra en las tierras del Comtat. La segunda columna, al mando del almirante Ruso, ribeteó en solitario la carretera de la costa hasta alcanzar la capital, donde incorporó al contingente alicantino y vilero que se hallaba concentrado en los dos puntos habituales: la Plaza de los Luceros y el Polígono de San Blas. Embarcados todos los efectivos, el “condottiero” puso rumbo al Maigmó para, desde allí, transportar la partida por el mismo itinerario seguido por la primera columna, hasta alcanzar Benilloba.

Benilloba, 12:00 h. Todos en la morada de nuestros amigos Paqui y Alfonso, sempiternamente acogedora. Sacha, su airedale terrier, saludando con ladridos corteses, raudamente respetuosos y silentes. Alfonso Jr. casi dispuesto para emprender su diario paseo, hoy tras los obligados saludos de los visitantes. Los anfitriones abriendo su casa y sus corazones a las amistades, como es de ley. Aparecen las cervezas que ofrecía Alfonso hace unos días, que todos interpretamos en clave de fruslerías y que se han trocado por ensalmo en un ‘banquetorro’ a base de frutos secos, quesos rematados con membrillo casero, mojama, hueva y ‘sangatxo’ al gusto de la casa, sobrasada ‘casolana’, coca de mollitas preparada adrede por Paqui y otros detalles añadidos, regados con aceite intenso y aromático del Comtat, virgen, extra y de olivas recién exprimidas de la variedad alfafarenca, que son del gusto de nuestro anfitrión. Una hora larga de sacrificios, salpicados con quintitos de Estrella de Galicia, algún distraído vinito blanco y una botella de tinto de la Ribera que nos han dispuesto el cuerpo para encaminarnos a la conquista del objetivo final: la Venta Nadal.

Apenas nos habíamos levantado de unos asientos y, sin solución de continuidad, ya estábamos poniendo nuestras nalgas en otros diferentes, distantes poco menos de un par de quilómetros. Hoy hacía frío. El tiempo no invitaba a vaguear por predios y heredades. Tampoco incitaba a zanganear, emprendiendo erráticos paseos para admirar la siempre intimidante mole de la Sierra Aitana, o para saborear el encanto del más cercano y recatado Castell de Penella, o simplemente para compartir conversaciones y confidencias recorriendo la ondulada carretera que llega y sale de la villa. Así que, sin más, en pocos minutos, poníamos nuestros reales en la mesa que los regentes de la Venta Nadal nos habían preparado por indicación de Alfonso. Ni qué decir tiene que el local estaba a tope, como es habitual. Lleno, pero controladamente, hay que subrayarlo sin ambages. Desconozco su aforo (probablemente entre treinta y cuarenta comensales), pero afirmo categóricamente que cocina y servicio están perfectamente ajustados a la demanda. Desde que hemos llegado hasta que hemos abandonado la terraza de la Venta hemos gozado de una perfecta atención. Nos hemos sentido infrecuentemente bien acogidos por Vicent y su gente, que han logrado que, pese a las estrechuras que hacen poco menos que inevitable que se produzca una cierta algarabía en el local, hayamos comido distendida, cómoda y extraordinariamente. Telegrafiaré mínimamente el menú porque su explicación requiere bastante más espacio del que suelen ocupar estas crónicas: picaetes de sobrasada, morcón, chorizo y morcilla curada; rebollones y verduras varias a la plancha, láminas de sobrasada curada con miel, habas con chorizo, maíz asado, hígado y lomo de cordero a la plancha, escalibada, pericana, chuletas de cordero a la brasa, chuletitas de cabrito acompañadas con patatas fritas crujientes… Y qué decir de los caserísimos postres: pastel de calabaza y manzana, tiramisú, helado, fruta natural trinchada… Un menú memorable y a buen precio, como se asegura en las referencias de las redes sociales y de las plataformas turísticas, que esta vez aciertan y hacen justicia al establecimiento.

