martes, 11 de enero de 2022

Año nuevo, vida nueva

Así reza el dicho popular que nos recuerda que la vida es una sucesión de ciclos, de reiteradas invitaciones para renovarla y alcanzar deseos y metas ansiados. Hace pocas semanas que dos científicos españoles, que residen y trabajan en los Estados Unidos de América, visitaban la Casa Blanca y alertaban a la administración norteamericana de que en muy pocos años habrá en el mercado dispositivos que conectarán directamente el cerebro humano con Internet, mediante gorras o diademas que leerán el pensamiento propio y ajeno. No se trata de una inocentada, un chascarrillo o la penúltima bufonada de cualquier comentarista o tertuliano. Aludo a opiniones que argumentan muy fundamentadamente el director mundial del área de investigación de IBM y un prestigioso neurocientífico, catedrático de la Universidad de Columbia, entre otros.

Lo que parece una noticia más sobre las infinitas primicias tecnológicas tiene una enorme relevancia pues, de ser verdad lo que se dice, supone un cambio radical para la naturaleza del ser humano, que transcendería su actual estado «asilvestrado» para convertirse en una «especie híbrida» o, lo que es lo mismo, en una suerte de renovado ciborg. Es más, a juicio de los mencionados y de otros expertos, la realidad que se nos viene encima parece algo insoslayable, un suceso inevitable contra el que únicamente cabe defenderse de la mejor manera posible. Curiosamente, Chile es el primer país que ha iniciado esa carrera proteccionista modificando el artículo 19 de su Constitución, que ahora prescribe que «el desarrollo científico y tecnológico estará al servicio de las personas y se llevará a cabo con respeto a la vida y a la integridad física y psíquica. La ley regulará los requisitos, condiciones y restricciones para su utilización en las personas, debiendo resguardar especialmente la actividad cerebral, así como la información proveniente de ella».

Como sabemos, buena parte de la humanidad dependemos del teléfono móvil: a nivel mundial somos más de 3000 millones los usuarios de terminales inteligentes. Con él nos conectamos a la red y encontramos instituciones, servicios y comercios, hablamos con familiares, conocidos y amigos, consultamos la agenda, nos exhibimos en renovados patios de vecindad como Facebook, Twiter o Instagram, etc. Pues bien, en los próximos años esas conexiones parece que no las activaremos con el terminal inalámbrico sino desde el cerebro, directamente, mediante una interfaz que lo conectará a las computadoras. En principio esas tecnologías no serán invasivas, es decir, no se implantarán en nuestra anatomía sino que revestirán el formato de diademas, cascos u otros complementos que se venderán a discreción en los centros comerciales.

¿De qué estamos hablando? Ni más ni menos que de la penúltima versión del ciborg, de la entelequia que acuñaron Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline, en 1960, para referirse a un ser humano mejorado que podría sobrevivir en entornos extraterrestres, que ha dejado de ser quimera para transformarse en realidad inexorable. En el futuro inmediato se impondrán las personas con capacidades mejoradas mediante la implantación de dispositivos cibernéticos en su cuerpo, que les permitirán obtener prestaciones que superarán pródigamente lo que hoy aportan a algunos conciudadanos disfuncionales los exoesqueletos, los marcapasos o los implantes cocleares; todos ellos recursos tecnológicos que venturosamente redundan exclusivamente en la mejora de la calidad de vida de las personas.


Quienes reflexionan sobre el futuro aseguran que en poco más de una década una parte importante de nuestros procesos mentales se realizará a través de un dispositivo externo. Será una especie de disco duro que nos proporcionará información que nos beneficiará enormemente porque contribuirá a acelerar nuestras capacidades cognitivas. Pero no todo son ventajas. Igual que existe la brecha digital entre quienes acceden a internet y quienes no tienen posibilidad de hacerlo, en el futuro esa fisura será infinitamente mayor. Habrá personas «aumentadas» con las nuevas capacidades a que me refiero y gente que continuará «disminuida» al carecer de ellas. Y ello cambiará radicalmente a la especie humana.

