miércoles, 30 de junio de 2021

Crónicas de la amistad: Santa Pola (39)

Ha transcurrido tanto tiempo desde entonces que casi no queda otra que hacer un poco de memoria. La última ocasión en que nos encontramos presencialmente fue el 21 de febrero de 2020. Recordaréis que sucedió en Elx, en el bar del Parque Deportivo. Era ya media mañana cuando tras despenar un frugal tentempié emprendimos un grato paseo que nos acercó al antiguo convento de la Merced donde visitamos los espléndidos Baños Árabes que acoge. Aprovechamos para ver también la Torre de la Calahorra antes de dejarnos caer por el bar La Dama y el Palmeral, un clásico ilicitano del aperitivo y recalar, finalmente, en el restaurante El pernil. Allí, junto al río Vinalopó, degustamos un menú extraordinario mientras saludábamos la llegada de un año cuya capacidad de turbación ni imaginábamos. Terminábamos de estrenar en Madrid —por fin— un gobierno de coalición progresista y la naturaleza nos había mostrado una de sus facetas más implacables, un fenómeno atmosférico con nombre propio, «Gloria», ahora denominado DANA (depresión atmosférica aislada en niveles altos), que es lo mismo que decir una borrasca gigantesca que asoló el litoral alicantino en las semanas precedentes. Por si faltaba algo en un plis plas nos arrasó la pandemia universal del Covid19 cuyas devastadoras consecuencias resulta ocioso reiterar.

Transcurrió un larguísimo año en el que intentamos relacionarnos conectándonos telemáticamente en un par de ocasiones aunque ciertamente con escaso éxito. Un período en el que he escrito tres o cuatro pequeños relatos que califiqué de «no crónicas» y que alcanzaron a ser poco más que un compendio de las reflexiones que me indujeron acontecimientos que se sucedían vertiginosamente. En cualquier caso, unas situaciones bien distintas de las que suelen estimular mis habituales y amistosas crónicas.


Venturosamente, transcurridos 494 días, volvemos a estar juntos. No en Muro, donde correspondía de acuerdo con el turno establecido, que es un tanto laxo y parece instituido para quebrarse, sino a pocos kilómetros de Elx, en Santa Pola, en el Restaurante Picola, un magnífico establecimiento que acordamos visitar a propuesta de Pascual Ruso. Una sugerencia excelente, como cuantas plantea. Y lo hacemos a un mes vista de que se celebre el Día Internacional de la Amistad, una efeméride que conmemoramos anticipadamente convencidos de su importancia en tanto que sentimiento noble y valioso para la vida de todos los seres humanos, como apreciaron las Naciones Unidas en 2011 para resolver su solemne declaración. Lo hacemos sabedores de que la amistad entre los pueblos, los países, las culturas y las personas inspira iniciativas de paz y ofrece oportunidades para tender puentes y asegurar el respeto a la diversidad. Estamos plenamente seguros de que la amistad contribuye a promover el diálogo, la solidaridad, la comprensión mutua y la reconciliación entre las personas, los pueblos y las naciones. ¿Acaso no son nuestros cónclaves modestos ejemplos de ello?

Aún no eran las once y media cuando Alfonso llegaba a Alicante desde Benilloba. Tras los efusivos saludos nos encaminamos a la Plaza de los Luceros para recoger a Tomás, que se había desplazado desde La Vila con el «trenet» de La Marina como acostumbra. La cita era una hora después en una cafetería-restaurante de Santa Pola, situada al inicio del paseo Adolfo Suárez y rotulada con un nombre con reminiscencias cartageneras, Mar de Cristal, pues alude a una turística localidad de la diputación de San Ginés, la más oriental y próxima a La Manga de cuantas integran aquel histórico término municipal. El día había despuntado espléndido y a esa hora lucía un sol generoso que subrayaba el colorido y la prestancia de la marina santapolera. Tras el emotivo reencuentro y los ansiados abrazos, entre amenas conversaciones y actitudes distendidas, por sugerencia de los lugareños cambiamos el tercio y recalamos en el bar Miramar donde constituimos el cónclave guarnecidos con una primera ronda de cerveza. Tras los preliminares de camino hacia la carretera de Elx hicimos parada en la cafetería Laíco para rematar la mañana con unas tapas de ensaladilla y algunos zepelines regados con cerveza y sendas copas de albariño.

