miércoles, 18 de febrero de 2015

‘Torico’ de la cuerda, en Gestalgar.

Otra vez de regreso a las raíces. Esta vez para disfrutar del ‘torico’ de la cuerda, una novedad instaurada hace escasos años que adquiere creciente popularidad por momentos. Una importación de la vecina localidad de Chiva, en la que es un festejo bicentenario. La globalización tiene, también, estas cosas, además de sus conocidas maldades. Afortunadamente.

En esta ocasión invitamos a nuestros parientes murcianos. Según lo previamente acordado, el viernes, a media mañana, estaban en la puerta de casa. Cargamos en su coche los bártulos y juntos nos dirigimos hacia Gestalgar. Apenas era la una del mediodía y ya estábamos en Cheste haciendo unas compras y restaurándonos en un pequeño negocio familiar en el que es habitual la comida casera, sabrosa y a buen precio. Dimos buena cuenta del tradicional arroz al horno y otras especialidades de la casa antes de dirigirnos al pueblo recorriendo el sinuoso trazado de la CV-379, que sigue siendo el antiguo camino de carro, aunque ahora está asfaltado.

Nos esperaba una tarde magnífica, soleada y espléndida, antesala prometedora del sábado del torico. Nos acomodamos en una casa gélida, como siempre, que nos apresuramos a caldear prendiendo en la chimenea troncos de naranjo procedente de huertas esquilmadas e improductivas. ¿Cuánta vida le queda a la huerta, pese o gracias al goteo? La tarde transcurrió entre los combates contra el frío, la disposición de camas y abrigos, las compras y  preparativos para la cena, el apresto de las brasas y los saludos habituales a vecinos y conocidos.

Nos sorprendió un inusitado programa de festejos, que incluía vaquillas y toro embolado para esa noche. Y así se desarrolló. Puntualmente, a las doce (servidumbres de seguros y permisos gubernativos), se dio suelta a dos vaquillas y, tras ellas, a un toro embolado, para delicia de cuantos habían hecho el meritorio esfuerzo de apostarse tras las barreras y acomodarse en los entablados. La noche era algo más que fresquita, aunque no heladora, como otras que he sobrellevado. Por otra parte, el ganado dio cierto juego, especialmente las vaquillas.  El toro, realmente, no fue de especial relumbrón; digamos que cumplió, sin más.

Nos retiramos antes de que encerrasen al animal. Encontramos en casa un cobijo generoso, que empezaba a estar caldeado y que nos permitió descansar a plena satisfacción. Nos dormimos mientras escuchábamos en lontananza los gritos de jóvenes y niños citando y alentando al toro. Después nos sobresaltó varias veces el vocerío que acompaña habitual e intempestivamente la retirada de las personas a sus respectivos domicilios. Todo hacía presagiar que se acercaba una fecha señalada de las fiestas de San Blas: el día del ‘torico’, una jornada que concita la concurrencia de un numerosísimo público forastero, que incluye gente de Lodosa y Onteniente, dos localidades hermanadas y colaboradoras habituales en este festejo.

A las nueve de la mañana, una concurrida charanga -que no sé realmente cómo se ha conformado, pero que es extraordinaria- abría el día con un pasacalle que, a modo de ‘despertá’, recorrió las calles del pueblo. Todo el mundo estaba en pie para presenciar la salida del primer toro, programada para las diez. Las reses anunciadas pertenecían a la ganadería de Fernando Machancoses, de Cheste, hierro prestigioso en las localidades de la comarca e incluso más allá. Ganadero, por otra parte, descendiente de otros que hace más de cincuenta años corrían sus reses en el pueblo. Divisa de acreditada solera, por tanto.

A las nueve y media estábamos en la plaza preparados y dispuestos para acompañar a músicos y mozos en su camino hacia la carretera –ahora denominada avenida de la Diputación- para presenciar la salida del primer ‘torico’. Un toro ensogado con una cuerda que incorporaba vetas blancas y azules entrelazadas, como corresponde a la novísima tradición instaurada en la villa.

Previamente a su suelta, mi cuñado y yo adoptamos las necesarias precauciones, situándonos en la parte posterior de un tractor estacionado en la avenida. Allí, sorteando con la mirada los cogotes de algunos inoportunos espectadores -seguramente expertos en situarse en el lugar que no deben- presenciamos la carrera de un magnífico ejemplar, cuyo comportamiento evidenciaba que había sufrido en otras ocasiones la doma de la cuerda. Pasó ante nosotros raudo y veloz, precediendo a los mozos, a quienes había dado alcance apenas 70 u 80 metros después de iniciar su carrera desde el camión en que estaba recluido, que se hallaba estacionado junto a los pilones de la carretera.

En el cruce de la avenida de la Diputación con la calle Miguel Hernández, torció camino del pueblo y fue amarrado en la primera posta, junto al kiosco, para delicia de los habitantes de las casas vecinas. Desde allí siguió su recorrido por la calles de la Acequia y de la Fuente hasta alcanzar la parte alta del pueblo, calles de la Paz, Verónica, etc. y el conjunto de estaciones previstas para transitar y hacer los parones oportunos en las postas preparadas a tal efecto. Una carrera perfecta, sin incidencias notables, al gusto de la concurrencia. Un éxito.

A este primer toro le siguieron otros dos. El primero, de menor volumen, pero también con buena presencia. Un toro con protecciones en sus astas que corrieron los mozos de Onteniente, que lo bregaron a su particular usanza. Una tradición ancestral, allá por el siglo XVII, que tiene la particularidad del enfundado de las astas del animal con cuero para evitar percances mayores. También ellos hicieron su recorrido sin incidencias y a satisfacción de propios y extraños.

Finalmente, la conducción de la carrera del tercer toro correspondió a los jóvenes visitantes de Lodosa que, fieles a su tradición decimonónica, dejaron ir al animal a su libre albedrío mientras manejaban hábilmente la soga evitando que embistiese a cuantos encontró a su paso. Esta modalidad hace que a veces las carreras se circunscriban a una parte muy limitada del circuito. Así sucedió en este caso, para satisfacción de quienes se encontraban apostados en esas calles y disgusto de quienes esperaban su paso por otras. En síntesis, más allá de leves e inevitables percances, tampoco en este caso se produjo incidente o lesión de importancia. Eran las dos de la tarde y había concluido una sesión taurina más que satisfactoria.

Daba comienzo entonces una segunda parte festiva, que puso al pueblo en estado de efervescencia a partir del mediodía. Calles repletas de gente, establecimientos llenos de compradores, bares a reventar, juventud por doquier, niños vociferando, corriendo y divirtiéndose, madres y padres gozándolo más que sus hijos. Viejos ilusionados y dicharacheros comentando y criticando el anecdotario del día y asistiendo incrédulos a tamaña agitación. Todos celebrando con regocijo la ebullición del pueblo, la revitalización de una comunidad que dormita en más de las cuatro quintas partes del año. ¡Qué gloria!

Hay que descubrirse ante la Peña Taurina de Gestalgar que integran un puñado de jóvenes que organizan, promocionan y financian estos festejos, consiguiendo así insuflar una hálito de vida y de esperanza a una población progresivamente mortecina y exánime. Iniciativas como estas le hacen recobrar el pálpito, siquiera un par de veces al año. Animo a estos jóvenes a perseverar en un esfuerzo que merece la pena, de verdad, porque logra revivir el vigor de un pueblo y de su gente. Una experiencia que reconforta y retrotrae a otros tiempos, no sé si mejores, en los que diariamente fue lo que hoy solo es posible en días como estos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario