Será
difícil que olvide la peripecia que me sucedió hace algo más de una década. Era
una tarde cualquiera de las muchas que entretenía entonces trabajando en casa con
el ordenador. De repente y sin causa aparente escuché un zumbido prolongado e intenso.
Una especie de siseo continuo, interminable, como el que producen los pequeños
escapes de aire o de agua en las tuberías, del que hasta ese preciso momento no
había tomado conciencia. Al percibir tan inopinadamente un ruido así de
insistente no pude evitar prestarle atención y empecé a preocuparme porque
pasaba el tiempo y no cesaba. Por más que lo intentaba, era incapaz de
sustraerme a la escucha de tan prolongado y desagradable sonido que, a medida que
monopolizaba mi atención, incrementaba mi inquietud. Llegó la noche y aquel zumbido
me acompañó a la cama, obsesionándome e induciéndome una importante excitación.
Me preocupaba algo que no solo parecía no tener fin, sino que cobraba más
relevancia por momentos amenazando con “taladrarme” el cerebro. Sin saberlo, ese
día me incorporé de pleno derecho al colectivo que integramos centenares de
miles de conciudadanos que casi nunca escuchamos el silencio. Cuando los demás
duermen o disfrutan de la silenciosa placidez de un atardecer en la playa o del
leve siseo que producen las hojas de los pinos cuando las mece la brisa a
nosotros nos acompaña un pitido continuo o un zumbido que, aunque no tiene
signos externos, es pertinaz e incesante.
Le
comenté el incidente a mi mujer e inmediatamente decidimos que debía visitar al
otorrino. Pedí la oportuna cita y durante el intervalo de días que medió hasta
que se materializó sobrellevé como pude la escucha permanente de los zumbidos,
que cada vez se hacían más insistentes y desagradables, amenazando con llegar a
desquiciarme. Finalmente concurrí a la visita, atendiéndome un galeno hosco y parco
en la expresión que me preguntó lacónicamente sobre lo que me sucedía. Le conté
la sintomatología y se interesó por el tiempo que venía percibiendo los ruidos.
Le respondí y formuló un nuevo interrogante que, más o menos, vino a ser algo
como “¿por qué oído oye usted el zumbido, por el izquierdo o por el derecho?”. Tras
un breve silencio en el que reflexioné al respecto mi respuesta fue: “no lo sé”.
Y su apostilla no la olvidaré: “La hemos jodido. Ya lo tiene usted aquí”,
señalando con el dedo índice la parte superior de su cabeza. A partir de ese lacónico
diagnóstico, el médico cambió la actitud y abundó en explicaciones que pueden
resumirse del siguiente modo: “Lo que usted tiene se llaman acúfenos o
tinnitus, como prefiera. Hoy por hoy ese fenómeno no tiene cura, ni quirúrgica
ni medicamentosa. Puedo darle unas pastillitas para que se relaje, pero eso…,
para que se relaje. Así que cuanto antes se olvide de esos ruiditos mejor para
usted”.
Me
preguntó si durante mi vida laboral había estado expuesto a ruidos intensos y/o
había sufrido algún accidente relacionado con el oído, a lo que respondí negativamente.
Entonces me explicó que a veces el tinnitus se produce por una pérdida de
audición, que induce que el oído eleve su sensibilidad y empiece a escuchar
ruidos que habitualmente no percibe. Me aconsejó que me hiciese una audiometría
para acotar y controlar en su caso esa hipotética merma auditiva. Lo hice y me
tranquilizaron los resultados; he repetido en varias ocasiones el protocolo y
todo sigue razonablemente bien diez años después; creo que fundamentalmente
porque me he olvidado de los acúfenos.
Leo
en un reciente artículo que pese a la cantidad de pseudoremedios que un
paciente desesperado puede encontrar en internet, para la mayoría de quienes
padecen tinnitus los tratamientos reales alcanzan poco más allá de paliar el
estrés que produce escuchar un pitido continuo. En los últimos años se han
ensayado fármacos para afrontar este problema. En todo caso, ninguno de ellos
ha superado las fases previas al uso público y parece que no está muy próxima
la posibilidad de encontrar una solución farmacológica al problema.
Lo
que viene a decirse en el artículo es que la investigación va mejorando el
conocimiento de la enfermedad, pero que hoy por hoy sólo existen tratamientos
que se enfocan a ayudar al paciente a convivir con su falta de silencio. Los
ensayos acordes con los protocolos científicos han fracasado en fases avanzadas
porque el oído es un órgano bastante inaccesible, que está lleno de líquido que
se renueva cada poco tiempo y eso hace que el fármaco desaparezca rápidamente y
haya que administrarlo reiteradamente, algo que es difícil de hacer en un órgano
bastante inaccesible.
De modo que lo que hoy funcionan son las terapias que ayudan a tener menos presente el ruido. Son tratamientos para la depresión o el estrés que pueden reducir la intensidad con que se percibe el tinnitus. También se han hecho ensayos con la llamada terapia sonora, que consiste en crear un archivo sonoro de una hora de duración, con diferentes formas y tonos que tratan de estimular la vía auditiva para revertir o paliar el daño.
No quiero concluir esta entrada sin transmitir un mensaje de tranquilidad y esperanza a los miles de conciudadanos que todavía no han aprendido a vivir sin escuchar el silencio. Quiero decirles que ello es posible. Y que hasta se puede lograr dejar de oír a ratos el puñetero ruido que nos atormenta desde que lo descubrimos. Es cuestión de proponérselo y de dar tiempo al tiempo. Yo también estuve desesperado y, sin embargo, ahora hay momentos en los que creo que consigo volver a escuchar el silencio.
De modo que lo que hoy funcionan son las terapias que ayudan a tener menos presente el ruido. Son tratamientos para la depresión o el estrés que pueden reducir la intensidad con que se percibe el tinnitus. También se han hecho ensayos con la llamada terapia sonora, que consiste en crear un archivo sonoro de una hora de duración, con diferentes formas y tonos que tratan de estimular la vía auditiva para revertir o paliar el daño.
No quiero concluir esta entrada sin transmitir un mensaje de tranquilidad y esperanza a los miles de conciudadanos que todavía no han aprendido a vivir sin escuchar el silencio. Quiero decirles que ello es posible. Y que hasta se puede lograr dejar de oír a ratos el puñetero ruido que nos atormenta desde que lo descubrimos. Es cuestión de proponérselo y de dar tiempo al tiempo. Yo también estuve desesperado y, sin embargo, ahora hay momentos en los que creo que consigo volver a escuchar el silencio.