viernes, 27 de febrero de 2015

Mierda.

¡Mierda!, me ahogo en mi propia ¡mierda!
Me pregunto quién me va a sacar de esta ¡mierda!
Veo vuestros culos hasta el culo de ¡mierda!
Mierda es lo que veo porque el mundo es una puta ¡mierda!
(Shé - Sabes que she. ISUSKO, artista de Hip Hop)

El capitalismo no ha muerto. La historia demuestra que las crisis le hacen reinventarse y fortalecerse alumbrando nuevas versiones mejor dotadas y con mayor capacidad de impacto sobre cuanto hay sobre la Tierra, y hasta más allá.

Cada vez me inquietan más los efectos que ha ido produciendo en el Planeta y fuera de él la prolongada y creciente escalada de depredación y de emisión de residuos generada por los modernos sistemas productivos, que afecta muy severamente al delicado equilibrio ecológico y a la vida de las personas. La generalización del modelo de desarrollo consumista, universalizado tras la caída del Muro de Berlín y el triunfo del capitalismo de Estado chino, parece haber erradicado casi definitivamente las viejas tradiciones conservacionistas, haciendo emerger ingenios tecnológicos y desregulaciones que aumentan exponencial y desbocadamente el nivel productivo y lo que ello conlleva: efímeras satisfacciones que benefician a unos pocos y ocasionan daños irreparables a los ecosistemas y al conjunto de la humanidad, haciendo imposible un desarrollo medioambiental sostenible.

Dos ejemplos, en zonas distintas y distantes de la aldea global, me ayudarán a ilustrar lo que digo. El primero de ellos, Agbogbloshie, en Accra (Ghana). Un basurero tecnológico situado en uno de los países más desarrollados del continente africano donde, según el informe elaborado por Green Cross Switzerland y el Blacksmith Institute, en 2013, existe una contaminación por plomo, cadmio y otros productos dañinos que supera en más de cincuenta veces los niveles libres de riesgo para la salud. El otro, la Serranía, una de las comarcas con mayor extensión de la Comunidad Valenciana (1400 km. cuadrados), que acoge diecinueve municipios y apenas 18.000 habitantes.

Reutilizacion de pantallas de ordenador
 en el basurero de Agbogbloshie (Ghana)
Aunque casi nada sabemos de ello, Ghana importa cada año más de 200.000 toneladas de residuos tecnológicos procedentes de Europa del Este. Hasta allí llegan mezclados materiales de todo tipo: ordenadores obsoletos, impresoras, frigoríficos, microondas, televisores, etc., cuyo reciclaje exige altos niveles de competencia profesional y sofisticados mecanismos para asegurar la protección de los trabajadores. La mitad de los componentes pueden reutilizarse, pero el resto se ‘recicla’ a costa de contaminar la tierra que los recibe y de perjudicar la salud de quienes los manipulan. Chatarra, fogatas y humo son el día a día en algunas zonas del basurero, donde “trabajan” jóvenes sin recursos provenientes de familias pobres que, prácticamente, dependen de lo que obtienen allí. Algunos de ellos son buscadores de cobre que queman las fundas de plástico que recubren los cables para conseguir el metal, utilizando para ello una espuma muy contaminante cuyos efluvios se vierten a la atmósfera. Oficialmente, Agbogbloshie es un centro de procesamiento de basura tecnológica. Realmente, no es ni tan siquiera un basurero desregulado porque es un simple asentamiento ‘informal’ en el que conviven zonas industriales, comerciales y residenciales. Una zona en la que los metales pesados expulsados por los procesos de quema llegan a las casas y a los mercados sin que nadie ponga coto a semejantes desatinos. Un lugar en el que los escarbadores de las migajas del desarrollo cumplen una función casi biológica a costa de su salud, e indirectamente de la de los demás.

Pese a este panorama, en Agbogbloshie hay lugar para la esperanza. Entre otras iniciativas, Agbogbloshie Makerspace Platform (AMP) es una ‘TechHub’ en África que, teniendo en cuenta el entorno, pretende dar nueva vida a la basura creando a partir de los desechos, haciendo que los productos venenosos vuelvan a ser una fuente de desarrollo, utilizando el ingenio y la creatividad. De alguna manera AMP significa un loable intento de conectar el espacio de "innovación" africano con una dimensión más sucia, más física, más manual. Es un proyecto joven y concienzudo, que empezó hace un par de años, con el que ambicionan construir un ‘makerspace’, acompañado de una plataforma digital para el intercambio de información sobre los aparatos eléctricos y electrónicos. Sus esfuerzos se centran en la investigación, la demostración y la divulgación de nuevos métodos de reciclaje que son más seguros para las personas y para el Planeta. Creen que si sus propuestas de reciclaje alternativo ganan terreno en Agbogbloshie, por ser económicos, accesibles y sostenibles, lograrán sustituir a las prácticas actuales. Evidentemente, saben que los recicladores informales van a seguir buscándose la vida entre la basura electrónica, porque es su única fuente de ingresos, de la misma manera que los contenedores llenos de los desperdicios del desarrollo tecnológico seguirán esparciéndose por Agbogbloshie. La clave es encontrar sinergias entre los dos fenómenos tan dispares que conviven en ese ecosistema.

Pero no es necesario desplazarse 4000 km. para encontrar el paisaje de la rapiña y la desolación, en este caso sin alternativas esperanzadoras. Lo tenemos junto a nosotros, en la Vega Baja del Segura, en Xixona o en la Serranía. Todos ellos territorios apetitosos por su escasa capacidad para movilizar la ciudadanía, por su despoblación, por ambas o por otras razones, que cada cierto tiempo les hacen protagonistas involuntarios de abusos e infortunios.  

La Serranía es la comarca donde nací, una tierra herida en su corazón por la emigración, consecuencia de las escasísimas oportunidades de vida que ofrece. Hace cinco o seis décadas, cuando el país empezó a transformarse, la Serranía continuó como estaba. Nadie se preocupó de habilitar infraestructuras o de dinamizar el tejido productivo para mantenerla con vida. Desde entonces es una tierra olvidada. Y más vale así, porque cuando alguien se acuerda de que existe es para agredirla, para quemarla o para llenarla de mierda.

En los últimos veinticinco años se han contabilizado al menos catorce intentos, que afectan a la práctica totalidad de sus municipios, para depositar en ella lo que sobra en las ciudades y en las localidades de la costa. Alucina estar ante unos visionarios que imaginan –porque les conviene– que una comarca poco poblada, situada en la cola del crecimiento económico de la Comunidad Valenciana, que acoge casi 80.000 Has. de masa forestal, donde todavía se puede disfrutar de la ‘vida de pueblo’, es el lugar idóneo para instalar macrovertederos, plantas depuradoras de aguas residuales, incineradoras de harinas cárnicas, canteras y minas a cielo abierto, parques eólicos, etc. Un conjunto de lindezas que son consecuencia directa de aquella filosofía que reza: “lo que no quiero para mí, que se lo coman los demás”, que traducida a la vida cotidiana se concreta en ruindad, en la opacidad de las negociaciones que las empresas mantienen con los ayuntamientos y las administraciones, en la nula aportación al desarrollo de la comarca, en enfocar la recogida residuos como un negocio y no como un servicio público, en no reinvertir las ganancias en crear riqueza en la zona expoliada, etc., etc. En suma, en un caudal de razones para justificar el beneficio de unos cuantos, despreciando llanamente toda preocupación medioambiental o de promoción del desarrollo comarcal.

