miércoles, 22 de noviembre de 2023

Crónicas de la amistad: Aspe (50)

Hoy, nuestro particular y amistoso periplo discurría de nuevo por tierras de Aspe. Casi retornábamos a los comienzos de nuestros cónclaves, que ya se prolongan por espacio de más de una década. Entre otras cosas, hemos experimentado en ellos que la amistad es un elemento clave para la comunicación, un soporte esencial de las relaciones interpersonales. De ahí que sea uno de los grandes asuntos que han estimulado la inquietud y motivado la reflexión de los seres humanos a lo largo de la historia. Sabios y filósofos nos han legado consideraciones sobre la amistad que tienen plena vigencia, pues al fin y al cabo no es sino un propósito íntimo, propicio para la cavilación y el autoconocimiento, que coadyuva a reencontrarnos con nosotros mismos. No albergo la menor duda de que la amistad es un elemento de crecimiento interior que ayuda a encarar la vida con optimismo y provecho. Ya lo dijo el escritor estadounidense Orison S. Marden: «Gran cosa es tener amigos entusiastas que se interesen constantemente por nosotros y por nosotros trabajen en toda ocasión, alentándonos con estimulantes palabras siempre que convenga, y que, al propio tiempo, soporten nuestras impertinencias, escuden nuestras debilidades, deshagan las calumnias y mentiras que nos perjudiquen, desvanezcan las malas impresiones, nos pongan en buen lugar cuando necesitemos quien nos defienda en nuestra ausencia, desbaraten los prejuicios levantados por algún error o tropiezo y estén siempre dispuestos a nuestro mejoramiento y auxilio».

El discurrir de hoy por determinadas áreas del término municipal aspense camino de nuestro inicial destino, la cafetería Sama, cercana al parque dedicado al Dr. Calatayud, nos ha sumergido de nuevo en una muestra paradigmática del dominio árido característico del sureste peninsular, excelentemente representado por el territorio que se extiende en la cuenca meridional de los valles del Vinalopó. De nuevo, hemos incursionado en un paisaje modelado por el clima estepario, con perceptibles influencias en la vegetación y en los cultivos que individualizan estas tierras alicantinas, organizadas por sierras interiores salpicadas de amplios corredores, en las que menudean las parcelas dedicadas la explotación de la uva de mesa, mediante un laboreo que combina la espaldera y el emparrado. Un territorio que apela al recuerdo del maestro Azorín, narrador inimitable de sus paisajes y sus atávicos ritos y costumbres. Un paisano que propone la modestia para compensar las inquietudes intelectuales, el disfrute de los pequeños grandes placeres que esconden los objetos y las experiencias cotidianas. De ahí que, desde una perspectiva literaria, formule el programa de acción de su párvula filosofía a través de la estética del reposo, definida por el silencio, la quietud y el ritmo pausado de las labores. Un universo que describe como nadie con su característico estilo de frases breves y precisas, de descripciones escuetas y expresionistas. En suma, utilizando los mínimos recursos para decir lo máximo posible, una estrategia idónea para describir el peregrinaje por el singular horizonte de lomas y ondulaciones, de barrancos y cañadas, que modelan las vertientes de colinas y oteros sucediéndose en una suerte de oleaje infinito.

Un paisaje, este, cuya contemplación alimenta mi placentera quietud reflexiva desde la que evoco que, en ocasiones, se ha considerado la debilidad humana como posible causa de la amistad. Sócrates, sin ir más lejos, entendía que tener muchos amigos era una señal de descrédito y no un símbolo de prestigio. Argumentaba al respecto que las personas somos seres incompletos, carentes de autosuficiencia y bondad. De esa constatación, deducía que nuestra propia debilidad natural podría ser la causa eficiente del origen de la amistad, pues al ser imperfectos necesitamos del apoyo de los otros. Discrepo del eminente filósofo porque, aunque me parece positiva su propuesta de reconocer y aceptar las propias carencias, entiendo que la necesidad de alcanzar aquello de lo que estamos desprovistos no es causa suficiente para generar una amistad auténtica. Considero que la amistad inducida por la mera necesidad busca esencialmente la utilidad y, en tal caso, cuando se consigue esta, pierde su sentido la otra y se abandona. De modo que un vínculo amistoso de semejante naturaleza se esfuma con relativa facilidad. Es más, la amistad concebida así encarna un peligro de rabiosa actualidad que debe combatirse resueltamente porque la mera utilidad conduce sin solución de continuidad al pragmatismo, este al utilitarismo y, finalmente, al más atroz individualismo.

