sábado, 10 de noviembre de 2018

Crónicas de la amistad: Benilloba (27)

No en vano todos somos, o fuimos, maestros. Será difícil, por tanto, que se desanude completamente nuestro vínculo con la educación y la cultura. Abusando de la amistad que nos une, me atrevo a compartir un pequeño excurso que abunda en ellas, siquiera sea para remedar la hoy ausente dimensión sociocultural del encuentro, por voluntad y decisión respetabilísimas de nuestro anfitrión.

¿Conocéis el teorema de la amistad? Sí, digo bien, no me he confundido. Imagino que os sorprende, pero os aseguro que existe. Lo enunciaré para que lo comprobéis. Supongamos una fiesta en la que participan seis personas. Consideremos a cualesquiera dos de ellas. Puede suceder que se reúnan por primera vez, en cuyo caso son mutuamente extrañas, o puede ser que se hayan conocido antes; en tal caso, serán recíprocamente conocidas. Partiendo de esas premisas, el teorema dice que "en cualquier grupo de seis personas, existen tres que son mutuamente conocidas o mutuamente desconocidas". Para desbrozar el problema planteado podemos completar los 78 grafos posibles, con seis vértices, de “amigos–extraños”. En cada uno de ellos, las aristas de color azul/rojo muestran la relación mutua de amigos/extraños. Stop. Cuando os aflija el aburrimiento o la desidia, os animo a que os fabriquéis un tablero con los correspondientes grafos y lo comprobéis. Si por un casual decidierais hacerlo, observaréis que en todas las representaciones es inevitable que exista un triángulo rojo o azul, es decir, siempre habrá tres personas mutuamente extrañas o tres personas recíprocamente conocidas, comprobación que demuestra el teorema. Para que, entretanto, no estrujéis demasiado las neuronas, os adjunto una imagen que, agrandándola, os permitirá contrastar lo que digo. También se puede abordar el problema utilizando el llamado "principio del palomar". Existen varias formas de enunciarlo, pero perseverando en el lenguaje zoológico, una de ellas podría ser la siguiente: “Si tenemos ‘n’ nidos y ‘n+1’ palomas, entonces hay un nido en el que duermen al menos dos palomas”. Obvio, ¿no? Pues bien, principio tan sencillo puede ayudarnos a resolver algunos problemas de apariencia compleja. Por supuesto, la dificultad suele estar en “identificar” los nidos y las palomas. ¿A que adivino a qué/a quién os suena esta singular digresión? La respuesta es obvia: a don Luis Marín, el venerable “Culo de Pato”, ¿o no?

El teorema de la amistad surgió en 1930, formando parte de un trabajo titulado “On a Problem in Formal Logic” (Sobre un problema en lógica formal), donde Frank P. Ramsey –un cerebro privilegiado, que por desgracia solo vivió veintiséis años– demostró un teorema más general, que tomó su nombre, siendo el de la amistad uno de sus casos particulares. El de Ramsey es un teorema fundacional de la teoría combinatoria que, como sabemos, busca encontrar regularidades en el desorden; o, lo que es lo mismo, indaga la presencia de condiciones generales para la existencia de subestructuras con propiedades regulares. O, dicho en román paladino, intenta demostrar que el desorden absoluto es imposible.

Lejos de semejante embrollo, habíamos acordado que hoy visitaríamos Benilloba, la patria chica de Alfonso, en la Montaña alicantina, territorio agreste en el que, a exclusivos efectos probabilísticos, podrían mutarse los grafos y las palomas por chorizos y morcillas, opción que per se preserva el color rojo de los grafos, obligando a sustituir únicamente el blanco palomero por el negro morcillero. Alfonso propuso que nos concentrásemos en su casa para despenar el primer aperitivo y proseguir la ofensiva hasta la Venta Nadal. A tal efecto, la tropa se organizó en dos columnas que arrancaron simultáneamente desde la desembocadura del Vinalopó para encaminarse al primer objetivo. La primera, comandada por Antonio Antón, siguió el curso del río aguas arriba reclutando los efectivos que se habían dispuesto en Elx, Aspe y Novelda (Luis desistió hoy por mor de contingencias imprevistas). Lamentablemente mermados y una vez remontadas las terrazas que bordean el lecho hasta Sax, tomaron la vía que atraviesa la Foia de Castalla y se adentra en las tierras del Comtat. La segunda columna, al mando del almirante Ruso, ribeteó en solitario la carretera de la costa hasta alcanzar la capital, donde incorporó al contingente alicantino y vilero que se hallaba concentrado en los dos puntos habituales: la Plaza de los Luceros y el Polígono de San Blas. Embarcados todos los efectivos, el “condottiero” puso rumbo al Maigmó para, desde allí, transportar la partida por el mismo itinerario seguido por la primera columna, hasta alcanzar Benilloba.

Benilloba, 12:00 h. Todos en la morada de nuestros amigos Paqui y Alfonso, sempiternamente acogedora. Sacha, su airedale terrier, saludando con ladridos corteses, raudamente respetuosos y silentes. Alfonso Jr. casi dispuesto para emprender su diario paseo, hoy tras los obligados saludos de los visitantes. Los anfitriones abriendo su casa y sus corazones a las amistades, como es de ley. Aparecen las cervezas que ofrecía Alfonso hace unos días, que todos interpretamos en clave de fruslerías y que se han trocado por ensalmo en un ‘banquetorro’ a base de frutos secos, quesos rematados con membrillo casero, mojama, hueva y ‘sangatxo’ al gusto de la casa, sobrasada ‘casolana’, coca de mollitas preparada adrede por Paqui y otros detalles añadidos, regados con aceite intenso y aromático del Comtat, virgen, extra y de olivas recién exprimidas de la variedad alfafarenca, que son del gusto de nuestro anfitrión. Una hora larga de sacrificios, salpicados con quintitos de Estrella de Galicia, algún distraído vinito blanco y una botella de tinto de la Ribera que nos han dispuesto el cuerpo para encaminarnos a la conquista del objetivo final: la Venta Nadal.