Hace décadas que los ciudadanos que habitan estos lugares –y otros que se solidarizan con ellos– luchan para intentar salvar esta tierra de las continuas agresiones medioambientales que sufre. Desde que, en 1989, la Serranía se unió para oponerse a un proyecto que pretendía enterrar en ella todos los pararrayos radiactivos, los serranos y sus amigos no han cejado en mantener un pulso continuo en defensa de su territorio. Siquiera sea por una sola razón: porque quieren legarlo a sus nietos como lo recibieron de sus padres, poco más o menos.

Y esto nos devuelve al principio, a las consecuencias de ese capitalismo depredador y salvaje, que no conoce continentes, territorios, ni personas. Al que nada le importan las cuestiones medioambientales ni tampoco las humanitarias. Un energúmeno que no conoce otra finalidad que no sea el lucro y que acabará arrasando el Planeta y matándonos a todos. Solo así puedo imaginar su extinción.


martes, 24 de febrero de 2015

¡No hay derecho!

Hoy se celebra en el Congreso de los Diputados el tradicional debate sobre el estado de la nación. Un debate que los trabajadores del circo mediático ya sitúan en los albores de un tiempo nuevo, en la antesala de un escenario político en el que parece que van a suceder cambios extraordinarios. De hecho, muchos ya lo han calificado como el debate del cambio. En cierto modo lo es, porque intervendrán los nuevos portavoces del PSOE e IU, Pedro Sánchez y Alberto Garzón. También, porque no solo cambian algunas cosas en el interior del Palacio de las Cortes, sino que el exterior está pidiendo paso con determinación.

Sin negar un ápice de legitimidad a los actuales parlamentarios, es evidente que casi todas las encuestas y estudios demoscópicos indican que la política española está al borde de un vuelco insospechado hace bien poco, con unas expectativas parlamentarias muy distintas a la realidad que conformó la Cámara actual, hasta el punto de que se anuncia a bombo y platillo el fin del bipartidismo. Parece, pues, inexorable la llegada de un tiempo nuevo, políticamente hablando, que, entre otras primicias, alumbra dos partidos con opciones de superar el 10% de los votos, que hoy carecen de representación en el Congreso: Podemos y Ciudadanos. Por todo ello, se augura que será un debate de cambios y que no podrá eludir la intensísima agenda electoral del año 2015, y lo que puede comportar para territorios como Madrid, Cataluña, Andalucía e incluso para el conjunto del Estado.

Pero todos estos cambios que se anuncian estoy seguro que no incluyen ni una sola referencia a algo que a mi me angustia hoy, que no es otra cosa que la indignación, la vergüenza y el abatimiento que siento porque en apenas quince días tres personas en situación de desamparo grave han muerto mientras dormían en las calles de Valencia. Solos, sin ayuda, sin recursos, víctimas de un invierno duro y de otras muchas cosas. Una de ellas falleció en el cajero donde dormía habitualmente. Otra en un edificio a medio construir en El Cabanyal, y al tercero lo encontraron en un banco de la avenida de Blasco Ibáñez en tal estado que no consiguió sobrevivir a su traslado al Hospital Clínico.

Estas tres muertes no son algo anecdótico porque son parte de una lacra incrustada en la médula de la sociedad, que cada vez parece más insensible e injusta. Así lo entendieron las gentes que integran Assís. Centre d’Acollida (http://www.assis.cat/), una organización sin ánimo de lucro que atiende personas sin hogar que subsisten mendigando y malviviendo por las calles de Barcelona. Y por ello, en 2006, tras la muerte de Rosario Endrinal, una pobre mujer indigente a la que dos jóvenes rociaron con un líquido inflamable y prendieron fuego mientras dormía en un cajero de Barcelona, decidieron recoger las noticias aparecidas en los medios sobre muertes de mendigos.

Su conteo alumbró que, entre enero de 2006 y finales de octubre de 2012, se publicaron en España más de ochocientas noticias relativas a muertes de personas sin hogar, distribuidas en más de un centenar de medios de comunicación. Con esos datos elaboraron un informe provisional, titulado Violencia directa, estructural y cultural ejercida contra personas sin hogar en España 2006-2012, cuyas escandalosas cifras consideraron que apenas eran la punta del iceberg de una realidad que, hasta hoy, ningún organismo oficial recoge, pese a los escalofríos que producen estos intolerables sucesos. Aquel estudio documentaba que cada cinco días muere una persona sin hogar en alguna calle de España, siendo la edad media de las víctimas en torno a los 45 años. Otro dato que ofrecía es que la décima parte de ellas son mujeres. Además, un 27% de los fallecidos fue víctima de agresiones, un 8% de hipotermia y un 14% sufrió un accidente causado por fuegos encendidos o imprudentes para protegerse del frío. No faltaron las muertes por aplastamiento de quienes dormían en contenedores de basura, ni tampoco los fenecidos por “causas naturales”, si es que puede denominarse así a morir en la calle. Intoxicaciones, ahogos, insolaciones, caídas y atropellos fueron y son otras causas habituales.

Aquella publicación fue un avance del informe de resultados que pretendía sensibilizar a la opinión pública y a los gobiernos ante la grave situación que se vivía en España, con los desahucios en plena espiral, en la desgraciadamente continúan. He hecho varias búsquedas para acceder al informe completo, que no sé si acabó redactándose porque no he logrado encontrarlo. En cualquier caso, creo que lo avanzado no precisa ampliaciones ni apostillas.

Es evidente que no pueden tolerarse estas situaciones, como no pueden aplazarse las soluciones. No se puede distraer el tiempo especulando sobre la validez o la eficacia de los modelos de intervención y de atención social. Tampoco sirven las estrategias que se vienen utilizando, ofreciendo plazas en los albergues a quienes participan en programas de inserción social. Deberíamos plantearnos, como se hace en Europa, generalizar las actuaciones del tipo “la casa primero” (housing first), es decir, facilitar de entrada el acceso de las personas a una vivienda con independencia de los problemas mentales, sociales o de adicciones que tenga. Naturalmente hay que trabajar en la calle, instituciones y ciudadanía, como hay que acabar con la indiferencia y con la segregación y el aislamiento de las personas en situación de exclusión.

Una sociedad como la nuestra, pese a las dificultades que atraviesa, que no justifican en modo alguno la indiferencia y/o la insensibilidad ante tamaños despropósitos, debe contar con mecanismos para detectar las situaciones extremas y ayudar a quienes lo necesitan de verdad antes de que sea demasiado tarde. Es más, incluso ante la inevitabilidad de la muerte, debe garantizarse a la persona un tratamiento digno, como a todo ciudadano, permitiéndole el acceso efectivo a los servicios hospitalarios, en condiciones dignas y con las atenciones adecuadas. Y eso no ha sucedido en el caso de nuestros conciudadanos valencianos, como tampoco sucede habitualmente en otros.

