No
en vano todos somos, o fuimos, maestros. Será difícil, por tanto, que se desanude
completamente nuestro vínculo con la educación y la cultura. Abusando de la
amistad que nos une, me atrevo a compartir un pequeño excurso que abunda en
ellas, siquiera sea para remedar la hoy ausente dimensión sociocultural del encuentro,
por voluntad y decisión –respetabilísimas– de nuestro anfitrión.
¿Conocéis
el teorema de la amistad? Sí, digo bien, no me he confundido. Imagino que os
sorprende, pero os aseguro que existe. Lo enunciaré para que lo comprobéis.
Supongamos una fiesta en la que participan seis personas. Consideremos a cualesquiera
dos de ellas. Puede suceder que se reúnan por primera vez, en cuyo caso son
mutuamente extrañas, o puede ser que se hayan conocido antes; en tal caso, serán
recíprocamente conocidas. Partiendo de esas premisas, el teorema dice que
"en cualquier grupo de seis personas, existen tres que son mutuamente
conocidas o mutuamente desconocidas". Para desbrozar el problema planteado
podemos completar los 78 grafos posibles, con seis vértices, de “amigos–extraños”.
En cada uno de ellos, las aristas de color azul/rojo muestran la relación mutua
de amigos/extraños. Stop. Cuando os aflija el aburrimiento o la desidia, os
animo a que os fabriquéis un tablero con los correspondientes grafos y lo comprobéis.
Si por un casual decidierais hacerlo, observaréis que en todas las
representaciones es inevitable que exista un triángulo rojo o azul, es decir, siempre
habrá tres personas mutuamente extrañas o tres personas recíprocamente
conocidas, comprobación que demuestra el teorema. Para que, entretanto, no
estrujéis demasiado las neuronas, os adjunto una imagen que, agrandándola, os
permitirá contrastar lo que digo. También se puede abordar el problema
utilizando el llamado "principio del palomar". Existen varias formas
de enunciarlo, pero perseverando en el lenguaje zoológico, una de ellas podría
ser la siguiente: “Si tenemos ‘n’ nidos y ‘n+1’ palomas, entonces hay un nido
en el que duermen al menos dos palomas”. Obvio, ¿no? Pues bien, principio tan
sencillo puede ayudarnos a resolver algunos problemas de apariencia compleja.
Por supuesto, la dificultad suele estar en “identificar” los nidos y las
palomas. ¿A que adivino a qué/a quién os suena esta singular digresión? La
respuesta es obvia: a don Luis Marín, el venerable “Culo de Pato”, ¿o no?
El teorema
de la amistad surgió en 1930, formando parte de un trabajo titulado “On a
Problem in Formal Logic” (Sobre un problema en lógica formal), donde
Frank P. Ramsey –un cerebro privilegiado, que por desgracia solo vivió
veintiséis años– demostró un teorema más general, que tomó su nombre, siendo
el de la amistad uno de sus casos particulares. El de Ramsey es un teorema fundacional
de la teoría combinatoria que, como sabemos, busca encontrar regularidades en
el desorden; o, lo que es lo mismo, indaga la presencia de condiciones
generales para la existencia de subestructuras con propiedades regulares. O, dicho
en román paladino, intenta demostrar que el desorden absoluto es imposible.
Lejos
de semejante embrollo, habíamos acordado que hoy visitaríamos Benilloba, la
patria chica de Alfonso, en la Montaña alicantina, territorio agreste en el
que, a exclusivos efectos probabilísticos, podrían mutarse los grafos y las palomas
por chorizos y morcillas, opción que per
se preserva el color rojo de los grafos, obligando a sustituir únicamente el
blanco palomero por el negro morcillero. Alfonso propuso que nos concentrásemos
en su casa para despenar el primer aperitivo y proseguir la ofensiva hasta la
Venta Nadal. A tal efecto, la tropa se organizó en dos columnas que arrancaron
simultáneamente desde la desembocadura del Vinalopó para encaminarse al primer
objetivo. La primera, comandada por Antonio Antón, siguió el curso del río
aguas arriba reclutando los efectivos que se habían dispuesto en Elx, Aspe y
Novelda (Luis desistió hoy por mor de contingencias imprevistas). Lamentablemente
mermados y una vez remontadas las terrazas que bordean el lecho hasta Sax,
tomaron la vía que atraviesa la Foia de Castalla y se adentra en las tierras
del Comtat. La segunda columna, al mando del almirante Ruso, ribeteó en
solitario la carretera de la costa hasta alcanzar la capital, donde incorporó al
contingente alicantino y vilero que se hallaba concentrado en los dos puntos
habituales: la Plaza de los Luceros y el Polígono de San Blas. Embarcados todos
los efectivos, el “condottiero” puso rumbo al Maigmó para, desde allí, transportar
la partida por el mismo itinerario seguido por la primera columna, hasta
alcanzar Benilloba.
Benilloba,
12:00 h. Todos en la morada de nuestros amigos Paqui y Alfonso, sempiternamente
acogedora. Sacha, su airedale terrier,
saludando con ladridos corteses, raudamente respetuosos y silentes. Alfonso Jr.
casi dispuesto para emprender su diario paseo, hoy tras los obligados saludos
de los visitantes. Los anfitriones abriendo su casa y sus corazones a las
amistades, como es de ley. Aparecen las cervezas que ofrecía Alfonso hace unos
días, que todos interpretamos en clave de fruslerías y que se han trocado por
ensalmo en un ‘banquetorro’ a base de frutos secos, quesos rematados con
membrillo casero, mojama, hueva y ‘sangatxo’ al gusto de la casa, sobrasada
‘casolana’, coca de mollitas preparada adrede por Paqui y otros detalles
añadidos, regados con aceite intenso y aromático del Comtat, virgen, extra y de
olivas recién exprimidas de la variedad alfafarenca, que son del gusto de
nuestro anfitrión. Una hora larga de sacrificios, salpicados con quintitos de
Estrella de Galicia, algún distraído vinito blanco y una botella de tinto de la
Ribera que nos han dispuesto el cuerpo para encaminarnos a la conquista del
objetivo final: la Venta Nadal.
