sábado, 19 de mayo de 2018

Crónicas de la amistad: Novelda (24)

Parece como que el buen tiempo hubiese activado nuestro sistema endocrino. Todavía no hace un mes que estuvimos en Muro y volvemos a descorchar una nueva cita en Novelda, que es preámbulo de la que acontecerá en Aspe en menos de tres semanas. Está claro que la llegada de la primavera ha afectado a nuestros cuerpos serranos alterando nuestros flujos hormonales. Aunque los médicos no nos hayan prescrito la estimación de los niveles de serotonina, dopamina y endorfina en sangre, creo no errar al asegurar que son idóneos. Incluso diría que andan un tanto infladitos. Probablemente, más por efecto de nuestros plácidos encuentros que por el de los trabajados empeños lúdico-deportivos y/o amatorios que cada cual acomete privativamente, que de todo hay en la pródiga viña del Señor. En cualquier caso, dichosos nuestros organismos que, estimulados por afectos y quereres, emanan provechosos fluidos que proporcionan placer y motivación, alivian los ánimos y hasta contribuyen a que seamos un poquito más felices.

En casa de Loli y Luis
Luis nos había convocado hoy en Panach a hora más temprana de lo habitual. Un bar restaurante ubicado en un lugar estratégico, a la entrada de Novelda, al que jocosamente nos referimos como su “oficina”, dada la asiduidad con que lo visita. Un establecimiento amable que ofrece a clientes y visitantes una variada carta de tapas y platos que hacen las delicias de quienes deciden almorzar allí. Además, tienen terraza y patio interior que aseguran (particularmente a los fumadores) una autonomía estimadísima y, lo que es mejor, buenos precios. Un tentempié compartido con la selecta clientela que llena el establecimiento y alimenta los mentideros locales a esta hora del almuerzo, mientras esperábamos a Pascual, Elías y los Antonios, nos ha dispuesto el ánimo para continuar camino hasta la siguiente estación, Jesús Navarro, S.A., que es lo mismo que decir Carmencita, una empresa que no precisa carta de presentación.

Y es que lo que hace una centuria comenzó siendo el pequeño negocio de una pareja, es hoy una empresa que vende más de 700 referencias culinarias. Con el paso de los años, el desarrollo de una de las ideas matrices de la sociedad –mezclar y envasar las especias necesarias para elaborar la paella–, ha impulsado la creación de nuevas gamas de aderezos y condimentos, resultado de combinaciones propias, que la han hecho líder del mercado español, estando presente en las cocinas de más de 50 países. Hierbas, sazonadores, molinillos, sales, botánicos para coctelería, infusiones y tés, edulcorantes, repostería y diferentes aditivos completan el impresionante catálogo de productos que ofrece una empresa familiar muy mecanizada, que factura setenta millones de euros al año y que emplea a más de trescientas personas.

Tras la visita, una vez desprovistos de los asépticos y níveos capisayos con que habíamos recorrido las instalaciones y liberados de las infames pintas que nos daban, unas cervecitas y unos vinos degustados en dos establecimientos bien distintos, acompañados de tapas exquisitas y acordes con la respectiva idiosincrasia –desde el loncheado de tocino salado o la tortilla de alcachofas, cebolla y calabacín hasta la ensaladilla, el pulpo o las zamburiñas–, han allanado el camino hacia la casa de Loli y Luis, una estupenda morada en un lugar privilegiado que vigilan al alimón dos hitos singulares en Les Valls del Vinalopó: la torre triangular del Castillo de La Mola y las del ecléctico Santuario de Santa María Magdalena.

Loli  y Clemente, amigo de la familia y gran maestro arrocero, habían hecho los preparativos para el ágape que nos esperaba. De entrada, abrieron un nuevo tiempo para el aperitivo obviando cuanto antecede, como si nada de ello hubiese existido; si bien es verdad que desconocían los detalles. Ahora se ofrecía sobre la mesa el mejor “chanchullo” noveldense, acompañado de tostas con espencat, capellán en aceite y bonito en adobo, todo regado con cerveza fresquita, vino del Comtat, alguna que otra “paloma” y también algún “colpet”, de Pastor. En tanto dábamos cuenta de tan exquisitas viandas, Clemente empezó a oficiar en los fogones de leña el plato estrella de la ocasión, un “arròs amb conill i caragols” que resultó antológico. Hombre dado a la jovialidad y al saber estar, desplegó sus buenos oficios con la música de fondo que producíamos la habitual fanfarria de aficionados y voluntariosos, que tanto le cuesta coordinar y acompañar a Antonio Antón y que en esta ocasión desplegó programa doble: primera sesión a la hora del aperitivo, y segunda en la de los postres. Por cierto, unos paparajotes espectaculares que había preparado Loli expresamente.