Se nos debería caer la cara de vergüenza por contribuir a que se sienten en el hemiciclo políticos insensibles e incapaces de hablar y acordar medidas para erradicar de inmediato situaciones como las que comento y otras equiparables, que me sonrojan como ciudadano y como persona. Espero y deseo, es verdad que con escasa fe, que el tiempo nuevo que se augura en la política del país signifique un cambio radical en tal sentido. Pronto lo comprobaremos.

domingo, 22 de febrero de 2015

Ajedrez.

Me he propuesto escribir un post sobre el ajedrez. El jueves pasado, Patricia, la persona que nos recibe amabilísimamente todos los jueves en el club de ajedrez, me invitó a hacerlo. La verdad es que no sé por dónde empezar. Pero, bueno, empezaré diciendo que conocí este juego (?) allá por los años 67-68 cuando, recién llegado a Alicante, veía jugar a Juanito Quereda, al señor Ramírez, a Dionisio Recio, a Pedro Viñes y a otros ilustres contertulios en el Club Amigos de la UNESCO, uno de los escasísimos focos de cultura y ‘rojerío’ que había en Alicante. Aquel fue mi primer contacto con el ajedrez, un juego que ni sabía de qué iba, ni entendí entonces porque, por más que miraba el tablero, era incapaz de enterarme de lo que pasaba en él. Luego, con el transcurrir del tiempo, conocí las piezas y sus movimientos, pero no pasé de ahí.

El siguiente hito en mi aproximación a este entretenimiento lo tengo asociado a mi suegro. Un jugador aficionado, de cierto nivel, que ganó algún que otro campeonato local y provincial cuando los torneos se celebraban en el local que había encima de la Cafetería Ivory, en la Rambla y, después, en los salones del Club Taurino, cuando estaba radicado en la avenida de la Constitución, que entonces se conocía como avenida de José Antonio, anteriormente rotulada con los nombres de Buenaventura Durruti, José Zorrilla y, antes, calle del Ataúd, porque en ella estaba asentado el gremio de los enterradores. Posteriormente supe de la afición de mi cuñado Paco, no sé si estimulada por complacer a mi suegro o por alguna motivación intrínseca. De la misma manera que ignoro si el interés de mi sobrino Javier, su hijo, se lo indujo su padre, los recuerdos de su abuelo que le contó su madre o una afición propia, y ajena a cuanto digo.  

Magnus Carlsen, campeón del mundo (2014).
He tenido que esperar más de cuarenta años para volver a interesarme por el ajedrez que, en este momento de mi vida, es una distracción y un aprendizaje que comparto con mi esposa. Ella ha sido la impulsora de esta situación, porque quiere intentar materializar una vieja aspiración que no ha podido satisfacer a lo largo de su vida: emular un poco a su padre, familiarizándose con algunas de las habilidades que siempre le admiró. Por mi parte, uno de mis mayores anhelos es darle buena vida a mi mujer y por ello, aunque confieso que tengo aficiones más acendradas, decidí acompañarla a tomar estas clases. Busqué y encontré el mejor sitio posible: el Club Ajedrez Alicante, una sociedad con solera, en el que he conocido a Patricia y a Álex, nuestro joven profesor.

Ciertamente, nos acompañó la suerte con el maestro que nos asignaron. Un joven treintañero con una melena espectacular, que cubre un cerebro portentoso, y que tiene una disposición magnífica y una paciencia infinita para ayudarnos a aprender lo que a nuestras entendederas les cuesta lo suyo. Recuerdo las primeras escaramuzas que nos ofreció para introducirnos en un proceso de inmersión ajedrecística asombroso. En las primeras clases, advertimos de inmediato su capacidad -no sé si connatural o aprendida- para hacer y deshacer movimientos, para hilvanar y deshilvanar partidas, para obnubilarnos, confundirnos y volvernos locos en pocos minutos, desorientándonos hasta perder cualquier referencia sobre dónde estábamos y sobre nuestro punto de partida. Debo decir que, afortunadamente, al final nos devolvía las referencias y conseguíamos abandonar su clase en paz con él y con nosotros mismos.

Aquellas primeras fases de nuestro aprendizaje, que cumplimentamos hace más de un año, fueron algo inusitado e increíble a nuestra edad. Nosotros, que no nos preciamos demasiado, aunque somos conscientes de poseer ciertas capacidades y una cultura media, que hemos sufrido y gozado de decenas de miles de horas de formación, sin comerlo ni beberlo, estábamos ante una propuesta de aprendizaje inaudita, inaprensible, alucinante.

No sé si Alex conoce algo de la pedagogía sistémica o de algún enfoque didáctico similar, pero la practica, a sabiendas o sin saberlo. Porque nada permitía aventurar que, tras semanas de casi volvernos locos, de salir de las clases ebrios, porfiando por aprender los movimientos de las piezas, por conocer las aperturas, por saber algo del medio juego y comprender algunas claves para resolver los finales, lograríamos entender mínimamente lo que  este ‘chavalote’ quería enseñarnos.

Tras un año de compartir las tardes de los jueves con él –y con otros compañeros de clase- la realidad es que no sólo hemos aprendido a colocar adecuadamente las piezas en el tablero o a realizar algunas aperturas con nombre propio, también sabemos –o casi- desplegar pausadamente el medio juego y hemos aprendido a desarrollar con éxito algunos finales. En suma, hemos empezado a entender de qué va ese juego y a conocer algunos de sus entresijos. Hasta sabemos dar mates con los caballos, los alfiles o las torres. Verdaderamente, hemos aprendido muchísimas cosas.

Pero, por encima de todo ello, lo que ahora sabemos es que es un juego magnífico, con unas potencialidades educativas inconmensurables. Es una excelente noticia que recientemente la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados haya decidido instar al Gobierno a implantar el programa Ajedrez en la Escuela en el sistema educativo español, de acuerdo con las recomendaciones del Parlamento Europeo. La verdad es que hace décadas que debería haberse adoptado esa iniciativa porque, inequívocamente, es un entretenimiento que ayuda a conformar el pensamiento. Como casi todos los demás, pero éste de una manera muy especial.

El ajedrez, más allá de los estereotipos, es un juego que ayuda a comprender la propia vida. Facilita imaginar el futuro, actuar con comprensión, analizar las conductas propias y ajenas, entendiendo sus relaciones de controversia o complementariedad. Ayuda a prever escenarios posibles, intuir celadas, aprovechar las ventajas y sacar provecho de las debilidades del adversario. Enseña a pactar y a cerrar los procesos tras una evaluación ponderada de las circunstancias. Adiestra en perseguir objetivos contumazmente, con sistemática y metodología. Incita a ser imaginativos, a conjeturar situaciones posibles e imposibles. Ayuda a cultivar el pensamiento abstracto hasta límites increíbles y a practicar la memoria incansablemente, aprendiendo decenas, centenares de partidas, reproduciéndolas mecánicamente, logrando imaginarlas hasta durmiendo. El ajedrez también nos enseña a asombrar al adversario, a sorprenderle hasta en sus convicciones, a no darnos jamás por vencidos y a respetar siempre al contendiente, por pequeño que sea.

