miércoles, 11 de diciembre de 2019

Que veinte años no es nada

Entre las miles de cosas que nos recuerda diariamente Facebook, hoy, una de sus entradas testimonia que hace veintiún años nos dejó mi primo Fernando Corral. Lo rememora con una espléndida fotografía la segunda de sus hijas, una persona que percibo afable y cercana, como lo son cuantas conforman su familia. En esa foto, Fernando aparece como cargando un pino sobre sus espaldas, uno de los que probablemente pueblan la cuesta del Castillo de su pueblo, Chiva. Aparece en la instantánea joven y poderoso, todavía con la cabeza poblada de cabellos. Incluso me parece adivinar que ya luce el bigote que siempre le acompañó.

Mi primo Fernando era un personaje excepcional. Tengo multitud de anécdotas compartidas, aunque me limitaré a recordar solamente algunos retazos de nuestra relación. Cronológicamente, el primero en el tiempo alude a un diccionario (francés-español, español-francés), que él había utilizado en sus estudios y que me regaló para que hiciese lo propio en los míos, cuando yo cursaba bachillerato en Chiva. Un pequeño y abultado volumen en el que, además de estampar su rúbrica en las primeras páginas, grabó sus iniciales en el lomo para que quedase constancia de su propiedad. Lo utilicé en su día y allí lo tengo, en un lugar destacado de mi casa de Gestalgar, haciéndome evocarlo cada vez que me siento frente a la estantería en que reposa.

Pero, ¿qué es un diccionario? Apenas nada, aunque para mí el que menciono signifique muchas cosas. A Fernando hay que recordarlo por otras importantes razones. Gracias a su familia, la mía se desplazó a Alicante. Fueron ellos, Fernando y Alfredo, mis primos, quienes facilitaron que encontrásemos un puesto de trabajo para mi padre cuando enfermó y no le quedó otra alternativa que abandonar su profesión de siempre, la agricultura, para incorporarse a un trabajo sedentario que, en este caso, no pudo encontrarse en otro lugar distinto de Alicante. En aquellos años 60, COBENSA, una empresa participada por la familia Corral, había emprendido numerosas promociones en la ciudad y pueblos aledaños. Fernando solía desplazarse prácticamente todas las semanas desde Valencia para supervisar las obras. Si no recuerdo mal, venía en un flamante Seat 1500 de color crema. En más de una ocasión, aprovechando sus visitas, volví con él a Valencia y a Chiva, e incluso hasta Gestalgar. Retengo detalles aislados de aquellas conversaciones en las que, como persona adulta y buen familiar, me ofrecía buenos consejos y recomendaciones para mis estudios y mi desarrollo personal. Pero lo que recuerdo con mayor nitidez son alguna de sus consejas, que nunca he dejado de tomar en consideración. En una de ellas me decía que en los viajes debía parar en los bares, ventas y restaurantes donde viese aparcados muchos camiones porque allí se solía comer bien y barato. Una máxima que probablemente le enseñó su padre, mi tío Fernando, que creo que la aplicaba a rajatabla. Tan es así que fue persona que jamás pisó un bar, salvo para asistir a alguna celebración de bautizo, comunión o boda de sus hijos y nietos.

Efectivamente, todavía retengo en mi retina retazos de uno de esos viajes. Yendo desde Alicante a Valencia, justo la entrada de Gata de Gorgos, a la izquierda de la carretera había una venta repleta de camiones y paramos allí. Ese día había para comer judías blancas con chorizo e hígado a la plancha. Mi primo decía que aquello era un menú inmejorable porque aportaba energía y hierro. Por mi parte, estaba frente a uno de los peores menús imaginables. Sin embargo me convenció, me lo comí y, después, he agradecido centenares de veces la lección que me dio sin pretenderlo. 

Son muchas más las anécdotas que recuerdo. Además de campechano, Fernando tenía un carácter jovial, bromista y ocurrente. Era persona que, como su padre, hablaba a una velocidad endiablada. O le que prestabas atención o te perdías la mitad de las cosas que decía. Era, adicionalmente, un ser hiperactivo que movía sus manos a la misma velocidad que su boca. Lo imagino dándole cariñosas palmaditas en el culo a nuestra tía abuela María la Corachana, cuando ya era septuagenaria, sin que se molestase jamás porque lo hacía tan espontánea y cariñosamente que era imposible que nadie le echase cuentas. Era increíble la habilidad que tenía para, en el mejor sentido de la palabra, “ponerle la mano encima” a cualquiera que se le pusiese a tiro.

Recuerdo a mi primo Fernando visitando sistemáticamente a nuestra común tía Carmen, cuando durante los últimos años de su vida la ingresamos en la residencia de San Antonio de Benagéber. Semana tras semana se personaba allí para hacerle la visita de rigor, interesarse por su estado y asegurarse de que todo estaba conforme a lo que correspondía. Fernando no solo era persona de profundas convicciones religiosas, sino que practicaba muy activamente sus creencias. Y eso, entonces y ahora, es rara avis y, desde luego, una actitud y un comportamiento más que loables.

Recuerdo la última vez que vi en pie a mi primo. Fue en su chalet de la cuesta del castillo de Chiva. Era verano, ya estaba bastante desmejorado y vestía un atuendo de estar por casa, como correspondía a la situación en que se encontraba. Incluso en esas lo vi entero, tal cual era, dispuesto, hecho un señor, que es lo que realmente fue siempre. Un caballero como la copa de un pino, igual que el que parece cargar en la fotografía. Larga vida en nuestro recuerdo, querido Fernando.

martes, 10 de diciembre de 2019

Definitivamente, el amor es ciego

¿Quién no ha sentido el ardor de la atracción sexual? ¿Quién desconoce uno de los condimentos esenciales de la existencia, si no el mejor? Todos, o casi todos, hemos experimentado la pasión amorosa alguna vez en la vida, o en muchas, y hasta en muchísimas ocasiones. La hemos disfrutado  y desentrañado en clave emocional, con la vehemencia de los arrebatos irrefrenables, con avidez incontrolada, cautivos incluso del deseo más despótico.

Este enardecido, y no dudo que compartido testimonio, parece diluirse frente a la fría mirada de los científicos, esos seres taciturnos que a veces se revelan como acreditados agoreros. ¿O acaso se les puede calificar de otra manera después de conocer su antepenúltimo descubrimiento? Pues no viene a resultar que, según dicen, la madre de todas las pasiones son los antígenos leucocitarios humanos (HLA), es decir, “unas sustancias que surgen de la formación de anticuerpos y que están relacionadas con la respuesta inmune ante cuerpos extraños”.

Tras la perplejidad que me produce la noticia, instantáneamente, me surge una pregunta tan ingenua como espontánea: ¿y qué tendrá que ver esto con el deseo? Porque, que yo sepa, históricamente no ha sido otra cosa que el interés o la apetencia por conseguir o disfrutar de/con algo bello, valioso, generoso, atractivo. Y ahora, bueno, realmente hace ya un par de años, unos investigadores de la Universidad de Dresde revitalizan la conocida perogrullada de que los polos opuestos se atraen.  O dicho con sus propias palabras, las parejas sexuales que buscamos los seres vivos tienen antígenos leucocitarios muy distintos a los nuestros. Este mecanismo, conocido con el nombre de complejo mayor de histocompatibilidad (MHC), provoca que peces, aves o mamíferos prefieran aparearse con individuos con códigos genéticos diferentes al suyo, algo que consiguen mediante señales olfativas. Y lo hacen porque con ello logran que sus descendientes desarrollen mayor resistencia frente a las agresiones patógenas.

Los investigadores alemanes demostraron en su estudio que cuanto mayor era la diferencia entre los HLA de dos personas, más aumentaba entre ellos el deseo y la satisfacción sexual. Y esa realidad la interpretaban en clave de estrategia para la supervivencia y para la mejora de la especie. La mezcla de diferentes genes de ambos progenitores da lugar a individuos más fuertes frente a las enfermedades. De esta forma, nuestro cuerpo sabe antes que nosotros quién es nuestro/a compañero/a idóneo/a.

¿Quién nos iba a decir que los olores corporales acabarían siendo el elemento que induce la atracción sexual? Mira por donde resulta que los vilipendiados efluvios, que tanto desdén suscitan en la sociedad superperfumada e hiperhigienizada en que vivimos, que por cierto está dejando sin trabajo a nuestro sistema inmunitario –un asombroso escudo que nos ha protegido contra multitud de gérmenes y sustancias nocivas durante millones de años– son nuestro mejor photobook.

De hecho, otras investigaciones han demostrado, también, que la atracción olfativa es clave a la hora de optar por un/a compañero/a con una gran disimilitud del antígeno leucocitario humano. Todavía queda mucho por indagar y no está claro cómo los HLA influyen en la conformación del olor corporal, pero está probado que ciertos componentes del mismo se encuentran en fluidos como el sudor y la saliva.

Sabiendo cuanto antecede, habrá que creer a pies juntillas en el viejo adagio que asegura que el amor es ciego, aunque no insensible, por lo que parece. Personalmente añadiré, con Mario Benedetti, que, además, me parece imprescindible que lo acompañe una cierta dosis de locura; si no, sería otra cosa.

sábado, 30 de noviembre de 2019

Crónicas de la amistad: Benilloba (33)

Hay días que no resulta nada fácil ejercitar el oficio de cronista que hace algunos años cayó en mis manos. En cierta manera, todo sucedió por arte de birlibirloque, aunque no fue ajeno a ello ni vuestra intencionada complicidad ni mi connivente aceptación. En días como hoy, en los que me incomoda la espesura del pensamiento, solo me anima a persistir en la escritura la convicción de que debe contarse la historia que se quiere compartir, porque al fin y al cabo es lo que realmente importa. Me obliga más, si cabe, la posición ventajosa que supone contrastar que en cada uno de los encuentros surge un caudal argumental más que suficiente para trabar un relato generalmente más que aceptable. Juego, además, con la ventaja de saber que la crónica por escribir, no importa lo afortunada o infausta que resulte, concitará el interés de un público incondicional, como el que vosotros conformáis. Por tanto, ¿qué os puedo decir? La certeza de encontrar lectores no tiene precio para quien escribe porque si pocas veces hablamos con nosotros mismos excepción sea hecha de quienes han alcanzado el monacato, la santidad o la beatitud, todavía son menos los que escriben para sí. Es más, aún en el caso de que no fuese así, que lo es, yo seguiría escribiendo, porque tengo el convencimiento de que todas y cada una de nuestras historias merecen ser contadas y preservarse del olvido, de la misma manera que constituyen acicates para redactar las siguientes.