Por ello, concuerdo más con otros estudios que aluden a dos requisitos fundamentales para alcanzar la felicidad en la amistad: la vida en común y el ejercicio conjunto de las virtudes. Respecto al primer asunto, diré que la felicidad presupone actividad, implica actuación. Y no cabe duda de que resulta más fácil interactuar con los demás que hacerlo con nosotros mismos. Por otro lado, es bastante común el deseo de compartir determinadas circunstancias vitales con los amigos y disfrutar de su compañía. De ahí que en la amistad se dé el intercambio de opiniones y de pensamientos, y fructifique también el diálogo, que requiere el empleo de las palabras y el uso de la razón. Todo ello, indubitablemente, contribuye al enriquecimiento personal. Ya lo dijo Aristóteles: «El hombre dichoso necesitará de amigos, si es verdad que quiere contemplar acciones buenas y hacerlas propias, y tales son las acciones de un amigo que es bueno» (Ética a Nicómaco).

Por otro lado, la felicidad conecta con la amistad porque practicando las virtudes conjuntamente con los amigos se puede alcanzar el bien y la felicidad. En ello radica la importancia de la virtud para lograr la felicidad y, a la vez, de ahí emerge la amistad como condición sine qua non para ejercitarse en las virtudes. La virtud es el modo de ser que capacita para llevar a la práctica las mejores acciones que, en definitiva, son las que conducen a la felicidad. Quienes aspiran a ser felices actúan preferentemente conforme a la virtud, enfrentando las vicisitudes de la vida con la moderación que demanda cada circunstancia. Como afirma Aristóteles: «La vida feliz será la del que actúe de acuerdo con la virtud» (Ética a Nicómaco). La persona virtuosa tiende a ayudar y prestar servicios a sus semejantes porque los seres humanos necesitamos amigos a quienes favorecer. Las acciones virtuosas tienen características agradables y, en consecuencia, quienes las practican tienden a realizar buenos actos. De modo que los amigos, al realizar obras virtuosas conjuntamente, se ayudan mutuamente para alcanzar la felicidad. De este modo se materializa un triple vínculo entre felicidad, amistad y virtud que tan acertadamente sintetiza la frase: «el hombre feliz necesita amigos virtuosos».

En tanto que perfeccionaba la anterior perorata, habíamos recorrido los escasos kilómetros de la A-7 que separan las afueras de Alicante del cruce con la CV-847, que conduce a Aspe. El paisaje y la hora disuadían de continuar con la monserga y estimulaban a refugiarse en el prosaico territorio de la subsistencia. Como en otras ocasiones, Antonio García nos había emplazado a las 12:30 horas en la cafetería Sama, junto al parque dedicado al médico Francisco Calatayud Gil, que fue alcalde entre 1927 y 1930, y que continúa siendo el principal pulmón de la población. Una obra que se inauguró en 1942, diseñada por el aparejador municipal, Higinio Perlasia, que también es artífice del colindante mercado de abastos, de traza neoárabe, edificado en 1930. El parque, que ya fue espectacular en su tiempo, continúa siendo uno de los de mayores dimensiones y más frecuentados del municipio. A lo largo de su historia ha sufrido numerosas reformas que, afortunadamente, han respetado sus ocho características pérgolas de obra y madera, decoradas con azulejos, y el remate de la escultura de la fuente central, obra del reconocido escultor Daniel Bañuls.

Tras los protocolarios abrazos y parabienes, mientras esperábamos a que llegasen los más retrasados y nos poníamos al día de las diferentes novedades, hemos despachado un aperitivo a base aceitunas rellenas, patatas chip, mejillones en escabeche y berberechos en su jugo, que nos ha dispuesto el espíritu para desplazarnos inmediatamente al restaurante Pabellón Deportivo, donde Antonio había reservado la comanda, que hoy componía un menú integrado por un surtido de aperitivos a base de jamón ibérico al corte, pulpo a la gallega, gambas con cabeza al ajillo y salazones alicantinos con tomate trinchado. Como plato principal se ofrecía codillo al horno, solomillo de ternera, bacalao al perfume de ajos, caldero de gallina, arroz meloso con carabineros, arroz con conejo y caracoles y arroz con bogavante. Como remate, se brindaba un postre casero, acompañado de café e infusiones. Todo ello bien regado, con cervezas y vino. Optamos por platos diversos, singularmente solomillo, codillo y arroz meloso con carabineros. Globalmente una cuchipanda aceptable, que hemos despachado displicentemente.

Como no podía ser de otro modo, nos hemos desplazado a una terraza exterior protegida, pues hoy hacía «rasquilla», para iniciar la sobremesa y apurar los cafés y las copillas. Obviamente, Antonio Antón ha dirigido el remate canoro de este quincuagésimo encuentro, en el que hemos vuelto a echar de menos a Elías, que ha incluido piezas clásicas de su inagotable repertorio como Si em dius adéu, La briola i el cremaor, Un alcalde de la población, Perque visc en la teulera, Les danses d'Elx, La cançó de les balances, Aline, María la portuguesa, Si Adelita se fuera con otro, La llauradora o De l'aigua dolca venim.

En fin, como dice Cicerón: «¿Qué dulzura quedará en la vida si se quita la amistad? Privar la vida de amistad es como privar al mundo del sol. La amistad es lo único sobre cuya utilidad está de acuerdo toda la humanidad». De modo que, para no discrepar de la inmensa mayoría —aunque ello nos importe un pimiento— y para exprimir el disfrute de los valores amistosos, Luis nos ha emplazado en Novelda, a finales del próximo enero. ¡Salud y felicidad hasta entonces, amigos!



domingo, 19 de noviembre de 2023

A propósito de: «¿Y si el problema fuera Madrid?»

En estos días, algunos aluden a lo que parece que escribió en su blog Iñaki Anasagasti el 22 de marzo de 2021, con el rótulo que encabeza esta entrada. Un texto que reproduzco más abajo (https://ianasagasti.blogs.com/mi_blog/2021/03/y-si-el-problema-fuera-madrid.html). Muchas son mis discrepancias con Iñaki, incluida su creencia de que España estaría más cerca del federalismo con un cisma independentista que sin él. Pese a ello, valoro la claridad y vigencia de sus opiniones, que son especialmente merecedoras de refrendo por haber sido vertidas en un contexto distante y desapasionado, muy diferente del actual en el que algunos, que parecen muchos, vocean desde su ficticia e inaceptable preñez de ardores y flatulencias. Nos atufan a todos y no debemos tolerarlo. Sea verdad o suplantación, decía Iñaki:

«¿Y si el problema no fuera ni Cataluña ni España? ¿Y si el problema fuera Madrid? No Madrid como ciudad, ni como conjunto. Madrid como lugar donde una pequeña élite improductiva siente peligrar sus privilegios. La casa real, el corpus político, la ingente cantidad de funcionarios de alto rango, la cúpula militar, los miembros de los consejos asesores de las mayores compañías del país, la plana mayor de la judicatura superior, conferencias episcopales, cortesanos mediadores e intermediarios con el poder, etc., etc., etc. 

Es una masa poblacional que no produce absolutamente nada, pero en cambio precisa de unos recursos enormes. Ese grupo, que es reducido comparativamente, acumula una gran cantidad de poder y de capital. Antaño, para sufragar los gastos de esa aristocracia indolente existían los diezmos, hoy los impuestos. 

Porque la primera necesidad de ese grupo es su propia subsistencia. Esa élite es la que ha vivido y vive en una realidad paralela, donde las crisis son poco menos que fenómenos meteorológicos y donde Madrid es principio y fin de aquello que ellos entienden como España. Infraestructuras radiales, sobre estructuras alrededor de la capital que deben ser rescatadas, ejes del Atlántico o del Mediterráneo que deben pasar por Atocha, son muestras de lo que digo. No conciben un modelo territorial que no rodee la Puerta del Sol, pero además han sido incapaces de generar un proyecto de Estado que aglutine a lo que ellos llaman la periferia que, cada vez más, es aquello más allá de la M-30. 

El único objetivo común que han sido capaces de enhebrar es el odio hacia lo que ellos llaman los nacionalismos periféricos. Eso sí que lo han ejercido con maestría. La excusa ha sido que quieren romper España, pero en realidad es el miedo a su propia subsistencia. Para un habitante de buena parte del país es más dañino el mantenimiento de esas estructuras improductivas que la posibilidad de que el estado se fragmente. 