Y, ¿dicen que es un juego? Pues… ¡Qué lástima que no lo hayamos descubierto antes!

jueves, 19 de febrero de 2015

Palabras.

El optimismo y el pesimismo son actitudes basadas en nuestra manera de percibir y evaluar las situaciones vitales y sus resultados probables. Son actitudes que aprendemos desde niños mediante la observación de las reacciones de nuestros padres y de otras personas que son importantes para nosotros. También escuchando sus comentarios frente a cualquier problema o circunstancia. Conforme crecemos, nuestras propias experiencias refuerzan o debilitan esas actitudes. Poco importa cuál de ellas aprendimos siendo niños porque ambas son una elección personal cuando llegamos a la adultez. Nadie puede obligarnos a ser optimistas, como ninguno puede impedir que seamos pesimistas. Mantenemos el pesimismo o el optimismo con nuestra personal forma de pensar y de ver las cosas. Y si en un determinado momento aprendimos a ser pesimistas, también podemos en otro ejercitarnos en ser optimistas.

Sin embargo, estas consideraciones, que parecen tener exclusiva vinculación con las conductas personales, son extrapolables a la dimensión social de los individuos. Lo que no deja de ser algo sorprendente. Me explicaré. Recientemente he conocido una investigación que ha analizado los diez idiomas más hablados del planeta. Ese trabajo idiomático revela, como conclusión general, que los humanos usamos mucho más los vocablos positivos que los negativos. Y, lo que es más significativo, que no todas las lenguas son igualmente optimistas o pesimistas. Así, por ejemplo, el español y el portugués son los idiomas más optimistas del planeta, mientras que el chino y el coreano parecen ser  algunos de los más pesimistas.

El estudio al que me refiero es una tentativa para testar la llamada Hipótesis de Pollyanna, una conjetura de dos psicólogos sociales estadounidenses, Jerry Boucher y Charles Osgood, que en la década de los 60 del siglo pasado plantearon que los humanos teníamos una tendencia universal a usar con mayor frecuencia las palabras positivas que las negativas. Desde entonces su idea ha tenido tantos defensores como detractores.

Peter Dodds, líder de un equipo integrado por investigadores estadounidenses y australianos, ha coordinado un trabajo que ha utilizado máquinas y algoritmos de búsqueda y selección para reunir miles de millones de palabras extraídas de Twitter, Google, subtítulos de películas, letras de canciones y libros en español, inglés, chino, árabe e indonesio, entre otros. Asegura que han analizado los diez idiomas más importantes del mundo y que en todos ellos han observado que las personas usan más las palabras positivas que las negativas. Términos como vacaciones, amor, beso o felicidad puntúan muy alto en todos; mientras otros, como violencia, muerte o sufrimiento tienden a puntuar en los niveles más bajos.

En la era del Big Data, los científicos han podido llevar a cabo su trabajo con un torrente de datos que les ha permitido clasificar las lenguas según su optimismo. Curiosamente, el castellano aparece en el primer lugar del ranking, siendo tres las fuentes de palabras del español de Méjico utilizadas en el estudio: Twitter, el buscador Google y los libros indexados en Google Books. Al castellano, le sigue el portugués hablado en Brasil y, tras él, el inglés extraído de los textos del periódico New York Times. En el lado opuesto, los primeros puestos del ranking los ocupan el chino, el coreano, el ruso y el inglés utilizado en las letras de las canciones.

Más allá de que una u otra lengua sean estructuralmente más o menos optimistas, lo que descuella en el estudio es que todas tienen un sesgo positivo, es decir, cualquiera que sea la que elijamos, sus hablantes utilizan muchísimas más palabras de connotación positiva que negativa. Hasta el punto de que en el caso del castellano la relación es de nueve a uno, mientras en el chino la proporción es de siete a tres.

Naturalmente, la investigación ha sido cuestionada por otros científicos sociales, como no puede ser de otro modo. Sostienen estos últimos que en las investigaciones sociales basadas en encuestas los participantes tienden a dar valores positivos en cualquier escala. Es lo que se denomina sesgo de aquiescencia. Naturalmente, toda parva tiene su granza. En este caso, a juicio de esos científicos críticos, la presunta universalidad de los resultados del estudio referenciado no es otra cosa que un ‘sesgo experimental’. ¿Quién tiene razón? Bueno… ya se verá.

miércoles, 18 de febrero de 2015

‘Torico’ de la cuerda, en Gestalgar.

Otra vez de regreso a las raíces. Esta vez para disfrutar del ‘torico’ de la cuerda, una novedad instaurada hace escasos años que adquiere creciente popularidad por momentos. Una importación de la vecina localidad de Chiva, en la que es un festejo bicentenario. La globalización tiene, también, estas cosas, además de sus conocidas maldades. Afortunadamente.

En esta ocasión invitamos a nuestros parientes murcianos. Según lo previamente acordado, el viernes, a media mañana, estaban en la puerta de casa. Cargamos en su coche los bártulos y juntos nos dirigimos hacia Gestalgar. Apenas era la una del mediodía y ya estábamos en Cheste haciendo unas compras y restaurándonos en un pequeño negocio familiar en el que es habitual la comida casera, sabrosa y a buen precio. Dimos buena cuenta del tradicional arroz al horno y otras especialidades de la casa antes de dirigirnos al pueblo recorriendo el sinuoso trazado de la CV-379, que sigue siendo el antiguo camino de carro, aunque ahora está asfaltado.

Nos esperaba una tarde magnífica, soleada y espléndida, antesala prometedora del sábado del torico. Nos acomodamos en una casa gélida, como siempre, que nos apresuramos a caldear prendiendo en la chimenea troncos de naranjo procedente de huertas esquilmadas e improductivas. ¿Cuánta vida le queda a la huerta, pese o gracias al goteo? La tarde transcurrió entre los combates contra el frío, la disposición de camas y abrigos, las compras y  preparativos para la cena, el apresto de las brasas y los saludos habituales a vecinos y conocidos.

Nos sorprendió un inusitado programa de festejos, que incluía vaquillas y toro embolado para esa noche. Y así se desarrolló. Puntualmente, a las doce (servidumbres de seguros y permisos gubernativos), se dio suelta a dos vaquillas y, tras ellas, a un toro embolado, para delicia de cuantos habían hecho el meritorio esfuerzo de apostarse tras las barreras y acomodarse en los entablados. La noche era algo más que fresquita, aunque no heladora, como otras que he sobrellevado. Por otra parte, el ganado dio cierto juego, especialmente las vaquillas.  El toro, realmente, no fue de especial relumbrón; digamos que cumplió, sin más.

Nos retiramos antes de que encerrasen al animal. Encontramos en casa un cobijo generoso, que empezaba a estar caldeado y que nos permitió descansar a plena satisfacción. Nos dormimos mientras escuchábamos en lontananza los gritos de jóvenes y niños citando y alentando al toro. Después nos sobresaltó varias veces el vocerío que acompaña habitual e intempestivamente la retirada de las personas a sus respectivos domicilios. Todo hacía presagiar que se acercaba una fecha señalada de las fiestas de San Blas: el día del ‘torico’, una jornada que concita la concurrencia de un numerosísimo público forastero, que incluye gente de Lodosa y Onteniente, dos localidades hermanadas y colaboradoras habituales en este festejo.

