martes, 29 de mayo de 2018

Experiment Stuka

Creo que leí por primera vez la palabra stuka cuando era niño, en los tebeos de Hazañas Bélicas, la serie que parece que sigue siendo una referencia para los entusiastas de los cómics de guerra, aunque reconozco que ando bastante perdido en la temática. Sin embargo, recuerdo algunos episodios que leí y visualicé en aquellos viejos tebeos de formato apaisado y omnipresentes blindados, explosiones, tiroteos y soldados de uniforme verde caqui que protagonizaban aventuras con títulos inequívocamente guerreros:  Más allá del deber, Cita: Hora H, A bombazo limpio, De guerra en guerra, etc. La guerra, una temática que ha sido y es omnipresente en el cómic, un filón fructífero que hasta es capaz de alumbrar de vez en cuando obras primorosas que, además de sus méritos artísticos, invitan incluso a la reflexión.

Parte del último fin de semana, recayente en días de infausta memoria, lo hemos pasado en Benassal, localidad de l’Alt Maestrat universalmente conocida por las aguas que empezó a promocionar el Duque de Vendôme a mediados del siglo XVIII, cuando mandó construir un camino hasta la Font d’En Segures para poder llegar con su carruaje, y que popularizó el doctor Puigvert investigando y reseñando sus propiedades minero-medicinales.

Sin embargo, más allá de lo anterior, que suma y sigue, la localidad ha sido protagonista de episodios y méritos menos conocidos, más dolorosos e igualmente relevantes. Benassal, Ares del Maestrat, Vilar de Canes y Albocàsser, cuatro localidades vecinas, sufrieron los bombardeos de los famosos aviones Stuka, los Junkers JU 87. Unos prototipos de última generación que en 1938 arrojaron sobre los indefensos y atónitos habitantes de esos pueblecitos 36 bombas de 500 kilos, que eran una primicia y una enormidad desconocida hasta entonces en las prácticas bélicas. El día más destructivo fue el 25 de mayo de 1938, del que ahora se cumplen 80 años, el mismo en que la aviación fascista italiana bombardeó Alicante matando impunemente a más de trescientas personas civiles, indefensas e inocentes.

El lugareño Óscar Vives, profesor de Física de la Universidad de Valencia y miembro del Grup de Recuperació de la Memòria Histórica de Benassal, tras arduos esfuerzos de investigación por espacio de una década, está convencido de que los aviones alemanes lanzaron sus proyectiles para hacer pruebas de artillería y testar si los aparatos, que normalmente lanzaban bombas de 250 kilos, eran efectivos con proyectiles que pesaban y destruían el doble. Para recordar y poner al día las investigaciones sobre estos hechos, el Grup de Benasal, conjuntamente con algunos de sus homónimos comarcales, organizó las jornadas que se han desarrollado durante los dos últimos fines de semana y en las que han participado estudiosos de los ensayos bélicos activados por la Luftwaffe y la Aviazione Legionaria durante la Guerra Civil, analizándose los ataques realizados por la Legión Cóndor y la Aviazione Legionaria en el País Vasco, el País Valenciano y Cataluña.

Como en toda contienda armada, los bombardeos sobre las cuatro poblaciones del Maestrat se han analizado con enfoques divergentes. Unos, como el profesor de la Universidad de Valladolid Molina Franco o el miembro del Consejo Asesor del Ejército del Aire Permuy López, niegan que los ataques de los Stuka a las poblaciones del Maestrat fueran experimentos nazis. Según ellos, fueron consecuencia de la Ofensiva de Levante lanzada por el ejército nacional. En su opinión, estaban autorizados y coordinados con la estrategia de los mandos franquistas dado que los referidos municipios eran "objetivos de primer orden", nidos de soldados republicanos a los que los "nacionales" asediaban con unidades del ejército sublevado. Sin embargo, la observación de la orografía, el paisaje, la morfología urbana y el histórico modus vivendi de las mencionadas poblaciones apunta en dirección contraria; hasta el punto de que uno no puede dejar de preguntarse si estos señores han revisado alguna fotografía o se han paseado alguna vez por aquellos lares, para los que parece casi imposible reclamar cualquier valor estratégico.