Cuando Clemente dio el visto bueno a su magnífica obra –seguida en su elaboración con exquisita atención por parte de Sofo, el más experto restaurador del grupo–, nos hemos dispuesto en torno a ella, una vez inmortalizada en diversas instantáneas y asentada sobre la rumbosa mesa que Loli y Luis tienen en el porche de su casa. Piano, piano no hemos dejado un solo grano, rematando cuanto había en un recipiente más que cumplido. Hechos los honores que merecía tan meritísima faena, hemos atacado los paparajotes, trufándolos con las primeras copichuelas, que han dado paso a la segunda sesión musical, que hoy ofrecía una miscelánea de la canción incluyendo fandangos de Huelva y sevillanas de Archidona, pero también muñeiras lucenses maridadas con la lucha contra la desmemoria que propone Raimon y el jolgorio de la ‘deshistoria’ que plantea Llach. La delicadísima Mercedes Sosa y la áspera voz de Dylan concertadas con el inefable Get on your knees de los Canarios. Incluso el estreno que nos ha regalado Antonio Antón, intérprete y autor de la música que adereza un triste poema de Paco Armengol. En fin, un sin parar hasta el postrero reparto de los regalos con que nos han distinguido Carmencita y los anfitriones: infinidad de infusiones y condimentos, además de un singular vino oriolano –Las Huellas de Miguel Hernández– del que lo mejor es la etiqueta que abraza la botella.

Hoy, conscientemente, reincidíamos en la imprudencia: comíamos en una de nuestras casas y redoblábamos el vínculo amistoso. No sólo quebrábamos el acuerdo explícito de comer en “territorio neutral” sino que remachábamos la ligadura local y del apego con un contrafuerte irreemplazable: la Guti. Imposible describir y agradecer las atenciones de una amiga tan familiar, entrañable, sensible, educada, generosa, perspicaz… Tan imposible encontrar los adjetivos como lograr agradecer tantos viejos/renovados afectos, tantos exquisitas atenciones en tan limitado espacio y tan párvulo tiempo.

Alguien ha dicho que “la amistad es un fenómeno paranormal, que se da en contadas ocasiones y que lo otro, es colegueo”. ¿Qué decir al respecto? Quizás que hasta es probable que así sea. Ciertamente, no lo sé. Lo que si sé es que palabra y sentimiento han estado muy presentes en mi vida. Hace años que descubrí la amistad como un modo fascinante de quererse. No sabría explicar pormenorizadamente por qué, aunque tal vez tenga que ver con que existen tantas versiones de ella como personas la sienten. En la partitura de la vida, cuando lo que se interpreta apunta a la piel y al alma, cuando lo que se ataca es el roce de los corazones, cada cual matiza y ejecuta lo que quiere. Viene a ser algo similar a lo que acontece en las relaciones de pareja, en el creacionismo, en el futurismo, en el feminismo…, en todos los “ísmos” que se nos ocurran. Afortunadamente, no existe una única versión del modo de entender lo de quererse sin deberse, eso de estar aunque no estés, aquello de no tener que explicar nunca nada.

Debe ser por algo que la amistad no conoce de patrias ni banderas, como no sabe de rangos ni trienios. Sólo requiere dos adjetivados sustantivos: generosidad e incondicionalidad. Y así surge, espontáneamente, en cualquier momento de la vida, atrapándonos en su círculo mágico, haciendo irrelevante el intervalo temporal en que la conocemos. No entiende de juegos de adivinación, ni de exclusividad. Es como un Love Parade con barra libre, una fiesta a la que te han invitado y a la que has decidido ir. Por eso, en las ceremonias auténticamente amistosas, los amigos observan displicentemente a los anfitriones pasear por las mesas regalando sonrisas y cariño a todos los invitados. Al fin y al cabo, la amistad, como el amor, es un recurso que se puede compartir hasta el infinito.

Hoy, con la tácita aquiescencia de todos, Luis se ha saltado la única de las condiciones que establecimos para materializar nuestros encuentros. Sus razones tendrá. Él es así. No se le pueden pedir explicaciones a un amigo porque hacerlo es obligarle a que se justifique. Y la amistad no va de eso, ni mucho menos, porque va mucho más de ofrecerse que de dar. Y punto.

Como alguien dijo, un amigo tiene todo el derecho del mundo a despistarse y/o perderse. Y cuando vuelva, o cuando tú decidas pensar que volvió –porque quizás jamás se fue–, debería ser algo que celebrar en el mismo punto en el que se dejó. La recriminación a un amigo es como el café frío. Hace años que opté por pedir el café muy caliente porque nunca sé si me voy a tener que levantar de la mesa un rato o durante varias horas… Casi nunca sé si quien me acompaña bebe muy deprisa o demasiado despacio.

Queridísimos amigos, la próxima será en Aspe, en tres semanas. Allí nos espera Antonio GB. Abrazos para todos.

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