viernes, 27 de febrero de 2015

Mierda.

¡Mierda!, me ahogo en mi propia ¡mierda!
Me pregunto quién me va a sacar de esta ¡mierda!
Veo vuestros culos hasta el culo de ¡mierda!
Mierda es lo que veo porque el mundo es una puta ¡mierda!
(Shé - Sabes que she. ISUSKO, artista de Hip Hop)

El capitalismo no ha muerto. La historia demuestra que las crisis le hacen reinventarse y fortalecerse alumbrando nuevas versiones mejor dotadas y con mayor capacidad de impacto sobre cuanto hay sobre la Tierra, y hasta más allá.

Cada vez me inquietan más los efectos que ha ido produciendo en el Planeta y fuera de él la prolongada y creciente escalada de depredación y de emisión de residuos generada por los modernos sistemas productivos, que afecta muy severamente al delicado equilibrio ecológico y a la vida de las personas. La generalización del modelo de desarrollo consumista, universalizado tras la caída del Muro de Berlín y el triunfo del capitalismo de Estado chino, parece haber erradicado casi definitivamente las viejas tradiciones conservacionistas, haciendo emerger ingenios tecnológicos y desregulaciones que aumentan exponencial y desbocadamente el nivel productivo y lo que ello conlleva: efímeras satisfacciones que benefician a unos pocos y ocasionan daños irreparables a los ecosistemas y al conjunto de la humanidad, haciendo imposible un desarrollo medioambiental sostenible.

Dos ejemplos, en zonas distintas y distantes de la aldea global, me ayudarán a ilustrar lo que digo. El primero de ellos, Agbogbloshie, en Accra (Ghana). Un basurero tecnológico situado en uno de los países más desarrollados del continente africano donde, según el informe elaborado por Green Cross Switzerland y el Blacksmith Institute, en 2013, existe una contaminación por plomo, cadmio y otros productos dañinos que supera en más de cincuenta veces los niveles libres de riesgo para la salud. El otro, la Serranía, una de las comarcas con mayor extensión de la Comunidad Valenciana (1400 km. cuadrados), que acoge diecinueve municipios y apenas 18.000 habitantes.

Reutilizacion de pantallas de ordenador
 en el basurero de Agbogbloshie (Ghana)
Aunque casi nada sabemos de ello, Ghana importa cada año más de 200.000 toneladas de residuos tecnológicos procedentes de Europa del Este. Hasta allí llegan mezclados materiales de todo tipo: ordenadores obsoletos, impresoras, frigoríficos, microondas, televisores, etc., cuyo reciclaje exige altos niveles de competencia profesional y sofisticados mecanismos para asegurar la protección de los trabajadores. La mitad de los componentes pueden reutilizarse, pero el resto se ‘recicla’ a costa de contaminar la tierra que los recibe y de perjudicar la salud de quienes los manipulan. Chatarra, fogatas y humo son el día a día en algunas zonas del basurero, donde “trabajan” jóvenes sin recursos provenientes de familias pobres que, prácticamente, dependen de lo que obtienen allí. Algunos de ellos son buscadores de cobre que queman las fundas de plástico que recubren los cables para conseguir el metal, utilizando para ello una espuma muy contaminante cuyos efluvios se vierten a la atmósfera. Oficialmente, Agbogbloshie es un centro de procesamiento de basura tecnológica. Realmente, no es ni tan siquiera un basurero desregulado porque es un simple asentamiento ‘informal’ en el que conviven zonas industriales, comerciales y residenciales. Una zona en la que los metales pesados expulsados por los procesos de quema llegan a las casas y a los mercados sin que nadie ponga coto a semejantes desatinos. Un lugar en el que los escarbadores de las migajas del desarrollo cumplen una función casi biológica a costa de su salud, e indirectamente de la de los demás.