Tenía razón quien dijo aquello de que cuando un tema atrapa la atención del que  escribe no debe someterse a la duda. Aunque existan días en los que se aborrezca reflexionar sobre las cosas que interesan, preocupan o emocionan, son muchos más aquellos en los que se celebra haberse ocupado en ellas. Porque quienes escribimos sabemos que la indolencia o el bloqueo son gajes del oficio, que no representan otra cosa que la constatación de que nos tomamos en serio la tarea. Y ello obliga en ocasiones a tomar aire, a poner distancia, que también es una forma de escribir, como lo es volver sobre las voces de los maestros y oírlas atentamente. Y no solo eso. Intentar escribir, narrar o hacer crónicas significa, también, mirar al mundo que nos circunda, el inmediato y el remoto, con insaciable curiosidad, recorriendo y desbrozando el sinuoso camino que solo contadas veces conduce al encuentro con una voz genuina. El itinerario que exploro con estas modestas aportaciones solo aspira a intentar poner rostro y sentimiento al efímero repertorio de lo cotidiano, siempre desde la presunción de que vosotros, cuando las leéis, también anheláis algo más que atragantaros con las anécdotas que en ellas se cuentan.

Los caminos convergían este 29 de noviembre en Benilloba, nuestro lugar de destino, que decidimos como alternativa a Agres por imperativos sobrevenidos a Elías, el anfitrión inicialmente acordado. Hace años que, motivado por mi amistad con Alfonso y con otros paisanos suyos, leí una tesis doctoral que compuso sobre la localidad en los años noventa Ana Sanz de Bremond y Mayans, rotulándola Benilloba morisca y cristiana: historia de una evolución social, cuya lectura recomiendo. Un sesudo trabajo sobre la historia de la localidad, con especial incidencia en el origen y desarrollo del señorío desde la era morisca hasta finales de la Edad Moderna. Orillaré los detalles de ese profundo estudio sobre el secular señorío de los Condes de Aranda y Revillagigedo para rememorar una simple anécdota, recogida en sus páginas, que es aportación de J. Domenech Boronat y que incluyó la Revista de las fiestas de Benilloba del año 1989 con el título El Rey Lobo: ¿origen de Benilloba? En este trabajo, el autor sugiere que el nombre de la localidad podría llegar a explicarse acudiendo a una leyenda, según la cual procedería de “hijos del lobo o de la loba”. Pues cuentan que, hacia finales del siglo XI, cuando procedentes del norte de África los almorávides llegaron a la península ibérica, avanzando desde el sur hacia el norte, fueron derrotando a su paso a cuantos se les oponían. No escaseaban las cuadrillas y partidas que lucharon valientemente contra estos integristas y norteafricanos monjes-soldados, a quienes habían acudido los dignatarios de las taifas de Sevilla y Badajoz para intentar unificar nuevamente los territorios del Al-Andalus. Uno de los más destacados caudillos locales protagonistas de estos enfrentamientos, un tal Abu Allah Muhamad Ibn Mardanis Ben Hud, al que su arrojo en las batallas le valió el sobrenombre de Rey Lobo, parece que fue quien dio nombre al lugar. Sobre él ha escrito el referido cronista lo siguiente: Temido por sus enemigos, querido y loado por sus partidarios y amigos, amado y enaltecido por las mujeres, y tras sus victorias benevolente con los cautivos. Fue amigo de los cristianos y apreciaba mucho a sus mandos, por los que sentía un gran respeto, y al igual que sus antepasados pactaba con ellos pagándoles frecuentemente tributos, evitando con ello conflictos bélicos, que causaban infinidad de muertes vanas. Parece que este caudillo solía residir en Dénia y en el castillo del Benicadell, desde donde organizaba las partidas que recorrían estas montaraces comarcas. La leyenda asegura que dio a una de las alquerías dependientes de Penáguila –quizá con la intención de cederla en herencia a uno de sus sucesores– el nombre de “Beni” (hijos de), al que añadiría su apodo bélico “Lobo”, componiendo así una expresión que bien pudo ser “Beni-Lobo”, que con el tiempo pasó a ser “Ben a Loba”, nombre que ya aparece registrado en los documentos fundacionales de la posterior Baronía.

Así pues, larga es la historia de esta localidad, como notorios son sus recursos naturales y afamadas sus fiestas de moros y cristianos que protagonizan tres filás: Moros del Castillo, Cristianos de La Palmera y Moros del Arrabal. Para disfrute de todos, Alfonso nos ha introducido hoy en el local social de la suya, que es la última mencionada. Pero no adelantemos acontecimientos. Era poco más del mediodía cuando Tomás, Pascual, Sofo y quién suscribe entrábamos en su casa. Pocos minutos después llegaba la expedición procedente de los Valles del Vinalopó, mermada hoy de efectivos e integrada por los dos Antonios, pues Luis no podía concurrir y Elías decidió hacerlo a última hora, desplazándose autónomamente y presentándose poco después, justo cuando concluíamos la visita al taller que ha montado Alfonso en el sótano. Una instalación amplia y bien dotada de utillaje en la que desarrolla uno de sus hobbies, el trabajo con la madera. Lo mismo aborda la construcción de maceteros, pérgolas, armarios u objetos decorativos, que la emprende con el torno, confeccionando con tablones y troncos de árboles variopintos (olivo, nogal, enebro rojo, cerezo…) espléndidas piezas de ebanistería que son un portento de delicadeza y sensibilidad. Objetos que no solo decoran su casa, sino que nos regala a sus amigos y que, en mayor medida, ofrece para que se subasten en el Hospital La Fe, de Valencia, contribuyendo a sufragar el mantenimiento de una asociación de ayuda a los enfermos.

Concluida la breve visita, y obviando nuevamente las normas instituidas, Alfonso y Paqui han dispuesto un espléndido piscolabis a base de una magnífica coca de mollitas (obra de la anfitriona), sendos platos de jamón y queso (este último rematado con porciones de dulce de membrillo, también casero), lonchas de sobrasada bien curada y unas raciones de hueva y mojama. Todo ello acompañado de “pa torrat” regado con aceite sin filtrar, de primera prensada, acabado de elaborar con aceitunas alfafarencas, blanquetas y alguna otra variedad autóctona. Un aliño memorable para unos manjares que se han regado con quintos de Estrella de Galicia y una botella de Monte Real, reserva de 2014, que no desmerecieron.

Liquidado el aperitivo hemos iniciado un pequeño recorrido por las calles del pueblo. Un día espléndido y una inusual temperatura invitaban a deambular al aire libre. Alfonso nos ha enseñado y explicado los pormenores de algunos de los lugares más relevantes antes de que nos introdujésemos en el local de su filá para emprenderla con el almuerzo. Tampoco se echó a faltar en este caso un generoso aperitivo a base de tostas de queso con pimiento rojo asado a la leña, “esclatasangs” a la plancha, calamar a la andaluza, tapas de “magre i fetge”, y las singulares “coques fregides” acompañadas de anchoas y queso fresco. Una excelente ensalada de tomate con olivas partidas ha sido la antesala del plato principal, que era “arròs al forn”. Una especialidad de excelente sabor cuyo emplatado se dilató excesivamente, desluciendo un tanto la textura del grano. Unos dulces domésticos y variados han puesto remate dignísimo a una comida casera, sabrosa y abundante, que se dispensó a excelente precio.

Un nuevo corto paseo nos devolvió a la terraza de la casa de Alfonso y Paqui, donde estaba previsto que hiciésemos la sobremesa. Allá se ha dispuesto una más que selecta bodega, que además de las libaciones habituales, incorporaba sendas variedades de herbero, como no podía ser de otro modo, estando como estábamos en la Montaña alicantina. Antonio Antón había preparado con esmero una escaleta variadísima, que satisfizo a todos los concurrentes y que incluía viejas melodías como Judy con disfraz (Los salvajes), La caza (Juan y Junior), Eva María (Fórmula V), La escoba (Los Sirex), Todo tiene su fin (Módulos), Volver (Carlos Gardel), concluyendo la serenata con Que tinguem sort, de Lluis Llach, que empieza a ser casi el himno oficial de estos encuentros. Antes de abandonar la casa de nuestros amigos, los abrazos y los mejores deseos sellaron la despedida de otra jornada memorable.