Contradictoriamente, el profesor Vives sostiene la tesis de que los pueblos castellonenses fueron un campo de pruebas basándose en el hecho probado de que fueron bombardeados exclusivamente por los aviones de la Legión Cóndor y nunca atacados por tropas terrestres. Refrenda que es verdad que las poblaciones no estaban alejadas del frente, lo que facilita que se asocien estos acontecimientos con el curso de la guerra. De hecho, refiere que, según los recuerdos de los testigos, murieron tres soldados republicanos, de los aproximadamente veinte que había en el pueblo, por efecto de los proyectiles que impactaron en el centro del municipio y mataron a quince personas. Pese a todo, subraya que los ataques no tenían ningún objetivo estratégico claro. La argumentación precedente se sustenta en buena medida en el contenido del documento Imágenes de los efectos de la bombas de 500 kilos sobre los pueblos de Benasal, Albocácer, Ares y Villar de Canes lanzados desde Junkers Ju 87" (Bundesarchiv-Militárarchiv, Freiburg im Breisgau, RL35/34), un informe redactado por Leopold G. Fugger para la Lufwaffe sobre los bombardeos de los Stuka en l’Alt Maestrat. El documento tiene poco más de 50 páginas y contiene 65 fotografías de antes y después del bombardeo y, en el caso de Ares, simultáneas al mismo. Porque los alemanes hicieron fotografías de casi todos los impactos para ver y analizar la destrucción y precisión de las bombas lanzadas. El grupo memorialista ha buscado sin éxito otras publicaciones o informes que ofreciesen explicaciones y/o análisis de las fotos con conclusiones sobre los efectos de los bombardeos. Verdaderamente no es tarea sencilla toda vez que, como asegura la profesora de la Universidad de Berlín Stefanie Schüler-Springorum –participante en las jornadas y autora del libro La guerra como aventura, Alianza Editorial, 2014– los documentos de la Luftwaffe se quemaron en un 90% y sus pilotos sucumbieron en proporción semejante como consecuencia de la II Guerra Mundial.

Obviamente, el tema da para páginas y páginas. Una buena síntesis es el documental “Experiment Stuka”, de Rafa Molés y Pepe Andreu (SuicaFilms), estrenado el pasado 3 de mayo en el Festival Internacional de Cine Documental Docs Valencia, que tuvimos oportunidad de visionar en Benassal el pasado viernes. El documental ofrece la crueldad de este drama bélico y expone aspectos de la psicología de la guerra, en la que a veces –como ésta– ni víctimas ni verdugos se ven las caras. Según explican los directores, la investigación y el resultado del documental han conseguido algo no previsto: “cerrar heridas entre los vecinos de las cuatro poblaciones al descubrir quién había sido el autor del bombardeo”.

Más allá de cuanto antecede, lejos de dejarnos llevar por la satisfacción que produce el conocimiento y la difusión de aspectos ignotos de la reciente historia del país, nos asedian infinidad de preguntas: ¿Cómo permitieron tan vilmente Francia y el Reino Unido que pudieran campar a sus anchas nazis y fascistas, experimentando materiales y estrategias bélicas en escenarios reales y en la más absoluta impunidad? ¿Por qué los sucesivos gobiernos de la España democrática no han exigido disculpas y reparaciones de guerra a sus socios italianos y alemanes (también a franceses y británicos) en la Unión Europea? ¿A qué se espera para investigar y dejar al descubierto las sucias entrañas de los cobardes pilotos italianos y alemanes, que vinieron voluntariamente, cual héroes, a combatir al enemigo rojo, cobrando por ello un pastizal, disfrutando de la dolce vita que rodeaba sus bases de operaciones y bombardeando inmisericordemente a poblaciones indefensas de la retaguardia con aparatos de última generación, sin exponerse a peligro alguno? ¿Cuándo se podrá contar por entero la ominosa historia de una sublevación para la que no existen suficientes calificativos?

sábado, 19 de mayo de 2018

Crónicas de la amistad: Novelda (24)

Parece como que el buen tiempo hubiese activado nuestro sistema endocrino. Todavía no hace un mes que estuvimos en Muro y volvemos a descorchar una nueva cita en Novelda, que es preámbulo de la que acontecerá en Aspe en menos de tres semanas. Está claro que la llegada de la primavera ha afectado a nuestros cuerpos serranos alterando nuestros flujos hormonales. Aunque los médicos no nos hayan prescrito la estimación de los niveles de serotonina, dopamina y endorfina en sangre, creo no errar al asegurar que son idóneos. Incluso diría que andan un tanto infladitos. Probablemente, más por efecto de nuestros plácidos encuentros que por el de los trabajados empeños lúdico-deportivos y/o amatorios que cada cual acomete privativamente, que de todo hay en la pródiga viña del Señor. En cualquier caso, dichosos nuestros organismos que, estimulados por afectos y quereres, emanan provechosos fluidos que proporcionan placer y motivación, alivian los ánimos y hasta contribuyen a que seamos un poquito más felices.