No podían faltar las habituales copas, esta vez en una terraza bastante fresquita y a la intemperie, que custodia el inexistente arcén de una ínfima y serpenteada carretera que ribetea la venta y la esconde de miradas inoportunas. Una furtiva pareja que sorprendentemente se nos adosó, compartiendo algunas de las viejas canciones de siempre y otras que lo son menos: María la Portuguesa, No puedo estar sin ti o María Isabel se maridaron con Que tinguem sort y otras que Antonio interpretó magistralmente, una vez más, con su voz que no envejece, y que concitó no solo nuestro interés sino el de cuantos abandonaban a esa hora sus sobremesas en la Venta.

Permitid que, amparado en el encogimiento de las horas de luz de este otoñal día y en la ulterior provocación matemática y ‘guasapera’ del amigo Sofo, como corolario de este vigésimo séptimo encuentro, insista en el celebérrimo Ramsey, que no solo ocupaba su tiempo en las disertaciones que comentaba sino que también filosofaba, como todo científico que se precie, por joven que sea. Como era hombre apasionado, socialmente inquieto y amante de la vida, tal vez por ello, en un  discurso que pronunció ante los  llamados “apóstoles” (un selecto grupo de discusión de Cambridge), dijo algo parecido a lo siguiente: Mi cuadro del mundo está dibujado en perspectiva, no es un modelo a escala. El primer plano lo ocupan los seres humanos, y las estrellas son, para mí, tan pequeñas como monedas de tres peniques. No creo realmente en la astronomía, excepto como una complicada descripción de parte del curso de las sensaciones humanas y, posiblemente, animales. Aplico mi perspectiva no solo al espacio, sino también al tiempo. A la larga, el mundo se enfriará y todo morirá; pero queda mucho para eso, y su valor actual, a interés compuesto, es casi nada. Que el futuro sea vacío no resta valor al presente. La Humanidad, que ocupa el primer plano de mi lienzo, es para mí interesante y toda ella admirable. Encuentro, al menos hasta ahora, que el mundo es un lugar placentero y excitante. Puede que otros lo encuentren deprimente; lo siento por ellos, que, seguramente, desdeñarán lo que digo. Pero yo tengo razón y ellos no; solo tendrían alguna razón para rechazar lo que expongo si sus sentimientos se correspondiesen con la realidad como los míos lo hacen. Pero no pueden. La realidad no es buena ni mala; simplemente es lo que a mi me entusiasma y a ellos deprime. Y lo siento, porque es más agradable estar entusiasmado que deprimido… y no solo más agradable, sino mejor para la vida de cada uno.

Hoy no tengo más que añadir. Lo que expone el amigo Ramsey, además de juicioso, es evidente, no ofrece duda y, por tanto, ¡queda demostrado!, como hubiese concluido el “sagaz” Sr. Marín. 

Según lo acordado, la próxima será en enero y en Alicante.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Hipotecas

La noticia que hoy ocupa los titulares de todos los diarios y las cabeceras de todos los informativos es el pronunciamiento del pleno de la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo, tras dos días de intenso debate y por solo dos votos de diferencia: 15 magistrados a favor de que pague el cliente y 13 de que se mantenga el criterio contrario, fijado en Sentencia del 16 de octubre, que cambiaba la jurisprudencia que había mantenido hasta ahora el alto tribunal, vigente durante más de 20 años. El presidente de la sala, Luis Díez-Picazo, inclinó con su voto la balanza a favor de esta tesis, pese a que en el curso de los debates parece que se había mostrado partidario de mantener el nuevo criterio, aunque cerrando la puerta a que tuviera efectos retroactivos. Esta opción estuvo a punto de prosperar a través de una enmienda transaccional propuesta por la magistrada Pilar Teso para buscar un consenso entre las dos posturas, que finalmente se votó en contra.