Inmediatamente, unos enfilaron hacia el oeste, mientras otros lo hacíamos en sentido contrario. Se apagaban las luces del día cuando, tras atravesar Benasau, encarábamos los primeros repechos de la CV-770 antes de entrar en Alcolecha. Pascual conducía serena y expertamente un vehículo que se encaramaba a las rampas de la Aitana para alcanzar el Port dels Tudons y comenzar el vertiginoso descenso, zigzagueando una ínfima carretera cuyo trazado transcurre paralelo al río Sella hasta la localidad a la que da nombre. Las canciones de amor que incluye “La fuerza del corazón”, el primer disco de la colección “EL PAÍS de música”, que editó el diario homónimo en 2014, nos acompañaron en un espléndido deslizamiento, que nos permitió ver en el horizonte la imagen de la Luna creciente con Venus a su vera. Escenarios portentosos e inspiradores, que estimulan la imaginación y el recuerdo de algunas de las viejas leyendas que aluden a estos parajes, muy particularmente la del “Tresor Diví”, que no contaré para que quién tenga curiosidad busque y alcance a saber lo que le pasó al Agüelo Giner y a su nieto el Señor Toni. Sobrepasada Sella el trazado de la vía se suaviza para llegar raudamente a Orcheta y al Pantano del Amadorio y alcanzar en pocos minutos La Vila. Allí, en las aceras que ocupan los viejos arcenes de la N-332 despedimos a Tomás para enfilar hacia Alicante, ahora a golpes de Prokófiev y Beethoven, no en vano Pascual es quien es y su coche es el que es.

Dijo Henry D. Thoreau que la amistad no ha establecido institución alguna en la Tierra: ninguna religión la enseña, ninguna escritura contiene sus máximas, no tiene templo, ni siquiera una columna solitaria. Y, aún así, está presente en la vida de millones de personas y, donde falta, hace estragos en la existencia y en la convivencia humana. Nosotros lo sabemos bien y no desperdiciamos ocasión para ejercitarla. No olvidamos que el tiempo vuela, que las personas consumimos raudamente la existencia y que las oportunidades se desvanecen más pronto que tarde. Así que hablamos, nos reímos, comemos y perdemos el tiempo, muy conscientemente, cuanto podemos. Porque nos resulta extraordinariamente placentero y porque tal vez mañana no se tercie la ocasión. Así que lo que va por delante, va por delante. Hoy lo hemos hecho en Benilloba y apenas debute el nuevo año lo replicaremos en Elx. Será en las primeras semanas de febrero. La fecha concreta ya la acordaremos. Un fortísimo abrazo, amigos.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Alfonso

A veces he imaginado a Alfonso como un caudillo almorávide. Seguramente será porque mi retina lo recuerda, juvenil y resuelto, reflejado en una vieja fotografía, en la que aparece ataviado con el traje festero en el que en tantas ocasiones se ha embutido para participar en las fiestas de su pueblo; las que se celebran en honor de Sant Xotxim a mediados de agosto, todavía hoy, pese a que la jerarquía eclesiástica determinó trasladar la festividad al mes anterior. Pero no solo por eso. Él nunca se ha andado con pamplinas. Al contrario, como si de un redivivo emir se tratase, emprendió expediciones victoriosas y dejó manifiesta impronta en los territorios en los que “guerreó”, fuesen próximos o lejanos, inmateriales o terrenales. Desde Ripoll a Benidorm, en el banco de Santander o en una agencia de viajes; gestionando un magno complejo vacacional a caballo entre Benidorm y Denia o, más recientemente, desbastando pacientemente troncos de enebro y olivera. Alfonso siempre me ha parecido un hombre que tiene la inteligencia y el coraje de los señores auténticos.

Lo conocí a finales de los años sesenta, cuando estudiábamos Magisterio. Entonces ya era persona de cara expresiva y franca, serena y jovial, casi como ahora. Han transcurrido cincuenta años y conserva buena parte de sus cabellos castaños, rizados y sedosos, que peina dejando a la vista una frente amplia, que arranca de cejas delgadas y prolongadas que ribetean sus ojos claros y despiertos, duros en ocasiones y las más de las veces vivos e intensos, incluso soñadores, y hasta tristes en ocasiones. Su prominente nariz corona una boca de finos labios, habitual amiga del silencio, que acoge dientes alineados, ligeramente separados en su porción incisiva. Sus livianas mejillas enlazan con unas orejas rotundas que sostienen las gafas que siempre le acompañan. Pese a la edad que va teniendo, Alfonso conserva una energía envidiable. Su aspecto general es tan ligero y esbelto como robusto; diríase que casi juvenil y hasta un tanto atlético. Una sólida apariencia que corrobora el vigor de sus manos cuando se le estrechan. Por otra parte, es hombre que acostumbra a vestir indumentaria elegante, discreta y de calidad, que añade dignidad y empaque a la natural prestancia de su figura.

De Alfonso podría decir muchísimas más cosas. Aunque nuestras biografías han transcurrido distanciadas largos años por mor de nuestras respectivas ocupaciones y lugares de trabajo y residencia, tuvimos una estrecha relación siendo jóvenes, que afortunadamente hemos vuelto a recuperar, o a resetear, como se prefiera. Ha transcurrido mucho tiempo desde aquellos años mozos que tan intensamente compartimos mientras estudiábamos y nos divertíamos con amigos comunes. Una época en la que, con motivo de las fiestas o con cualquier otra excusa, viajábamos a casa de sus padres, que creo recordar vagamente que estaba en el carrer Major. Allí escuchábamos los LPs de Franck Pourcel, Ray Conniff y algún otro, que sonaban en su flamante tocadiscos como coros celestiales en aquellas frías y soleadas mañanas invernales que consumíamos perezosamente en las proximidades de la Serrella y de la Aitana. Revivo los guateques en La Ponderosa, las iniciáticas cogorzas con el traicionero café-licor, el Renault 4CV de Pepe Juliá y el Seat 600 de su padre, que le tomábamos prestado para acercarnos al Rincón del Olvido, camino de Confrides, para echar allí cuatro tientos y luego volver al pueblo calentitos y cagando leches, reventando el velocímetro en la recta que describe la CV-70 antes de atravesarlo.

Rememoro a mi amigo Alfonso como persona amable, cercana y ocurrente. Hombre que escucha y calla tanto que, cuando abre la boca, atruena con sus contados chascarrillos, que sorprenden y descolocan a quienes no lo conocen. Aunque a veces lo disimule, Alfonso es persona atenta, educada y generosa; y también atrevida y apasionada. La vida y sus circunstancias le han puesto a prueba, planteándole tesituras muy complicadas que desafía y resuelve con asiduidad y eficiencia. Y ahí, en ese dificilísimo territorio, ha demostrado ampliamente que sabe gestionar con cuajo y determinación la complejidad, evidenciando algunas de sus mejores cualidades y demostrando continuamente que es tan ingenioso y decidido, como sensato y valiente.

Más allá de lo anterior, que es verdad de la buena, el umbroso barniz que nos procuran los años no ha logrado desleír la imagen juvenil que siempre ha proyectado Alfonso. Quienes desde hace años lo conocemos, cuando nos lo echamos a la cara, seguimos viendo en él al tipo alegre, simpático, burlón, despierto y un punto fanfarrón que tratamos cuando éramos jóvenes. Un fulano que era y es tan exigente y entusiasta como listo y honrado a carta cabal. Un tipo un puntito chulo y presumido, tan habitualmente prudente como circunstancialmente desvergonzado. Un personaje, en fin, ordenado, calmoso, serio y sincero. Pero no por ello menos decidido, ingenioso, campechano y hasta soñador.

Esta hagiográfica semblanza seguro que hará exclamar a algunos: ¡amigos tengas! Pues sí, Alfonso los tiene: yo soy uno de ellos. Y dejo para terceros la enumeración de sus defectos, que también los acreditará, aunque yo no los perciba. Porque confesaré que solo tengo ojos para ver su espléndida silueta, perfilada en lontananza, calzando sus borceguíes y sus lujosos ropajes, compartiendo formación con gentes a las que no le vinculan otras cosas que no sean la amistad, la confraternidad y hasta la consanguinidad, sin otros distingos sociales, económicos o culturales. Así veo a Alfonso, comandando su inefable filá. Felicidad y larga vida, queridísimo Alfonso.

jueves, 31 de octubre de 2019

Crónicas de la amistad: Novelda (32)

Gozamos de plena libertad en el encanto de la amistad;
es el estímulo de la virtud, la chispa del genio,
la poesía de la vida, el camino ideal.
Pitágoras, Hieros logos


Decía Luis en su convocatoria que, “després d’un mes horribilis: DANA; Brexit, Catalunya…, el proper dia 30, a les 12:30 hores, en la meua oficina bar Panach ens vorem i continuarem, en la mida de lo possible, disfrutant de la nostra amistat”. “I tant que ho farem, afegeixo jo, interpretant, sense cap mena de dubte, el sentir unànime dels convocats”.

Y es que, aunque para los alicantinos de la “capi” apenas tenga significado, para muchos otros de otras tantas poblaciones, y para casi todos los valencianos, el almuerzo sigue siendo un auténtico ritual. Es más, llega a decirse que esa media hora en la que se comparte la actualidad política y social con compañeros de trabajo y/o amigos –buen bocadillo, mediante, entre las manos– es el mejor momento del día. Quedar para almorzar no tiene edad. Jóvenes y mayores disfrutan de una tradicional reunión que procura descanso y desconexión de los problemas cotidianos. Son legión los mayores que, tras levantarse temprano para caminar o hacer alguna ruta ciclista, hacen parada para recuperar fuerzas y colesterol ayudados por un buen bocadillo. Los más jóvenes tampoco echan en saco roto la costumbre y acuden a la cita de la mañana para recargar pilas y engrosar “panxetes”, cerca de sus fábricas y oficinas. Un rito diario para muchos y semanal para otros; excusa universal siempre, que faculta para quedar, charlar, jugar al padel, ir en bici, hacer una ruta motera o cualquier otra actividad de esparcimiento que tiene siempre un denominador común: almorzar. Preferentemente un bocadillo de tortilla –son decenas los que se imaginan y elaboran en los bares y polígonos–, que suele acompañarse de olivas, cacaos, tramussos y bebida, especialmente cerveza. Todo rematado con café, presentado en las múltiples variedades que hemos inventado en estas ubérrimas e iconoclastas tierras, tan proclives a la exageración y al exceso.

