domingo, 31 de diciembre de 2017

Cool

Inmemorialmente, hoy, como cada día, asistimos a la gran eclosión de la vida. Gracias a la vida, proclamó justamente la inmortal Violeta del Carmen Parra Sandoval. La vida que siempre sorprende con su imparable curso, a veces participado por las personas y a veces por otros seres y fenómenos. Todos, en suma, simultánea o secuencialmente, protagonistas fortuitos de los acontecimientos aleatorios que construyen la historia.

La Real Academia sigue displicentemente ajena a ese imparable fluir. Persiste en su renuencia a ‘sacralizar’ la vitalidad inabarcable de los códigos que acordamos los hablantes. Pese a lo imparable de la globalización o la abrumadora presencia de la digitalidad. Pese a que el lenguaje, los medios que utilizamos las personas para comunicarnos, sea el mejor reflejo de la trayectoria de nuestras vidas porque las retrata fielmente, a veces con sutileza, otras descarnadamente. Lo hace especialmente el léxico común, al que los próceres y académicos suelen regatear el lugar que, justamente por tal motivo, debiera ocupar en el parnaso de las palabras.

Mientras vivimos echamos mano de lo que sabemos, inventamos y compartimos; construimos nuevos significados. Unas veces con motivación y sentido; otras llevados del esnobismo más frívolo. En todo caso, ahí estamos, unos y otros, vivitos y coleando: transcendentales o superficiales; snobs o castizos; corrientitos o extravagantes. Todos habitantes de la plaza pública, usuarios de las novísimas ágoras sociales, visitantes circunstanciales de mentideros y alcaicerías. Generando léxico, construyendo significados.

La página electrónica del DRAE proclama que el formato digital del Diccionario incorporó, en marzo de 2012, la quinta actualización desde su publicación en 2001, adicionando 1697 modificaciones aprobadas por la Academia desde septiembre de 2007 hasta diciembre de 2011. La semana pasada, sin ir más lejos, el Diccionario incorporó otras 3.345 modificaciones, que incluyen palabras y acepciones nuevas, matizaciones y supresiones de términos en desuso. Por fin, evitando traicionar su trayectoria, la institución decidió considerar vocablos muy extendidos y de plena actualidad. Entre ellos, posverdad, definida como la "distorsión deliberada de una realidad" con el fin de influir en la opinión pública, y atribuida a menudo al presidente estadounidense Donald Trump o a la campaña del Brexit. O chusmear, palabra que alude a quienes hablan "con indiscreción o malicia de alguien o de sus asuntos". También espadón, como manera coloquial de referirse a un militar golpista.

Los nuevos cambios incluyen la anexión al léxico español de extranjerismos procedentes de varias lenguas. Del inglés (a estas alturas) se adopta fair play (juego limpio), cracker (los que vulneran sistemas de seguridad informáticos) o container (en las acepciones de contenedor y de barco destinado al transporte de mercancías en contenedores), y se añade también el verbo clicar. Del árabe se toman sharía (la "ley religiosa islámica reguladora de todos los aspectos públicos y privados de la vida"), umma (la comunidad de creyentes del islam), halal, el término empleado para designar la comida apta para consumo de musulmanes observantes, y hummus, la crema de garbanzos tan popular en Oriente Medio.

Se admiten términos como el neologismo postureo, esa "actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción". O buenismo, vocablo despectivo muy extendido en política y reservado a quien ante un conflicto "cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia". Y, entre las curiosidades o extravagancias, como se prefiera, figuran dos términos de etimología griega como aporofobia, o miedo al pobre, y amusia, definida como la "incapacidad de reconocer o reproducir tonos o ritmos musicales".

Nada tengo contra las adiciones acordadas, que me parecen pertinentes y juiciosas. Sin embargo, creo que se olvida un término que hace tiempo que debió sumarse a este particular falansterio de las palabras, el extranjerismo “cool”. Porque en el léxico común Maddona es cool y Lady Gaga no lo es tanto, por la misma razón que Marlon Brando es más cool que James Dean y ambos lo fueron más que George Cloony o Al Pacino. Y, obviamente, no estoy hablando de “lo último de lo último”

Cool (“frío”, según los viejos diccionarios), debe su actual acepción al legendario saxofonista de jazz Lester Young, que en la década de 1940 dio un giro radical al término cuando dijo: “I am cool”. Expresaba de ese modo que se encontraba relajado y que tenía la situación bajo control. Para que nos situemos, recordaré que Young fue el primer artista que actuó de noche en un escenario llevando gafas de sol.