A las nueve de la mañana, una concurrida charanga -que no sé realmente cómo se ha conformado, pero que es extraordinaria- abría el día con un pasacalle que, a modo de ‘despertá’, recorrió las calles del pueblo. Todo el mundo estaba en pie para presenciar la salida del primer toro, programada para las diez. Las reses anunciadas pertenecían a la ganadería de Fernando Machancoses, de Cheste, hierro prestigioso en las localidades de la comarca e incluso más allá. Ganadero, por otra parte, descendiente de otros que hace más de cincuenta años corrían sus reses en el pueblo. Divisa de acreditada solera, por tanto.

A las nueve y media estábamos en la plaza preparados y dispuestos para acompañar a músicos y mozos en su camino hacia la carretera –ahora denominada avenida de la Diputación- para presenciar la salida del primer ‘torico’. Un toro ensogado con una cuerda que incorporaba vetas blancas y azules entrelazadas, como corresponde a la novísima tradición instaurada en la villa.

Previamente a su suelta, mi cuñado y yo adoptamos las necesarias precauciones, situándonos en la parte posterior de un tractor estacionado en la avenida. Allí, sorteando con la mirada los cogotes de algunos inoportunos espectadores -seguramente expertos en situarse en el lugar que no deben- presenciamos la carrera de un magnífico ejemplar, cuyo comportamiento evidenciaba que había sufrido en otras ocasiones la doma de la cuerda. Pasó ante nosotros raudo y veloz, precediendo a los mozos, a quienes había dado alcance apenas 70 u 80 metros después de iniciar su carrera desde el camión en que estaba recluido, que se hallaba estacionado junto a los pilones de la carretera.

En el cruce de la avenida de la Diputación con la calle Miguel Hernández, torció camino del pueblo y fue amarrado en la primera posta, junto al kiosco, para delicia de los habitantes de las casas vecinas. Desde allí siguió su recorrido por la calles de la Acequia y de la Fuente hasta alcanzar la parte alta del pueblo, calles de la Paz, Verónica, etc. y el conjunto de estaciones previstas para transitar y hacer los parones oportunos en las postas preparadas a tal efecto. Una carrera perfecta, sin incidencias notables, al gusto de la concurrencia. Un éxito.

A este primer toro le siguieron otros dos. El primero, de menor volumen, pero también con buena presencia. Un toro con protecciones en sus astas que corrieron los mozos de Onteniente, que lo bregaron a su particular usanza. Una tradición ancestral, allá por el siglo XVII, que tiene la particularidad del enfundado de las astas del animal con cuero para evitar percances mayores. También ellos hicieron su recorrido sin incidencias y a satisfacción de propios y extraños.

Finalmente, la conducción de la carrera del tercer toro correspondió a los jóvenes visitantes de Lodosa que, fieles a su tradición decimonónica, dejaron ir al animal a su libre albedrío mientras manejaban hábilmente la soga evitando que embistiese a cuantos encontró a su paso. Esta modalidad hace que a veces las carreras se circunscriban a una parte muy limitada del circuito. Así sucedió en este caso, para satisfacción de quienes se encontraban apostados en esas calles y disgusto de quienes esperaban su paso por otras. En síntesis, más allá de leves e inevitables percances, tampoco en este caso se produjo incidente o lesión de importancia. Eran las dos de la tarde y había concluido una sesión taurina más que satisfactoria.

Daba comienzo entonces una segunda parte festiva, que puso al pueblo en estado de efervescencia a partir del mediodía. Calles repletas de gente, establecimientos llenos de compradores, bares a reventar, juventud por doquier, niños vociferando, corriendo y divirtiéndose, madres y padres gozándolo más que sus hijos. Viejos ilusionados y dicharacheros comentando y criticando el anecdotario del día y asistiendo incrédulos a tamaña agitación. Todos celebrando con regocijo la ebullición del pueblo, la revitalización de una comunidad que dormita en más de las cuatro quintas partes del año. ¡Qué gloria!

Hay que descubrirse ante la Peña Taurina de Gestalgar que integran un puñado de jóvenes que organizan, promocionan y financian estos festejos, consiguiendo así insuflar una hálito de vida y de esperanza a una población progresivamente mortecina y exánime. Iniciativas como estas le hacen recobrar el pálpito, siquiera un par de veces al año. Animo a estos jóvenes a perseverar en un esfuerzo que merece la pena, de verdad, porque logra revivir el vigor de un pueblo y de su gente. Una experiencia que reconforta y retrotrae a otros tiempos, no sé si mejores, en los que diariamente fue lo que hoy solo es posible en días como estos.

jueves, 12 de febrero de 2015

Fractales.

Si hay una película que ha triunfado en España en 2014, sin duda, ha sido La isla mínima. Alberto Rodríguez ha logrado contar magistralmente un retazo de la España de comienzos de los 80. Dos policías, ideológicamente opuestos, son enviados desde Madrid a un remoto pueblo del sur, localizado en las marismas del Guadalquivir, para investigar la desaparición de dos chicas adolescentes. Lo que sigue es un thriller ambientado en una comunidad anclada en el pasado, que enmarca el enfrentamiento de los policías con un asesino cruel y con sus propios fantasmas.

Hay múltiples razones para admirar esta película. Una trama sobresaliente, unos protagonistas excepcionales e increíblemente interpretados y, de manera especial, un aspecto que no es banal: una ambientación magnífica, que refuerza el hilo argumental y merece mención destacadísima. Primordialmente al comienzo del film, algunas escenas son objetivamente asombrosas. Imágenes encefálicas, conseguidas gracias a una ‘drónica’, limpia y fractal fotografía, que ofrecen estructuras y personalidades peculiarmente destacadas.

Tanto me han impactado esas escenas que he indagado en algo que desconocía, el paisaje fractal. Eso que se ha definido como la representación de un panorama, real o imaginario, producida mediante procedimientos fractales. No voy a caer en la pedantería de reproducir lo que dice la wikipedia sobre semejantes artilugios. Ciertamente, después de reparar en docenas de estas imágenes, uno acaba concluyendo que aunque a primera vista muchos paisajes parecen naturales, si los observas repetidamente, defraudan porque son intemporales, eluden los efectos de la geología y la climatología y, por tanto, son artificiosos, como los muñecos de látex o los exvotos. Hoy, que casi existe de todo, podemos encontrar programas informáticos que generan paisajes fractales logradísimos, como MojoWorld, de Kenton Doc Mojo Musgrave y Terragen, de Matt Fairclough.

Esa curiosidad por la fractalidad me ha llevado a conocer detalles de lo que se conoce como Armonía fractal de Doñana y las marismas del Guadalquivir. Un trabajo que resume un paseo genial -esta vez de verdad- por las formas armónicas esculpidas por el barro, el tiempo y el agua en las marismas. Una iniciativa del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC, lo pongo así para recordarlo, porque no sé cuanto le queda de vida) que integran una exposición divulgativa, un libro y un blog que se pueden visitar (http://armoniafractal.blogspot.com.es/).