Pero eso se ha ocultado de forma brillante. En realidad hay capas sociales de esas periferias que han colaborado profusamente con esa élite, para conseguir su parte del pastel. Buena parte de la actual parálisis del procès de debe a que está en manos de esas élites locales colaboracionistas con el núcleo improductivo de la aristocracia (por llamarla de alguna forma). 

Llevo tiempo pensando que si conseguimos desarticular ese palco del Bernabéu, con sus sucedáneos locales, seremos capaces de articular un espacio habitable. Si no es así, la única opción es huir. Cuando se habla de federalismo, que ha sido mi opción durante muchos años, se ignora esa realidad. Sin el desmantelamiento de la élite improductiva alrededor de la villa y corte, no es posible un cambio de modelo territorial. Y creo que incluso para los «indepes» debería ser una lucha prioritaria. La izquierda estatal debería darse cuenta de que con la lacra de todos esos vividores, es imposible cualquier avance. 

Hoy por hoy, me parece que una buena herramienta de producir ese cambio y de expulsar a esa élite extractiva que vive del resto, es el proceso de independencia, no por ninguna cuestión identitaria simplemente porque España, con su actual modelo de epicentro único, no sobrevive sin Cataluña, de ahí su resistencia. 

Si el 20% del PIB estatal desaparece, España tendrá que cambiar de modelo de gestión, sí o sí. Eso sin olvidar que no podemos dejar el proceso en manos de los colaboracionistas que siempre han sido lacayos advenedizos de ese núcleo. 

Creo que España estará más cerca del federalismo con un cisma independentista que sin él. Pero si alguien me convence de que hay un proyecto para acabar con esa élite extractiva, improductiva e hipercentralista, me alisto ya mismo».

Pues, esencialmente estoy de acuerdo contigo, Iñaki; matices, pocos y aparte.

Los que aquí se ven, ni alcanzan el 3% de los habitantes de Madrid, ciudad.


viernes, 10 de noviembre de 2023

Quince centímetros

Esa es, exactamente, la distancia que media actualmente entre las estaturas de mis nietos. Quince centímetros que resumen la ventaja que el mayor ha logrado sobre la pequeña durante los dos años y cuarenta y cinco días que separan sus respectivos alumbramientos. Gardel decía en su canción que veinte años no es nada. Y otros han apostillado que tampoco lo son veinticinco, treinta, o incluso cincuenta. Todos erraron. Veinte, treinta o cincuenta son muchos, demasiados, años. Obviamente, según la mirada desde la que se contemplen, que, en mi caso, corresponde a la que hoy forja en mi mente y en mi corazón el recuerdo de dos espléndidas criaturas de siete y cinco años, cuyas edades son pequeñeces si se las compara con las añejas humanidades que vamos completando quienes peinamos canas —a veces, ni eso— y estamos de vuelta de tantas y tantas cosas.

Pronto hará un año que escribí en este blog los últimos renglones sobre Fernando y Arizona. Fue con motivo de nuestra coincidencia en Gestalgar, a donde se desplazaron con sus padres desde Madrid. Era noviembre y los niños ponían sus pies en el pueblo por primera vez. Cuanto encontraron allí fue extraordinario para ellos. Aquel fin de semana comprobamos reiteradamente su curiosidad y su asombro al contemplar espacios domésticos y naturales novedosos y desconocidos, productos agrícolas y objetos locales manufacturados, juguetes antiguos y desusados, comercios tan precarios como peculiares. Incluso degustaron productos que, pese a conocerlos, no habían probado antes. Les sorprendió, además, una casa de pueblo que, aunque está renovada, tiene espacios y recovecos para jugar y esconderse. Muchas fueron las anécdotas y no menos las alegrías que nos depararon los apretados días compartidos en un desertizado y párvulo lugar, cuyas proporciones siguen siendo acordes con la dimensión de las personas.

Retomo el hilo de relato parental, hoy que vuelven a estar con nosotros en Alicante, para decir que, aunque hace un año que no los menciono expresamente en este blog, no hay día que no los recuerde y los eche de menos. Y si por un casual ello sucede, ahí está el grupo de WhatsApp Los abuelos de Fer y Ari para recordármelos. Ahí están los chats, las fotografías y los vídeos que nos envía sistemáticamente su progenitor, que son como una suerte de cordón umbilical que enlaza a la familia permanentemente.