Hoy, este adjetivo eclosionado en la escena cultural estadounidense (ya se sabe que hace años que el viento solo sopla del oeste), es sinónimo de un estado mental equilibrado, un comportamiento dinámico y un cierto estoicismo estilístico. Una persona “cool” es aquella que contesta las normas establecidas con un estilo personal, aparentando tener la situación bajo control. Es una especie de “rebelde con éxito”, una heroína o un héroe “a la última”. Gente que tiene un poder icónico instantáneo, que trasluce una visión artística original que materializa con un estilo personal, y que deja un cierto legado artístico con el que se identifica una particular generación.

Sin ir más lejos, en este país tenemos ahora mismo una artista que proclama ser una super cool. Se llama Laura Durand (https://www.youtube.com/watch?v=SYZCqaqt1zo). Tal vez deba esperar algún tiempo para que su propia generación le aúpe al lugar cool que le corresponda. Hago votos porque no acabe en el freezer. ¿Quién sabe?

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Crónicas de la amistad: Santa Pola (21)

Según cuenta la tradición, en cierta ocasión, Sócrates (no el hijo de Antonio García, sino el filósofo) se encontró con un conciudadano que le dijo:
-    ¿Sabes lo que he oído decir de tu amigo?
-    Espera un minuto le replicó, antes de que me digas nada, respóndeme a tres preguntas. No te preocupes, son sencillas y sabrás contestarlas. Yo le llamo el examen del triple filtro.
-    ¿Triple filtro?, preguntó sorprendido.
-    Correcto continuó Sócrates. Lo he ensayado en otras ocasiones y me ha dado resultado. De manera que, si te parece, antes de que me cuentes esas cosas sobre mi amigo, filtraremos tres veces lo que me vas a decir, ¿de acuerdo?
-    Conforme, respondió aquel.
-    ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto? le preguntó Sócrates.
-    No dijo el hombre, solo te voy a contar lo que he escuchado.
-    Está bien replicó el filósofo. De manera que no sabes si realmente es cierto, o no.
-    ¿Es algo bueno lo que vas a contar de mi amigo? inquirió a continuación–.
-    No, al contrario…
-    Entonces, deseas decirme algo malo sobre mi amigo, pero no estás seguro de que sea cierto. Y finalmente, añadió:
-    ¿Me servirá de algo saber lo que vas a contarme?
-    No, la verdad es que no, le respondió aquel.
-    Bien concluyó Sócrates si lo que deseas decirme no sabes si es cierto, no es bueno y tampoco es útil, ¿para qué necesito saberlo?

Hoy es 5 de diciembre, el día acordado para celebrar el vigésimo primer encuentro de esta nueva era, en Santa Pola. Nos congrega otra vez la amistad, esa relación interpersonal que nos amalgama, sin dependencias ni episodios, y en la que, sin embargo, cabe con toda sencillez la vida. Un sentimiento que requiere la alteridad y que nos impide hablar de nuestros amigos, hacer de ellos un tema de conversación, porque nos obliga a hablarles, sin más. De certezas y utilidades, y también de incertidumbres y quebrantos. Todo tiene cabida en la vida amistosa porque los amigos son esa familia que elegimos para recorrer el camino de la existencia. Definitivamente, la amistad es muchas cosas: es un sentimiento inabarcable, como es un concepto enorme y maravilloso.

Eran las once y media cuando aparcábamos en el tramo medio de la avenida de Granada, lugar en que Pascual nos había emplazado. Allí, junto al Club Náutico, estábamos Sofo, Alfonso, Tomás y yo. Casi simultáneamente llegaba Pascual. Pocos minutos después aparecían Antonio Antón y Elías. Tras los habituales y fogosos saludos, sintiendo todos el frío que a esa hora de la mañana todavía se dejaba notar, nos hemos dirigido a ‘voramar’ buscando el confort de un sol que lucía radiante, escudriñando el panorama e intentando localizar al amigo que nos faltaba, Antonio García Botella, que, inmediatamente, como si hubiese oído nuestra llamada, ha aparecido frente a nosotros justo delante del Boulevard del Puerto, una reputada cervecería de esta zona lúdica de la fachada marítima de Santa Pola, regentada por un exalumno de Pascual (¿quiénes no serán exalumnos de Pascual en este lugar?). Faltaba Luis que, una vez más, se ausentaba por imponderables sobrevenidos. Así que, tras el breve paréntesis de las primeras conversaciones, nos hemos encaminado hacia el Museo de la Sal, ubicado en las instalaciones de un antiguo molino del Parque Natural de la Salinas de Santa Pola. Una amabilísima guía, a la que olvidé preguntar su nombre (vayan por delante mis disculpas), nos ha explicado detalladamente la historia del parque y el proceso de extracción de la sal y su historia. Nos ha invitado a realizar algunos itinerarios para observar flamencos, cercetas pardillas, tarros blancos, garcetas comunes, gaviotas patiamarillas, cigüeñuelas, etc. Ofrecimiento que hemos agradecido, prometiéndole volver otro día para completarlo. Entre tanto, Domingo Moro, con la impagable ayuda del whatsupp, seguía nuestro recorrido desde Ibiza, acompañándonos y animándonos a disfrutarlo.