Después de leer y escuchar lo que se dice en los medios de comunicación, me parece que a los ilustres magistrados habría que decirles algo. Porque si seis de los treinta y uno que forman la Sala de la Contencioso, mayoritariamente expertos en derecho tributario, se reunieron después de sesudos estudios y deliberaciones y resolvieron publicitar una sentencia que contradice otra anterior, sentando nueva jurisprudencia, motivos de peso tendrían para hacerlo. Desconozco el rigor, la justificación, la fundamentación jurídica o los razonamientos en los que han basado su resolución, aunque presupongo en positivo todos ellos habida cuenta de que forman parte de la élite que ocupa el supremo escalón de la judicatura. Y, desde luego, entiendo que deben tener al menos tantas y tan buenas evidencias para sustentar su resolución como las que esgrimieron quienes acordaron la contraria sentencia precedente.

Ulpiano 
Como trabajador público que he sido durante más de cuarenta años, tengo el convencimiento de que la mayoría de quienes hemos ejercido y ejercen el gobierno de las instituciones conocíamos y conocen lo que se cocía y se cuece en ellas, tanto pública como privadamente, y hasta de manera soterrada. Para eso se hacen los nombramientos y por eso se reconoce y retribuye el desempeño de los cargos directivos y de coordinación. De modo que si alguien preside un órgano colegiado integrado por treinta y un miembros (el equivalente al claustro de un colegio mediano o a la mitad del que corresponde a un centro de E. Secundaria equiparable) y desconoce el funcionamiento de las salas, el curso de los asuntos que entienden, las resoluciones que van tomando, los posicionamientos de los magistrados con relación a las cuestiones que tramitan, etc., no cabe otra alternativa que pensar que o no se aplica a la tarea de la que es responsable, o que es un incompetente. Y en ambos casos, lo mejor para la institución y para él mismo es que quién le nombró le pida su dimisión irrevocable o, en su defecto, le cese sin más. Y si no encuentra las fuerzas o los argumentos necesarios para llevar a cabo tal decisión, lo idóneo, también en este caso, es que él mismo dimita o que, en su defecto, lo cesen quienes le designaron. 

Centrándonos en la noticia de ayer, por lo que leo, parece que una vez publicada la última de las sentencias mencionadas, la 1505/2018, de la Sección Segunda, vista su enorme repercusión mediática y la perplejidad que causa entre los bancos, el Presidente determina dejarla en suspenso en tanto que se reúne el plenario para pronunciarse sobre su entrada en vigor o, alternativamente, resolver sobre la vigencia de la anterior jurisprudencia. Más allá de que faltan tres magistrados al cónclave y que, por tanto, se manifiestan veintiocho de los treinta y uno, el resultado es que quince determinan que siga vigente la vieja doctrina del Tribunal que determina que sean los ciudadanos quienes sufraguen el impuesto sobre actos jurídicos documentados (que no debe olvidarse que es consecuencia de las obligaciones que los bancos les imponen cuando les conceden hipotecas), y los otros trece se quedan con un palmo de narices, argumentando y defendiendo lo contrario. Aunque dado el curso que habían tomado las cosas se esperaba una solución casi inevitablemente chapucera, esta resolución nos deja absolutamente perplejos a los ciudadanos del común, que, entre otras muchas cosas, no entendemos como no se debatió internamente, antes de publicarse, una resolución tan controvertida, que seguramente ofrece múltiples aristas e interpretaciones, hasta el punto de que ha partido por el eje, que es lo mismo que decir por mitades, a toda una Sala del Tribunal Supremo. O el asunto tiene una dificultad morrocotuda, o quienes lo han gestionado son unos chapuceros. Ambas cosas deben resolverse con discreción y eficiencia, sin permitir que desciendan al barrizal diario de la política, que acaba desacreditando a cuantos en él intervienen. Otra cosa es que se pretenda hacerlo conscientemente, algo que no quiero ni imaginar.

