¡Mierda!, me ahogo en mi propia ¡mierda!
Me pregunto quién me va a sacar de esta ¡mierda!
Veo vuestros culos hasta el culo de ¡mierda!
Mierda es lo que veo porque el mundo es una puta
¡mierda!
(Shé - Sabes que she. ISUSKO, artista de Hip Hop)
(Shé - Sabes que she. ISUSKO, artista de Hip Hop)
El
capitalismo no ha muerto. La historia demuestra que las crisis le hacen
reinventarse y fortalecerse alumbrando nuevas versiones mejor dotadas y con
mayor capacidad de impacto sobre cuanto hay sobre la Tierra, y hasta más allá.
Cada
vez me inquietan más los efectos que ha ido produciendo en el Planeta y fuera
de él la prolongada y creciente escalada de depredación y de emisión de
residuos generada por los modernos sistemas productivos, que afecta muy severamente
al delicado equilibrio ecológico y a la vida de las personas. La generalización
del modelo de desarrollo consumista, universalizado tras la caída del Muro de
Berlín y el triunfo del capitalismo de Estado chino, parece haber erradicado casi definitivamente las viejas
tradiciones conservacionistas, haciendo emerger ingenios tecnológicos y
desregulaciones que aumentan exponencial y desbocadamente el nivel productivo y lo que ello conlleva: efímeras
satisfacciones que benefician a unos pocos y ocasionan daños irreparables a los
ecosistemas y al conjunto de la humanidad, haciendo imposible un desarrollo
medioambiental sostenible.
Dos
ejemplos, en zonas distintas y distantes de la aldea global, me ayudarán a ilustrar
lo que digo. El primero de ellos, Agbogbloshie, en Accra (Ghana).
Un basurero tecnológico situado en uno de los países más desarrollados del
continente africano donde, según el informe elaborado por Green Cross
Switzerland y el Blacksmith Institute, en 2013, existe una
contaminación por plomo, cadmio y otros productos dañinos que supera en más de cincuenta
veces los niveles libres de riesgo para la salud. El otro, la Serranía,
una de las comarcas con mayor extensión de la Comunidad Valenciana (1400 km.
cuadrados), que acoge diecinueve municipios y apenas 18.000 habitantes.
Reutilizacion de pantallas de ordenador en el basurero de Agbogbloshie (Ghana) |
Aunque
casi nada sabemos de ello, Ghana importa cada año más de 200.000 toneladas de
residuos tecnológicos procedentes de Europa del Este. Hasta allí llegan
mezclados materiales de todo tipo: ordenadores obsoletos, impresoras,
frigoríficos, microondas, televisores, etc., cuyo reciclaje exige altos niveles
de competencia profesional y sofisticados mecanismos para asegurar la protección
de los trabajadores. La mitad de los componentes pueden reutilizarse, pero el
resto se ‘recicla’ a costa de contaminar la tierra que los recibe y de perjudicar
la salud de quienes los manipulan. Chatarra, fogatas y humo son el día a día en
algunas zonas del basurero, donde “trabajan” jóvenes sin recursos provenientes
de familias pobres que, prácticamente, dependen de lo que obtienen allí.
Algunos de ellos son buscadores de cobre que queman las fundas de plástico que
recubren los cables para conseguir el metal, utilizando para ello una espuma
muy contaminante cuyos efluvios se vierten a la atmósfera. Oficialmente, Agbogbloshie
es un centro de procesamiento de basura tecnológica. Realmente, no es ni tan
siquiera un basurero desregulado porque es un simple asentamiento ‘informal’ en
el que conviven zonas industriales, comerciales y residenciales. Una zona en la
que los metales pesados expulsados por los procesos de quema llegan a las casas
y a los mercados sin que nadie ponga coto a semejantes desatinos. Un lugar en
el que los escarbadores de las migajas del desarrollo cumplen una función casi
biológica a costa de su salud, e indirectamente de la de los demás.
