domingo, 18 de septiembre de 2022

Siempre estarás conmigo

Domingo, 18 de septiembre. Poco más de las diez de la mañana. Suena el teléfono. Veo la procedencia de la llamada e intuyo las malas noticias. Es mi sobrina Begoña, desde Chiva. Casi sin dejarla hablar, le espeto: —La tía Amparín. Y me responde: —No, la tía Emilia. Siento un mazazo atroz, por inesperado. Me rehago como puedo y recuerdo de inmediato nuestra última conversación telefónica durante los bochornosos días de julio. Todo estaba en su sitio, como casi siempre. Sin embargo, en apenas un par de días, Emilia ha emprendido su viaje definitivo cuando apenas rebasa los ochenta y un abriles. Y lo ha hecho como ha afrontado todas las cosas en la vida: con talante, ligerita de equipaje, dando poca faena y haciendo escaso ruido. ¡Qué grande has sido, querida Emilia!

Siempre he percibido que lo que me unía a ti eran lazos afectivos similares a la hermandad, quizá uno de los vínculos más sólidos y perdurables de cuantos trabamos los seres humanos. Sabes que fraguamos esa relación durante el quinquenio que viví en tu casa, en el horno de tu padre, durante la década de los sesenta. Si bien es cierto que cronológicamente nos separa algo más de una década, desde el inicio de nuestra relación percibí en ti la cercanía que experimentan las personas con sus hermanos mayores. No nos unía la sangre, pero siempre te he considerado casi como una hermana, que he querido y quiero intensa y fraternalmente.

Son decenas las anécdotas, vivencias y emociones que podría enumerar en esta apresurada y breve exégesis de una persona esencialmente sencilla, familiar, cercana y rebosante de valiosos atributos: afable, laboriosa, fraternal, comunicativa, optimista, competente, inteligente, bondadosa… Todo lo bueno cabe en el perfil de Emilia. Pero si algo merece destacarse de su entidad personal es su enorme resiliencia. Ha logrado compendiar, como pocos, la capacidad de adaptarse a la adversidad, de reflotar, tras experimentar profusas dificultades y angustias. En mi opinión, Emilia ha sido un ser esencialmente resistente, una persona que ha vivido una existencia dura, con demasiados sinsabores, exigencias y renuncias, con abundantes reveses y con mucho trabajo. Nada de ello ha logrado borrar la sonrisa de su boca «corachana», de labios carnosos y sensuales. La misma que en los años sesenta iluminaba el dulce rostro de quien entonces era una jovencita enamorada y feliz.

En este tiempo que vivimos, de tanto doliente adiós y tanta indeseada despedida, tomaré prestados los versos de otro afligido optimista, García Montero, para decirte que: 

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminando
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

[…] 

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Y en ello persistiré, querida Emilia, porque siempre estarás conmigo