Desde la especialización jurídica, a menudo se suele criticar que los ciudadanos (también los periodistas, tertulianos y comentaristas) se instituyan en exégetas de la ley y la jurisprudencia, posicionándose como expertos en su interpretación. Yo creo que unos y otros somos muy conscientes de nuestra nula expertidad en el conocimiento y la aplicación de las leyes y la jurisprudencia. En cambio, globalmente considerados, poseemos bastante sentido común. Y visto lo visto, y contrastado lo acaecido entre veintiocho cualificadísimos jueces, defendiendo posiciones contrapuestas, divididos por mitades casi idénticas, pues, sinceramente, uno piensa que tal vez la cordura, la sensatez y el sentido común que patrimonializamos la ciudadanía en general podrían ser una buena fuente de inspiración para los juristas.

En la edición del pasado día 4 de noviembre, Diario 16 publicaba que la Agencia Tributaria ha detectado que los españoles tenemos 457.000 millones de euros en el extranjero, lo que supone algo más del 40 % del PIB del país. Sabemos de sobra quienes son estas personas que engrosan la élite económica y política de la nación, que no tienen hipotecas y que son radicalmente desvergonzadas e inmorales, aunque pidan perdón, hipócritamente contritos, cuando pillados y juzgados están a las puertas de la cárcel para cumplir la mitad de la penitencia y poder disfrutar de la totalidad de los caudales expatriados, y de los sospechosamente legalizados. Mientras esto sucede, 10 millones de personas están en riesgo de pobreza, según un reciente estudio de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN-ES), que añade que 2,4 millones de personas viven en la pobreza extrema. Por otro lado, el último Informe sobre Bienestar social y económico de La Caixa señala que el 8 % de los españoles pasa frío en casa, que el 36,6 % no puede permitirse gastos imprevistos, que el 19 % no dispone de una pequeña cantidad de dinero para gastarse en ellos mismos o que uno de cada tres no pueden tomar vacaciones. De resultas de todo ello, nuestro nivel de vulnerabilidad nos sitúa en el puesto 25 entre los 28 miembros de la Unión Europea, o sea, casi encabezamos el ranking. Dicho de otra manera: estamos acuñando una nueva “marca España”, la de la vergüenza y la ignominia.

Este es el estado del país y de buena parte de su gente. Otro día hablaremos de las clases medias. Mientras tanto, quienes detentan los poderes públicos o aspiran a ocuparlos están a lo suyo. Entre los políticos, unos se envuelven con banderas y se refocilan con griteríos, bailando al son del ruido y la furia, para que todo siga igual que siempre; otros más novicios disimulan sus posiciones reaccionarias y actúan como taimados voceros de las empresas de IBEX; terceros pelean denodadamente por mantenerse en el poder, sea como sea; y los que restan empujan cuanto pueden soñando con aquello de “quítate tú que me ponga yo”. Lo cierto y verdad es que, a todos ellos, el país y los ciudadanos les importan un comino.

Para otros, lo suyo es seguir “a la chita callando”, haciendo poco ruido y manteniendo el statu quo, que para eso se instituyó, para “sostenello y no enmendallo”, invocando permanentemente la división e independencia de los poderes del Estado que, una vez bien “desarrollados” e “interpretados” los preceptos constitucionales, aparentan ser demasiado a menudo una pura entelequia. Y los padres de la patria, pues a lo suyo, unos cuantos a exhibir en el Parlamento sus pequeñas vanidades y la inmensa mayoría a apretar los botones partidistas y a hacer caja. Y todos, amparados bajo el paraguas de la casi universal impunidad, a servir a los poderosos.

Llegados a este punto, conviene recordarles y recordarnos que la UE aprobó en febrero de 2014 la directiva 2014/17 de protección a los consumidores en los contratos inmobiliarios. Y que el gobierno del PP fue incapaz de trasponer (trasladar a nuestra legislación) esa directiva pese a que dispuso de cuatro años para hacerlo. Ello implicaba reformar la vieja ley hipotecaria, incorporando la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la UE que protege abrumadoramente a los consumidores (como sucedió en la sentencia de las cláusulas suelo, de diciembre de 2016). Si el PP lo hubiese hecho, el Tribunal Supremo no habría tenido ocasión de errar o zozobrar. Ahora bien, más allá de la dejación gubernamental, interesada o no, tampoco debe omitirse la alarmante autarquía intelectual de muchos de nuestros magistrados. De hecho, solo dos de los integrantes de la Sala de referencia han apelado a la conveniencia de consultar a Luxemburgo.