Realmente lo del Panach, un bar restaurante estratégico ubicado a la entrada de Novelda al que he aludido en otras ocasiones, no fue un almuerzo al uso, si acaso un compás de espera que duró pocos minutos. Aún no eran las doce y ya habíamos llegado Alfonso, Tomás, Sofo y quien suscribe, después de un amenísimo y corto viaje, en un día espléndido, que los dos primeros venían compartiendo desde La Vila y al que los demás nos incorporamos en Alicante, departiendo todos sobre las novedades familiares y, muy específicamente, sobre la irregular temporada de setas, a cuya recolección tan aficionado es Alfonso. Según dijo, parece que este año se ha visto afectada, ¿cómo no?, por el ubicuo cambio climático, que ha acortado y mermado la cosecha, que tal vez logren completar las exiguas aportaciones de las montañas alicantinas, pues en las estribaciones de la Sierra de Javalambre y en otros territorios igualmente lejanos y escarpados parece que se han dado por finalizados los frutos. Allí, en el Panach, nos esperaba Luis, periódico en mano, disfrutando de un cigarro matinal, bien acomodado en la acogedora terraza interior del establecimiento. Apenas unos minutos después llegaban Pascual, los Antonios y Elías, quedando conformada la comitiva, que hoy lucía sus efectivos al completo.

Iniciamos el vía crucis entre distendidas conversaciones, incluida la inevitable vertiente política, con un plácido paseo de apenas quinientos metros que nos condujo desde el Panach a la primera de las estaciones, el bar Victory, donde iniciamos no el almuerzo sino casi la madre de todos los almuerzos, que aquí incorporó aportes de excelente factura: el noveldense y celebérrimo “chanchullo”, gambosí, mejillones al vapor y champiñón a la plancha. Un nuevo paseo de apenas cinco minutos nos puso a las puertas del bar Siglo de Oro, en cuyo interior nos esperaba una mesa bien dispuesta, en la que un solícito servicio nos dispensó sendos revueltos de verduras con jamón y cumplidos platos de cansalada amb formatge acompañados de olivas partidas de cosecha, un tanto “sentiditas”, que ponían excelente contrapunto a su contundencia. Un tercer desplazamiento de poco más de trescientos metros nos acercó al restaurante Noche y día, un refectorio con rótulo reminiscente, como alguien apuntó. Recordaba a algunos la canción del mismo nombre, de Cole Porter, interpretada por Leo Reisman y su orquesta, en la película The Gay Divorcee (La alegre divorciada), con los inefables Gingers Rogers y Fred Astaire. Pues bien, en este singular escenario, despachamos unas abundantes raciones de excelente quisquilla, generosas porciones de foie y próvidas sartenes de almejas a la marinera, acompañadas de espléndidas ensaladas de salazón con tomate raff y sepias a la plancha que se deshacían en la boca. El remate a tan opíparo almuerzo lo pusieron, cuando no serían menos de las tres y media, sendos platos principales de bacalao o de chuletitas a la brasa, a gusto de cada cual, que, por fin, dieron paso a postres y cafés. Obviaré comentarios y calificativos porque la secuencia se explica y califica por sí misma.

Regresamos caminando tranquilamente hasta punto de partida para coger los vehículos y dirigirnos a casa de Luis. Allí encontramos el cálido, sincero y cuidado acogimiento que cada vez que volvemos nos procuran sus dueños. Guti había preparado unos paparajotes magníficos que, acompañados de las habituales copichuelas, dieron paso al escueto concierto que, como siempre, dirigió y protagonizó Antonio Antón. Esta vez incorporó referencias contundentes a Raimon (De vegades la pau, D’un temps, d’un país), sin que faltasen alusiones a la canción romántica italiana (La verità mi fa male, Sapore di sale, etc.) y el inefable Galló en el sequió, aportación genuina y recurrente de Pascual. Sin apercibirnos, nos cayó la noche encima y nos dispusimos para la despedida.

Mientras la mayoría regresaba a sus respectivos hogares, algunos rematábamos la actividad del día recluidos en el salón de actos de la Escuela de Idiomas de Alicante, donde se tributaba un más que merecido homenaje a otra amiga, Beatriz Inés Martín, "Betty" para todos, que nos dejó hace unos meses. Allí estaba buena parte de la “vieja profesión” alicantina para dar visibilidad y acreditar de primera mano una larga trayectoria de coherencia, de brega profesional y personal, de compromiso con los derechos humanos y con la dignidad de todas las personas, cualidades que esparció fructíferamente, bien acompañada y durante décadas, por la práctica totalidad de la geografía político-educativa de la ciudad, que desde los años sesenta y hasta su marcha definitiva delimitaron, entre otros muchos frentes y foros, el Club Amigos de la Unesco, el Instituto Jorge Juan, el Instituto Femenino (hoy Miguel Hernández), la Escuela de Idiomas, la Asociación Amigos de la Unión Soviética y la Asociación de Amistad con Cuba “Miguel Hernández”. ¡Larga vida a Betty en nuestra memoria!

Y es que pocos seres humanos logran vivir sin amigos. Hace más de dos milenios que Aristóteles sentenció que las personas somos seres sociales por naturaleza, constatando que nacemos con una especie de característica social, que vamos desarrollando a lo largo de la vida, pues indubitablemente necesitamos de los otros para sobrevivir. Es esta una evidencia que hoy compartimos filósofos y profanos, unos desde nuestras simplicidades y otros desde sus alambicadas especulaciones. No conviene olvidar que la filosofía antigua y medieval se interesó vivamente por la naturaleza y por el papel de la amistad (philia), un tema que es central, por ejemplo, en la ética de Aristóteles (Ética a Nicómaco). Sin embargo, por aquello de las volubilidades de las corrientes del pensamiento y de las modas intelectuales, tras el clasicismo grecorromano y el oscurantismo medieval, las tendencias filosóficas de la modernidad pasaron por alto el papel de la amistad, un asunto que afortunadamente recobra interés a finales de los años 70, concitando un creciente atractivo, que llega hasta la actualidad, como consecuencia de una nueva cultura de la sociabilidad nacida de la confrontación con los viejos enfoques racionalistas.

Nuestro inefable Pascual, en sus comentarios a la última de mis crónicas, proponía que ensayara alguna reflexión en torno a "la amistad nacida de la necesidad”, pues aseguraba que hacía tiempo que venía cavilando acerca de si tal necesidad emborronaba su sentido profundo. Creo que puede disipar sus preocupaciones porque no cabe la menor duda de que toda amistad nace de la necesidad básica a que aludía Aristóteles. La propensión al vínculo con los otros es una pulsión de los seres humanos que se produce de manera natural y espontánea. Y ello no desdora que sea, a la vez, el germen de una de las mejores relaciones que somos capaces de construir. Ya decía Sócrates que la amistad es tanto necesidad como conveniencia, armonizando así la intrínseca dignidad de tal virtud con los apremios egoístas. Nos relacionamos porque necesitamos a los demás para satisfacer nuestras carencias, adopten la forma de vacíos emocionales, frustraciones o insuficiencias vitales. Y ello nos afecta a todos, sin que reste un ápice de virtud a la amistad como valor inequívocamente humano. ¿O acaso el inexorable instinto de supervivencia empaña el gozo de vivir? ¿O tal vez el sustrato físico y neural de las emociones básicas, universales e innatas, invalidan los humanos y característicos sentimientos que las acompañan?

¿Qué desea quién desea? Evidentemente aquello de lo que tiene necesidad. ¿Y de qué tiene necesidad? Obviamente de lo que precisa. Es decir, de lo que carece y tiene el otro. Y justamente ahí está la clave que explica el enigma de la amistad. Un ser encuentra en la naturaleza de otro algo que le complementa (el carácter, las costumbres, su propia entidad personal) y simultáneamente, por su parte, halla en su naturaleza alguna cosa que le conviene a aquel. De ahí surge el deseo que arrastra el uno hacia el otro, la atracción mutua que los aproxima. Así nace la amistad que los liga. Hace veinticinco siglos que Sócrates reflexionó sobre este concepto. Releo de nuevo Λύσις (Sobre la amistad) que me recuerda que hay situaciones de la vida que no son ni buenas ni malas, simplemente conforman un espacio “amoral” en el que se producen multitud de relaciones humanas. Cuando nos acomodamos en él y evitamos enjuiciar a los demás, emergen sentimientos auténticos y recíprocos. Ahí es justamente donde germina el núcleo de la amistad, ese es el nudo gordiano del que brotan las posiciones de amante y amado que definen la condición apodíctica de esa tipología relacional. 

De manera que acaba uno preguntándose cómo es posible que hayamos alcanzado este punto de desinterés por la amistad y por las relaciones privativas de la condición humana. Creo que no es ajeno a ello la tradicional orientación de la Psicología científica, que se ha ocupado más de los aspectos individuales y patológicos del comportamiento que de sus vertientes sociales, pese a que hace centurias que sabemos que todas las relaciones (de pareja, de familia, con amigos, compañeros y conocidos…) son fundamentales para el desarrollo, el equilibrio y la felicidad de las personas. La amistad fue una conquista estratégica en el desarrollo de los seres humanos, que debe mantenerse como elemento de cultura y de bienestar.