En casa de Loli y Luis
Luis nos había convocado hoy en Panach a hora más temprana de lo habitual. Un bar restaurante ubicado en un lugar estratégico, a la entrada de Novelda, al que jocosamente nos referimos como su “oficina”, dada la asiduidad con que lo visita. Un establecimiento amable que ofrece a clientes y visitantes una variada carta de tapas y platos que hacen las delicias de quienes deciden almorzar allí. Además, tienen terraza y patio interior que aseguran (particularmente a los fumadores) una autonomía estimadísima y, lo que es mejor, buenos precios. Un tentempié compartido con la selecta clientela que llena el establecimiento y alimenta los mentideros locales a esta hora del almuerzo, mientras esperábamos a Pascual, Elías y los Antonios, nos ha dispuesto el ánimo para continuar camino hasta la siguiente estación, Jesús Navarro, S.A., que es lo mismo que decir Carmencita, una empresa que no precisa carta de presentación.

Y es que lo que hace una centuria comenzó siendo el pequeño negocio de una pareja, es hoy una empresa que vende más de 700 referencias culinarias. Con el paso de los años, el desarrollo de una de las ideas matrices de la sociedad –mezclar y envasar las especias necesarias para elaborar la paella–, ha impulsado la creación de nuevas gamas de aderezos y condimentos, resultado de combinaciones propias, que la han hecho líder del mercado español, estando presente en las cocinas de más de 50 países. Hierbas, sazonadores, molinillos, sales, botánicos para coctelería, infusiones y tés, edulcorantes, repostería y diferentes aditivos completan el impresionante catálogo de productos que ofrece una empresa familiar muy mecanizada, que factura setenta millones de euros al año y que emplea a más de trescientas personas.

Tras la visita, una vez desprovistos de los asépticos y níveos capisayos con que habíamos recorrido las instalaciones y liberados de las infames pintas que nos daban, unas cervecitas y unos vinos degustados en dos establecimientos bien distintos, acompañados de tapas exquisitas y acordes con la respectiva idiosincrasia –desde el loncheado de tocino salado o la tortilla de alcachofas, cebolla y calabacín hasta la ensaladilla, el pulpo o las zamburiñas–, han allanado el camino hacia la casa de Loli y Luis, una estupenda morada en un lugar privilegiado que vigilan al alimón dos hitos singulares en Les Valls del Vinalopó: la torre triangular del Castillo de La Mola y las del ecléctico Santuario de Santa María Magdalena.

Loli  y Clemente, amigo de la familia y gran maestro arrocero, habían hecho los preparativos para el ágape que nos esperaba. De entrada, abrieron un nuevo tiempo para el aperitivo obviando cuanto antecede, como si nada de ello hubiese existido; si bien es verdad que desconocían los detalles. Ahora se ofrecía sobre la mesa el mejor “chanchullo” noveldense, acompañado de tostas con espencat, capellán en aceite y bonito en adobo, todo regado con cerveza fresquita, vino del Comtat, alguna que otra “paloma” y también algún “colpet”, de Pastor. En tanto dábamos cuenta de tan exquisitas viandas, Clemente empezó a oficiar en los fogones de leña el plato estrella de la ocasión, un “arròs amb conill i caragols” que resultó antológico. Hombre dado a la jovialidad y al saber estar, desplegó sus buenos oficios con la música de fondo que producíamos la habitual fanfarria de aficionados y voluntariosos, que tanto le cuesta coordinar y acompañar a Antonio Antón y que en esta ocasión desplegó programa doble: primera sesión a la hora del aperitivo, y segunda en la de los postres. Por cierto, unos paparajotes espectaculares que había preparado Loli expresamente.