En el restaurante Nueva Casa del Mar
Y es que sin apercibirnos, embelesados por los detalles que nos han contado y los que hemos leído en la profusión de paneles que custodia el Museo sobre la singular explotación de la industria de la sal, disfrutando del espléndido sol que a esas horas ya reconfortaba, contemplando los flamencos en las balsas próximas…, se nos escapaba el tiempo. De modo que, tras las fotos de rigor, nos hemos apresurado a volver a la Avenida de Granada, y en concreto al Boulevard del Puerto, donde han caído las primeras cervezas, aderezadas con unos “tigres” y unas tapitas de ensaladilla estupendas. Desde allí nos hemos dirigido hacia la calle del Muelle, donde hemos dejado los vehículos. Apenas unos pasos nos separaban de Los Curros, un bar de visita obligada, donde hemos apurado el segundo tentempié antes de encarar la Nueva Casa del Mar, que era el lugar previsto para comer.

Allá estaba Rafa Bonmatí, otro exalumno de Pascual, que nos esperaba en la barra de su establecimiento con los brazos abiertos, una espléndida mesa redonda y un menú sensacional. En un salón inusualmente despejado, hemos despenado unos aperitivos a base de tacos de bonito con tomate raff, salmonetes exquisitamente fritos,  quisquillas de nasa  y un calamar a la plancha buenísimo. Todo ello constituía un preámbulo a la altura del plato principal: una caldereta de rubio, gallopedro y lubina, aderezada con unas patatas y una salsa inmejorables. Todos hemos confesado abiertamente que hacía años que no degustábamos algo similar. Un excepcional menú, regado con unas botellas de Pago de los Capellanes joven y rematado por un soufflé a la altura de las circunstancias.

La degustación de semejante menú ha dispuesto nuestros ánimos para emprender sin demora la habitual sobremesa musical. Antonio Antón ha echado mano mano de su inseparable guitarra y, tras algún escarceo por la canción popular que tanto aprecia (y en el que inusualmente tomó parte muy activa Pascual, con una aportación local y antológica, de marcado carácter marinero-escatológico), la inspiración voló a las cercanías del bolero: Si tú me dices ven, El reloj, Nosotros…, entre otros, han sido dignos broches a una sobremesa espléndida.

Casi estábamos preparando la despedida cuando alguien ha propuesto cruzar la calle y visitar la subasta del pescado que se estaba celebrando en la Lonja. En un plis plas a Pascual –que, como sabemos,  apenas tiene conocidos, ni ascendente sobre los santapoleros– le ha faltado tiempo para encontrar a un amable señor que nos ha acomodado en una tribuna desde la que hemos presenciado, anonadados, un espectáculo fastuoso. Una subasta plenamente mecanizada y puesta al día tecnológicamente y, sin embargo, con un empaque auténticamente tradicional que destila un regusto de autenticidad increíble. Hemos disfrutado de una experiencia única que nos ha proporcionado la oportunidad de admirar, vivita y coleando, una amplísima muestra de las especies que todavía atesora nuestra mar.

Puerto de Santa Pola
Parece que hoy era un día reservado para las sorpresas. Henchidos todavía de la satisfacción con que salíamos de la Lonja, nos hemos echado a la cara un crepúsculo excepcional. Las rojas tonalidades del cielo empezaban a confundirse con las sombras de la noche, el mar deslizando suavemente sus aguas oscuras, los cascos y los aparejos de las barcas recortándose entre la plateada superficie y el ardiente horizonte, las primeras luces artificiales reflejándose en la dársena, la leve brisa que impregnaba el ambiente... El edén, esos han sido postreros minutos cerca del edén, preámbulo de los últimos abrazos y la partida. Novelda nos espera en febrero. Seguro que allí estará Luis.