Afortunadamente, en un mundo en el que todos caminamos un tanto a tientas, todavía buscamos espacio para la amistad, ese que compartimos cuando quedamos para almorzar, charlar, comer o cenar, convencidos de que con él llenamos parcelas maravillosas de la existencia, esferas inmensas de conciliación, tiempo que nos humaniza y nos confiere la cualidad que nos distingue como seres racionales. Sentimos así que nadie puede arrebatarnos el afecto hacia el mundo y sus criaturas. Emerge de esa manera la amistad como dignidad, como conquista de igualdad entre los seres humanos y como vehículo de comprensión y solidaridad,  que hoy, en la realidad multicultural de nuestro tiempo, se revela más imprescindible que nunca. Para seguir profundizando en ella, la próxima cita será en Agres, el 29 de noviembre. Entre tanto, gracias y un fortísimo abrazo, amigos.

miércoles, 23 de octubre de 2019

De la subsistencia

Hace pocas semanas que M.A. García Vega, periodista experto en asuntos económicos y colaborador habitual del diario El País, escribía en uno de sus artículos que existen dos tipos de capitalismo: el que crea valor para la sociedad y el que la expolia. Apostillaba lo que infinidad de ciudadanos sabemos: que en las últimas décadas millones de personas comprueban que su trabajo no obtiene como contraprestación una vida digna; que el ascensor social se ha ralentizado; que la inequidad es inmensa; que la codicia es el verbo más conjugado y que la crisis climática dejará a nuestros hijos y nietos un futuro empavesado, en el mejor de los casos. Añadía que si se desvanece la promesa de un mañana mejor la quintaesencia del capitalismo, como parece, el pensamiento de las personas que viven en occidente, y aún más allá, añado, entrará en un círculo vicioso en el que imperarán interrogantes como: ¿por qué debo sacrificarme?, ¿qué sentido tiene hacerlo? Preguntas esenciales a las que resulta difícil hallar una respuesta medianamente razonable. Mucha gente tenemos la angustiosa sensación de que el sistema está amañado y por ello juega en nuestra contra.

Si se me permite el símil, cual si de hoja de puerta o de ventanal se tratase, el mundo pende de un gozne que lo engarza a un imaginario y equidistante quicial. Según el sentido que adopte su giro, puede ofrecernos la apertura a una realidad esperanzadoramente neo-renacentista, u orientarse otra vez hacia la oscura cerrazón, que nos relegará a un anacrónico neo-feudalismo. Para muchos, la incomprensible era de excesos que vivimos, alimentada por el gasto superfluo, la inequidad, la posesión y el dinero, ha rebasado todo límite razonable. Definitivamente, el capitalismo se ha pasado de frenada y nos deja cada vez menos oportunidades para intentar salvar los muebles antes de que lo arrase todo.

Lo que vengo diciendo no puede calificarse de catastrofismo. Tampoco es una opinión personal. No es que me parezca a mí, que nada sé de Economía, que las cosas sean así. Hace años que constato como eminentes popes de esta disciplina insisten en que es imprescindible reformar el sistema económico capitalista. Y no se trata de simple palabrería o de ejercicios retóricos que ensayan gentes de buena voluntad. A través de sus opiniones, y de sus artículos y libros, han ofrecido propuestas verosímiles, rotuladas con variopintas denominaciones, que representan alternativas reformistas al capitalismo desbocado y que van desde el  capitalismo progresista (Joseph Stiglitz) o el socialismo participativo (Thomas Piketty), al Green New Deal (Alexandria Ocasio-Cortez), la democracia económica (Joe Guinan, Martin O’Neill, Christine Berry) o el capitalismo civilizado (Milanović), por mencionar algunas. Bien es verdad que la mayoría se encuentran en un estadio larvario, siendo poco más que declaraciones de intenciones, pero no me parece que ello sea especialmente relevante porque tiempo habrá, en su caso, para acordar sus correspondientes “gramáticas”, si se me permite la analogía. En todo caso, lo que resulta innegable es que, como dicen quienes saben, el sistema tiene fallos estrepitosos, a los que hay que poner remedio antes de que nos lleve a la gran debacle, de la que unos serán los principales culpables pero que acabaremos pagando todos.

Estoy con Stiglitz en que debemos olvidar la interesada fantasía neoliberal de que los mercados sin restricciones lograrán la prosperidad. Ya nos han demostrado en demasiadas ocasiones que no es así para todos. Por contradictorio que parezca el enunciado de su propuesta, me parece que tiene sentido su idea de un “capitalismo progresista”, asentado en un nuevo contrato social entre los ciudadanos y la clase política, entre los trabajadores y las empresas, entre los ricos y los pobres, en suma, entre quienes tienen trabajo y quienes están desempleados o desempeñan ocupaciones precarias. Parte de ese nuevo contrato social debe gestionarse a través de una iniciativa pública potente, reforzada con programas desechados hace años por las instituciones y que, en su defecto, proveen algunas organizaciones privadas, aunque de manera insuficiente. Es imprescindible reconocer el papel crucial del Estado para garantizar que los mercados estén al servicio de la sociedad y no al revés. Necesitamos normas y políticas que impulsen y garanticen una competencia fuerte y que a la vez eviten la explotación abusiva; de manera que se reajusten las relaciones de las empresas con los empleados y, también, con los consumidores, a quienes deberían servir. Para combatir el poder del mercado, se impone que los poderes públicos asuman una determinación equivalente al denuedo con que el ultraliberalismo ha apoyado y favorecido al sector corporativo en los últimos tiempos.

Es más fácil imaginar el fin del mundo que el del capitalismo, ha dicho el pensador estadounidense Frederic Jameson. Sin embargo, otros no piensan así. Por ejemplo, el economista francés Thomas Piketty, que se ha autoimpuesto forjar una “idea de lo que podría llevar a una mejor organización política, económica y social para las diferentes sociedades del mundo en el siglo XXI”. Propone a tal efecto el perfil de un nuevo socialismo participativo. Una grandísima ambición que exige, según él, reconsiderar la propiedad, la educación y las fronteras justas, en un contexto histórico de máxima radicalización de las injusticias y las desigualdades. Piketty ofrece una propuesta radical, un cambio profundo de las relaciones de propiedad, distinta de la propiedad pública que representó el socialismo real. Más allá de reforzar la progresividad del impuesto sobre rentas y sucesiones, o de desarrollar una renta básica que no sustituye la política social, el núcleo de la tesis pikettiana radica en la implantación de un impuesto anual sobre la propiedad, altamente progresivo, que permitiría financiar la dotación de capital para cada joven adulto, conformando una especie de propiedad temporal y de circulación permanente de los patrimonios. Esta herramienta fiscal tendría la ventaja de aplicarse a todos los activos, incluyendo los financieros, y adaptarse así, con mayor rapidez, a la evolución de la riqueza.

El nuevo Nuevo Acuerdo Verde (Green New Deal), que plantea Alexandria Ocasio-Cortez, la congresista más joven de la historia estadounidense, tiene reminiscencias rooseveltianas; recuerdan a aquel New Deal que estimuló la economía americana a raíz de la Gran Depresión sobrevenida durante los años treinta del pasado siglo. Ocasio-Cortez y su compañero de filas demócratas, el senador Edward J. Markey, ofrecen una propuesta en apenas quince folios que no tiene visos de ver la luz como legislación por el momento, pero que simboliza el nuevo impulso demócrata en la Cámara de Representantes. El documento reclama la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero a un 60% en 2030, además dejar en “cero” las emisiones globales hacia 2050. En síntesis, supone una enmienda a la totalidad de la política medioambiental de Donald Trump, apostando por una transición de las infraestructuras desde los combustibles fósiles a energías renovables y limpias, para lo cual son necesarias grandes medidas de transformación productiva. Echar ese plan adelante no resultará nada fácil en los EE.UU., pero por algo debe empezarse. El documento a que aludo es un buen punto de partida para acometer una transición energética justa.

Según destacados miembros de la Internacional Progresista, una red de facciones derechistas, integradas por las viejas élites ultraliberales y los nuevos movimientos populistas de corte conservador, han desatado una guerra sin tregua contra los trabajadores, contra el medio ambiente, contra la democracia y contra la decencia. Una contienda transfronteriza para erosionar los derechos humanos, silenciar la discrepancia y promover la intolerancia; algo que aseguran que no sucedía desde los años 30. Tal vez como contrapartida, tras décadas de incomprensible inacción, un movimiento transatlántico de economistas de izquierda intentan construir una alternativa práctica al neoliberalismo.

Y ya era hora. Porque puede decirse más suavemente, pero la realidad es tozuda y demuestra que hace al menos cincuenta años que la izquierda carece de política económica propia. Son al menos cinco las décadas en las que ha triunfado el monopolio de las propuestas crecientemente ultraconservadoras, articuladas sobre la privatización, la desregulación, la reducción de impuestos para las empresas y los ricos, el aseguramiento de mayor poder para los empleadores y los accionistas y la mengua de derechos para los trabajadores. Políticas que han intensificado las pulsiones del capitalismo haciéndolo cada vez más omnipresente e inevitable. En ese contexto, el pensamiento económico de la izquierda ha tenido un comportamiento reactivo, de mero e impotente resistente frente a los gigantescos cambios sobrevenidos, con la mirada varada nostálgicamente en el pasado. Una constatación evidente de lo que digo es que ni recordamos las décadas en las que Marx y Keynes han patrimonializado la imaginación económica de la izquierda. El primero murió en 1883 y el segundo en 1946. ¿Qué puede añadirse?

En estos largos años, los conservadores y los liberales han caricaturizado cuantas propuestas se han presentado para la alteración del único sistema económico posible, tildándolas de fantasía estrafalarias. Sin embargo, últimamente, el capitalismo ha comenzado a fallar estrepitosamente, como reconocen algunos de sus acérrimos defensores. En lugar de una prosperidad sostenible y ampliamente compartida, ha producido más pobreza, más desigualdad, más crisis financieras, crecientes convulsiones populistas y una inminente catástrofe climática.