Durante el amplio intervalo al que me he referido, Fernando se ha consolidado como un pequeño hombrecito que, mientras sus abuelos sufrían y se trataban algunos de los variopintos e inevitables achaques característicos de sus edades, ha crecido 5 o 6 centímetros y ha perdido algunos de sus dientes de leche (creo que son cuatro). Por otro lado, por lo que percibo cuando hablo telefónicamente con él —poco, la verdad, porque no le gusta— y con lo que contrasto cuando lo veo personalmente, diría que ha consolidado y refinado su percepción del transcurso del tiempo, diferenciando correctamente las unidades de su medida. Según dicen sus profesoras, es un alumno ejemplar que muestra sus preferencias por un estilo de aprendizaje relacionado con las actividades prácticas, que le gusta desarrollar de forma independiente y tranquila.

En lo relativo a su desarrollo afectivo y social, percibo en sus desempeños un creciente interés y sensibilidad con los sentimientos de los demás, aprecio cómo va modelando su empatía, importándole y preocupándole las opiniones y estados de ánimo de los otros (no solo de sus familiares directos). Por otro lado, por lo que cuentan sus padres, parece que ha cambiado algunas de sus amistades, ampliándolas a otros niños, mayoritariamente compañeros de colegio. También ha mejorado su coordinación motriz en actividades que requieren la concurrencia de movimientos grandes. Nada con soltura, se lanza a la piscina desde cualquier posición, muestra notoria habilidad para conducir vehículos (karts, patinetes…), manejarse en las atracciones de feria, etc.

Arizona, por su parte, ya reconoce la mayoría de las letras del alfabeto. Cuenta hasta veinte objetos. Sabe los nombres de casi todos los colores. Comprende los conceptos básicos del tiempo y distingue perfectamente para qué se usan la mayoría de los objetos que tienen en casa (dinero, alimentos, aparatos electrodomésticos...).

En el ámbito del desarrollo afectivo y social, quiere agradar a sus amigos y ser aceptada por ellos, aunque a veces rechaza a algunos compañeros arguyendo que la insultan o le pegan. Suele obedecer las reglas y manifiesta una independencia creciente. Ha aumentado su capacidad para distinguir entre la fantasía y la realidad, aunque disfruta de los juegos de simulación y también disfrazándose. Participa en juegos sociales, preferentemente con niñas.

En cuanto al lenguaje, es capaz de mantener una conversación significativa con otra persona, comprende las relaciones entre los objetos («Tito monta en bicicleta»), usa el tiempo futuro, suele aludir a las personas (u objetos) por su relación con otros («la mamá de Celia», en lugar de «la señora Marta», por ejemplo), relata una pequeña historia o cuenta cuentos, haciéndose entender muy bien.

En la esfera del desarrollo sensorial y motor, sabe dar volteretas, hacer el pino, andar a saltos y hacerlo a la pata coja; así como balancearse y trepar. Usa sola el baño y rara vez moja la cama. Por otro lado, tiene bien desarrolladas ciertas habilidades motoras finas que le permiten copiar figuras geométricas, dibujar personas con cabeza, cuerpo, brazos y piernas. Escribe casi todas las letras minúsculas y mayúsculas del alfabeto. Se viste y se desviste con progresiva autonomía, aunque a veces necesita ayuda y todavía no ha aprendido a atarse los cordones de los zapatos. Además, come autónomamente con tenedor y cuchara.

Hoy me interesa destacar especialmente la positiva interacción que se percibe entre Arizona y Fernando. La relación entre hermanos es probablemente una de las más duraderas de nuestras vidas y juega un papel fundamental en el día a día de las familias. Sin embargo, en comparación con la gran cantidad de estudios realizados sobre la convivencia entre padres e hijos, es mucho más exigua la atención que se ha prestado al papel de los hermanos y a su impacto en el desarrollo mutuo, pese a constituir un componente integral de los sistemas familiares y coadyuvar a conformar un contexto importante para el aprendizaje y el desarrollo.

En la primera infancia, las relaciones entre hermanos presentan cuatro características esenciales: a) las define una fuerte carga emocional con pocas  inhibiciones;  b) predomina en ellas la intimidad (juegan juntos durante mucho tiempo y se conocen muy bien), lo que favorece las oportunidades para proporcionarse mutuamente apoyo emocional e instrumental; c) existen grandes diferencias individuales en la calidad de las relaciones; y d) a menudo, la disparidad de edades hace que se generen disputas, pero a la vez propicia un contexto positivo de intercambios complementarios que incluyen enseñar, ayudar y cuidar. En todo caso, las características de las relaciones fraternales a veces hacen difícil su abordaje por parte de los padres.