Como se acerca la Navidad, ahí va mi felicitación para todos, que toma la forma de un poema que se atribuye, creo que con poco fundamento, a Jorge Luis Borges. Bon Nadal per a tothom!

Poema de la Amistad

No puedo darte soluciones para todos los problemas de
la vida, ni tengo respuestas para tus dudas o temores,
pero puedo escucharte y compartirlo contigo.
No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro.
Pero cuando me necesites estaré junto a ti.
[T]us alegrías, tus triunfos y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me
lo pides.
[N]o puedo evitar tus sufrimientos cuando alguna pena te
parta el corazón, pero puedo llorar contigo y recoger
los pedazos para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quien eres ni quien deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.
[E]n estos días pensé en mis amigos y amigas,
entre ellos, apareciste tu.
No estabas arriba, ni abajo ni en medio.
No encabezabas ni concluías la lista.
No eras el número uno ni el número final.
Lo que se es que te destacabas por alguna cualidad que
transmitías y con la cual desde hace tiempo se
ennoblece mi vida.
Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero, el
segundo o el tercero de tu lista.
Basta que me quieras como amigo.
[G]racias por ser mi amigo.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Espectros

Anoche me dormí inusualmente tarde. Abstraído en la lectura y arropado por las páginas del libro que Chaves Nogales le escribió a Juan Belmonte para contar su biografía. Habría que decir que se trata de la biografía belmontina por antonomasia, porque Juan no sería quien es si no se hubiese escrito ese texto. ¿Acaso puede imaginarse que saliese de su boca la definición del toreo que se le atribuye? Semejante clarividencia es propia de las entendederas de narradores excepcionales, como lo fue su biógrafo. Es indudable que solo a Juan Belmonte corresponde la peculiar y novedosísima concepción del toreo, que, como bien explica, ejercitó primero en los cerrados de la dehesa sevillana de Tablada (donde la pergeñó) y, luego, entre las talanqueras de los pueblos de poca monta y en los alberos de plazas de primera. Pero no concibo en los labios de Juan Belmonte una definición tan precisa de lo que significó su manera de torear, que es lo mismo que la quintaesencia del toreo actual.

Reflexionando a propósito de la inolvidable corrida que se celebró en Madrid el 2 de mayo de 1914, en la que alternaban Rafael Gómez “El Gallo”, su hermano “Gallito” y Juan Belmonte  (aquella sí que fue la auténtica corrida del siglo), cuando Juan explica el modo en que se abstraía de la enorme presión ambiental que vivía tras el clamoroso triunfo de Joselito en el quinto toro, Chaves Nogales pone en su boca lo que le sugirieron los primeros lances que le dio al sexto de la tarde, el de su apoteosis. Que no es ni más ni menos que la mejor definición del toreo que conozco: “Torear es la maravilla de convertir la pesada e hiriente realidad de una bestia en algo tan inconsútil como el velo de una danzarina”.

La biografía de Chaves Nogales está sembrada de las lindezas que acompañaron al inigualable Juan Belmonte a lo largo de su vida, reinterpretadas y reformuladas por un virtuoso de la palabra, que no solo las pone de relieve sino que les da un empaque que jamás imaginó su genial protagonista. A propósito de su primer viaje transatlántico, pone en su boca aquello de que: “Nueva York no me gustó. Demasiado grande y demasiado distinto. Ni aquellas simas profundas eran calles, ni aquellas hormiguitas apresuradas eran hombres, ni aquel hacinamiento de hierros y cemento, puentes y rascacielos era una ciudad. Va un hombre por una calle de Sevilla pisando fuerte para que llegue hasta el fondo de los patios el eco de sus pasos sonoros, mirando sin tener que levantar la cabeza a los balcones, desde donde sabe que le miran a él, llenando la calle toda con su voz grave y bien entonada cuando saluda a un amigo con quien se cruza: ¡Adiós, Rafaé…!, y da gloria verlo y es un orgullo ser hombre y pasar por una calle como aquella y vivir en una ciudad así. Pero aquí, en Nueva York, donde un hombre no es nadie y una calle es un número, ¿cómo se puede vivir?”.