Apenas
nos habíamos levantado de unos asientos y, sin solución de continuidad, ya
estábamos poniendo nuestras nalgas en otros diferentes, distantes poco menos de
un par de quilómetros. Hoy hacía frío. El tiempo no invitaba a vaguear por
predios y heredades. Tampoco incitaba a zanganear, emprendiendo erráticos
paseos para admirar la siempre intimidante mole de la Sierra Aitana, o para saborear
el encanto del más cercano y recatado Castell de Penella, o simplemente para compartir
conversaciones y confidencias recorriendo la ondulada carretera que llega y
sale de la villa. Así que, sin más, en pocos minutos, poníamos nuestros reales
en la mesa que los regentes de la Venta Nadal nos habían preparado por indicación
de Alfonso. Ni qué decir tiene que el local estaba a tope, como es habitual.
Lleno, pero controladamente, hay que subrayarlo sin ambages. Desconozco su
aforo (probablemente entre treinta y cuarenta comensales), pero afirmo
categóricamente que cocina y servicio están perfectamente ajustados a la
demanda. Desde que hemos llegado hasta que hemos abandonado la terraza de la
Venta hemos gozado de una perfecta atención. Nos hemos sentido infrecuentemente
bien acogidos por Vicent y su gente, que han logrado que, pese a las
estrechuras que hacen poco menos que inevitable que se produzca una cierta algarabía
en el local, hayamos comido distendida, cómoda y extraordinariamente.
Telegrafiaré mínimamente el menú porque su explicación requiere bastante más
espacio del que suelen ocupar estas crónicas: picaetes de sobrasada, morcón,
chorizo y morcilla curada; rebollones y verduras varias a la plancha, láminas
de sobrasada curada con miel, habas con chorizo, maíz asado, hígado y lomo de
cordero a la plancha, escalibada, pericana, chuletas de cordero a la brasa,
chuletitas de cabrito acompañadas con patatas fritas crujientes… Y qué decir de
los caserísimos postres: pastel de calabaza y manzana, tiramisú, helado, fruta
natural trinchada… Un menú memorable y a buen precio, como se asegura en las
referencias de las redes sociales y de las plataformas turísticas, que esta vez
aciertan y hacen justicia al establecimiento.
No podían faltar las habituales copas,
esta vez en una terraza bastante fresquita y a la intemperie, que custodia el
inexistente arcén de una ínfima y serpenteada carretera que ribetea la venta y
la esconde de miradas inoportunas. Una
furtiva pareja que sorprendentemente se nos adosó, compartiendo algunas de las
viejas canciones de siempre y otras que lo son menos: María la Portuguesa, No puedo
estar sin ti o María Isabel se
maridaron con Que tinguem sort y
otras que Antonio interpretó magistralmente, una vez más, con su voz que no
envejece, y que concitó no solo nuestro interés sino el de cuantos abandonaban a
esa hora sus sobremesas en la Venta.
Permitid
que, amparado en el encogimiento de las horas de luz de este otoñal día y en la
ulterior provocación matemática y ‘guasapera’ del amigo Sofo, como corolario de
este vigésimo séptimo encuentro, insista en el celebérrimo Ramsey, que no solo
ocupaba su tiempo en las disertaciones que comentaba sino que también
filosofaba, como todo científico que se precie, por joven que sea. Como era
hombre apasionado, socialmente inquieto y amante de la vida, tal vez por ello,
en un discurso que pronunció ante
los llamados “apóstoles” (un selecto
grupo de discusión de Cambridge), dijo algo parecido a lo siguiente: Mi cuadro
del mundo está dibujado en perspectiva, no es un modelo a escala. El primer
plano lo ocupan los seres humanos, y las estrellas son, para mí, tan pequeñas
como monedas de tres peniques. No creo realmente en la astronomía, excepto como
una complicada descripción de parte del curso de las sensaciones humanas y,
posiblemente, animales. Aplico mi perspectiva no solo al espacio, sino también
al tiempo. A la larga, el mundo se enfriará y todo morirá; pero queda mucho
para eso, y su valor actual, a interés compuesto, es casi nada. Que el futuro
sea vacío no resta valor al presente. La Humanidad, que ocupa el primer plano
de mi lienzo, es para mí interesante y toda ella admirable. Encuentro, al menos
hasta ahora, que el mundo es un lugar placentero y excitante. Puede que otros
lo encuentren deprimente; lo siento por ellos, que, seguramente, desdeñarán lo
que digo. Pero yo tengo razón y ellos no; solo tendrían alguna razón para
rechazar lo que expongo si sus sentimientos se correspondiesen con la realidad
como los míos lo hacen. Pero no pueden. La realidad no es buena ni mala;
simplemente es lo que a mi me entusiasma y a ellos deprime. Y lo siento, porque
es más agradable estar entusiasmado que deprimido… y no solo más agradable,
sino mejor para la vida de cada uno.
Hoy no tengo más que añadir. Lo que expone el amigo Ramsey,
además de juicioso, es evidente, no ofrece duda y, por tanto, ¡queda
demostrado!, como hubiese concluido el “sagaz” Sr. Marín.
Según lo acordado, la próxima será en enero y en Alicante.
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