La encomienda gastronómica que hizo el anfitrión al restaurante Picola estuvo a la altura de lo que requería el ansiado cónclave y no desmereció respecto a las tradiciones instituidas a lo largo y ancho de los precedentes. Para empezar se trata de un lugar paradisíaco que presta sus servicios en un ambiente que trasuda un bienestar extraordinario. Consonantemente, la regencia del establecimiento nos preparó una mesa magnífica, rematada por una frondosa pérgola, sobre la que nos sirvieron un menú compuesto por abundantes y exquisitos entrantes incluyendo coca de mero y almendritas, tortitas de camarón, tostas de pan con alioli y tomate, jamón ibérico, trinchado de tomate con capellanes y salazones, gambosí frito, calamar a la plancha con sal carbón y para rematar un surtido de marisco hervido de la bahía de Santa Pola. Como plato principal se ofrecía arroz del señoret y fideuá. Si los aperitivos fueron excelentes, a fuer de sinceros el plato principal no trascendió la discreción. Siguió una degustación de repostería variada, al centro, para acompañar los correspondientes cafés e infusiones. Todo ello estuvo convenientemente regado con cerveza y vino blanco godello El Zarzal de las reconocidas bodegas Emilio Moro.

El colofón lo pusieron sendas copas al gusto de la concurrencia para acompañar el habitual remate musical del encuentro. Antonio Antón volvió a emocionarnos con sus magistrales interpretaciones de algunas canciones de Lluís Llach y Raimon, con la exquisita adaptación que años ha hizo de la poesía Canción de amigo, de Blas de Otero, y con el acompañamiento y la amable provocación que formuló a Elías (laúd propio mediante) para que, por fin, se decidiese a tomar el instrumento y atacar un ramillete de canciones de tuna y algún que otro acompañamiento circunstancial. Me parece que gracias a ello Elías rompió su particular techo de cristal y no sabe cómo lo celebramos todos. ¡Tú puedes!, ánimo amigo.

No quiero dejar pasar la ocasión sin proponeros que celebremos de nuevo la suerte que tenemos de seguir vivos y razonablemente bien. Y casi por encima de la ineludible componente biológica que tiene la existencia sugiero que festejemos especialmente su dimensión social. Insisto por enésima vez en que los seres humanos somos incapaces de coexistir aislados y ensimismados en nuestros mundos privativos. Durante los pasados meses hemos vivido una experiencia tan inédita como idónea para contrastarlo: ¿qué hubiésemos hecho individualmente frente a la pandemia? Como bien sabemos la vida se desgrana en una secuencia de actuaciones; algunas se desenvuelven acotadas en el territorio de la estricta individualidad y otras, la mayoría, transcienden ese privativo hábitat invadiendo el mundo exterior y repercutiendo en el modo de vivir de otras personas con las que establecemos, querámoslo o no, una permanente interacción. Como ya defendió Aristóteles, las personas somos por naturaleza, constitutivamente, seres individuales y entes sociales. Esa sociabilidad es una realidad incuestionable que se constata y defiende tanto desde las perspectivas filosóficas como desde la experiencia histórica. Es un hecho incontrovertible que para sobrevivir los unos necesitamos de los otros, pues todos precisamos de todos. Hoy quiero reivindicar enfáticamente la equivalencia entre el «ser persona» y el «vivir en sociedad». Las personas somos seres cooperativos y sociales y por eso hemos desarrollado la inteligencia y la comunicación. Seguramente esa capacidad de colaboración a gran escala, incluso con desconocidos de otras culturas, es lo que ha permitido a la Humanidad sobrevivir a dificultades que jamás habría superado desde el individualismo.