Héctor Garrido, a través de originales y magníficas fotografías aéreas, nos acerca el apasionante y complejo mundo de la geometría fractal que incorporan las formas de la naturaleza. Lleva veinte años fotografiando las marismas porque es fotógrafo de la Estación Biológica de Doñana. Y en sus vuelos con avioneta ha hecho miles y miles de retratos de esas realidades. Cuando Alberto Rodríguez empezó a construir la estética de su película utilizando algunas imágenes de Garrido que encontró en Internet ni sabía que estaba enfrentándose a la punta del iceberg ni que, además, ya lo conocía. Un ejemplo más de las casualidades de la vida, que son muchas.

El cineasta ha utilizado más de medio millón de esas espectaculares imágenes aéreas, algunas de las cuales son emblemáticas del film. La isla mínima se ha rodado en la isla Mayor del Guadalquivir, un territorio de 15.000 hectáreas que es un laberinto con cientos de kilómetros de caminos, muchos de los cuales no conducen a ninguna parte. Los rebuscados paisajes que aparecen en la película compiten en protagonismo con la trama y conforman lo que Garrido denomina armonía fractal: el lenguaje de la naturaleza. Él tiene una peculiar teoría. Defiende que desde pequeños nos enseñan la geometría euclidiana, es decir, la de las líneas rectas y curvas perfectas: el cuadrado, el triángulo, el rombo, el círculo, el diámetro o el radio. Formas artificiales que, al final, son las únicas a las que recurrimos para construir o reconstruir la realidad. Pero, según él, la naturaleza no sabe escribir con esa gramática, de la misma manera que el ser humano tampoco sabe hacerlo con la específica de la naturaleza que, en pequeñas o grandes dimensiones, repite siempre los mismos patrones. Y no parece que le falte razón porque las ramificaciones que aparecen en las fotografías de Garrido se pueden trasladar a escala menor. Por ejemplo, a un árbol y sus ramas, que a su vez se multiplican en otras más pequeñas, e incluso a los nervios de cada una de sus hojas. Sin ir más lejos, las venas o los haces nerviosos del cuerpo humano son también estructuras fractales.

Marisma de San Fernando, Cádiz.
Garrido llega a defender que nuestro pensamiento es fractal en origen, cuando nacemos, como lo es el de los animales. Es la educación la que nos cincela el cerebro para que acabemos pensando y comunicándonos con otro lenguaje más artificioso y desnaturalizado. Esa razón explicaría por qué nos gustan tanto las estructuras fractales, aunque no sepamos la causa concreta. De alguna manera, es como si nuestro cerebro entendiese intuitivamente lo que ve, pese a que los procesos educativos formales hayan intentado borrarle machaconamente esas referencias naturales. Y creo que no le falta razón. El texto de Francisco Márquez explicando la fotografía adjunta, corrobora lo que digo: Garabatos de gigante, laberinto de plastilina, serpientes de agua, puzle de esperanza… Los cuentos existen.

lunes, 9 de febrero de 2015

Antonio AM.

Cuando conocí a esta persona me llamaron poderosamente la atención dos detalles: su pequeñez y la enormidad de su coche. Dos trivialidades que tengo asociadas al primer contacto que tuve con ella hace más de cuarenta años. Seguramente lo que recuerdo no se ajusta fielmente a la realidad, pero es lo que retengo: un coche grande de color amarillo y un conductor inusualmente pequeño. Lo primero no sé si es verdad, lo segundo, no tengo la menor duda de que lo es. Nos conocimos a través, gracias  o por medio de nuestras respectivas novias, que eran amigas desde hacía años. Ellas hicieron que nos encontrásemos entonces, de la misma manera que nos han hecho reencontrarnos después en innumerables ocasiones. Gracias a las dos por aguantarnos.

En el dilatado tiempo que nos conocemos he tenido múltiples oportunidades de interactuar con él. Algunas temporadas lo he hecho de manera más intensa y/o habitual; en otras, nuestras relaciones han sido más ocasionales y/o esporádicas. En todas hay un denominador común: la cordialidad, la mutua simpatía y la franqueza.

Mi amigo es una persona esencialmente positiva. Es uno de esos extraños seres que tiene permanentemente la mano tendida y la sonrisa en la boca. Es persona con una entidad admirable, de las que está dispuesta a ayudar siempre. Un tipo fantástico, que encara la vida en positivo porque mira las cosas con tal optimismo que lo traslada a cuantos le rodean. ¿Cómo se puede ser tan grande, siendo tan pequeño?

Mi amigo es un experto en positivar lo que es esencialmente negativo. Parece endeble y con escasos reaños, pero a fuer que los tiene. Doy fe. Es una persona con un par…, que ha sabido sobreponerse a las dificultades que la vida le ha puesto delante: físicas, psíquicas, existenciales y emocionales. Y lo ha hecho exitosamente, saludablemente, salvando siempre los muebles.

Es persona poco letrada, pero extremadamente inteligente, con una talento natural portentoso y una inteligencia emocional admirable. Un ser que ha sabido construir la felicidad a su alrededor. Y no me refiero al escaso espacio que ocupa su familia, sino a la explanada que ocupamos sus conocidos, amigos y personas que hemos vivido o lo hacemos en su cercanía. Que, por cierto, somos de toda clase y condición: adinerados y menos, inteligentes y mediocres, cultos e incultos, altos y bajos, gordos y flacos… Familia y amigos, conocidos y presentados… para todos hay siempre una buena palabra, una propuesta agradable, una sonrisa de bienvenida... ¡Cabrón!, qué virtud la tuya.

Claro que tiene sus cosas, como todos. Sus rabietas, sus cabreos explosivos cuando le encienden las injusticias o las diatribas políticas. Le conozco enfados portentosos con quienes actúan malamente contra sus ideas y sus cosas, contra sus amigos o contra su familia, ¡claro que tiene mala uva! Faltaría más.

Pero no es eso lo que destaca en él. Lo que prima en su imagen es el sosiego, la tranquilidad nerviosa, la disposición permanente, la sonrisa y la actitud positiva, el ver siempre el día despejado. Esa es su principal virtud, la que traslada a los demás: esa permanente alfombra placentera, de disfrute, de satisfacción, de alegría, de positividad.

'Barraquer', pescador, jugador de todo. Niño grande y borde, ‘alacantí’ de pro, festero. Devotísimo esposo, padre amante de sus queridísimas hijas, paseante incansable, pescador habilidoso, amigo inquebrantable, persona humilde donde las haya. Conversador chistoso y ocurrente, ser capaz de reírse de si mismo día si y día también.

En este punto y hora en que estás un poco pachucho, te escribo este post porque quiero animarte, devolverte en cuatro palabras, egoístamente, apenas nada de cuanto tan generosamente me has dado a lo largo de tantos años. Esto, Antoñito, va por ti, con todo mi afecto.

viernes, 6 de febrero de 2015

Crónicas de la amistad: Alacant (8).