Pero todavía conviene recordar con más énfasis que el artículo 1.2 de la vigente Constitución Española dice inequívocamente que “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. No nos conviene olvidar cómo y con quién se posiciona cada cual para actuar en consecuencia cuando se nos convoque a las urnas. Concluiré con un aforismo cuya observancia me parece que nos viene bien a todos, inclusive a los magistrados del Tribunal Supremo: honeste vivere, neminem laedere, suum cuique tribuere (vivir honestamente, no dañar a otro, dar a cada uno lo suyo). Ulpiano dixit.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Peterpanes

A buena parte de quienes debimos hacernos mayores antes de que nos correspondiese, nos revienta Peter Pan, ese personaje de ficción, creado por el escocés James M. Barrie a principios del siglo XX, que no quería crecer y vivía en un mundo de fantasía en el que podía continuar siendo un niño para siempre. Hace años que este protagonista imaginario da nombre a un estado psicológico, a un síndrome que adopta su nombre y que no es un trastorno psicológico, sino una forma de ser caracterizada por la eterna inmadurez. Lo acuñó el psicólogo estadounidense Dan Kiley en los años 80 para referirse exclusivamente a hombres que se resistían a madurar, pero actualmente se alude con él a “peterpanes” de ambos sexos.

Las personas con esta sintomatología ofrecen rasgos sesgadamente infantiles, tienen grandes dificultades para asumir responsabilidades y compromisos de cualquier tipo y una radical inmadurez emocional. No saben gestionar sus sentimientos y los expresan desmedidamente, con rabietas y arrebatos de ira o de euforia, o con una tristeza intensa y angustiosa. Idealizan la juventud, les cuesta aceptar que se hacen mayores y, a la menor dificultad, sufren regresiones a etapas evolutivas anteriores. Carecen de confianza en sí mismas y tienen una gran inseguridad, aunque aparenten lo contrario. A veces hasta exhiben un ego exagerado para compensar su falta de autoestima. Aunque no suelen reconocerlo y disimulan, sufren y pasan la vida huyendo de una realidad que les resulta dolorosa, y que no asumen. Prefieren quedarse viviendo en la tierra de Nunca Jamás, practicando la inmadurez, la irresponsabilidad y el egocentrismo característicos de la niñez o la adolescencia.

A veces, los peterpanes son personas que tuvieron infancias y adolescencias felices, sin traumas ni carencias, que han idealizado como las mejores etapas de sus vidas. Pero se equivocan porque vivir en una burbuja, sin asumir responsabilidades y con la sobreprotección de la familia, tiene consecuencias. Se quiera o no, la vida, progresivamente, se va haciendo compleja y difícil y ese imparable curso provoca en estas personas una angustia creciente porque carecen de recursos con los que afrontar las adversidades. De ahí que opten por idealizar las etapas anteriores, en las que eran libres, despreocupados, felices… Otras veces los peterpanes han sufrido carencias afectivas o situaciones traumáticas que les han impedido adquirir el sentimiento de seguridad y confianza en sí mismos y en el mundo que todo ser humano necesita. Obviamente, quien es inepto para afrontar las inseguridades y los miedos llegará a la vida adulta siendo incapaz de ayudar a que otros aprendan a hacerlo, pues difícilmente se da lo que no se posee. Así pues, nuestros amigos peterpanes tienen ante sí un problema emocional, de capacidad y de autoconfianza que interfiere en su desarrollo personal, laboral y social, y que afecta negativamente a quienes les rodean.