La convivencia fraternal se revela así como un laboratorio natural para que los niños aprendan sobre el mundo. Es un espacio seguro para desentrañar cómo debe interactuarse con los otros, para aprender cómo manejar los desacuerdos y cómo regular las emociones de toda índole desde parámetros socialmente aceptables. Son muchas las oportunidades que propicia el entorno familiar para que los niños y jóvenes analicen y metabolicen las relaciones con los demás miembros de la familia, que suelen ser cercanas y cariñosas, pero también desagradables y agresivas en algunas ocasiones. Por otro lado, en el hogar menudean las oportunidades para que cada uno de los hermanos utilice sus habilidades cognitivas para convencer a los demás, para enseñarles y, también, para imitar sus acciones. Los beneficios derivados de esas relaciones cálidas y positivas pueden durar toda la vida, de la misma manera que las interacciones tempranas difíciles suelen estar asociadas con procesos de desarrollo indeseados.

La crianza sensata y sensible que ensayan los padres de Fernando y Arizona, secundada por sus cuidadores, educadores y familiares, está contribuyendo significativamente a su adecuado desarrollo personal y social. Las estrategias parentales para gestionar la convivencia entre los hermanos son de vital importancia para aprender a vivir y a convivir. Y es que, como decía al principio, veinte, treinta o cincuenta años son eternidades contempladas desde la atalaya que proporciona el poco más de un centenar de centímetros que alcanzan las estaturas de mis nietos, pero como dijo William Blake en su poema Auguries of innocence, «[…] Para ver el mundo en un grano de arena/ y el cielo en una flor silvestre, / abarca el infinito en la palma de tu mano/ y la eternidad en una hora…».



miércoles, 1 de noviembre de 2023

Algo que también soy

Hace unos días que terminé de leer y de releer El huerto de Emerson, la última novela de Luis Landero. Como suelo hacer, subrayé el texto, entresaqué las ideas que me interesaron y las anoté en unos folios. Las que siguen son algunas de las que me parecieron más interesantes:

«Cuando uno no sabe qué escribir, cuando la imaginación flaquea, cuando el alma se apaga y se embrutecen los sentidos, y cuando aun así uno siente la necesidad de escribir, siempre queda la posibilidad de abandonarse a los recuerdos. […] En nuestro pasado está todo cuanto necesitamos para encender el fuego de la inspiración. Hasta la fantasía tiene su casa en la memoria. […] No escribas lo que sientes, escribe lo que recuerdas y dirás la verdad, como decía no recuerdo quién. […] Así que no hay más que salir a pasear por el bosque del tiempo ya vivido, sin otro rumbo que el azar».

Sentir la necesidad de escribir y no encontrar la inspiración necesaria confunde, desanima, enoja… desespera. Te abruma la impotencia casi tanto como cuando se acaba el agua o la gasolina, siempre en el momento inoportuno. La confusión y la inseguridad se adueñan de ti. Te percibes atrapado y caduco, sin ver la salida a un atolladero que te desborda. Buscas y rebuscas en la mente: temas, experiencias, sucesos, sentimientos, emociones…, que estimulen la inspiración. Pasan las horas sin que nada se haga perceptible. Te obstinas, persistes, sufres… Y por lo general, finalmente, encuentras un cabo del que tiras con determinación y cuidado hasta que contrastas que no es un hilo suelto, sino una hebra robusta que te reconecta a la sirga de la memoria, porque como dice Landero:

«Todo, todo está en el fardo de la vida. A veces da la sensación de que la vida es breve, sí, pero en cambio la memoria de lo vivido no se acaba nunca. […] La memoria, como la imaginación, es un pozo sin fondo».

Efectivamente, leyendo a Luis Landero redescubres que así es. Vuelve a poner el dedo en la llaga y acierta con la pócima que mitiga los achaques de la obcecación. Nos la brinda y, no satisfecho con ello, previene sobre los peligros que conlleva empeñarse en escribir a fuerza de oficio y de tesón, al abrigo del puro lenguaje, del amparo de la sintaxis y las palabras, que por sí solas deslumbran, aunque en tales casos ni alumbran ni dan calor:

«Confía en el lenguaje, me digo, ese sutil ejército capaz de descubrir y conquistar las más ignotas tierras, de hacer reales y tangibles hasta los mismos espejismos. […] No hay quizá mayor logro literario que conseguir que un sustantivo adquiera toda la mágica potencia que tuvo en sus orígenes. […] El arte habla en el lenguaje ingenuo e infantil de la intuición, no en el abstracto y serio de la reflexión (Schopenhauer) […] La sintaxis es fuente inagotable de invención: basta cambiar el sujeto o el verbo o los complementos de una frase para encontrar un nuevo punto de vista y dar un giro de caleidoscopio a la realidad. No apartes de la memoria la certeza de que no hay nada definitivo, de que todo cuanto se afirma está amenazado siempre por una oración adversativa.

