jueves, 31 de enero de 2019

Cagar segura y dignamente

Hoy como cada día los titulares de los periódicos nos asaltan con nuevas noticias. Juan Guaidó asegura que en Venezuela no hay riesgo de guerra civil porque el noventa por ciento de la población quiere cambio. Uber y Cabify dejan de prestar servicio en Barcelona tras el decreto del Govern que establece la obligación de precontratar los coches con 15 minutos de antelación. En Estados Unidos ya han muerto ocho personas a consecuencia del vórtice polar (ola de frío glacial, para entendernos) que azota a catorce de sus Estados. Un concejal de Mérida se da de baja en el PP y se afilia a Vox, es decir, sigue militando en lo mismo. Pedro Sánchez no puede votar a Pepu Hernández como ha prometido porque pertenece a la agrupación de Pozuelo (una vez más, proverbial la capacidad del Sr. Presidente para documentarse y actuar previsoramente). Esquerra Republicana de Cataluña pide a la fiscalía que retire los cargos contra los llamados golpistas. Blablablá… Unos en la enjundia y otros en la banalidad. Hay territorios donde apenas existe la noticia porque el problema diario es lograr cagar con dignidad y seguridad, sí, como suena, defecar entre paredes, bajo techo y con unas cañerías dignas.

En este mundo aséptico, incoloro, inodoro y estúpido (al menos, a ratos) en que vivimos, no es muy conocido que el 19 de noviembre se celebra el Día Mundial del Retrete, una ocasión para recordar y reivindicar el derecho que todos tenemos a defecar tranquilos y seguros. Estas cosas, que sarcásticamente yo llamo “del querer”, no solo no interesan a nadie sino que horrorizan a la mayoría, o al menos lo parece. Y es que, desgraciadamente, pocos sabemos que el problema relacionado con el uso del baño puede llegar a ser letal. Tan es así que la diarrea mata anualmente a 400.000 niños menores de cinco años y que más del 60% de la población mundial, nada más y nada menos que 4500 millones de personas, carece de posibilidad alguna de hacer sus necesidades en un saneamiento seguro. Dicho de otro modo, lo que en nuestros hogares es una cuestión que se reduce al estreñimiento y a las diarreas, para más de la mitad del mundo es un problema que reviste caracteres de catástrofe.

El lema que eligió Naciones Unidas para conmemorar el último Día Mundial del Retrete fue "Cuando la naturaleza llama, necesitamos un retrete". Con él se reivindicaba el derecho a un saneamiento seguro, inserto en sistemas que funcionen en armonía con los ecosistemas y no convirtiendo al Planeta en una alcantarilla a cielo abierto. Ese día las Naciones Unidas recordaban que 1800 millones de personas viven en riesgo de beber agua contaminada con heces y que casi 900 defecan diariamente al aire libre. La cosa reviste características tales que, unos días antes de la conmemoración, Bill Gates asombró al auditorio de un gran evento celebrado en Pekín apareciendo en el escenario con un bote de caca. Los excrementos que llevaba en su mano contenían células de rotavirus y huevos de lombrices parasitarias. A rebufo de ese golpe de efecto, el fundador de Microsoft presentó veinte diseños de nuevos inodoros. Uno de ellos un retrete que no necesita agua, no está conectado al sistema de alcantarillado y transforma los desechos humanos en fertilizantes. Durante los últimos siete años la Fundación de Bill Gates ha invertido en este asunto más de doscientos millones de dólares.

Para no hacerme pesado, añadiré dos o tres anécdotas –o dramas–, según se mire. Hacer sus necesidades o limpiarse cuando tienen la regla es para muchísimas niñas y mujeres una cuestión de vida o muerte. Deben buscar lugares apartados o esperar a que oscurezca para hacerlo, lo que aumenta el riesgo de que sufran agresiones importantes. Por otro lado, en muchos países la menstruación significa para millones de ellas el abandono de la escuela por la falta de productos sanitarios y también por el estigma que supone en ciertas sociedades. La organización Water Aid, que elabora informes anuales sobre las condiciones sanitarias de los colegios de diferentes países, asegura en el último que ha publicado que más de 600 millones de estudiantes (doce veces la población española) carecen de un baño decente en su colegio. Cuando tienen necesidad de “aliviarse” corren a casa en la hora del recreo, o lo hacen refugiándose entre los arbustos próximos a la escuela.