Día gélido ayer, 5 de febrero. Un día climatológicamente duro, de esos que caracterizan a cualquier periplo medianamente largo. Y el nuestro lo va siendo. Volvimos a Alicante, la ciudad donde iniciamos el camino que nos anuda, que aún conserva algunas referencias reconocibles –pocas- de aquella epifanía: el mercado central, la avenida de Alfonso el Sabio, la calle Castaños, el bar Guillermo… justo donde nos detuvimos para comer. Quizá este nuevo regreso y mi propensión fantasiosa me evocan una de las metáforas de la vida más bellas que conozco. No obstante, que Grecia vuelva a estar de moda probablemente tampoco sea circunstancia ajena a tal ocurrencia. Aunque, más allá de la lamentable coyuntura que atraviesa, es país que siempre está de moda, por mil razones: porque le debemos buena parte de nuestras señas identitarias y porciones inconmensurables de nuestros acervos culturales, porque sus gentes nos enseñaron decenas de maneras de entender la vida y centenares de palabras que nos permiten entendernos, porque nos regala el azul único del mar Egeo y el eco milenario de referencias imprescindibles como Mileto, Halicarnaso, Pericles, Éfeso, Alejandría, Thales… ¿Acaso son imaginables nuestras vidas sin el legado griego?

Lamentablemente, hoy el país está en boca de todos por la mala cabeza de sus gobernantes y por otras cosas que se nos escapan a la mayoría. Pero ello no resta un punto de intensidad a la admiración que siento por esa tierra y sus gentes que, aún cuando atraviesen estados tan lamentables como el actual, siempre conservan algo que me inclina a venerarlos. Más allá de mi limitada simpatía hacia lo que representan Alexis Tsipras y su ministro Varoufakis no dejo de apreciar sus arrestos para desafiar a la todopoderosa “troika” y para desarrollar una opera prima de gobierno con forma de periplo europeo que se asemeja a una nueva odisea, que espero y deseo que acabe con alguna dicha.

Entre los muchos griegos a los que tengo devoción, hay uno que admiro desde el primer verso que le leí, como si de un héroe mitológico se tratase. Su nombre es Constantino Kavafis. En mi opinión, uno de sus poemas ofrece probablemente una de las metáforas de la vida más brillantes que se han escrito. Un himno que todos conocemos: Ítaca. La oda que musicó magistralmente Lluís Llach, que remeda como ninguna otra glosa el azaroso viaje de regreso a casa que emprendió Ulises tras la guerra de Troya. Yo creo que nuestro periplo vital, personal y profesional se asemeja un poco a ese retorno que recrea Kavafis. Una travesía larga y diversa, a veces difícil y en ocasiones placentera, a ratos gratificante y en otros onerosa, siempre permanentemente inacabada. Un periplo jalonado de estadios y experiencias, sustancias y anécdotas, gozos y sufrimientos… que van pergeñando un relato que ofrece aristas y trazos curvos, arideces y umbrías, llanos y repechos. Un itinerario moldeado por encuentros y desencuentros, por ausencias y presencias, por olvidos y remembranzas, por aprendizajes y también por ignorancias. Un periplo que tiene objetivos, referencias y utopías porque tiene razón de ser por sí mismo.

Parte de ese periplo es el peregrinaje que en los últimos tiempos nos hemos propuesto interpretar en clave de itinerario geográfico. Una travesía plural, que unos días recala entre los márgenes de piedra seca que esconden los recovecos moriscos de la Serrella, junto a una venta o un campo de olivos. Otros nos invita a varar nuestra particular barcaza en una playa plácida y oropelada, mecida por los mejores tornasoles mediterráneos. Una marcha que a veces se adentra en los corredores del Vinalopó, donde la tierra y la climatología se hacen más ásperas y nos recuerdan que la vida existe más allá de los paradisiacos huertos de palmeras que nos acogen y embrujan en otras ocasiones.  

A veces no puedo evitar preguntarme: ¿por qué estamos aquí?, ¿qué hace que concurramos tan contumazmente a estos encuentros? Una vez más las respuestas las encuentro en el poema. Más allá de las magníficas escalas que jalonan el camino, por encima de cual sea su destino imaginado, lo que nos ha amalgamado y nos cementa es la convicción de nuestra fortuna por tener la oportunidad de recorrerlo juntos, todavía, en la plenitud de aventuras y conocimientos, sin temer a nada porque mantenemos firme y elevado nuestro pensamiento y nuestras convicciones. Estamos persuadidos de que jamás encontraremos Lestrigones, Cíclopes ni Poseidones  porque son ajenos a nuestras almas, más dadas a desperezarse en mañanas estivales, visitando puertos recoletos y mercados repletos de sencillas mercancías y caldos voluptuosos.

No ansiamos llegar a Ítaca porque deseamos disfrutar del camino, de su longitud y de su belleza. Y por eso no apuramos el viaje, y queremos hacerlo duradero. Ítaca nos dio hace muchos años la oportunidad de emprender una travesía que ha hecho de nosotros quienes somos. Cuando lleguemos a ella lo comprenderemos.

lunes, 2 de febrero de 2015

¿Conviene lo que viene?

Supongo que a quienes mandan de verdad se les ríen todos huesecillos del cuerpo contemplando el inefable fenómeno Podemos. Me imagino a los auténticos mandamases solazándose y regodeándose en sus paraísos fiscales y terrenales, mientras se hacen al unísono la misma -y retórica-  pregunta, ¿cómo hemos sido tan torpes? Intuyo las conversaciones de los dueños del mundo -esos que ni tienen cara ni se les conoce, pero que existen de verdad- lamentándose por no haber caído antes en lo sencilla que era la solución y en lo cerca que la tenían. Toda la vida alimentando a un ejército de mantenidos, rufianes, corruptos y demás especimenes. Siglos gastando un fortunón para cebarlos y aquerenciarlos sin reparar en que tenían a mano una receta muchísimo más simple, obra de un grupillo de animosos profesores universitarios, que prometen fabricarles gratis un pan como unas hostias, aunque ellos se empecinen en convencernos de todo lo contrario, asegurando que lo que realmente elaboran son tortas. Décadas alimentando insidias, subterfugios, estratagemas políticas y económicas, urdiendo financiaciones ilegales, latrocinios, líos procesales, nepotismos y redes clientelares, comprando estirpes y linajes enteros… Nada de ello era necesario. Lo tenían al lado y no lo veían. ¡Qué dislate! Hasta parece mentira.

Puerta del Sol: "Marcha del cambio". Enero 2015.
El pasado sábado Podemos exhibía su poderío en Madrid. Trescientos autobuses fletados en toda España que aseguran que pagaron con 4.600 € recolectados mediante crowdfunding, ¿cómo no? Son gentes habituadas a los media y a la digitalidad, a lo efímero y a lo circunstancial, que desarrollan su existencia en el espacio que definen las tertulias televisivas, Facebook y Twiter, pasando por el crowdfunding, Plaza Podemos, Appgree, Instagram y cuanto al respecto se tercie. De cuando en cuando se distraen y atienden al prosaísmo de la vida real, dando sus clases, entregando informes de los proyectos de investigación en los que participan, asistiendo a las sesiones parlamentarias o respondiendo a los periodistas. Aventuras poco seductoras vistas desde la nube a la que se han aupado, sin apenas tiempo para dar crédito al maná que les ha caído encima. ¡Qué frenesí el de la vida en un clic, que se transforma en un tac con apenas pensarlo! Justamente un “tic-tac”, tan machacón como simple, es la penúltima ocurrencia de ese laboratorio de ideas originales que difunde su principal líder, resumiendo con él la visión del mundo que comparten con amplios sectores de la sociedad: Carpe diem, tempus fugit, mañana no existe. Sin duda, una brillante síntesis de un gran proyecto de progreso y de futuro.