Como otros han dicho y yo mismo he reiterado en ocasiones, me cuento entre los humanos que hemos acabado comprendiendo que nuestra individualidad es solo una estación transitoria en el proceso de permanente renovación de la vida, me cuento entre los que sabemos que algún día desaparecerá toda huella de nuestro paso por el mundo, incluso en la memoria de los nuestros. Porque, mal que nos pese, nacemos, nos agitamos algún tiempo y desaparecemos por completo, y debemos reconocer modestamente que nada sustancial pierde el mundo con ello. Así lo ratifica también Landero:

«[…] Pensé en cómo mi mundo propio e irrepetible, con su infinita minucia de sucesos, al que a última hora vendría a agregarse el de la muerte, se perdería conmigo, igual que se perdió el de mis padres y el de todos los muertos que ahora me rodeaban. Algo único y prodigioso muere irreparablemente con cada uno de nosotros. El pensamiento, que tanto gusta de burlas y desmanes, él y no yo propiamente, pensó por un momento en la gloria literaria, en la loca esperanza de pervivir, más allá de las tapias que cercan a los muertos por obra y magia de unas palabras puestas sobre un papel».

Particularmente, me desazona la desaparición de los saberes y los recuerdos de cada persona por anodinos o vulgares que parezcan, porque son únicos y valiosos para cada cual. Es verdad que, como se ha dicho, contarlos en memorias, en diarios o en autobiografías sirve de poco. La sabiduría, las vivencias y las evocaciones ajenas, por interesantes que resulten, nos suelen dejar indiferentes o, en el mejor de los casos, las escuchamos o leemos con displicente curiosidad. Son sus protagonistas quienes realmente las aprecian y se conmueven con ellas. Pero, bueno, creo que quienes hemos optado por compartirlas, bien en su literalidad o en formato fabulado, albergamos la recóndita esperanza de encontrar entre los lectores algún alma gemela.

Finalmente, referiré que me reconozco extensamente en el autorretrato del autor que se perfila en algunas de las páginas de El huerto de Emerson, especialmente las que se resumen en los dos párrafos siguientes:

«[…] Yo soy un hombre sin oficio. Ahora que ya soy viejo como los viejos tan sabios y respetados de mi infancia, puedo decirlo y anotarlo en mi cuaderno con autoridad y sin reparos. Carezco de un repertorio de conocimientos sólidos sobre algo concreto, no domino un arte o una técnica, y aunque a veces puede parecer que sé mucho o que al menos hablo como experto, en el fondo todo son vaguedades, palabrería, filfa y apariencia, con algunos relumbrones que crean la ilusión de un vasto saber apenas entrevisto. A mí me pasa como a un barrendero al que un día le pregunté qué tal le iba en su oficio. —¿Oficio?, dijo él, con asombrada y amarga cara de desprecio. —Esto no es un oficio. Aquí no hay nada que aprender. Aquí no se mejora. Aquí a los pocos días cualquiera barre igual que uno que lleva barriendo veinte años. Oficio bonito, el de albañil o el de mecánico. Pero ¿este? ¡Bah! Para esto solo sirve el que no vale para nada.

[…] Yo me considero un hombre sin oficio, con solo algunas habilidades difusas que me han permitido ganarme la vida y encontrar un lugar en el mundo. […] Aunque puede que sí, que sepa mucho, pero todo confuso, suelto, desparejado. Un poco como en los bazares chinos, donde hay de todo, pero de poca calidad. […] Si en algo soy bueno de verdad es en crear apariencias y hacer ilusionismo con las palabras. Mientras hablo, parece que sé mucho, pero en cuanto me callo, roto el espejismo, solo quedan mondas, pellejos, desperdicios. Como lacónicamente anotó en su diario Thomas Mann después de asistir a una conferencia de Lukács: - Mientras hablaba, tenía razón ».