La inexistencia de váteres en los hogares, que no estén segregados en los edificios públicos o su inadecuada construcción (puertas que no cierran y dejan a las mujeres a la vista de los hombres) son problemas que va más allá de la educación y generan una inseguridad a las mujeres que en muchas ocasiones acaba en su violación. En la India, por ejemplo, las violaciones a mujeres mientras buscan un lugar donde defecar es un problema nacional para el que se llevan años promoviendo soluciones.

Aunque no existe ninguna pomposa y universal declaración al respecto (yo al menos no la conozco), con móvil o sin él, con periódico o sin él, con sudoku o a palo seco, reivindico el derecho esencial de todo ser humano, más todavía si se trata de mujeres, a cagar segura y tranquilamente todos los días. Y este sí que es un derecho inalienable que debe garantizarse inaplazablemente a todas y a todos, urbi et orbi.

martes, 29 de enero de 2019

Influencers

Hoy, como siempre, las apariencias son importantísimas. Hay personas que exhiben una sola figura y las hay que ofrecen múltiples hechuras. Existen quienes eligen determinada fisonomía para lucirla bajo los focos y prefieren otras muy distintas cuando transitan por las penumbras. Incluso hay a quienes no les importa de donde venga la luz porque merodean azarosamente, sin solución de continuidad, entre el histrionismo y los prodigios minimalistas. Algunos hasta llegan a argumentar que se atavían como lo hacen porque consideran que la ropa no solo cubre la desnudez, sino que constituye una forma de enfrentarse al mundo, una especie de barrera que protege de su inclemencia. Se dicen tantas cosas...

Cada vez confiamos menos en los mensajes estándar y en los reclamos que fluyen incansablemente de los espacios hipermedia. Fiamos mucho más en la opinión de amigos y conocidos y damos crédito creciente a las personas que conocen una determinada materia y/o tienen cierta experiencia en ella. Hemos dejado de echarnos ingenuamente en los brazos de las engañosas recompensas que prometen las campañas de publicidad, independientemente del valor o la dimensión de lo que promocionan, sea la “chispa de la vida” o el Cola-Cao, la PS5 o el iPhoneX. Al hilo de todo ello eclosionan las nuevas estrategias comerciales. Una de las que se cuenta entre las más exitosas involucra a personas influyentes en el mundo online. Ello se consigue a través de una maniobra que se ha revelado como táctica de marketing exitosa para ampliar el alcance de una determinada campaña, sea comercial, política, social o cultural. Indiscutiblemente, la figura de los influencer parece hoy indisociable del marketing online.

Frecuentemente constatamos que en la jerga que ha alumbrado el mundo digital se alude a los influencer, que no son sino personas que cuentan con cierta credibilidad en un tema concreto y que, por su presencia  y ascendente en las redes sociales, pueden llegar a convertirse en prescriptores interesantes para una determinada marca, un producto o cualquier otra opción de compra/consumo. Las agencias comerciales ansían trabajar con ellos para desarrollar sus estrategias de venta; asegurando que aportan frescura –algo de lo que las marcas adolecen en ocasiones–, que son constantes, que saben dialogar con su audiencia y que son muy activos en las redes. Ello les ha granjeado una gran reputación y confianza entre sus seguidores, que valoran lo que dicen a través de las historias que crean y que les ayudan a conectar con ellos que, al fin y al cabo, es lo que realmente interesa a cualquiera que pretenda vender lo que sea.