Pese a este panorama, en Agbogbloshie hay lugar para la esperanza. Entre otras iniciativas, Agbogbloshie Makerspace Platform (AMP) es una ‘TechHub’ en África que, teniendo en cuenta el entorno, pretende dar nueva vida a la basura creando a partir de los desechos, haciendo que los productos venenosos vuelvan a ser una fuente de desarrollo, utilizando el ingenio y la creatividad. De alguna manera AMP significa un loable intento de conectar el espacio de "innovación" africano con una dimensión más sucia, más física, más manual. Es un proyecto joven y concienzudo, que empezó hace un par de años, con el que ambicionan construir un ‘makerspace’, acompañado de una plataforma digital para el intercambio de información sobre los aparatos eléctricos y electrónicos. Sus esfuerzos se centran en la investigación, la demostración y la divulgación de nuevos métodos de reciclaje que son más seguros para las personas y para el Planeta. Creen que si sus propuestas de reciclaje alternativo ganan terreno en Agbogbloshie, por ser económicos, accesibles y sostenibles, lograrán sustituir a las prácticas actuales. Evidentemente, saben que los recicladores informales van a seguir buscándose la vida entre la basura electrónica, porque es su única fuente de ingresos, de la misma manera que los contenedores llenos de los desperdicios del desarrollo tecnológico seguirán esparciéndose por Agbogbloshie. La clave es encontrar sinergias entre los dos fenómenos tan dispares que conviven en ese ecosistema.

Pero no es necesario desplazarse 4000 km. para encontrar el paisaje de la rapiña y la desolación, en este caso sin alternativas esperanzadoras. Lo tenemos junto a nosotros, en la Vega Baja del Segura, en Xixona o en la Serranía. Todos ellos territorios apetitosos por su escasa capacidad para movilizar la ciudadanía, por su despoblación, por ambas o por otras razones, que cada cierto tiempo les hacen protagonistas involuntarios de abusos e infortunios.  

La Serranía es la comarca donde nací, una tierra herida en su corazón por la emigración, consecuencia de las escasísimas oportunidades de vida que ofrece. Hace cinco o seis décadas, cuando el país empezó a transformarse, la Serranía continuó como estaba. Nadie se preocupó de habilitar infraestructuras o de dinamizar el tejido productivo para mantenerla con vida. Desde entonces es una tierra olvidada. Y más vale así, porque cuando alguien se acuerda de que existe es para agredirla, para quemarla o para llenarla de mierda.

En los últimos veinticinco años se han contabilizado al menos catorce intentos, que afectan a la práctica totalidad de sus municipios, para depositar en ella lo que sobra en las ciudades y en las localidades de la costa. Alucina estar ante unos visionarios que imaginan –porque les conviene– que una comarca poco poblada, situada en la cola del crecimiento económico de la Comunidad Valenciana, que acoge casi 80.000 Has. de masa forestal, donde todavía se puede disfrutar de la ‘vida de pueblo’, es el lugar idóneo para instalar macrovertederos, plantas depuradoras de aguas residuales, incineradoras de harinas cárnicas, canteras y minas a cielo abierto, parques eólicos, etc. Un conjunto de lindezas que son consecuencia directa de aquella filosofía que reza: “lo que no quiero para mí, que se lo coman los demás”, que traducida a la vida cotidiana se concreta en ruindad, en la opacidad de las negociaciones que las empresas mantienen con los ayuntamientos y las administraciones, en la nula aportación al desarrollo de la comarca, en enfocar la recogida residuos como un negocio y no como un servicio público, en no reinvertir las ganancias en crear riqueza en la zona expoliada, etc., etc. En suma, en un caudal de razones para justificar el beneficio de unos cuantos, despreciando llanamente toda preocupación medioambiental o de promoción del desarrollo comarcal.

Hace décadas que los ciudadanos que habitan estos lugares –y otros que se solidarizan con ellos– luchan para intentar salvar esta tierra de las continuas agresiones medioambientales que sufre. Desde que, en 1989, la Serranía se unió para oponerse a un proyecto que pretendía enterrar en ella todos los pararrayos radiactivos, los serranos y sus amigos no han cejado en mantener un pulso continuo en defensa de su territorio. Siquiera sea por una sola razón: porque quieren legarlo a sus nietos como lo recibieron de sus padres, poco más o menos.

Y esto nos devuelve al principio, a las consecuencias de ese capitalismo depredador y salvaje, que no conoce continentes, territorios, ni personas. Al que nada le importan las cuestiones medioambientales ni tampoco las humanitarias. Un energúmeno que no conoce otra finalidad que no sea el lucro y que acabará arrasando el Planeta y matándonos a todos. Solo así puedo imaginar su extinción.


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