martes, 24 de febrero de 2015

¡No hay derecho!

Hoy se celebra en el Congreso de los Diputados el tradicional debate sobre el estado de la nación. Un debate que los trabajadores del circo mediático ya sitúan en los albores de un tiempo nuevo, en la antesala de un escenario político en el que parece que van a suceder cambios extraordinarios. De hecho, muchos ya lo han calificado como el debate del cambio. En cierto modo lo es, porque intervendrán los nuevos portavoces del PSOE e IU, Pedro Sánchez y Alberto Garzón. También, porque no solo cambian algunas cosas en el interior del Palacio de las Cortes, sino que el exterior está pidiendo paso con determinación.

Sin negar un ápice de legitimidad a los actuales parlamentarios, es evidente que casi todas las encuestas y estudios demoscópicos indican que la política española está al borde de un vuelco insospechado hace bien poco, con unas expectativas parlamentarias muy distintas a la realidad que conformó la Cámara actual, hasta el punto de que se anuncia a bombo y platillo el fin del bipartidismo. Parece, pues, inexorable la llegada de un tiempo nuevo, políticamente hablando, que, entre otras primicias, alumbra dos partidos con opciones de superar el 10% de los votos, que hoy carecen de representación en el Congreso: Podemos y Ciudadanos. Por todo ello, se augura que será un debate de cambios y que no podrá eludir la intensísima agenda electoral del año 2015, y lo que puede comportar para territorios como Madrid, Cataluña, Andalucía e incluso para el conjunto del Estado.

Pero todos estos cambios que se anuncian estoy seguro que no incluyen ni una sola referencia a algo que a mi me angustia hoy, que no es otra cosa que la indignación, la vergüenza y el abatimiento que siento porque en apenas quince días tres personas en situación de desamparo grave han muerto mientras dormían en las calles de Valencia. Solos, sin ayuda, sin recursos, víctimas de un invierno duro y de otras muchas cosas. Una de ellas falleció en el cajero donde dormía habitualmente. Otra en un edificio a medio construir en El Cabanyal, y al tercero lo encontraron en un banco de la avenida de Blasco Ibáñez en tal estado que no consiguió sobrevivir a su traslado al Hospital Clínico.

Estas tres muertes no son algo anecdótico porque son parte de una lacra incrustada en la médula de la sociedad, que cada vez parece más insensible e injusta. Así lo entendieron las gentes que integran Assís. Centre d’Acollida (http://www.assis.cat/), una organización sin ánimo de lucro que atiende personas sin hogar que subsisten mendigando y malviviendo por las calles de Barcelona. Y por ello, en 2006, tras la muerte de Rosario Endrinal, una pobre mujer indigente a la que dos jóvenes rociaron con un líquido inflamable y prendieron fuego mientras dormía en un cajero de Barcelona, decidieron recoger las noticias aparecidas en los medios sobre muertes de mendigos.

Su conteo alumbró que, entre enero de 2006 y finales de octubre de 2012, se publicaron en España más de ochocientas noticias relativas a muertes de personas sin hogar, distribuidas en más de un centenar de medios de comunicación. Con esos datos elaboraron un informe provisional, titulado Violencia directa, estructural y cultural ejercida contra personas sin hogar en España 2006-2012, cuyas escandalosas cifras consideraron que apenas eran la punta del iceberg de una realidad que, hasta hoy, ningún organismo oficial recoge, pese a los escalofríos que producen estos intolerables sucesos. Aquel estudio documentaba que cada cinco días muere una persona sin hogar en alguna calle de España, siendo la edad media de las víctimas en torno a los 45 años. Otro dato que ofrecía es que la décima parte de ellas son mujeres. Además, un 27% de los fallecidos fue víctima de agresiones, un 8% de hipotermia y un 14% sufrió un accidente causado por fuegos encendidos o imprudentes para protegerse del frío. No faltaron las muertes por aplastamiento de quienes dormían en contenedores de basura, ni tampoco los fenecidos por “causas naturales”, si es que puede denominarse así a morir en la calle. Intoxicaciones, ahogos, insolaciones, caídas y atropellos fueron y son otras causas habituales.

Aquella publicación fue un avance del informe de resultados que pretendía sensibilizar a la opinión pública y a los gobiernos ante la grave situación que se vivía en España, con los desahucios en plena espiral, en la desgraciadamente continúan. He hecho varias búsquedas para acceder al informe completo, que no sé si acabó redactándose porque no he logrado encontrarlo. En cualquier caso, creo que lo avanzado no precisa ampliaciones ni apostillas.

Es evidente que no pueden tolerarse estas situaciones, como no pueden aplazarse las soluciones. No se puede distraer el tiempo especulando sobre la validez o la eficacia de los modelos de intervención y de atención social. Tampoco sirven las estrategias que se vienen utilizando, ofreciendo plazas en los albergues a quienes participan en programas de inserción social. Deberíamos plantearnos, como se hace en Europa, generalizar las actuaciones del tipo “la casa primero” (housing first), es decir, facilitar de entrada el acceso de las personas a una vivienda con independencia de los problemas mentales, sociales o de adicciones que tenga. Naturalmente hay que trabajar en la calle, instituciones y ciudadanía, como hay que acabar con la indiferencia y con la segregación y el aislamiento de las personas en situación de exclusión.

Una sociedad como la nuestra, pese a las dificultades que atraviesa, que no justifican en modo alguno la indiferencia y/o la insensibilidad ante tamaños despropósitos, debe contar con mecanismos para detectar las situaciones extremas y ayudar a quienes lo necesitan de verdad antes de que sea demasiado tarde. Es más, incluso ante la inevitabilidad de la muerte, debe garantizarse a la persona un tratamiento digno, como a todo ciudadano, permitiéndole el acceso efectivo a los servicios hospitalarios, en condiciones dignas y con las atenciones adecuadas. Y eso no ha sucedido en el caso de nuestros conciudadanos valencianos, como tampoco sucede habitualmente en otros.

Se nos debería caer la cara de vergüenza por contribuir a que se sienten en el hemiciclo políticos insensibles e incapaces de hablar y acordar medidas para erradicar de inmediato situaciones como las que comento y otras equiparables, que me sonrojan como ciudadano y como persona. Espero y deseo, es verdad que con escasa fe, que el tiempo nuevo que se augura en la política del país signifique un cambio radical en tal sentido. Pronto lo comprobaremos.

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