domingo, 18 de diciembre de 2022

Sobran los golpistas

Es exagerado afirmar que España es un país de golpistas, pero debe reconocerse que, históricamente, son abundantes los viveros nutridos de gentes con tendencias montaraces y proclives a tirar por el camino de en medio, utilizando la recurrente metodología de «el poder me pertenece» o «quien no está conmigo, está contra mí»; y la receta del «palo y tentetieso», como recoge el dicho popular. Para acreditarlo, basta con repasar someramente las intentonas golpistas acaecidas en nuestro país en los dos últimos siglos. Si no recuerdo mal, son nada más y nada menos que casi una veintena, sin entrar en demasiados detalles. De ellas, unas fueron exitosas, como los pronunciamientos de Sagunto o de Riego, el Motín de la Granja y los golpes de Pavía, Primo de Rivera o Casado. Otras, supusieron fracasadas asonadas, como las sublevaciones de Cuatro Vientos o de Jaca, las Sanjuanada y Sanjurjada, la Revolución de 1934 y la proclamación del Estado Catalán en el mismo año, así como los pronunciamientos de Villacampa, Torrijos, Porlier, Cardero, o el de 1841 durante la Regencia de Espartero. Como finalmente lo fue también el «tejerazo» del 23F.

Pese a todo, los golpes de estado no constituyen un exclusivo patrimonio nacional. Hace centurias que son recurrentes en muchísimos países, en demasiados diría yo. Algunos de ellos han pasado desapercibidos porque sus características no responden a las definiciones clásicas del golpismo; acepciones que demandan una necesaria revisión a la luz de las circunstancias sociopolíticas que ha alumbrado la sociedad global. 

Desde que en el siglo XVII el francés Naudé, en su libro Considérations politiques sur les coups d’État, definiera los golpes como «actos osados y extraordinarios que los príncipes se ven obligados a realizar en asuntos tan difíciles como desesperados, en contra de la ley común y con independencia de cualquier ordenamiento o forma de justicia, poniendo en juego el interés particular para beneficio del bien común», el concepto fue evolucionando e incorporando otros matices, hasta llegar a considerar al elemento militar como el promotor determinante del golpe de Estado. Se consolida, así, la acepción clásica de los golpes, en tanto que «conflictos no regulados que quebrantan todas las reglas y que reformulan los poderes del Estado; pero que, en todo caso, siempre terminan atribuyéndole más poder a las fuerzas armadas», pues se gestan mediante el uso de la fuerza, la remoción de los poderes elegidos democráticamente y su habitual sustitución por juntas militares.

Sin embargo, esta definición no logra abarcar sucesos recientes, en los que son los poderes democráticos, de manera no violenta, quienes protagonizan los golpes. Hoy, intelectuales y académicos defienden un concepto más amplio, considerando que los golpes de Estado no son exclusivamente los que intentan materializar las fuerzas armadas, sino también los que son promovidos y/o gestados por cualquier poder o institución que, ilegalmente, intenta desalojar al poder legítimo de las instituciones.

Viene a cuento lo anterior con relación a los recentísimos acontecimientos acaecidos en la villa y corte, que me parecen de una gravedad suprema. No deberían quedar amparados una vez más por la impunidad, que ya es insufrible e intolerable porque no solo remueve los cimientos del estado de derecho, sino que inflama también la desafección política y mina hasta extremos inaceptables la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas.

El siguiente relato, compuesto por párrafos entresacados del texto de un reportaje firmado por José María Brunet y José Manuel Romero, que incluye la edición de hoy del diario El País, me parece que no precisa de comentarios ni acotaciones. Juzgue el lector por sí mismo:

«El procurador de tribunales Manuel Sánchez-Puelles y González-Carvajal ha firmado a las 9.14 del miércoles 14 de diciembre un escrito de 54 folios que desencadena la mayor tormenta político-judicial de la reciente etapa democrática. Trece diputados del PP, a los que dice representar el procurador, recurren en amparo ante el Tribunal Constitucional porque creen vulnerados sus derechos de participación política. El escrito reclama que se suspenda cautelarmente la tramitación de la proposición de ley que elimina los obstáculos políticos para renovar el Tribunal Constitucional. 

El jueves 15 de diciembre se vota en el Congreso la reforma del Código Penal que suprime el delito de sedición, rebaja la malversación y cambia dos normas más que eliminan los obstáculos para la renovación del Constitucional. El Gobierno impulsa de urgencia, a través de diversos atajos legislativos, un cambio profundo en artículos clave del Código Penal para beneficiar a los independentistas catalanes que aún están pendientes de juicio por el 1-O y, de paso, imponer con medidas legales extremas la renovación del Constitucional, bloqueada por distintos representantes de la derecha judicial desde hace cinco meses. 