Resuenan cada vez con mayor intensidad las voces que alertan de que se necesita una nueva economía: más justa, más inclusiva, menos explotadora, menos destructiva para la sociedad y el Planeta. La crisis financiera de 2008 y las intervenciones gubernamentales que la contuvieron han desacreditado dos ortodoxias neoliberales: que el capitalismo no puede fallar y que los gobiernos no pueden intervenir para cambiar el rumbo de la economía. Como consecuencia de ello, ha emergido una red de pensadores, activistas y políticos que aprovechan esta ventana de oportunidad para ensayar la construcción de una economía de izquierda que aborda las fallas de la economía del siglo XXI, intentando explicar pragmáticamente cómo los futuros gobiernos de izquierda podrían crear mejores alternativas. Esta nueva economía quiere posibilitar la redistribución de un poder económico sostenido por todos, de la misma manera que todos sostenemos el poder político en las democracias saludables. Ello tendría implicaciones inconcebibles hasta hace poco, como que los empleados se apropien de parte de las empresas; o que políticos locales tengan capacidad real para remodelar la economía de su ciudad favoreciendo negocios de proximidad y éticos en contra de los intereses de las grandes corporaciones. Al contrario de lo que pudiera parecer, esta "economía democrática" no es una fantasía idealista: ya se están construyendo partes de ella en Gran Bretaña y Estados Unidos. Los nuevos economistas argumentan que sin estas novedosas transformaciones la creciente desigualdad del poder económico pronto hará que la democracia misma sea inviable, ergo…

domingo, 29 de septiembre de 2019

Crónicas de la amistad: Santa Pola (31)

No es que quiera aprovechar la circunstancia de que hayamos compartido este extraordinario y otoñal cónclave con nuestras compañeras. Tampoco considero que venga al caso la celebérrima máxima: excusatio non petita, acusatio manifesta. Es más, pese a que los textos y las fotografías que ilustran las crónicas precedentes puedan alentar ciertas cábalas, afirmo categóricamente que el nuestro no es un foro de machirulos. Nada más lejos de nuestro ánimo que los desatinos machistas o las zafias maneras que los caracterizan, si bien es cierto que tampoco sabría delimitar con precisión qué son, o qué significan para cada uno de nosotros, estas reuniones sin orden del día que celebramos periódicamente, que cada cual vivimos a nuestra manera y todos a plena satisfacción.

Pese a que está demostrado que tener amigos es un importante predictor de la felicidad y de la satisfacción con la vida, aunque está acreditado que el número y la calidad de las interacciones sociales tempranas presagian la soledad, el bienestar o la depresión a treinta años vista, siendo incuestionables los profusos beneficios que procura la amistad (como documentan reputadas investigaciones científicas), paradójicamente, no está entre las prioridades de la gente dedicar tiempo específico a los amigos. En España carecemos de estudios al respecto, pero una reciente investigación, que el estadounidense Jeffrey A. Hall publicó el año pasado, revela que sus compatriotas comprometen alrededor de cuarenta minutos diarios para socializarse, un intervalo ínfimo que supone un tercio del tiempo que pasan viendo la televisión o desplazándose a su lugar de trabajo.

Soy de los que piensan que casi nada sucede por casualidad; al contrario, me parece que casi todo obedece a causas determinadas, que a veces son desconocidas y otras difíciles de desentrañar. Así, por ejemplo, las obligaciones laborales y los condicionantes familiares merman nuestro tiempo libre dificultando que podamos dedicarlo a cultivar las amistades. Por otro lado, es imposible tener amigos sin haberlos hecho previamente. De manera que podría decirse que el perfeccionamiento de la amistad compromete dos exigencias: asegurar cierta continuidad en las relaciones amistosas y dedicar tiempo específico a materializarlas y conservarlas. Por todo ello, si interpelamos a una determinada persona –independientemente del grupo de edad al que pertenezca– sobre las cualidades de la amistad, aludirá inequívocamente a las actividades que comparte con quienes considera sus amigos. Creo que nosotros tenemos bastante claro cuanto antecede, y que solemos actuar en consecuencia.

Robin Dunbar es un investigador británico que en los años noventa definió la “hipótesis del cerebro social”, proponiendo un modelo evolutivo de relaciones humanas que pone en concordancia el tamaño de las redes sociales que mantiene un determinado individuo con el volumen de su neocórtex respecto a la totalidad de su cerebro. Según él, esta correlación predice que la cantidad de personas con las que se puede mantener una relación amistosa tiene un límite. Cualquiera de nosotros tiene capacidad para interaccionar con 150 amigos aproximadamente. Ello es así porque el volumen del neocórtex condiciona la capacidad cognitiva para reconocer a los demás como seres únicos, recordar la información y las interacciones que se han compartido con ellos y comprender su vinculación con terceros dentro de una determinada red social. Por otro lado, como todos sabemos por experiencia, el tiempo de que disponemos las personas es finito y las amistades requieren dedicación. Estas constricciones temporales perturban tanto la posibilidad de iniciar nuevas amistades como el mantenimiento de las consolidadas. En resumen, puede afirmarse con rotundidad que limitaciones cognitivas y temporales condicionan las amistades que logramos hacer y conseguimos mantener.

Muy pocas investigaciones han proporcionado estimaciones acerca del tiempo necesario para desarrollar una amistad superficial, para transformar este apego casual en un aprecio más o menos sistemático, o para hacer que alguien se convierta en un gran amigo. Pasar ratos juntos, especialmente durante el tiempo libre, es un ingrediente necesario para la forja de la amistad, pero tan importantes son los ratos que compartimos como la manera en que lo hacemos. En este caso, cantidad y calidad son variables igualmente relevantes. Divertirse juntos y disfrutar mutuamente de la compañía son elementos sustanciales del juego amistoso, cuya intrínseca valía, aunque no haya sido estudiada rigurosamente, muchos hemos logrado contrastar por simple tanteo experimental. Como buenos aprendices –no en balde somos maestros y, como alguien dijo, el oficio de maestro es aprender– nos afanamos en buscar las ocasiones, como la de hoy, para encontrarnos y disfrutar juntos, para humanizarnos más y para intentar ser mejores personas.

Más allá de considerar las variables cognitivas y temporales que influencian la actividad amistosa, no puede eludirse la relevancia de los condicionantes ambientales para el aseguramiento de su valía. El éxito de conclaves como el de este sábado, veintiocho de septiembre, requiere cuidadosos preparativos. De ahí que Pascual y Elías emprendieran hace días la oportuna descubierta, estableciendo como lugar idóneo para llevarlo a cabo el Restaurante Casa Coco, en el carrer de la Caritat, de Santa Pola.

La cita, whatsup mediante, era a las ocho y media de la tarde en el bar Capricho, a pocos pasos de una de las mil playas de Levante que ribetean la mar atávica, que a veces nos espanta y las más nos estremece o nos sosiega, y que anoche, a esa hora, se ofrecía plácida, amabilísima y huérfana de luz de luna nueva. Mientras algunos nos tropezábamos con otros aproximándonos al lugar, otros ya consumían los primeros refrigerios en una terraza estándar, a pie de playa, donde anoche la placidez resultaba imposible porque un enjambre de mosquitos abrasaba cuanta superficie corporal descubierta encontraba. En pocos minutos, llegaban Pascual y Domingo con Maite y Antonio, completándose así la nómina prevista para el encuentro, que hoy acusaba las ausencias sobrevenidas de Guti, Luis y Amalia. Apremiados por la circunstancia, apuramos diligentemente el refrigerio  y nos encaminamos a Casa Coco. La regencia del local, no sé si motu proprio o por indicación del anfitrión,  había dispuesto una mesa con forma de “U”, un formato perfecto para la adecuada distribución de las precedencias. La presidencia ocupada por el invitado especial, Domingo Moro, y flanqueándolo sus amistades más estrechas; desocupados los puestos enfrente de la presidencia (parte frontal interior de la U) para facilitar el servicio, y resto de los comensales dispuestos en los brazos laterales, según distribución acordada por el anfitrión, que nos indicó amabilísimamente los respectivos sitiales. Una disposición protocolaria e idónea para facilitar diferentes focos de conversación, como correspondía al volumen de la concurrencia.

Jose, el cocinero, nos había preparado un tartar de atún y salmón, acompañado de tataki de ambas especialidades, con sus correspondientes salsas, que resultaron deliciosos. Les siguieron como entrantes sendas ensaladillas, rusa y de merluza, que remataron unas quisquillas espectaculares y un pulpo a la brasa exquisito. Todo ello dio paso al plato principal compuesto por media lechola a la plancha (sobresaliente) y unos filetes de solomillo a la brasa acompañados de la clásica guarnición de patatas panadera. Remataron el menú una tarta de canela y unas milhojas de crema, ambas extraordinarias. Cuanto precede fue regado a discreción con cerveza, refrescos y unas botellas de tempranillo Melior, de Matarromera, muy recomendable. No podían faltar en los postres el “flaó” ibicenco, que trajo consigo Domingo, y unas exquisitas chocolatinas vileras, de Marcos Tonda, que nuevamente nos obsequiaron Rosana y Tomás y que algunos acompañaron de la Frígola y otras de la Rumaniseta, producto de la familia Mayans que siempre trae consigo nuestro amigo  pitiuso y que tanto nos agradan.

Cafés y copas abrieron paso a la serenata que acostumbra a cerrar nuestros encuentros, que esta vez se vio un tanto distorsionada por la algarabía que alimentaba un reducido y ruidoso grupo de turistas holandeses que nos acompañaba en el local. Pese a ello Donovan y sus Colores, versioneada por nuestro inefable Antonio y su compañera Paqui, abrieron un mini recital donde no faltó la Bella Ciao ni las referencias a nuestros clásicos, desde Lluís Llach a Mina, con Juan y Junior, los Brincos o los Sírex y, naturalmente, algunas de las baladas, boleros y coplas que han puesto música a nuestras vidas. 