Como quien no quiere la cosa, este grupito de profesores universitarios treintañeros (aunque algunos ya no lo son) y sus corifeos nos están señalando el camino. Resulta irónico que esta pseudoélite, recriada intelectual y profesionalmente en un ecosistema endogámico y caciquil que denosta  –aunque siga viviendo a su amparo, sin repudiarlo ni combatirlo abiertamente-, asegure que personifica la única representación decente de la ciudadanía. Algunas de sus consignas me parecen réplicas espléndidas de algunas de las sentencias que repiten los curas en sus oficios, como aquella que asegura: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan, 14:6). Obviamente, ellos dirán que esa castiza visión nada tiene que ver con lo que representan, que no es otra cosa que la ilusión, el cambio y el fin de la vieja política. La nueva, la que dicen encarnar, no es de izquierdas ni derechas. Unos días dicen que es transversal y otros aseguran que funciona en vertical. Seguiremos atentos a sus especulaciones sobre las trayectorias de la política que prometen ser esclarecedoras.

A juicio de estos románticos e ilusionados líderes, más allá de su posición no puede encontrarse en el tablero político otra cosa que no sea bazofia y casta putrefacta. Hacía tiempo que no escuchábamos un mensaje tan engreído, tan mesiánico y tan escasamente científico. Incluso me pregunto si esta vez no tendrá razón el señor Wert, el más vilipendiado (con razón) de los ministros, cuando asegura que nuestro sistema universitario se parece más a los de Azerbaijan o Kirguistán que a los de Francia o Alemania. Confieso que no sé nada de política pero, en mi opinión, si estos autoproclamados y meritorios líderes son quienes van a diseñar la senda y el destino de este país, pues…

Aunque debo reconocer que se lo han puesto a huevos. Les ha tocado a ellos como les pudo tocar a otros oportunistas que también estuvieron al quite. Y los ha habido en los últimos años, pero o no han tenido tanta suerte o no han dado con la tecla que conecta con la audiencia emergente. Está claro que con la que está cayendo, con el agotamiento de la última versión del bipartidismo, con el regreso de lo peor de la condición humana, anidado en las estructuras económicas, sociales, administrativas y políticas, etc. resulta dificilísimo que los personajes públicos decentes puedan dar la cara sin sufrir afrentas y escarnios, que parecen ineludibles entre tanta proliferación de letrinas, miseria, delincuentes y mala gente en cualquier dimensión de la vida pública.

Pero ello no justifica ni la inanidad y el cinismo de los políticos del PP (aunque les convengan electoralmente), ni mucho menos la incomprensible abulia de los del PSOE, que les llevará inexorablemente a despeñarse en las próximas confrontaciones electorales, dilapidando la inmensa cosecha de votos incondicionales que vienen ‘maladministrando’ demasiados años. Una vez más, parece inevitable aquello de que a río revuelto…Y ahí está el oportunismo de Podemos. Hay que reconocerles ese mérito, como debe aceptarse que jamás salió tan barato a una organización política lograr una opción tan clara de éxito electoral. No han necesitado ni ideología, ni programa, ni firmar compromiso alguno con la ciudadanía. Es más, incluso dicen bien alto que desconfían de los políticos que hacen promesas. Su aportación va poco más allá de una acertada diagnosis de los problemas socioeconómicos, media docena de ocurrentes consignas y un buen manejo de las redes sociales y de las tertulias televisivas. Con poco más les ha bastado para optar a ocupar la centralidad del tablero político. Parece mentira lo que han logrado con apenas un puñado de eslóganes mediáticos que resumen lo que la gente quiere que le digan: que no son de izquierda ni de derecha, que se sienten quijotes de mentirijillas, que se toman en serio los sueños y otras lindezas parecidas. Un relato conmovedor que, en mi opinión, no es sino el burdo disfraz de una gran mentira.

Seguir, aunque sea circunstancialmente, el discurso de esta pléyade de nuevos políticos profesionales –cualidad que solo atribuyen a los de los demás partidos- produce sonrojo. Ruboriza verlos reiterar machaconamente eslóganes simplistas y mediáticos, que incluyen mensajes propios de doctrinas mesiánicas y únicas, revestidos de formas que son antiguallas casposas que, aunque las disfracen de pseumodernidad y aparente pretensión transformadora, producen vergüenza ajena. Todavía aflige más ver a decenas de miles de bienintencionados ciudadanos seguir una propuesta deshilvanada, inconcreta y mutante.

Confieso que veo los noticiarios en TV y sigo algún debate, es decir, no vivo en la levitación. Sin embargo, pese a la tozudez de la realidad, me resisto a aceptar que un discurso de semejante simplicidad, oportunismo e inconcreción pueda estar calando en la sociedad hasta donde lo hace. Y todavía más que lo haga donde y entre quienes lo hace.

Desconozco si el triunfo del PSOE en el año 82 se gestó en condiciones políticas equiparables a las actuales. Sin duda los felipes, guerras y compañía eran bastante más don nadie que la gente de Podemos y lograron hacerse con un poder enorme. Pero creo que no hay parangón entre ambas coyunturas, que son radicalmente diferentes. Sin embargo, no puede negarse que las circunstancias actuales tienen su singularidad.

En mi opinión, la nuestra es una sociedad descreída que, a fuer de vivir tantas dictaduras, parece que ha borrado de su idiosincrasia los genes de la política que, en general, es una preocupación que no interesa, considerándose, además, una ocupación detestable, propia de gentes sospechosas y las más de las veces reprobables. Una sociedad que está sufriendo lo suyo en estos tiempos de crisis, acostumbrada como estaba a unos estándares de vida que tardarán en recuperarse. ¿Qué les ofrecen las organizaciones políticas mayoritarias? Poco más o menos lo mismo que desde hace ya demasiados años: austeridad para la mayoría, empobrecimiento de las clases medias, precariedad de las condiciones de trabajo y de los servicios públicos, incertidumbre… En suma, más sacrificios y más mentiras. ¿Qué les ofrecen las diferentes versiones de Izquierda Unida en un momento que parece una oportunidad única para sus aspiraciones? Pues división, guerras intestinas, broncas… y hasta algún corrupto. En fin, en su línea habitual, facilitando la tarea al adversario.

Por otro lado, tenemos los nacionalismos catalán y vasco alimentándose de la Ley d’Hont (¿hasta cuando?), las pequeñas minorías que han ido apareciendo, creadas y sustentadas a menudo por diletantes de los principales partidos con ínfulas y/o aspiraciones insatisfechas. Y, por si faltaba algo en el puzzle, aparece Podemos que, si es lo que presiento, pronto se parecerá a lo mejor del PP. Y si, por el contrario, aspira de verdad a ocupar espacio en el centro izquierda… pues eso: éramos pocos y parió la burra.

¿Se entiende ahora la primera frase de este post? Pues ya saben, ustedes verán lo que nos conviene.