Cuando Clemente dio el visto bueno a su magnífica obra –seguida en su elaboración con exquisita atención por parte de Sofo, el más experto restaurador del grupo–, nos hemos dispuesto en torno a ella, una vez inmortalizada en diversas instantáneas y asentada sobre la rumbosa mesa que Loli y Luis tienen en el porche de su casa. Piano, piano no hemos dejado un solo grano, rematando cuanto había en un recipiente más que cumplido. Hechos los honores que merecía tan meritísima faena, hemos atacado los paparajotes, trufándolos con las primeras copichuelas, que han dado paso a la segunda sesión musical, que hoy ofrecía una miscelánea de la canción incluyendo fandangos de Huelva y sevillanas de Archidona, pero también muñeiras lucenses maridadas con la lucha contra la desmemoria que propone Raimon y el jolgorio de la ‘deshistoria’ que plantea Llach. La delicadísima Mercedes Sosa y la áspera voz de Dylan concertadas con el inefable Get on your knees de los Canarios. Incluso el estreno que nos ha regalado Antonio Antón, intérprete y autor de la música que adereza un triste poema de Paco Armengol. En fin, un sin parar hasta el postrero reparto de los regalos con que nos han distinguido Carmencita y los anfitriones: infinidad de infusiones y condimentos, además de un singular vino oriolano –Las Huellas de Miguel Hernández– del que lo mejor es la etiqueta que abraza la botella.

Hoy, conscientemente, reincidíamos en la imprudencia: comíamos en una de nuestras casas y redoblábamos el vínculo amistoso. No sólo quebrábamos el acuerdo explícito de comer en “territorio neutral” sino que remachábamos la ligadura local y del apego con un contrafuerte irreemplazable: la Guti. Imposible describir y agradecer las atenciones de una amiga tan familiar, entrañable, sensible, educada, generosa, perspicaz… Tan imposible encontrar los adjetivos como lograr agradecer tantos viejos/renovados afectos, tantos exquisitas atenciones en tan limitado espacio y tan párvulo tiempo.

Alguien ha dicho que “la amistad es un fenómeno paranormal, que se da en contadas ocasiones y que lo otro, es colegueo”. ¿Qué decir al respecto? Quizás que hasta es probable que así sea. Ciertamente, no lo sé. Lo que si sé es que palabra y sentimiento han estado muy presentes en mi vida. Hace años que descubrí la amistad como un modo fascinante de quererse. No sabría explicar pormenorizadamente por qué, aunque tal vez tenga que ver con que existen tantas versiones de ella como personas la sienten. En la partitura de la vida, cuando lo que se interpreta apunta a la piel y al alma, cuando lo que se ataca es el roce de los corazones, cada cual matiza y ejecuta lo que quiere. Viene a ser algo similar a lo que acontece en las relaciones de pareja, en el creacionismo, en el futurismo, en el feminismo…, en todos los “ísmos” que se nos ocurran. Afortunadamente, no existe una única versión del modo de entender lo de quererse sin deberse, eso de estar aunque no estés, aquello de no tener que explicar nunca nada.

Debe ser por algo que la amistad no conoce de patrias ni banderas, como no sabe de rangos ni trienios. Sólo requiere dos adjetivados sustantivos: generosidad e incondicionalidad. Y así surge, espontáneamente, en cualquier momento de la vida, atrapándonos en su círculo mágico, haciendo irrelevante el intervalo temporal en que la conocemos. No entiende de juegos de adivinación, ni de exclusividad. Es como un Love Parade con barra libre, una fiesta a la que te han invitado y a la que has decidido ir. Por eso, en las ceremonias auténticamente amistosas, los amigos observan displicentemente a los anfitriones pasear por las mesas regalando sonrisas y cariño a todos los invitados. Al fin y al cabo, la amistad, como el amor, es un recurso que se puede compartir hasta el infinito.

Hoy, con la tácita aquiescencia de todos, Luis se ha saltado la única de las condiciones que establecimos para materializar nuestros encuentros. Sus razones tendrá. Él es así. No se le pueden pedir explicaciones a un amigo porque hacerlo es obligarle a que se justifique. Y la amistad no va de eso, ni mucho menos, porque va mucho más de ofrecerse que de dar. Y punto.

Como alguien dijo, un amigo tiene todo el derecho del mundo a despistarse y/o perderse. Y cuando vuelva, o cuando tú decidas pensar que volvió –porque quizás jamás se fue–, debería ser algo que celebrar en el mismo punto en el que se dejó. La recriminación a un amigo es como el café frío. Hace años que opté por pedir el café muy caliente porque nunca sé si me voy a tener que levantar de la mesa un rato o durante varias horas… Casi nunca sé si quien me acompaña bebe muy deprisa o demasiado despacio.