Rayaba la una de la mañana cuando despedíamos el encuentro a las puertas del restaurante entre abrazos y promesas, emplazándonos para la próxima en Novelda, y cuanto antes. Luis tiene la palabra. Que tinguem sort, amics!

viernes, 27 de septiembre de 2019

Pese a que el panorama sea desolador…

Está próxima la cuarta convocatoria de elecciones generales de los últimos cuatro años y, ciertamente, el panorama político resulta desolador. Los tres postreros comicios tuvieron resultados contundentes y parejos, que pueden resumirse en la quiebra del bipartidismo precursor, con la instauración del consiguiente multipartidismo, y en la incapacidad de las fuerzas políticas mayoritarias (tanto de la derecha como de la izquierda) para conformar gobiernos, que ha contribuido a instaurar un clima social de hastío y desgobierno, que los medios de comunicación azuzan, especialmente en las últimas semanas.

Si reparamos en el espectro político actual, el extremo del flanco derecho lo ocupa un partido cuyo nombre ni mentaré, dado que  sus propuestas programáticas, inaceptables para cualquier demócrata, son ajenas a mi consideración. Completan el centro derecha el Partido Popular (PP) y Ciudadanos (Cs), o al revés, como se prefiera, puesto que Cs es equiparable a una variable aleatoria, que toma diferentes valores en función de la coyuntura, que interpretan discrecionalmente su ínclito líder y quienes anónimamente le amparan. Empezaré por el PP eludiendo todos sus planteamientos programáticos, se trate de compromisos verosímiles o de mero humo propagandístico. Me referiré exclusivamente a los números globales de la corrupción que le afecta, que me parecen argumentos cuya contundencia disipa radicalmente cualquier tentación de apoyar a una organización criminal, como la ha calificado en su sentencia el juez de la Audiencia Nacional encargado de la trama Gürtel, que ha condenado al PP por un delito de partícipe a título lucrativo, siendo  el primer partido político europeo condenado por corrupción. Pues bien, sin salir de aquí, de los 387 casos de corrupción que se contabilizan en España, la mitad (193) los ha protagonizado el PP, siendo 77 los que afectan al PSOE, y 15 al PNV. Estas cifras se agravan cuando descubrimos el coste de la corrupción distribuido por partidos. El de Casado copa el 86% del mismo, que supone 122.038 millones de euros. Muy por detrás le siguen los socialistas, con un coste de 10.566 millones; y Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) con 5.078 millones. ¿Para qué seguir? Nos roban para, además de enriquecerse algunos, alimentar una maquinaria partidista que tiene como objetivo engañar a la ciudadanía para seguir robándole más descaradamente. Claro que gentes del PSOE, CdC y otros partidos también nos han robado, pero ni la décima parte, ni de la misma manera, porque se trata de personas con nombre y apellidos, no son las propias organizaciones políticas las que buscan financiarse y lograr mayores réditos electorales. Por eso, aunque se diga mil veces que es lo mismo, no lo es, ni tiene la misma gravedad. En cualquier cesto seguro que habrá casi siempre alguna manzana podrida pero, por más que se insista en confundirnos, no es común que la podredumbre afecte tanto al cesto como a su contenido.

A Ciudadanos apenas le dedicaré un párrafo. Han dicho tantas cosas, han dado tantas apariencias, han tratado de engatusarnos tantas veces, que es imposible creer una sola palabra de cuanto dicen sus líderes. Es un partido sin ninguna credibilidad, con una estrategia errática que, en su último trayecto, el de los pactos con el PP, ha arruinado completamente una de sus hipotéticas señas de identidad: regenerar la política. ¡Vaya pareja de baile que se han buscado a tal efecto! ¿Cómo pretenden hacer creer a nadie que van a lograrlo asociándose con el partido más corrupto de Europa? El partido de la regeneración y del cambio permite que el PP siga gobernando en Andalucía, en Madrid y en Murcia… y en España, si se terciase. Qué lejos queda aquel Albert Rivera que aseguraba que "necesitábamos un cambio de etapa, de era y de gobierno". 

Finalizando el recorrido por el espectro, en el flanco que corresponde al centro-izquierda aparece el histórico PSOE, el partido más vetusto de cuantos ocupan el espacio político nacional. Ciento cuarenta años de trayectoria que dan para casi todo. Incluso para que pueda darse por cierto lo que algunos aseguran: "que no es de fiar y que no cumple siempre con las políticas progresistas que vende”. Aún admitiendo la verosimilitud de esa sentencia, me parece acreditado que hoy por hoy nadie puede demostrar que es una organización que ha robado para financiarse y ganar elecciones. Es más, me parece que todavía puede aceptarse, sin necesidad de retorcer los argumentos, que el peor gobierno del PSOE es más aceptable que cualquiera de los de la derecha, al menos en materia de políticas sociales y económicas.

Por otro lado, considero poco discutible que, hoy por hoy, la franja que queda a la izquierda del PSOE no tiene posibilidad alguna de ser la opción que voten mayoritariamente los ciudadanos. Por tanto, carece de la legitimidad y de la fuerza moral que exige encabezar o coparticipar un determinado gobierno. Si además quién plantea esa pretensión es una coalición como Unidas Podemos (UP) que, al decir de uno de sus más preclaros socios (Alberto Garzón), está fragmentada en el fondo, aunque esté aparentemente unida en la forma, todavía parece más disparatada tal pretensión. Y lo es más tras la reciente decisión de quienes integran Más Madrid de concurrir a las elecciones con la marca Más País (¿cuál de ellos, el Vasco, el Valenciano, el de Prisa, o el de Alicia… ?). Un fenómeno que contribuye a fragmentar más la izquierda, haciendo prácticamente inconcebible que se pueda materializar una opción unitaria que aglutine las fuerzas a la izquierda del PSOE (Podemos, Izquierda Unida, En Marea, Adelante Andalucía, Compromís, Más País, etc.).

La correlación de fuerzas existente en el panorama político nacional coincide con otros elementos que aportan rasgos específicos a la coyuntura política, que no cabe desdeñar. Así, por ejemplo, se constata que la actitud personal de los dirigentes de los partidos pesa cada vez más en las decisiones. De hecho más de un analista ha dicho que, a la vista de sus propuestas, Pedro Sánchez tiene dificultades para entender el sistema parlamentario porque lo que realmente le agradaría es que fuese presidencialista. Por otra parte, los comportamientos de los líderes de otros partidos demuestran lo mal que llevan la horizontalidad de la gestión y la disidencia interna, siendo extremadamente expeditivos a la hora de prescindir de sus adversarios.

Otro rasgo característico de los tiempos actuales es la rapidez con que se suceden los bandazos y los cambios de estrategia política, que adolecen de soporte ideológico y que en la mayoría de los casos son respuestas reactivas a los titulares y a los impactos mediáticos. A veces da la impresión de que somos simples espectadores de una partida de naipes, en la que pocas veces se juega con buenas cartas y muchas se va de farol. Ha cambiado la manera en que los partidos o, mejor dicho, sus líderes conectan con la ciudadanía. Ya no responde a los parámetros que utilizaban los clásicos partidos de masas. Ahora los líderes se expresan en formato hipermediado, a través de procesos de intercambio, producción y consumo simbólico que se desarrollan en un entorno caracterizado por una gran cantidad de sujetos, medios y lenguajes interconectados tecnológicamente entre sí de manera reticular. Es una tendencia que se ha generalizado en todos las organizaciones y que deja sin contrapesos la toma de decisiones, que cada vez se circunscribe más a la reducida camarilla de gurús que arropa e influencia a los líderes. A esa propensión unos le llaman narcisisismo, y otros presidencialismo o cesarismo.

En otro orden de cosas, que se hayan celebrado cuatro elecciones generales en menos de cuatro años refleja que el sistema político español tiene un evidente problema de gobernabilidad. Como aseguran algunos desde la izquierda, parece que el “régimen” ha entrado en crisis. No sé si tienen razón, de la misma manera que desconozco si, como dicen, el PSOE esconde una estrategia a medio plazo para recuperar el centro político, que cree que se ha vaciado por el desplazamiento a la derecha de Ciudadanos y que, además, ha recibido muchas presiones para que el gobierno que pudo ser y no fue respondiese a los parámetros requeridos por las grandes empresas. Lo cierto es que esos sectores de la izquierda del PSOE consideran que es el principal responsable del fracaso del pacto de gobierno que, según ellos, no se ha producido por efecto de esa visión estratégica que se vislumbra en la Moncloa respecto a que el futuro está en el centro y, por tanto, la opción prioritaria de los socialistas es la ocupación del centro izquierda y no la coalición con las fuerza a su izquierda para completar una opción inequívoca de progreso. Utilizando el viejo léxico, diríamos que el PSOE se ha desclasado, mientras que las tres derechas tienen mucho más claro lo que se denominan intereses de clase, y de ahí su mayor facilidad para alcanzar pactos.

Desde las anteriores consideraciones, me surgen infinidad de preguntas. ¿La auténtica opción de los votantes de UP es apoyar un gobierno en solitario dado que Vox, Pp y Cs son los males mayores y no es posible gobernar en su compañía, ni tampoco con el mal menor (PSOE), salvo que se pliegue a sus exigencias? ¿Realmente es esta es la concepción que tienen de la democracia y de la política los votantes de UP? Dicho de otro modo: no al bipartidismo pero sí al partido único. ¿O es que creen que es posible aliarse con quienes tienen mayor peso político y parlamentario para dictarles las políticas que deben emprender? ¿Piensan que se van a dejar? Si como dicen algunos de sus socios, Unidas Podemos es un espacio de unidad donde no hay homogeneidad, sino diferencias de opiniones, matices y discrepancias, ¿creen que esta realidad es el punto de partida idóneo para pactar exigentemente con una fuerza mayor? ¿En qué mundo viven quienes defienden estas posiciones? En esta coyuntura, ¿qué van a hacer los votantes de IU y de otras confluencias? ¿Continuar sobreviviendo en simbiosis con UP? ¿Qué ganan? ¿Por cuánto tiempo podrán hacerlo? ¿Cuántos votantes de la izquierda comparten la vocación por el narcisismo y las opciones personales, si no directamente por el cesarismo, que caracterizan el comportamiento de algunos de sus dirigentes políticos? ¿Se pueden tolerar tales actitudes en la izquierda democrática?