La operación tumbar el pleno ya está en marcha. Parece como si los dirigentes del PP conocieran de antemano el criterio mayoritario en el Constitucional sobre un pronunciamiento que nunca se había planteado en los 42 años de historia del tribunal. (cuando el recurso de amparo aún no ha empezado a causar estragos en el debate político, dirigentes del PP ya pronostican lo que va a pasar: “Adoptarán la medida cautelar que pedimos y eso afectará al proceso legislativo del Senado”, donde se votará la ley de manera definitiva el 22 de diciembre). 

Es previsible que el PP disponga de información precisa de lo que puede ocurrir porque 6 de los 11 magistrados del tribunal de garantías fueron elegidos a propuesta de la formación política. El último que entró por esa vía es Enrique Arnaldo, quien conocía en profundidad a quienes le colocaron como magistrado porque desde 1986 ejercía de letrado en el Congreso de los Diputados. 

La historia se repite. Hace una década, el recurso de los populares contra la ley de plazos del aborto recayó en Andrés Ollero, antiabortista declarado que había sido diputado del PP. Aunque su ponencia nunca pasó del cajón de los proyectos olvidados por consenso de los políticos. El PP está ahora convencido del éxito de su iniciativa contra la reforma legal del Gobierno. Sería un golazo por la escuadra del legislativo. En el palacio de la Moncloa se reciben noticias inquietantes y el Ejecutivo empieza a temer un nuevo bloqueo si el tribunal atiende la reclamación de los populares. 

Mientras tanto, en el Constitucional se viven horas de creciente tensión. El presidente, Pedro González-Trevijano (conservador), habla con el vicepresidente, Juan Antonio Xiol (progresista), y le comunica su intención de llevar a pleno el recurso de amparo del PP. Ambos tienen el mandato caducado desde junio y convienen que la celebración de ese pleno debería ser el viernes. 

Pero Arnaldo, magistrado responsable de la ponencia, entra en acción para forzar que el pleno del Constitucional sea el jueves a las 10 de la mañana, unas horas antes de que comiencen en el Congreso el debate y la votación de la proposición de ley que el PP ha pedido que se suspenda de manera cautelar.

Tras las múltiples vicisitudes desencadenadas a lo largo de una inacabable jornada:

Los dos bloques del tribunal —conservador y progresista— se reúnen por separado. Los progresistas acuerdan que, si se pretende celebrar el pleno, se ausentarán alegando falta de tiempo para preparar la deliberación, con lo que no habría quórum necesario y no se podría celebrar el pleno. Trevijano pide que se lo expongan por escrito y desconvocará la deliberación. Le entregan un primer texto. El presidente del tribunal lo halla excesivamente genérico y pide más contundencia. Se hace una segunda versión y, con el escrito en la mano, Trevijano suspende el pleno, lo que evita que por primera vez en la historia, el Tribunal Constitucional impida una votación en el Congreso de los Diputados».

Tengo poco que añadir. Si lo que ha sucedido esta semana en la villa y corte no es el último remedo de aquellas intrigas palaciegas que recogían los manuales de historia, modernamente denominadas golpes de Estado, que venga Dios y lo vea. Únicamente les recomendaría algo a estos tercos insidiosos: intenten hacer sus perfidias con un poquito más de clase. Los ciudadanos no merecemos tanta torpeza. Y mejor todavía, dejen de meterse en camisa de once varas.


sábado, 3 de diciembre de 2022

En pro de la decencia

Al inicio del pasado verano la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA), UNICEF, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Programa Mundial de Alimentos (WFP) presentaron el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2022 (SOFI, según sus siglas en inglés). Una publicación con periodicidad anual que recoge el seguimiento que hacen esas organizaciones de los progresos relacionados con la erradicación del hambre y la mejora de la seguridad alimentaria y la nutrición. También se ofrece en ella un análisis de los retos pendientes para lograr los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. El dosier es público y está dirigido especialmente a los responsables políticos, a las organizaciones internacionales, a las instituciones académicas y al público en general. Está disponible en el enlace: https://www.fao.org/3/cc0639es/cc0639es.pdf

Es absurdo que me esfuerce en resumir las casi trescientas páginas del texto, que ya me apresuro a decir que pinta un panorama de la seguridad alimentaria absolutamente sombrío a nivel mundial. Sin embargo, no me resisto a reproducir algunos datos especialmente lacerantes. Se dice, por ejemplo, que en 2022 pasaron hambre 50 millones de personas más que durante 2021. Y, si se toma como referencia los meses anteriores al inicio de la pandemia del Covid19, la cifra alcanza los 150 millones. Además, se asegura que existe un peligro real de que estos números aumenten en los próximos meses por causa de las guerras, del cambio climático, de las crisis económicas y de las crecientes desigualdades. En fin, el informe recoge que en el año 2020 más de 3000 millones de personas no pudieron permitirse una dieta saludable. Lo que equivale a decir que son centenares de millones las personas rehenes de un círculo vicioso conformado por la pobreza, la desnutrición y la mala salud.

