domingo, 19 de noviembre de 2023

A propósito de: «¿Y si el problema fuera Madrid?»

En estos días, algunos aluden a lo que parece que escribió en su blog Iñaki Anasagasti el 22 de marzo de 2021, con el rótulo que encabeza esta entrada. Un texto que reproduzco más abajo (https://ianasagasti.blogs.com/mi_blog/2021/03/y-si-el-problema-fuera-madrid.html). Muchas son mis discrepancias con Iñaki, incluida su creencia de que España estaría más cerca del federalismo con un cisma independentista que sin él. Pese a ello, valoro la claridad y vigencia de sus opiniones, que son especialmente merecedoras de refrendo por haber sido vertidas en un contexto distante y desapasionado, muy diferente del actual en el que algunos, que parecen muchos, vocean desde su ficticia e inaceptable preñez de ardores y flatulencias. Nos atufan a todos y no debemos tolerarlo. Sea verdad o suplantación, decía Iñaki:

«¿Y si el problema no fuera ni Cataluña ni España? ¿Y si el problema fuera Madrid? No Madrid como ciudad, ni como conjunto. Madrid como lugar donde una pequeña élite improductiva siente peligrar sus privilegios. La casa real, el corpus político, la ingente cantidad de funcionarios de alto rango, la cúpula militar, los miembros de los consejos asesores de las mayores compañías del país, la plana mayor de la judicatura superior, conferencias episcopales, cortesanos mediadores e intermediarios con el poder, etc., etc., etc. 

Es una masa poblacional que no produce absolutamente nada, pero en cambio precisa de unos recursos enormes. Ese grupo, que es reducido comparativamente, acumula una gran cantidad de poder y de capital. Antaño, para sufragar los gastos de esa aristocracia indolente existían los diezmos, hoy los impuestos. 

Porque la primera necesidad de ese grupo es su propia subsistencia. Esa élite es la que ha vivido y vive en una realidad paralela, donde las crisis son poco menos que fenómenos meteorológicos y donde Madrid es principio y fin de aquello que ellos entienden como España. Infraestructuras radiales, sobre estructuras alrededor de la capital que deben ser rescatadas, ejes del Atlántico o del Mediterráneo que deben pasar por Atocha, son muestras de lo que digo. No conciben un modelo territorial que no rodee la Puerta del Sol, pero además han sido incapaces de generar un proyecto de Estado que aglutine a lo que ellos llaman la periferia que, cada vez más, es aquello más allá de la M-30. 

El único objetivo común que han sido capaces de enhebrar es el odio hacia lo que ellos llaman los nacionalismos periféricos. Eso sí que lo han ejercido con maestría. La excusa ha sido que quieren romper España, pero en realidad es el miedo a su propia subsistencia. Para un habitante de buena parte del país es más dañino el mantenimiento de esas estructuras improductivas que la posibilidad de que el estado se fragmente. 

Pero eso se ha ocultado de forma brillante. En realidad hay capas sociales de esas periferias que han colaborado profusamente con esa élite, para conseguir su parte del pastel. Buena parte de la actual parálisis del procès de debe a que está en manos de esas élites locales colaboracionistas con el núcleo improductivo de la aristocracia (por llamarla de alguna forma). 

Llevo tiempo pensando que si conseguimos desarticular ese palco del Bernabéu, con sus sucedáneos locales, seremos capaces de articular un espacio habitable. Si no es así, la única opción es huir. Cuando se habla de federalismo, que ha sido mi opción durante muchos años, se ignora esa realidad. Sin el desmantelamiento de la élite improductiva alrededor de la villa y corte, no es posible un cambio de modelo territorial. Y creo que incluso para los «indepes» debería ser una lucha prioritaria. La izquierda estatal debería darse cuenta de que con la lacra de todos esos vividores, es imposible cualquier avance. 

Hoy por hoy, me parece que una buena herramienta de producir ese cambio y de expulsar a esa élite extractiva que vive del resto, es el proceso de independencia, no por ninguna cuestión identitaria simplemente porque España, con su actual modelo de epicentro único, no sobrevive sin Cataluña, de ahí su resistencia. 

Si el 20% del PIB estatal desaparece, España tendrá que cambiar de modelo de gestión, sí o sí. Eso sin olvidar que no podemos dejar el proceso en manos de los colaboracionistas que siempre han sido lacayos advenedizos de ese núcleo. 

Creo que España estará más cerca del federalismo con un cisma independentista que sin él. Pero si alguien me convence de que hay un proyecto para acabar con esa élite extractiva, improductiva e hipercentralista, me alisto ya mismo».

Pues, esencialmente estoy de acuerdo contigo, Iñaki; matices, pocos y aparte.

Los que aquí se ven, ni alcanzan el 3% de los habitantes de Madrid, ciudad.


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