Queridísimos amigos, la próxima será en Aspe, en tres semanas. Allí nos espera Antonio GB. Abrazos para todos.

domingo, 13 de mayo de 2018

Bienve

La vida a veces se me antoja como un monumental circuito eléctrico, un lío colosal de mangueras, cables, filamentos, conexiones, empalmes y derivaciones. De vez en cuando, más por puro azar que por otra cosa, presionas un interruptor y, asombrosamente, se ofrecen ante tus ojos señales que te advierten de mil y una cosas. A veces son recuerdos banales; otras, preocupaciones y congojas; en ocasiones, sensaciones placenteras. También de vez en cuando alumbran asuntos irrelevantes, sorprendentes y hasta hilarantes. En cualquier caso, casi siempre, resultan prodigiosamente inesperados.

Un ejemplo de lo que digo sucedió ayer. Rayaba la medianoche y me disponía a acostarme. Como suelo hacer, eché una mirada al teléfono. No sé por qué repito esa rutina cada noche sabiendo que casi nada importante suele comunicarse a esas horas a través de whatsup, email, facebook o twitter. Pero lo cierto y verdad es que lo hago reiteradamente. Y, mira por donde, me encontré con una petición de amistad en Facebook que correspondía a una persona cuyo nombre desconocía y con la que el sapientísimo FB aseguraba que comparto una única amiga. Miré su perfil y observé su fotografía, a la vez que contrasté el nombre de la amiga común. Todo me llevó a deducir que ella debía ser quién yo pensaba que era. Acepté su petición y, para mi sorpresa, a los pocos minutos, esa persona inició un diálogo para el que todavía no he averiguado qué medio utilizó y tampoco creo que ella lo sepa.

-        -- ¿Me recuerdas?, escribió. Soy Bienve. Aún conservo fotos de cuando estudiamos en Chiva.
-       -- Sí, claro, le respondí. Me ha despistado el nombre de Nuria. Recuerdo a Bienve, claro que sí. Tú y Juanjo erais los compañeros que veníais de Cheste. Me alegra mucho tener noticias tuyas
-       -- A mi también. Hoy, precisamente, he recuperado algunas fotos antiguas y estás tú… Bueno, estamos todos sentados en la escalera de salida del Colegio en que estudiábamos…

Así siguió el diálogo durante unos minutos hasta que decidimos pasarnos a whatsup. En este medio, más privativo, continuamos “hablando” por espacio de algo más de media hora. Es lo menos que merecía un reencuentro que ha tardado en producirse nada más y nada menos que cincuenta y dos años. ¡Bendita sea la digitalidad o los chispazos que lo han hecho posible!

Es fácil imaginar la continuación de un diálogo interrumpido hace tanto tiempo, cuando ella era una mocita y yo un imberbe adolescente con apenas quince primaveras. Nos pusimos al día en cuestiones familiares y profesionales y en los rasgos de nuestra apariencia actual. Repasamos algunos recuerdos, refrescamos alusiones a algunas amistades comunes y compartimos buenos propósitos para el inmediato futuro.

Después de muchos años sin vernos, la conversación que tuve anoche con Bienve me proporcionó un pálpito que espero que se convierta en algo más que una corazonada. Antes de conciliar el sueño, durante unos minutos, imaginé que la vieja pandilla de estudiantones se volvía a reunir gracias a una nueva conjunción de contingencias de naturaleza eléctrica, astral, digital o emocional. O, en su defecto –o sin él–, porque alguno de los concernidos decidía activar los buenos oficios mediadores o ponía a trabajar su creatividad, que a la postre no es otra cosa que la capacidad de conectar lo aparentemente desconectado. No es que, como sucede en algunos relatos, ella o cualquier otro nos hayamos propuesto explícitamente o estemos determinados a maniobrar para lograr materializar ese, para mi, ansiado reencuentro. Es verdad que me confesó que alguna tentación al respecto le había asaltado en otras ocasiones, pero la cosa no trascendió del comentario. Sin embargo, espero que nuestro último diálogo sea el acicate que necesita la forja definitiva de ese encuentro. Tengo el presentimiento de que Bienve u otros compañeros/as (confío más en las segundas que en los primeros)  lograrán activar las motivaciones que hagan posible ese esperado reencuentro, en el que seguramente cada uno de los personajes intentaremos reverdecer los viejos y reelaborados recuerdos, en el que compartiremos vetustas experiencias y otros muchos detalles de las vidas que nos han traído felizmente hasta el momento presente, sin nostalgias ni añagazas.

