El
miércoles celebramos la cuarta edición de los pequeños cónclaves que un grupo
de compañeros y amigos venimos realizando a lo largo de este 2013. Empezamos en
Benilloba, seguimos en Alicante y Aspe, para llegar en esta ocasión a Santa
Pola, lugar resplandeciente donde los haya, que vestía para la ocasión un
fantástico día otoñal, tan fresquito como luminoso. ¡Vaya gozada de mar y de
horizontes tabarquinos para los santapoleros y para quienes no lo somos y
estábamos allí!. Desde Peña Grande, el chiringuito donde quedamos, la mar y la
mañana, irritantemente azules y diáfanas, eran tan provocadoras que diría que estaban
‘compinchadas’ con nosotros.
Alguien
sugirió que hiciésemos crónicas de nuestros encuentros. No seré yo el autor porque
ni es mi deseo, ni tengo recursos narrativos suficientes. Ahora bien, fiel a mí
mismo y a las pretensiones de este blog, reflejaré en él mis reflexiones, pensamientos y sentimientos sobre las
circunstancias de nuestras citas, garabateando con trazos desleídos o
vigorosos, según convenga, las impresiones que me procuran los rubicundos y
maravillosos espacios de tiempo que exprimimos mientras hablamos, comemos y
bebemos, convivimos y nos queremos. Porque las nuestras son unas tertulias
apasionadas, en las que se diluyen las pertenencias y los lenguajes. Son puestas
en escena improvisadas, corales, espontáneas y polifónicas, que explicitan un
ser y un estar anhelados por todos. Así que ni haré crónicas al uso, ni relatos
sistemáticos de los días y los hechos. Escribiré a propósito de ellos, contando
mi versión particular. En todo caso, intentaré tejer y confundir las palabras y,
sobre todo, trabajar la memoria, empeño frente al que no pienso claudicar.
Vamos
creciendo en concurrencia. Ayer nos acompañó Luis Gómez, que se sumó a los que
estuvimos el mes de mayo en Aspe. Todos puntualmente presentes este miércoles,
20 de noviembre (¡Horror! Vaya ocurrencia para una cita, y nadie reparamos en
ello, seguramente dada la impaciencia por vernos). Quedamos en el chiringuito de
la playa de Levante y, tras disfrutar brevemente de algunas cervezas y de la
delicia de día que vestía a Santa Pola, nos dirigimos al restaurante Tinta Roja,
lugar conocido de Pascual y singularmente de Elías (santapolero adoptivo), que
tiene allí buenas referencias. Tantas que hasta hubo café licor para el
aperitivo. No era “Cerol”, pero los expertos de la Montaña asintieron. Lo que
interpreto como aprobación explícita de lo servido. Abundantes y riquísimos los
aperitivos, con productos de la tierra y, primordialmente, de la mar. Finalmente,
fideuá y arroz a partes iguales, ambos “de peix” como no podía ser de otro
modo. Postres variados, livianos y excelentes, acompañados de las primeras
copas. En la sobremesa, entre diálogos cruzados y discusiones efervescentes, Antonio
Antón nos obsequió con un CD, que incluye una docena larga de ¿viejas? fotografías
que añadimos a nuestra particular colección. Alfonso dijo que vio hace unos
días a Pilar Tormo, en Alcoi. Inevitablemente, surgió la pregunta: ¿Y Enrique
Filgueira (“El Figo”)?. Otro colega que ya no está con nosotros y a quien
recordamos con afecto. Viendo las fotos que nos trajo Antonio, descubro entre
los ‘tunos’ a alguien que hace más tiempo que nos dejó: Agustín Medina, el
hombre de la melódica y de la sonrisa permanente.
Rematamos
la comida y nos fuimos a otro bar. Allí siguió la tertulia hasta que, caída la
tarde, la mitad, más o menos, nos despedimos. He sabido que los demás siguieron y siguieron… y que les dieron las
diez y las once y, seguramente, hasta las doce. Esta vez la luna no los
encontró desnudos al amanecer… porque hacía frío y se refugiaron en casa de
Pascual.
Pese
a todo, como él dice, ¡Qué jóvenes
estamos! (¡Qué ocurrente Pascual!). Y
añade: “Pero, sobre todo, se nos ve felices”. En eso, sí que estamos de
acuerdo. Como lo estamos en que no vivimos ni en la melancolía ni en la nostalgia. No hay nostalgia del pasado cuando uno se trae
consigo a lo largo de los años lo que no quiere perder. Y cuantos nos reunimos
venimos cargados de lo que no queremos perder, y de las cosas a las que no
renunciamos. Todas están en nuestro presente. Tal vez por ello, siguiendo con
Sabina, no vivimos en el número 7 de la calle Melancolía y hace años que nos
mudamos al Barrio de la Alegría.
También
concuerdo con él en que, "no sé si es el azar, la casualidad, la proximidad o un
cúmulo de afortunadas circunstancias nos han conducido a este presente en
el que, agraciadamente, estamos juntos, más de 40 años después. Realmente es un
lujo tenernos cerca y disfrutarnos. Quiera el destino que estos, nuestros
encuentros, sean largos y prósperos, no solo en vino y manjares sino en
compartir momentos de gran felicidad y hasta otros, más difíciles, que
esperemos sean los menos".
Como dice Antonio Antón, yo también me sigo emocionando cuando compruebo que, aunque hayamos pasado media vida sin vernos, siempre hemos "estado" los unos con los otros y para los otros. Puedo asegurar con él, sin miedo a equivocarme, que esa emoción me llena el alma hasta colmarme… Y añadiré: ¡sigue cantando Antonio!, como lo hacías la otra noche en casa de Pascual. ¡No pares nunca!
Como dice Antonio Antón, yo también me sigo emocionando cuando compruebo que, aunque hayamos pasado media vida sin vernos, siempre hemos "estado" los unos con los otros y para los otros. Puedo asegurar con él, sin miedo a equivocarme, que esa emoción me llena el alma hasta colmarme… Y añadiré: ¡sigue cantando Antonio!, como lo hacías la otra noche en casa de Pascual. ¡No pares nunca!
Desde
Santa Pola y en noviembre.
Salud, mucha salud, queridos amigos.