Algunos influencer llegan a decir, creo que exagerando, que el hecho de vestirse es equiparable a escribir una editorial en un medio de comunicación. Es el caso del conocido escritor y crítico de televisión Bob Pop, al que algunos consideran un referente, rol que trasciende ampliamente el de influencer. Roberto Enríquez, que es el nombre auténtico de este madrileño de 48 años, colabora con Andreu Buenafuente en una sección de su programa televisivo Late Motiv. Más allá de las etiquetas que, como sucede con las generalizaciones, confunden pensamiento y deducción con prejuicios, este fulano me parece que es un auténtico “personaje”, en el mejor sentido de la palabra. Eso sí, en modo alguno considero que su desparpajo, sus educados modales y su habilidad para conversar sean motivos suficientes para encumbrarle como destacada referencia social, pese a que lo proponen algunos. Naturalmente, estoy seguro que no pensarán lo mismo los admiradores y admiradoras de esta “vedette” intelectual, como se autocalifica, que aspira a escanear semanalmente, desde su sección televisiva, la realidad que vive.

Luz Sánchez Mellado le hacía recientemente una entrevista. En ella, describiendo su ocupación y salpimentándola con retazos incompletos de lo que podría considerarse una declaración de intenciones, asegura que practica el cabaré ideológico en tanto que vedette intelectual que es. Y cuando la entrevistadora le hace la observación de que a veces aparenta ser una especie de predicador que sermonea, asegura que sus hipotéticos sermones son, en todo caso, para infieles y no para los convencidos que cuenta entre sus huestes. Incluso llega a decir que lo que debería hacer es montarse una secta y forrarse. Bob apuesta sin ambages por la rabia política, asegurando que es imprescindible so pena de adormecemos y conformamos con los males menores. De ahí que visualice el panorama político como algo frente a lo que hay que movilizarse y posicionarse, asumiendo que la política no la hacen los demás sino que la hacemos todos diariamente.

Su prontuario para afrontar el día a día incluye sentencias como las que siguen. Asegura, por ejemplo, que lo subversivo hoy es ser feliz porque las fuerzas vivas nos prefieren desconfiados, desesperanzados y tristes. De modo que no duda en manifestar que la rebeldía auténtica es la felicidad rabiosa, que va contra la inercia. Prosigue afirmando que la ironía casa mal con Twitter y recomienda que nos olvidemos de hablar en titulares y emprendamos  conversaciones que den contexto, aunque sean algo aburridas. Cuando se le dice que a algunos las pantallas que contienen más de tres párrafos les “hacen bola”, como les sucede a los niños cuando mordisquean trozos grandes, asegura que es una cuestión de ejercicio. Y aún profundiza más en la herida cuando indica que, en este mundo de programación donde todo se resume a algoritmos, ir a una librería y escoger un libro es una forma de hackear el sistema que nos programa. Por eso, para él leer es superpunky, pero no el libro (o ver la película) que sugiere Amazon sino elegir una random. Salirnos de la inercia intelectual a la que nos lleva el sistema es la gran rebeldía y puede hacer saltar todo por los aires.

A renglón seguido, remata tan sesuda declaración asegurando que le fascina Terelu Campos porque tiene eso de caerse y levantarse, y volver a caer y volver a levantarse. Esa idea suya de que “todo lo que me cabe es mi talla” le parece fenomenal, una filosofía de vida magnífica, que la estamparía en camisetas. Terelu somos todas, sentencia. Dice, por otro lado, que lo que ha sucedido con el niño Julen es pornografía horripilante, que se usa para vender cosas y ofrecer un entretenimiento terrible. Y respecto a Vox considera que es el mayor desmovilizador imaginable de la solidaridad porque pretende que pensemos que el infierno son los demás. Bob concluye ironizando con que es el subdirector gay de Late Motiv, asegura que tienen otro hetero y que les falta presupuesto para activar el bi y el trans. Yo, tras saber cuanto antecede, no consigo eludir la perplejidad.