Estoy seguro que en ese cónclave no solo estarán presentes las viejas recordaciones. También compartiremos sentimientos de toda índole, desde los casi olvidados amores adolescentes o las rencillas de juventud hasta los buenos y malos ratos de una época irrepetible. Por encima de todo ello, celebraremos la amistad y la camaradería que impregnó aquellos maravillosos años que compartimos en el Colegio Luis Vives, de Chiva. Al fin y al cabo, como escribió hace años Katherine Mansfield, “siempre sentí que el gran privilegio, el alivio y la comodidad de la amistad era que uno no tenía que explicar nada”. Hago votos porque así sea y por tener la oportunidad de veros a todos pronto.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Sicilia

Ocho días en Sicilia dan para bastante más que para imaginar un desconcertante “mal encuentro” con Salvatore Giuliano, o para sentarse bajo la pérgola que enmarca la puerta del bar Vitelli, en Savoca, y degustar un granizado de limón con “zucaratti”, imaginando el rodaje de aquella escena de El Padrino en la que Michael Corleone pide al padre de Apollonia, hipotético dueño del establecimiento, la mano de su bellísima hija.

Ocho días en Sicilia dan para mucho más que hacer una visita a Corleone, cuna de jefes legendarios de la Mafia como Michele Navarra, Luciano Leggio, Leoluca Bagarella, Salvatore Riina o Bernardo Provenzano, además de ficticio lugar de nacimiento de Vito Corleone, el personaje que creó Mario Puzo.

Ocho días en Sicilia dan para mucho, para muchísimo más, que para dar un paseo por la Albergheria de Palermo y perderse en el laberíntico trazado de un barrio pobre y abandonado, que conserva las huellas de los bombardeos bélicos y amontona una creciente población inmigrante, además de albergar en su flanco oriental uno de los mercados más bulliciosos y genuinos de la isla, el de Ballarò, casi colindante con la hermosísima Chiesa del Gesù, también conocida como Casa Professa, que levantaron los jesuitas.

En fin, ocho días en Sicilia dan para bastante más que para visitar Scicli y la pequeña escalinata que da acceso al edificio de su ayuntamiento, la comisaria en la que realiza sus pesquisas el comisario Montalbano. Ciudad patrimonio de la UNESCO, cantada por Elio Vittorini como "la más bella del mundo" y convertida en la Vigata cinematográfica del popular comisario, Scicli es una "ciudad al revés", construida no en altura sino sobre tres valles próximos a las aguas del Mediterráneo, con castillo e iglesia desvencijados al unísono.

Sin embargo, ocho días en Sicilia apenas permiten desplegar una mirada superficial al infinito parque arqueológico que aloja la mayor isla del Mare Nostrum, tan inaprensible en su extensión como desmesurada en su valor. Segesta, Selinunte, Agrigento, Taormina… ofrecen las asombrosas ruinas de las viejas civilizaciones en entornos naturales privilegiados, que sólo desnaturalizan a ratos y en temporada alta adocenadas y circunstanciales tropas de turistas.

Ocho días en la isla son una fugaz oportunidad para apreciar un patrimonio urbano inabarcable que aglutina miles y miles de edificaciones vetustas, desvencijadas, ruinosas. Palacios, capillas, mansiones, iglesias, oratorios, cúpulas barrocas, capillas rococó… Un inmenso tesoro que me parece tan irrecuperable como maravillosamente arruinado.

Un patrimonio entretejido con tramas urbanas de ciudades de tamaño medio, tan hospitalarias como imposibles para quienes sufren cualquier discapacidad motriz. Ciudades y pueblos de tonos ocres y desleídos, idénticos a los que proyectan los rayos del sol cuando atraviesan un vaso con malvasía de las Lipari. Ciudades geográficamente colgadas de agrestes montañas y profundos desfiladeros. Continentales, sí, pero lo suficientemente próximas a la mar para evitar que te atrape o acalore la continentalidad que, sin embargo, se siente.