No pretendo entrar a analizar la etiología, características, manifestaciones y disfunciones que muestran quienes sufren el síndrome de Peter Pan, pero si abundaré en algunos detalles que deberían hacernos reflexionar a padres, educadores y a los ciudadanos en general. El pasado verano, cerca de doscientas mil personas compitieron en una oposición para lograr una de las más de veinte mil plazas de profesor de E. Secundaria, Formación Profesional y Escuelas de Idiomas, que integraban la mayor oferta de empleo público realizada desde que comenzó la crisis. Curiosamente, casi el diez por ciento de los puestos quedaron vacantes. Ha habido y persiste un importante debate sobre el grado de exigencia de las pruebas y se sabe que las faltas de ortografía y los errores gramaticales lastraron la calificación de un número importante de opositores. Refieren miembros de los tribunales que algunos de ellos redactaron sus pruebas de la misma manera que escriben sus mensajes con el teléfono, es decir, acortando las palabras, por ejemplo un “tb” en vez de “también” o un “xq” en lugar de “por qué/porque”. Otros utilizaron expresiones adolescentes, propias de un registro coloquial, como “en plan” o “rollo de”, etc.

Sabemos por experiencia que el mundo adolescente y juvenil renueva y actualiza su lenguaje continuamente. Hoy, algunos papás inquietos por entender y compartir la adolescencia de sus hijos, pretendiendo evitar una hipotética brecha que en su opinión puede abrirse entre ambos por mor de la incomprensión, se afanan en asimilar e incorporar a su léxico ordinario palabras que nutren la jerga de los jóvenes. Intentando estrechar la cercanía emocional con sus vástagos llegan a sorprender a sus propios hijos con un metalenguaje quinceañero que incluye expresiones como “hacer un next”, “sexylady”, “random”, “marcarse un triple”, “mordor”, “Okey, oki, okis, okeler”,”trol de fango”, “worth”, “mierder”, “se lía/la lío parda”, “trolear”, “meh”, “hacendado me hallo”, “para snapchat o esto tiene un snap”, “KMK”, “estar de jajás”, “thanks for the info”, “hasta nunki”, etc. Un desvarío que los propios muchachos saludan asombrados, unas veces siguiendo la corriente a sus desorientados progenitores y otras ridiculizándolos directamente porque la mayoría de ellos sí conocen, perfectamente, el rol y el léxico específico de cada cual.

Es cierto que las personas con síndrome de Peter Pan no lo pasan nada bien y se sienten incomprendidas, ignorando su problema hasta que se produce alguna situación crítica que les hace tomar conciencia de que su forma de comportarse y enfrentar el mundo es anómala respecto a la del resto de sus iguales. Pero no lo es menos que estos seres, a nivel relacional, son una fuente de conflictos por su falta de compromiso y la gran exigencia que tienen con los demás. Generalmente, la persona Peter Pan aparenta estar segura de sí misma, incluso hasta parece arrogante, pero esa máscara esconde una baja autoestima. Suele atesorar algunas cualidades personales, como la creatividad y el ingenio, y a menudo es un buen profesional. Además, se esfuerza por despertar la admiración y el reconocimiento de la gente que la rodea. Pero, aunque socialmente puedan ser líderes apreciados por su capacidad de divertirse y amenizar el ambiente, en la intimidad despliegan su parte exigente, intolerante y desconfiada. Suelen ser, por decirlo escuetamente,  líderes fuera y tiranos en casa. A nivel amoroso, lo común es que establezcan relaciones superficiales, sin llegar a comprometerse mucho. Por resumir, muchos de ellos y ellas responden al conocido perfil "Dark Triad" (narcisismo, maquiavelismo y psicopatía).

Así que, contrastada la relativa relevancia numérica de estos singulares personajes, recordaré que alguien dijo en cierta ocasión, refiriéndose a la antigua policía armada, aquello de que “son pocos y van dando palos de ciego”. A lo que un viejo sindicalista respondió, “pero como te pillen, te joden”. Pues eso, menos territorio de Nunca Jamás y más poner a madurar las brevas.