Hace ya muchos años, en aquel entonces —como dice Landero y dicen en mi pueblo—, oí decir a Enrique Cerdán Tato en una de sus conferencias algo parecido a lo siguiente: «Cuando eché el cierre a los cincuenta tuve la impresión de que dejaba atrás todo un mundo, que ahora la memoria me devuelve no tan chato ni tan insípido como se me figuraba (…)  Fue justamente por entonces cuando levanté la mirada por encima del recogido horizonte y descubrí, con asombro, la vida. Y con la vida, el compromiso de expresarla». Pienso que algo similar me ha sucedido a mí, aunque con algunos años más de los que tenía él. El registro que he utilizado para componerlo nada tiene que ver con los enfoques literarios porque insisto en que no soy un escritor. En el mejor de los casos puedo ser un escribano o un escribiente aceptable, con el relativo oficio aprendido a lo largo de mi dilatada trayectoria como maestro y profesor.

No es la pretensión de contar historias lo que me ha estimulado para ponerme frente a la hoja en blanco. Más bien ha sido la necesidad de abordar reflexivamente situaciones profesionales o académicas que me pareció que debían escribirse, argumentarse o resolverse. De ahí que me mueva más cómodamente en los ámbitos de la narración y de la descripción que en ningún otro. Y tal vez por ello he sido frecuentemente un cronista de la cotidianeidad, un relator curioso, atento a lo que acaecía a su alrededor. Ello ha propiciado que haya dejado testimonio escrito de algunos de los efímeros viajes sentimentales que emprendí o compartí.

He reflexionado a veces sobre la necesidad de escribir que tengo, una autoexigencia casi diaria. Escribir es una experiencia muy personal y por eso tiene tantos significados. La única manera de responder con honestidad al sentido que tiene la escritura es expresar lo que significa para uno mismo. Para mí, la acción de escribir refleja múltiples intenciones, algunas bastante simples y otras más pretenciosas. A veces escribo para dejar correr el pensamiento e intentar ponerlo negro sobre blanco en una hoja de papel o en un archivo digital. Otras lo hago para precisar lo que siento o lo que medito, como si radiografiase mi raciocinio o mis emociones. A veces escribir me permite desatar la conciencia o la pasión, la preocupación o la petulancia, la memoria casi olvidada o las sensaciones más vegetativas. Y, casi siempre, escribir significa para mi decir lo que no se puede o no se debe callar.

Por otro lado, escribir resulta una aventura fascinante, que en mi caso es más resultado de la transpiración que de la inspiración. La escritura exige esfuerzo, dedicación, hacer y deshacer, buscar, corregir, reescribir... No una, sino decenas de veces. Me complace extraordinariamente recuperar las palabras, recordarlas, utilizarlas, componerlas entre sí para intentar expresar mi pensamiento. No quiero olvidar las palabras y menos lo que significan. Y solo por eso merece la pena escribir.

He descubierto que la escritura tiene una función antioxidante y hasta propiedades curativas que me distraen del proceso de envejecer, de huir de las hermanas Cloto, Láquesis y Átropos, y de acercarme a la muerte. Es como si las palabras acogiesen entre sus trazos retazos de mi existencia, lo que pienso que ha sido y cómo he creído vivirla. Es como si me ayudasen a disociar el vivir del morir, lo que es de lo que ya no será. Como si solo acogiesen la parte briosa de mi ser, la que permanece, aquello que no quiero abandonar y que me hace sentir en este mundo. Eso es para mí la escritura. Y tal vez por eso escribo, para sentirme vivo y renegar de la parca. Y con ello, justo en este punto, regreso de nuevo a Landero, que dice:

«[…] Era en este momento cuando les hablaba del huerto de Emerson. El libro se titula Ensayos escogidos, de la colección Austral. Viene a ser un exaltado y romántico canto a uno mismo. Dice Emerson que cada cual ha de aceptarse a sí mismo tal como es, y aceptarse además con orgullo y contento. Que a todos nos ha tocado en suerte un terrenito en el que laborar. Que es seguro que habrá alrededor terrenos más grandes y fértiles, donde crecen lechugas mejores que las muestras, pero que nosotros tenemos que cultivar lo nuestro, el huerto que nos tocó en suerte, sin envidiar lo ajeno, conformes y alegres con nuestras lechugas, por pequeñas y pálidas que sean».