Apenas nos habíamos levantado de unos asientos y, sin solución de continuidad, ya estábamos poniendo nuestras nalgas en otros diferentes, distantes poco menos de un par de quilómetros. Hoy hacía frío. El tiempo no invitaba a vaguear por predios y heredades. Tampoco incitaba a zanganear, emprendiendo erráticos paseos para admirar la siempre intimidante mole de la Sierra Aitana, o para saborear el encanto del más cercano y recatado Castell de Penella, o simplemente para compartir conversaciones y confidencias recorriendo la ondulada carretera que llega y sale de la villa. Así que, sin más, en pocos minutos, poníamos nuestros reales en la mesa que los regentes de la Venta Nadal nos habían preparado por indicación de Alfonso. Ni qué decir tiene que el local estaba a tope, como es habitual. Lleno, pero controladamente, hay que subrayarlo sin ambages. Desconozco su aforo (probablemente entre treinta y cuarenta comensales), pero afirmo categóricamente que cocina y servicio están perfectamente ajustados a la demanda. Desde que hemos llegado hasta que hemos abandonado la terraza de la Venta hemos gozado de una perfecta atención. Nos hemos sentido infrecuentemente bien acogidos por Vicent y su gente, que han logrado que, pese a las estrechuras que hacen poco menos que inevitable que se produzca una cierta algarabía en el local, hayamos comido distendida, cómoda y extraordinariamente. Telegrafiaré mínimamente el menú porque su explicación requiere bastante más espacio del que suelen ocupar estas crónicas: picaetes de sobrasada, morcón, chorizo y morcilla curada; rebollones y verduras varias a la plancha, láminas de sobrasada curada con miel, habas con chorizo, maíz asado, hígado y lomo de cordero a la plancha, escalibada, pericana, chuletas de cordero a la brasa, chuletitas de cabrito acompañadas con patatas fritas crujientes… Y qué decir de los caserísimos postres: pastel de calabaza y manzana, tiramisú, helado, fruta natural trinchada… Un menú memorable y a buen precio, como se asegura en las referencias de las redes sociales y de las plataformas turísticas, que esta vez aciertan y hacen justicia al establecimiento.

No podían faltar las habituales copas, esta vez en una terraza bastante fresquita y a la intemperie, que custodia el inexistente arcén de una ínfima y serpenteada carretera que ribetea la venta y la esconde de miradas inoportunas. Una furtiva pareja que sorprendentemente se nos adosó, compartiendo algunas de las viejas canciones de siempre y otras que lo son menos: María la Portuguesa, No puedo estar sin ti o María Isabel se maridaron con Que tinguem sort y otras que Antonio interpretó magistralmente, una vez más, con su voz que no envejece, y que concitó no solo nuestro interés sino el de cuantos abandonaban a esa hora sus sobremesas en la Venta.

Permitid que, amparado en el encogimiento de las horas de luz de este otoñal día y en la ulterior provocación matemática y ‘guasapera’ del amigo Sofo, como corolario de este vigésimo séptimo encuentro, insista en el celebérrimo Ramsey, que no solo ocupaba su tiempo en las disertaciones que comentaba sino que también filosofaba, como todo científico que se precie, por joven que sea. Como era hombre apasionado, socialmente inquieto y amante de la vida, tal vez por ello, en un  discurso que pronunció ante los  llamados “apóstoles” (un selecto grupo de discusión de Cambridge), dijo algo parecido a lo siguiente: Mi cuadro del mundo está dibujado en perspectiva, no es un modelo a escala. El primer plano lo ocupan los seres humanos, y las estrellas son, para mí, tan pequeñas como monedas de tres peniques. No creo realmente en la astronomía, excepto como una complicada descripción de parte del curso de las sensaciones humanas y, posiblemente, animales. Aplico mi perspectiva no solo al espacio, sino también al tiempo. A la larga, el mundo se enfriará y todo morirá; pero queda mucho para eso, y su valor actual, a interés compuesto, es casi nada. Que el futuro sea vacío no resta valor al presente. La Humanidad, que ocupa el primer plano de mi lienzo, es para mí interesante y toda ella admirable. Encuentro, al menos hasta ahora, que el mundo es un lugar placentero y excitante. Puede que otros lo encuentren deprimente; lo siento por ellos, que, seguramente, desdeñarán lo que digo. Pero yo tengo razón y ellos no; solo tendrían alguna razón para rechazar lo que expongo si sus sentimientos se correspondiesen con la realidad como los míos lo hacen. Pero no pueden. La realidad no es buena ni mala; simplemente es lo que a mi me entusiasma y a ellos deprime. Y lo siento, porque es más agradable estar entusiasmado que deprimido… y no solo más agradable, sino mejor para la vida de cada uno.

Hoy no tengo más que añadir. Lo que expone el amigo Ramsey, además de juicioso, es evidente, no ofrece duda y, por tanto, ¡queda demostrado!, como hubiese concluido el “sagaz” Sr. Marín. 

Según lo acordado, la próxima será en enero y en Alicante.

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