Hoy
se celebra en el Congreso de los Diputados el tradicional debate sobre el
estado de la nación. Un debate que los trabajadores del circo mediático ya sitúan
en los albores de un tiempo nuevo, en la antesala de un escenario político en
el que parece que van a suceder cambios extraordinarios. De hecho, muchos ya lo
han calificado como el debate del cambio. En cierto modo lo es, porque
intervendrán los nuevos portavoces del PSOE e IU, Pedro Sánchez y Alberto
Garzón. También, porque no solo cambian algunas cosas en el interior del
Palacio de las Cortes, sino que el exterior está pidiendo paso con
determinación.
Sin
negar un ápice de legitimidad a los actuales parlamentarios, es evidente que casi
todas las encuestas y estudios demoscópicos indican que la política española
está al borde de un vuelco insospechado hace bien poco, con unas expectativas parlamentarias
muy distintas a la realidad que conformó la Cámara actual, hasta el punto de
que se anuncia a bombo y platillo el fin del bipartidismo. Parece, pues,
inexorable la llegada de un tiempo nuevo, políticamente hablando, que, entre
otras primicias, alumbra dos partidos con opciones de superar el 10% de los
votos, que hoy carecen de representación en el Congreso: Podemos y Ciudadanos. Por
todo ello, se augura que será un debate de cambios y que no podrá eludir la
intensísima agenda electoral del año 2015, y lo que puede comportar para
territorios como Madrid, Cataluña, Andalucía e incluso para el conjunto del
Estado.
Pero
todos estos cambios que se anuncian estoy seguro que no incluyen ni una sola
referencia a algo que a mi me angustia hoy, que no es otra cosa que la
indignación, la vergüenza y el abatimiento que siento porque en apenas quince
días tres personas en situación de desamparo grave han muerto mientras dormían
en las calles de Valencia. Solos, sin ayuda, sin recursos, víctimas de un
invierno duro y de otras muchas cosas. Una de ellas falleció en el cajero donde
dormía habitualmente. Otra en un edificio a medio construir en El Cabanyal, y al
tercero lo encontraron en un banco de la avenida de Blasco Ibáñez en tal estado
que no consiguió sobrevivir a su traslado al Hospital Clínico.
Estas
tres muertes no son algo anecdótico porque son parte de una lacra incrustada en
la médula de la sociedad, que cada vez parece más insensible e injusta. Así lo
entendieron las gentes que integran Assís.
Centre d’Acollida (http://www.assis.cat/),
una organización sin ánimo de lucro que atiende personas sin hogar que
subsisten mendigando y malviviendo por las calles de Barcelona. Y por ello, en
2006, tras la muerte de Rosario Endrinal, una pobre mujer indigente a la que
dos jóvenes rociaron con un líquido inflamable y prendieron fuego mientras
dormía en un cajero de Barcelona, decidieron recoger las noticias aparecidas en
los medios sobre muertes de mendigos.
Su
conteo alumbró que, entre enero de 2006 y finales de octubre de 2012, se
publicaron en España más de ochocientas noticias relativas a muertes de
personas sin hogar, distribuidas en más de un centenar de medios de
comunicación. Con esos datos elaboraron un informe provisional, titulado Violencia directa, estructural y cultural
ejercida contra personas sin hogar en España 2006-2012, cuyas escandalosas
cifras consideraron que apenas eran la punta del iceberg de una realidad que,
hasta hoy, ningún organismo oficial recoge, pese a los escalofríos que producen
estos intolerables sucesos. Aquel estudio documentaba que cada cinco días muere
una persona sin hogar en alguna calle de España, siendo la edad media de las
víctimas en torno a los 45 años. Otro dato que ofrecía es que la décima parte de
ellas son mujeres. Además, un 27% de los fallecidos fue víctima de agresiones,
un 8% de hipotermia y un 14% sufrió un accidente causado por fuegos encendidos
o imprudentes para protegerse del frío. No faltaron las muertes por
aplastamiento de quienes dormían en contenedores de basura, ni tampoco los fenecidos
por “causas naturales”, si es que puede denominarse así a morir en la calle.
Intoxicaciones, ahogos, insolaciones, caídas y atropellos fueron y son otras
causas habituales.
Aquella
publicación fue un avance del informe de resultados que pretendía sensibilizar
a la opinión pública y a los gobiernos ante la grave situación que se vivía en
España, con los desahucios en plena espiral, en la desgraciadamente continúan.
He hecho varias búsquedas para acceder al informe completo, que no sé si acabó
redactándose porque no he logrado encontrarlo. En cualquier caso, creo que lo
avanzado no precisa ampliaciones ni apostillas.
Es
evidente que no pueden tolerarse estas situaciones, como no pueden aplazarse las
soluciones. No se puede distraer el tiempo especulando sobre la validez o la
eficacia de los modelos de intervención y de atención social. Tampoco sirven
las estrategias que se vienen utilizando, ofreciendo plazas en los albergues a
quienes participan en programas de inserción social. Deberíamos plantearnos,
como se hace en Europa, generalizar las actuaciones del tipo “la casa primero”
(housing first), es decir, facilitar de
entrada el acceso de las personas a una vivienda con independencia de los
problemas mentales, sociales o de adicciones que tenga. Naturalmente hay que
trabajar en la calle, instituciones y ciudadanía, como hay que acabar con la
indiferencia y con la segregación y el aislamiento de las personas en situación
de exclusión.
Una
sociedad como la nuestra, pese a las dificultades que atraviesa, que no
justifican en modo alguno la indiferencia y/o la insensibilidad ante tamaños
despropósitos, debe contar con mecanismos para detectar las situaciones
extremas y ayudar a quienes lo necesitan de verdad antes de que sea demasiado
tarde. Es más, incluso ante la inevitabilidad de la muerte, debe garantizarse a
la persona un tratamiento digno, como a todo ciudadano, permitiéndole el acceso
efectivo a los servicios hospitalarios, en condiciones dignas y con las atenciones
adecuadas. Y eso no ha sucedido en el caso de nuestros conciudadanos
valencianos, como tampoco sucede habitualmente en otros.
Se
nos debería caer la cara de vergüenza por contribuir a que se sienten en el
hemiciclo políticos insensibles e incapaces de hablar y acordar medidas para
erradicar de inmediato situaciones como las que comento y otras equiparables,
que me sonrojan como ciudadano y como persona. Espero y deseo, es verdad que
con escasa fe, que el tiempo nuevo que se augura en la política del país
signifique un cambio radical en tal sentido. Pronto lo comprobaremos.
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