Desconozco si la pandemia del Covid19 nos ayudará a aprender a vivir, a sobrevivir y a convivir mejor —probablemente lo hará bastante menos de lo que sería deseable— pero es indudable que ha contribuido a que hayamos redescubierto algunas de las mejores facetas de la condición humana, acreditadas mediante las conductas de la mayoría de la ciudadanía que ha desplegado centenares de actuaciones impregnadas de sacrificio, generosidad, empatía, respeto, disciplina, autocontrol... No se puede negar que también se han producido acciones y comportamientos institucionales, sociales e individuales inciviles, detestables y hasta execrables. No obstante, por encima de ello, la pandemia ha supuesto una inusitada oportunidad para contrastar la enorme capacidad que tienen las sociedades actuales para gestionar realidades dramáticas cuando se lo proponen de verdad. Esta enorme catástrofe ha puesto al descubierto, simultáneamente, nuestra fragilidad y la grandeza de nuestra condición esencial de seres humanos. Y ello, sin duda, es un importante motivo de celebración y de esperanza. Ojalá que no volvamos a conocer otra calamidad semejante. Ojalá que tarden en olvidarse algunos de los valiosos aprendizajes que ha llevado a cabo la Humanidad en los últimos meses. Ojalá que podamos seguir cultivando la amistad por muchos años. Os propongo un brindis para que así sea: Amigos, ¡salud y felicidad!


lunes, 7 de junio de 2021

¡Benditos nietos!

Durante los primeros días de enero escribí la última entrada en este blog referida a mis nietos. En ella confesaba que empezaba a hartarme de contrastar sus progresos a través del plasma y de las fotografías y que ansiaba retomar las buenas costumbres de encontrarnos, abrazarnos, besarnos y percibir a través de sus cálidos y menudos cuerpos el fluir de sus emociones. Absurdamente, insistía en que el tiempo desconoce la vuelta atrás, en que el pasado jamás regresa, y me lamentaba de la vida distante y distanciada a la que nos condenaba una pandemia que parecía interminable. Hacía votos por recuperar las viejas costumbres en el año nuevo y les prometí que, viniese como viniese, les escribiría algo antes de que llegasen sus cumpleaños. Que osadía la mía, por bienintencionada que fuese. Así que no perderé la ocasión para celebrar que nos ha acompañado la suerte, pues el dichoso Covid19 nos ha respetado hasta hoy.

Igual que sucedió quince días atrás, el pasado fin de semana volví a estrechar entre mis brazos a Fernando y Arizona, mis nietos, dos criaturas que dentro de pocas semanas cumplirán respectivamente cinco y tres años. Dos niños que no habíamos disfrutado «en directo» casi durante los últimos nueve meses, el intervalo equivalente a un embarazo desarrollado durante el periodo de más incertidumbre y mayor canguelo que he conocido. Naturalmente, en esos meses se han operado en ellos múltiples transformaciones. Las capacidades y desempeños han crecido enormemente en Fernandito, si bien son menos llamativos que los progresos de Arizona. Los adelantos de la niña son espectaculares. En pocos meses hemos pasado de acunar un bebé a estrechar el cuerpecito de una niña que empieza a ser tal en su morfología y en su psicología, en su manera de ser y en sus gustos e inclinaciones.


Sorprende contrastar cómo un ser tan pequeño tiene interiorizados y practica espontáneamente comportamientos ajenos a las personas de su entorno. Así, por ejemplo, asegura convencida que cuando sea mayor será cantante. Y ello no es la expresión de un capricho infantil o la penúltima ocurrencia de la niña. Está tan convencida de que lo será que se esfuerza practicando las habilidades que entiende que requiere su futura ocupación. Se posiciona frente al espejo que cuelga en el dormitorio de sus padres y se observa tomando el micrófono entre sus manos e inclinándolo sobre su rostro mientras farfulla melodías ininteligibles que entona con su media lengua, acompañándose de ademanes, giros y piruetas. Observándola discretamente se comprueba la naturalidad con que interpreta sus genuinas composiciones, musitando a los cuatro vientos aquello de: —¡Mamá, quiero ser artista! Y uno se pregunta atónito: —Chiquilla, pero ¿de dónde has salido tú? Huelga señalar que a sus padres se les cae la baba cuando la sorprenden con su desparpajo y qué decir de nosotros, sus abuelos. Como se acostumbra a apostillar por estas tierras, “se nos hace el culito agua de limón” porque, ¡caramba!, además de graciosa es zalamera y para colmo lo hace bien, pese a que cumplirá tres años en agosto. En fin, como se suele decir serán las cosas de las niñas, que evidentemente evolucionan más deprisa que los niños, pero el asunto tiene su qué.