domingo, 27 de enero de 2019

Veintisiete de enero

Se me ha ido enero, o casi. Veintisiete del mes. Ya hemos cobrado la pensión y no he logrado escribir una sola línea en el blog; tampoco demasiadas en otros cuadernos que vengo completando. Estoy de capa caída, sin atenuantes ni matices. Cada vez consigo menos exprimir el tiempo y  hacer las cosas que quiero, o que me parece que ansío. Hace meses que abandoné el acordeón. Apenas encuentro algunas horas que compartir con los amigos. Ni pinto, ni pesco. Frecuento el pueblo muchísimo menos de lo que lo hacía. Y qué decir del bricolaje y de los apaños domésticos. Y de las lecturas. No sé si además de hacerme viejo soy crecientemente torpe, o es que me entretienen demasiado las cosas que no valoro, pese a su relevancia. Por una u otra razón, percibo que el resultado final es el mismo. Me embarga de vez en cuando la sensación de que se me escabulle la existencia,  de que dilapido sus penúltimas oportunidades. Y ello me inquieta sobremanera. Incluso llega a agobiarme el incansable martilleo del reloj de los avisos del teléfono, correspondería decir, advirtiéndome del incontenible transcurso del tiempo. De la misma manera que seguramente les sucedió a muchísimos, el intervalo que tengo asignado amenaza con concluir inacabado a los ojos de mi subjetiva individualidad. Probablemente fue lo que hubo y es lo que hay, con la diferencia de que ahora soy yo el concernido. Me obstino en convencerme de que no cabe desesperar. Me digo a mi mismo que en último extremo mi biografía tal vez no merece ser contada porque es muy posible que carezca de interés para otros.

Sin embargo, yo la vivo en primera persona como siento que todos vivimos en un mundo inundado de ruido y de griterío. Comparto la rotunda afirmación que hoy rubrica la directora del diario El País, Soledad Gallego-Díaz, en el reverso de una página en blanco que envuelve la portada de su diario. En el anverso se lee: “Un espacio para comprender. También para pensar. ¿Y tú que piensas?” Desde que esta mujer se hizo cargo de la dirección, el periódico es otra cosa. Recuerda a lo que fue durante tantos años, o casi. Mujer tenía que ser. ¿Acaso existen otros seres capaces de lograr que lo posible se imponga sobre lo presuntamente inevitable? Yo creo que no. El ejemplo lo tenemos en la reflexión que incluye la página interior derecha del aludido y singular envoltorio, que comparto plenamente y que dice:

Hay quienes piensan que todo tiempo pasado fue mejor.
Y quienes creen que lo mejor está por venir.
Hay quienes saben que nunca. Y quienes dicen tal vez.
Quienes piensan que es justo y quienes jamás pensarán que lo es.
Hay quienes se ponen de acuerdo para estar en desacuerdo.
Hay quien se resigna y hay quien está dispuesto a hacer algo.
Hay quienes odian. Y quienes aman.
Hay quien aprende. Y hay quien enseña.
Hay quienes hablan. Y hay quienes hacen.
Los hay que ni locos.
Hay quienes piensan que todo está perdido.
Hay quienes ven razones para actuar.
Hay quienes miran para otro lado. Hay quienes se indignan.
Hay quien piensa que ya es suficiente.
Hay quienes piensan que esto es solo el comienzo.
Hay quienes se mojan, hay quienes se implican.
Hay quienes están dispuestos a escuchar.
Hay quien piensa que entre el blanco y el negro hay muchos grises.
Hay quienes piensan que no se trata solo del qué
sino también del porqué.
¿Y tú qué piensas?

Pienso muchas cosas más, pero con estas me basta provisionalmente. Me doy por satisfecho con que el año que ahora empieza inaugure un tiempo en el que consigamos recuperar el discurso de quienes creen que lo mejor está por venir, de quienes tienen más preguntas que certezas, de quienes son capaces de convivir en el desacuerdo. Me conformo con que se imponga la iniciativa y la decisión a la resignación, y el amor al desamor y al odio. Quisiera que el aprendizaje triunfase sobre la enseñanza, y el hacer sobre el especular. Me gustaría vivir un tiempo en el que se imponga la convicción de que nada está perdido, de que existen todavía razones para creer y actuar, un tiempo en el que podamos indignarnos y no mirar para otro lado, sensatamente, sin histrionismos efímeros. Me encantaría volver a revisitar aquel tiempo en el que muchos quisimos escuchar, implicarnos, considerar que estábamos en el comienzo de tantas y tantas cosas. El tiempo, el tiempo, el tiempo…