Ciudades que uno imagina que alguna vez fueron el caos arquitectónico del Oriente Medio y púnico y que, inesperadamente, se vieron sacudidas por el devastador terremoto de 1693 que les obligó a adoptar una nueva belleza. Una beldad influida por el patrón estilístico del barroco que arrasaba entonces en Europa. Nuevas calles fueron rediseñadas por encargo del duque de Camastra, Giuseppe Lanza, al que los españoles habían designado virrey, que ordenó alargar las avenidas y reformar las escalinatas. Las nuevas y grandes iglesias se inspiraban ahora en la gracia barroca. Ingenio y orden, espacio y aire. Un estilo espectacular, voluptuoso y sensorial que casaba a la perfección con el carácter siciliano, heterodoxo y exuberante.

La ciudad pensada como obra de arte gracias a la perspectiva monumental, a la línea recta; la ciudad ideológica, escenográfica, convertida en expresión de la realidad política; la ciudad diseñada para la exaltación del príncipe y los gobernantes, plagada de simetrías, en la que se despliegan grandes avenidas ajardinadas con iglesias de cúpulas y retablos prolijamente decorados, plazas con estatuas, fuentes y palacios cubiertos de columnas y frontones, en los que se combinan la dorada piedra del lugar y el potente sol siciliano para intercalar luces y sombras, la quintaesencia del barroco... siciliano: Caltagirone, Catania, Militello in Val di Catania, Modica, Noto, Palazzolo Acreide, Ragusa y Scicli, esencialmente.

Todo ello es Sicilia, pero también lo es el castillo normando de Erice, un nido de águilas codiciado por griegos y fenicios, como lo son las sarde in beccaficco (sardinas empanadas rellenas de piñones y pasas) o los mejores cannoli (cañas de masa frita con vino Marsala, rellenas de crema de queso ricota) del mundo.

Y qué decir de la fascinante mole del Etna, dominando la costa este de la isla desde todos los ángulos. Vigilante perpetuo del horizonte que dibujan los bulevares de Catania, antorcha del escenario del teatro de Taormina, manantial inagotable de ocio al aire libre, volcánico y fértil nutriente de una agricultura milenaria.

Sicilia me ha parecido un espléndido mosaico que, como alguien dijo, hay que mirar desde la relatividad y el escepticismo si atendemos a la fabulosa galería de personajes que han conformado a través de los siglos los rasgos generales de la sicilianidad. Empezando por los ancestros fenicios, griegos, púnicos, normandos, árabes y españoles, y siguiendo por Lampedusa y su Gatopardo, junto a Pirandello y la disolución de los límites entre el teatro y la vida. Les acompañan el príncipe Ferdinando Gravina, artífice de la Villa de los monstruos, y el visionario de la bomba atómica Ettore Majorana; el bandido Giuliano y el implacable juez Falcone; el naturalista Verga y el realismo lúcido de Sciascia; el pérfido cardenal Ruffini y el americanizado Frank Capra, entre otros muchos. Un catálogo de personalidades que nos conducen del espanto a la maravilla, de la náusea al asombro y la devoción, todos hijos de un territorio que ha alumbrado algunos de los mejores y de los peores ejemplares de la raza humana.

En las escasas conversaciones que he mantenido con algunos lugareños (que a veces no eran tales) han emergido los tópicos que han dibujado la imagen exterior de Sicilia, y también la idea que los sicilianos tienen de sí mismos y el modo en que ha condicionado históricamente sus conductas: el vicio de la impostura, el machismo endémico, las tentaciones inquisitoriales, el ensueño, la ambición de poder… Da la impresión de que, al igual que los terremotos, las erupciones volcánicas, las invasiones o las pestes, los mitos han terminado condicionando la vida de los sicilianos hasta casi absorberlos. Tal vez porque los pueblos dan pie a los tópicos, o a lo mejor porque tarde o temprano son éstos los que acaban moldeando a los pueblos. Quizá porque lo que empieza siendo un disfraz termina convirtiéndose en uniforme, o acaso porque el simple matiz deriva en rasgo de identidad.

Como dijo Gaetano Savatteri, “se puede ser siciliano sin haber puesto nunca un pie en Sicilia, pero es difícil no serlo si por casualidad se ha caído por allí”. Viajes como el que concluí el pasado domingo suponen un aterrizaje feliz, suave y acolchado en el corazón de uno de los rincones más fascinantes del Mediterráneo. Por encima, o más bien por debajo, de la uniformización planetaria que hoy confunde casi todo (coches, móviles, turismo, aeropuertos...), creo que debería volver para conocer mejor la autenticidad de la isla. Probablemente no lo haré, pero recomendaré a cualquiera de mis amigos que se pierda cuanto antes por allí.