Me hago decenas de preguntas más que me tientan a emprender el camino del derrotismo, como imagino que les sucede a multitud de ciudadanos. Sin embargo, pese a que no tengo respuestas para muchos de los interrogantes que me formulo y pese a los inaceptables comportamientos de amplios sectores de la clase política me quedan todavía algunas certezas. La primera es que no va con mi carácter sucumbir al derrotismo. Sigo pensando que la política es necesaria, que no puede dejarse la gobernanza en manos de las leyes del mercado y de quienes controlan sus pulsiones, con el único interés de lucrarse a costa de lo que sea. Sigo creyendo que el voto es un pequeño poder al que no se debe renunciar. Ni la historia de la lucha por los derechos humanos y democráticos, ni el sacrificio de quienes la han protagonizado, ni siquiera el propio interés personal merecen tal desprecio. Añadiré una apostilla: la derecha siempre vota. Y no es precisamente por que crea firmemente en los valores democráticos.

Finalizaré diciendo que votaré, y que pienso hacerlo en cuantas ocasiones se me convoque al efecto. Votaré porque jamás alimentaré con mi absentismo a quienes no creyendo en el sistema intentan reventarlo desde dentro o a quienes se sirven de las instituciones para robar lo que pertenece a todos. Votaré en contra de quienes cambian de careta cada mañana para decirnos lo que les parece que queremos escuchar y seguir engañándonos después, cuando están en el poder. Votaré por las opciones que me parezcan razonables y no por las quimeras que plantean quienes saben que dificilmente obtendrán el apoyo mayoritario de la sociedad y, en consecuencia, tampoco tendrán responsabilidades de gobierno que les obliguen a hacer lo que dicen. Pese a todo, los respeto. Obviamente, siempre que no se alíen expresa o tácitamente con quienes no tienen otros objetivos que reventar el sistema democrático, robar y engañar sistemáticamente a la ciudadanía. Incluso les invitaría a considerar aquello de que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Y tal vez les sugeriría que quizá vale la pena sacrificar algunas cosas si con ello se contribuye al logro del interés general, que representa lo que conviene a la mayoría de los ciudadanos. Hay sobradas instancias y espacios institucionales  para controlar y exigir responsabilidades a quienes ejercen la acción gubernamental y no les faltará en ese empeño mi inequívoco apoyo. Pero por encima de todo hay que ir a votar porque nos conviene a la inmensa mayoría.

jueves, 29 de agosto de 2019

A favor de la economía circular

Fue a mediados de 2005 cuando tuve las primeras noticias acerca de la economía circular. Entonces andaba entretenido con los retos que planteaba a la docencia universitaria el novedoso proceso de convergencia al Espacio Europeo de Educación Superior. Poco que ver con los asuntos de la Economía, aunque hasta cierto punto. Digo esto porque fue precisamente en aquellos días cuando algunos de quienes trabajábamos en los nuevos planteamientos de la educación universitaria tomábamos conciencia de la conveniencia de conocer de primera mano las lagunas y retos a los que se enfrentan los agentes económicos, para tratar de incorporarlos al diseño de la formación de los universitarios en lugar de darles la espalda, desvinculando los procesos formativos de las exigencias del sistema productivo, como era y sigue siendo habitual. No es que una cosa deba condicionar la otra, pero tampoco parece razonable que lo segundo obvie sin más lo primero. Al menos así lo veíamos quienes participamos en una de las pocas jornadas que se organizaron para propiciar el acercamiento entre las partes que, en este caso, me parece que se llevó a cabo en la Universidad de Alcalá.

Fue por entonces cuando –no recuerdo exactamente a través de quién o de qué manera– cayó en mis manos la versión en castellano de Cradle to Cradle. Remaking the way we make things, un libro publicado tres años antes por el químico Michael Braungart y el arquitecto William McDonough en el que proponían una estrategia pionera para configurar el ecologismo, cambiando radicalmente los enfoques precedentes. Abandonaban la regla de las 3R (reducir, reutilizar y reciclar), popularizada por Greenpeace, y ofrecían como alternativa atajar los problemas desde la raíz, es decir, desde la “cuna” (cradle), intentando que los procesos productivos concluyan revisitando su punto de partida (de ahí, cradle to crudle: de la cuna a la cuna). Este concepto es, justamente, el núcleo seminal de la economía circular, una propuesta que aspira a la casi completa eliminación de los residuos, convirtiéndolos en materias primas que se utilizarán para crear nuevos productos. Se consigue así un sistema que genera empleo local y que no es deslocalizable porque, en un contexto de escasez y fluctuación de los costes de las materias primas, contribuye a la seguridad del suministro y a la reindustralización de un determinado territorio.

Así pues, se trasciende el propósito –insuficiente– de reducir los consumos de energía, porque esa lógica finiquita los recursos, que se acabarán más tarde, pero se agotarán inevitablemente. Lo que se ambiciona es un objetivo mucho más ventajoso: que desde el propio diseño y concepción de cualquier producto, estrategia o política se tengan en cuenta todas las fases evolutivas de los elementos involucrados (extracción, procesamiento, utilización, reutilización, reciclaje…). De tal de manera que se minimicen los gastos energéticos e incluso que el balance entre inputs y outputs sea positivo. En otras palabras, la economía circular ofrece un modelo económico basado en el principio de cerrar el ciclo de vida de los recursos, asegurando que se produzcan los bienes y servicios necesarios minimizando el consumo y el desperdicio de energía, de agua y de materias primas.

Por tanto, significa una alternativa radical a la tradicional economía lineal, articulada sobre la secuencia “tomar, hacer, desechar” y basada en el consumo de enormes cantidades de materias primas y de energía, baratas y de fácil acceso, que ha sido el motor esencial del desarrollo industrial, que si bien ha generado históricamente un crecimiento sin precedentes ha llegado a un punto en que es insostenible. Por ello, hace algunos años que las cosas han empezado a cambiar, al menos para algunos. El incremento de la volatilidad de los precios, los riesgos en las cadenas de suministros, la economía digital y las crecientes presiones sociales, entre otros elementos, han alertado a los líderes empresariales y a los responsables políticos sobre la necesidad de repensar el uso de las materias primas y de la energía. De hecho algunos consideran que ha llegado el momento de aprovechar las ventajas potenciales de la economía circular como alternativa a la linealidad tradicional. En definitiva, dicho muy simplistamente, que es hora de apostar por un modelo económico sostenible que desvincule el desarrollo económico global del consumo de recursos finitos y aborde los crecientes desafíos a los que se enfrentan las empresas y las sociedades, generando crecimiento y empleo, y reduciendo los efectos medioambientales de la actividad económica, incluidas las emisiones de dióxido de carbono.

Para que este modelo funcione es necesario que se involucren los principales actores a nivel social y económico, desde las instituciones públicas encargadas del desarrollo sostenible y del territorio, hasta las empresas que buscan resultados económicos, sociales y ambientales. También la sociedad, que fundamentalmente debe tomar consciencia plena de sus necesidades reales. Si se confluye en esa sinergia será posible disminuir el uso de los recursos, reducir la producción de residuos y limitar el consumo de energía, pero para ello es necesaria una reorientación productiva en el conjunto del Planeta. Y ello merece la pena porque, además de los beneficios ambientales, esta propuesta es capaz de generar riqueza y empleo (también en el ámbito de la economía social) en el conjunto del territorio y su desarrollo permitirá obtener ventajas competitivas en el contexto de la globalización.

A lo largo de este verano he ido conociendo una retahíla de noticias que colisionan frontalmente con los planteamientos precedentes. No me parece que el proteccionismo y las guerras comerciales, ni el abandono del Acuerdo de París contra el cambio climático, propiciados por el gobierno de Trump, favorezcan un ápice la economía circular. Tampoco atisbo contribución alguna por parte de la política agrícola y medioambiental de Bolsonaro, o por la pervivencia del modelo de desarrollo económico chino basado en la producción de artículos de baja calidad con inversión intensiva de mano de obra y energías fósiles, por poner tres ejemplos significativos entre los centenares que existen.

No entiendo cómo es posible que hayamos dejado el gobierno del Planeta en manos de gente tan miserable como la mencionada, que ni conoce el significado de palabras como solidaridad, humanismo o filantropía, ni tiene entrañas. Ni ellos ni los jerifaltes que mangonean los grandes lobbys que los aúpan al poder parecen tener hijos ni nietos. Siguen mirando para otro lado mientras todos (ellos incluidos) recorremos un itinerario imposible, que acabará quebrando hasta las más elementales pulsiones de la vida, incluidas la propia supervivencia y la de la especie. Parece importarles un carajo dejar a sus descendientes un mundo en el que vivir no será otra cosa que un continuo penar para sobrevivir en un Planeta crecientemente arrasado por las catástrofes derivadas del calentamiento global y de otros factores, que ya han dejado de ser una mera preocupación de los estudiosos y académicos para ser realidades que recogen diariamente los telediarios: ingentes deshielos en la Antártida y Groenlandia, gigantescas sequías que azotan regiones enormes (Afganistán, Cuerno de África, Sudáfrica, Centroeuropa…); pavorosos incendios que alcanzan dimensiones desconocidas en la Amazonía, California, Siberia, etc. (y, obviamente, las réplicas que sufrimos localmente, cuyo dramatismo aumenta cada año). En fin, por añadir un solo dato, referiré que los expertos aseguran que si permitimos que aumente un grado más la temperatura en la Tierra cambiará radicalmente la sociedad que conocemos. Y me pregunto: si esto es así, ¿a qué esperamos para iniciar el descomunal tsunami que la Humanidad necesita para salvarse?