Son muchos los progresos que ha realizado Arizona a lo largo de este último medio año. Son particularmente importantes los que afectan a su lenguaje oral, pues ha aprendido a relacionarse con los demás con bastante eficacia. Habla continuamente, aunque a veces no la escuchemos, requiriendo la atención de los demás, especialmente de su hermano y de sus padres. Se enfada si no la entiendes porque ella entiende perfectamente lo que le decimos. Responde a pequeñas preguntas y sabe los nombres de los miembros de su familia (papi, mami, Tito, «abelo», «abela») de la misma manera que le gusta ugar con el teléfono inventándose conversaciones con alguien que se supone que está al otro lado del terminal. Contrastamos como ha acrecentado su vocabulario utilizando algunas palabras muy normalizadamente (eso, así, no, dame, agua…). También responde a su nombre y lo utiliza correctamente.

Durante este periodo se ha incorporado a tiempo completo a la escuela infantil, ampliando su mundo social, que ahora se extiende por encima de las relaciones con sus padres y su hermano alcanzando a otros niños, compañeros de colegio y vecinos. Juega con todos ellos desarrollando su dimensión social y empezando a conocer y respetar incipientemente las normas de los juegos.

A veces se muestra terca y recurre a las rabietas y pataletas para conseguir lo que quiere. Evidentemente pretende sentirse independiente y piensa que para ello debe ser quien tome sus propias decisiones. Nada ajeno a los comportamientos característicos de los niños de su edad a quienes no les gusta que sus padres les digan lo que pueden o deben hacer, y cuándo hacerlo. Ellos lo quieren todo y al momento, de la misma manera que sus padres saben que no pueden ceder a sus deseos por mucho que griten, pues no deben interiorizar ese procedimiento para conseguir lo que ansían.

Me ha vuelto a suceder lo mismo que en la entrada anterior dedicada a mis nietos. Sin percatarme, he completado cuarenta y tantos renglones refiriéndome a mi nieta y todavía no he aludido a los progresos de mi nieto Fernando, pese a que también ha evolucionado de manera espectacular en el último medio año. Particularmente notorios son sus avances en el área de la comunicación, pues ha perfeccionado la claridad de su expresión, siendo capaz de contar historias sencillas usando oraciones completas. Utiliza el tiempo futuro y conoce perfectamente su nombre apellidos y su dirección postal. En el área numérica ha aprendido a contar consecutivamente hasta el 50 y más allá, a la vez que entiende los conceptos de adicionar y sustraer, realizando mentalmente tales operaciones. Conoce y reproduce las grafías de todas las letras y guarismos, copia figuras geométricas, conoce infinidad de cosas de uso diario (dinero, comida, artículos de limpieza, establecimientos…), siendo capaz de dibujar una persona destacando en ella al menos seis u ocho partes de su cuerpo.

También ha progresado en su desarrollo físico: se mantiene sobre un solo pie durante seis o siete segundos, avanza dando saltos alternando ambos pies, brinca, da volteretas, se columpia y trepa. Usa autónomamente el tenedor y la cuchara para comer y, por otro lado, ha aprendido definitivamente a ir al baño solo, controlando plenamente los esfínteres. En el área socioemocional, además de querer complacer a sus amigos y ansiar parecerse alguno de ellos, respeta bastante las reglas en los juegos, reconoce perfectamente el sexo de las personas y distingue entre fantasía y realidad. Es una personita exigente y cooperadora, que se muestra cada vez más independiente.

En suma, que tras nueve meses sin hacerlo, en un intervalo de quince días hemos gozado de sendas oportunidades para disfrutar a nuestros nietos en vivo y en directo. Sus visitas nos han permitido contrastar su formidable crecimiento y sus innegables y sorprendentes progresos. Con incontenible alegría hemos comprobado que no sólo nos reconocen sino que nos llaman por nuestros nombres y nos expresan su afecto mediante gestos sinceros que no responden a actitudes vacuas o impostadas sino que son muestras espontáneas de cercanía y de apego, resultado probable de las indicaciones y recomendaciones paternas, cosa que agradecemos especialmente quienes sufrimos la distancia como variable idónea para mediatizar el afecto. Durante los últimos fines de semana hemos disfrutado de las carantoñas, los abrazos, los besos, las ocurrencias y las travesuras de los niños, hemos percibido intensamente su cercanía, hemos contrastado que nos quieren y que disfrutan de nuestra compañía. En suma, hemos sentido vigorosamente la felicidad, y eso a estas alturas de la vida no tiene precio. ¡Muchas gracias, familia!