La pregunta está clara: ¿para cuándo se esperan tamañas novedades? Pues no estamos hablando de décadas y mucho menos de siglos. Quienes saben aventuran que en un intervalo de 10 o 15 años gorras, diademas, cascos y otros complementos tecnológicos pondrán al alcance de los habitantes del primer mundo aplicaciones para escribir mentalmente, transformarse en políglotas, delinquir y jugar telemáticamente y, por supuesto, consumir pornografía a discreción, pues es justamente en estos últimos ámbitos donde primeramente se imponen las novedades tecnológicas.

Este nuevo aparataje permitirá que la mente humana se conecte a computadoras cuánticas, con acceso a amplísimas bases de datos e infinita capacidad de cálculo, que nos ayudarán a decidir dónde invertir mejor nuestros ahorros, o la carrera o el empleo que nos conviene escoger. Como decía, todavía estamos hablando de tecnología externa, pero se insiste en que la que viene pisando fuerte es la implantada, la que se instalará en el propio cerebro a través de la neurocirugía y nos permitirá gestionar información de ida y vuelta, intra y extracerebral. Naturalmente este asunto plantea numerosos dilemas éticos y sociales. Quizá el más evidente apunta a que esa tecnología, hoy por hoy, está en manos privadas y se puede comprar y vender a nivel global sin regulación alguna.

Es indiscutible que el uso de la neurotecnología deviene esencial para resolver problemas gravísimos de carácter disfuncional que sufrimos los seres humanos, pero no lo es menos que también puede instituirse como un procedimiento de control y regulación de la vida de las personas que puede tener consecuencias que afecten a su libertad, a la protección de sus derechos, a la posibilidad de extraer conocimiento de ellas sin su conocimiento ni consentimiento… Se impone, en consecuencia, un diálogo global que inspire la gobernanza universal y también el uso de la neurotecnología, definiendo los límites de su utilización, acotándola en los contornos del espacio axiológico consensuado definido por una gobernanza global, humanitaria y democrática.

Simultáneamente a la noticia que ha motivado los comentarios precedentes conocí que el pasado 5 de enero entró en vigor la Ley 17/2021 sobre el régimen jurídico de los animales, que adapta el Código Civil a la naturaleza de los animales y a las relaciones de convivencia que se establecen entre ellos y los seres humanos, reformando tanto ese Código como la Ley Hipotecaria y la de Enjuiciamiento Civil. En virtud de la nueva disposición, que es continuista de iniciativas anteriores que han llevado a cabo países de nuestro entorno (Austria, Alemania, Suiza, Bélgica, Portugal…), los animales de compañía (perros, gatos, pájaros…, mascotas, en general) serán considerados seres vivos dotados de sensibilidad. De modo que quienes atávicamente se han considerado cosas a nivel legal, pasan a ser miembros de la familia que los acoge. Así se prevé, por ejemplo, que las personas que hayan sido condenadas o tengan un proceso abierto por maltrato a un animal podrán perder la custodia de sus hijos en caso de separación o divorcio. El maltrato animal se considera ahora como una forma de violencia hacia la familia. La nueva Ley prescribe que el bienestar de los animales deberá ser tenido en cuenta en los procesos de separación o divorcio a la hora de concretar el régimen de convivencia, su custodia y cuidado, régimen de visitas, etc. siendo el juez quien resolverá a quien entregarlos en función de su bienestar. Cuanto antecede me parece bien, es más ampliaría ese nuevo repertorio de derechos que se reconoce a los animales a plantas y a cualesquiera otros seres animados existentes, a los que presumo dotados de algún tipo de sensibilidad, aunque quizá me estoy excediendo y ello resulta incompatible con la supervivencia de la humanidad. No lo sé. Ahí dejo la propuesta. En fin, qué añadir: nosotros en esto y los otros en aquello. Salud y felicidad durante todo el año nuevo.