En las sociedades occidentales, crecientemente líquidas y banales, emergen reiteradamente renovados formatos del llamado postureo, sean fotos, hashtag, gafas de sol a cualquier hora, selfis, vigorexias, brunchs domingueros, blogueros o abuelitas entrañables. En las últimas semanas, ha triunfado el practicado por personajes y personajillos de la vida pública, exhibiendo su cínico rechazo a la claudicación de la FIFA frente al capital de los mandamases qataríes, a cuenta del campeonato mundial de futbol Qatar 2022. Ahora toca esto, como antes se vieron otras cosas y nuevas sucederán en el futuro. Estas frívolas rasgaduras de vestiduras son banalidades asociadas a lo efímero de las coyunturas, que apenas trascienden la superficialidad de los acontecimientos. Con la misma inmediatez que emergen se pierden en el olvido, tras suscitar alguna comprensión en determinados sectores de la ciudadanía. En el caso del mundial de Qatar, los alegatos conocidos no me parecen otra cosa que postureo, pues en general no son sino pretendidas y falaces coartadas que coadyuvan a publicitar un espectáculo global, materializado en un contexto y en unas  condiciones que no hay por dónde cogerlos, sea cual sea el punto de vista que se adopte.

También en las últimas semanas se han hecho públicos los resultados de la atribución de estrellas Michelin a diferentes establecimientos hosteleros de nuestro país. Son 13 los restaurantes «triestrellados» en el Estado, dentro de una guía que recoge 1401 establecimientos de España, Portugal y el Principado de Andorra, entre los que se encuentran, además de los mencionados, 41 con dos estrellas, 235 con una y 281 Big Gourmand (un reconocimiento que se concede a los locales que sirven una comida de calidad a precios comedidos). Los diarios traían resúmenes de lo que cuesta comer en algunos de ellos, tanto los menús degustación como los convencionales. Ojeándolos, he podido constatar que en los de tres estrellas no es posible comer por menos de 200 o 300 euros. Y también resulta imposible maridar un menú con la correspondiente bebida por menos de 150 o 200 euros más. Es decir, sentarse a la mesa y comer en estos establecimientos, además de requerir una reserva anticipadísima, sale por un ojo de la cara, concretamente por la friolera de 500 euros/comensal aproximadamente.

No es que tenga nada contra quienes tienen dinero para pagar eso y muchísimo más. Todavía tengo mucho menos contra quienes se ganan la vida decentemente, practicando la innovación culinaria e inventando la comida del futuro, favoreciendo la transición en el mundo de la alimentación y la renovación en el sector agroalimentario. Lejos de mi ánimo poner coto a la imaginación, al deleite y al progreso humano. Y mucho menos abogar por limitar el sinfín de potencialidades que seguro que todavía tiene la alimentación de las personas, ni tampoco las excelencias de las incontables culturas gastronómicas que es posible encontrar en el mundo.

Pese a ello, no puedo dejar de lado formularme preguntas como la siguiente: ¿cómo es posible que en una sociedad globalizada convivan despropósitos como el que representa que contados seres humanos paguen 500 euros por consumir un solo menú y que centenares de miles de personas no dispongan de un solo euro, que sería cantidad suficiente para costear su dieta diaria?

Se dirá que son cosas diferentes y se argüirán muchas razones para explicar o justificar lo que me parece inexplicable, y todavía más injustificable. Quizá se replique con aquello de qué tiene de malo celebrar la dicha de estar vivos. Naturalmente que nada, en absoluto; todo lo contrario. Es un legítimo derecho de todos —subrayo, de todos— los seres humanos y una de las mejores recomendaciones para asegurar la salud emocional. No obstante, en aras a la recomendable universal empatía, a la intrínseca solidaridad que se presume en la especie, abogaría resueltamente por la práctica de la decencia, de la contención y de la oportunidad. Festejen quienes tienen en sus manos la ventura de poder hacerlo, pero recuerden, también, que otros muchísimos no lo podrán hacer. Y un ruego: por favor, eviten los festejos en las proximidades de los duelos o en las puertas de los cementerios, porque lo legítimamente apetecible puede transformarse en una intolerable obscenidad.