Pese a este panorama, en Agbogbloshie hay
lugar para la esperanza. Entre otras iniciativas, Agbogbloshie Makerspace Platform (AMP) es
una ‘TechHub’ en África que, teniendo en cuenta el entorno, pretende dar nueva
vida a la basura creando a partir de los desechos, haciendo que los productos
venenosos vuelvan a ser una fuente de desarrollo, utilizando el ingenio y la
creatividad. De alguna manera AMP significa un loable intento de conectar el
espacio de "innovación" africano con una dimensión más sucia, más
física, más manual. Es un proyecto joven y concienzudo, que empezó hace un par
de años, con el que ambicionan construir un ‘makerspace’, acompañado de
una plataforma digital para el intercambio de información sobre los aparatos
eléctricos y electrónicos. Sus esfuerzos se centran en la investigación, la
demostración y la divulgación de nuevos métodos de reciclaje que son más
seguros para las personas y para el Planeta. Creen que si sus propuestas de
reciclaje alternativo ganan terreno en Agbogbloshie, por ser económicos,
accesibles y sostenibles, lograrán sustituir a las prácticas actuales. Evidentemente, saben que los recicladores
informales van a seguir buscándose la vida entre la basura electrónica, porque
es su única fuente de ingresos, de la misma manera que los contenedores llenos
de los desperdicios del desarrollo tecnológico seguirán esparciéndose por Agbogbloshie.
La clave es encontrar sinergias entre los dos fenómenos tan dispares que
conviven en ese ecosistema.
Pero
no es necesario desplazarse 4000 km. para encontrar el paisaje de la rapiña y
la desolación, en este caso sin alternativas esperanzadoras. Lo tenemos junto a
nosotros, en la Vega Baja del Segura,
en Xixona o en la Serranía. Todos ellos territorios
apetitosos por su escasa capacidad para movilizar la ciudadanía, por su
despoblación, por ambas o por otras razones, que cada cierto tiempo les hacen protagonistas involuntarios de abusos e infortunios.
La Serranía es la comarca donde nací, una tierra
herida en su corazón por la emigración, consecuencia de las escasísimas
oportunidades de vida que ofrece. Hace cinco o seis décadas, cuando el país
empezó a transformarse, la Serranía
continuó como estaba. Nadie se preocupó de habilitar infraestructuras o de dinamizar
el tejido productivo para mantenerla con vida. Desde entonces es una tierra
olvidada. Y más vale así, porque cuando alguien se acuerda de que existe es
para agredirla, para quemarla o para llenarla de mierda.
En
los últimos veinticinco años se han contabilizado al menos catorce intentos,
que afectan a la práctica totalidad de sus municipios, para depositar en ella
lo que sobra en las ciudades y en las localidades de la costa. Alucina estar
ante unos visionarios que imaginan –porque les conviene– que una comarca poco
poblada, situada en la cola del crecimiento económico de la Comunidad
Valenciana, que acoge casi 80.000 Has. de masa forestal, donde todavía se puede
disfrutar de la ‘vida de pueblo’, es el lugar idóneo para instalar macrovertederos,
plantas depuradoras de aguas residuales, incineradoras de harinas cárnicas,
canteras y minas a cielo abierto, parques eólicos, etc. Un conjunto de lindezas
que son consecuencia directa de aquella filosofía que reza: “lo que no quiero
para mí, que se lo coman los demás”, que traducida a la vida cotidiana se
concreta en ruindad, en la opacidad de las negociaciones que las empresas
mantienen con los ayuntamientos y las administraciones, en la nula aportación
al desarrollo de la comarca, en enfocar la recogida residuos como un negocio y
no como un servicio público, en no reinvertir las ganancias en crear riqueza en
la zona expoliada, etc., etc. En suma, en un caudal de razones para justificar el beneficio de unos cuantos, despreciando llanamente
toda preocupación medioambiental o de promoción del desarrollo comarcal.
Hace
décadas que los ciudadanos que habitan estos lugares –y otros que se solidarizan con ellos– luchan para intentar salvar esta tierra de las continuas agresiones medioambientales que sufre. Desde que, en 1989, la Serranía se unió para oponerse a un
proyecto que pretendía enterrar en ella todos los pararrayos radiactivos,
los serranos y sus amigos no han cejado en mantener un pulso continuo en defensa de su
territorio. Siquiera sea por una sola razón: porque quieren legarlo a sus nietos como lo recibieron de sus
padres, poco más o menos.
Y esto nos devuelve al principio, a las consecuencias de ese capitalismo depredador y salvaje, que no conoce continentes, territorios, ni personas. Al que nada le importan las cuestiones medioambientales ni tampoco las humanitarias. Un energúmeno que no conoce otra finalidad que no sea el lucro y que acabará arrasando el Planeta y matándonos a todos. Solo así puedo imaginar su extinción.
Y esto nos devuelve al principio, a las consecuencias de ese capitalismo depredador y salvaje, que no conoce continentes, territorios, ni personas. Al que nada le importan las cuestiones medioambientales ni tampoco las humanitarias. Un energúmeno que no conoce otra finalidad que no sea el lucro y que acabará arrasando el Planeta y matándonos a todos. Solo así puedo imaginar su extinción.