O esta otra anécdota referida al día de su alternativa en Madrid, el 16 de octubre de 1913, formando terna con Machaquito y El Gallo. Una corrida accidentadísima en la que salieron del chiquero hasta once toros. El público estaba caliente. Llegó un momento en que parecía que  iba a despedazar a los diestros y quemar la plaza. Belmonte veía a la multitud encrespada y se acongojaba imaginando cómo podía terminar aquello. Asegura en el libro que en lo más impresionante del tumulto se le ocurrió lo siguiente: “Dentro de dos horas será de noche, y esto tiene que haber cesado. Se habrán muerto, nos habrán matado, lo que sea. Pero es indudable que dentro de dos horas todo estará tranquilo y silencioso. Es cuestión de esperar. Dos horas pasan pronto” Desde aquel día esa es la reflexión que le ayudó a sobrellevar los momentos de presión de algunas tardes, en las que quince o veinte mil almas aullaban como fieras en el tendido.

Me dormía consumiendo las páginas en las que se relata cuando, ya en 1918, esperaba en Panamá a su mujer, con la que se había casado por poderes en Lima y con la que viajaría inmediatamente a Buenos Aires, dejando a su mozo de espadas junto al Canal, estragado y convencido que de que no sabría volver a su Triana natal; seguro de que se moriría allí sin dar con el camino para regresar a España.

Hoy ha amanecido un día helador. Las temperaturas se han desplomado estrepitosamente. Al abrir las ventanas del dormitorio hemos comprobado que había llegado de verdad el invierno, seguramente para quedarse durante algunos días. Tras desayunar y completar las tareas rutinarias que exige el mantenimiento doméstico, he dado una vuelta por el mercadillo para comprar unas zapatillas de estar por casa y algunos olvidos. Hoy estaba concurrido y efervescente, estimulado por una climatología poco común. Todos andábamos presurosos. En pocos minutos he concluido mis propósitos y he vuelto a casa dispuesto a dar mi habitual paseo matinal.

Un recorrido a buen paso por los viales del PAU 2 me ha hecho sentir en el rostro la “rasca” de la mañana, tan cara de ver por estos pagos. Un viento frío del noroeste, con la intensidad justa, espabilaba las mientes y alegraba el paso. Las avenidas se ofrecían especialmente despejadas de vehículos y viandantes. No estaba la mañana para bromas. Así, disfrutando de esas frescas y soleadas horas mañaneras, he trazado un recorrido que habitualmente recorro con mi amigo José Joaquín y su perro Lula.

Ya había encarado el último tramo del itinerario cuando me he cruzado con una especie de espejismo, que me ha recordado a otro pasaje del libro de Chaves. No es que lo que he visto sea una imagen ignota porque he contemplado otras similares, aunque menos impactantes. En ocasiones me he cruzado con aguerridos progenitores que hacían footing empujando los carritos de sus bebés, blandiéndolos cual arietes a lo largo de las aceras. He visto en los paseos marítimos y en algunas avenidas esas sorprendentes imágenes, que he asociado a improvisaciones lúdicas de padres entusiastas que, probablemente llevados de inclinaciones atléticas tardías, parecían satisfacerlas e inculcarlas incipientemente a sus vástagos. Pero lo que hoy he visualizado supone una vuelta de tuerca más. Se trataba de un carrito de bebé ‘customizado’ ex profeso, con tres ruedas enormes y neumáticas, cual remolque de bicicleta para niños, que un orgulloso y trotón padre blandía como protuberancia abriéndose paso por las aceras que bordean las avenidas del PAU 2.


Al ver a ese prohombre empuñando el artefacto en que viajaba su hijo dormido no he podido evitar transportarme repentinamente a uno de los lances que incluye la biografía de Juan Belmonte, intitulado “la pantasma”. Cuenta el torero que una especie de fantasma, envuelto en una sábana y con una luz en la cabeza, atravesaba solemnemente algunas noches la Cava de los Civiles, una zona del barrio de Triana que frecuentaba cuando era niño. Ni él ni sus amigos, como tampoco los habitantes del barrio, osaban ponerse en su camino. Sin embargo, una noche que un ganadero encerraba una piara de toros, cuando atravesaba por la calle de S. Jacinto, los muchachos apartaron un torete de la manada y lo callejearon por las calles de la Cava para desconcierto de los trasnochadores. En una de esas carreras, los torerillos descubrieron una sombra blanca, encaramada en la reja de una ventana. Era “la pantasma”, como llamaban en el barrio a aquel atrabiliario personaje, al que se le había caído el puchero que llevaba en la cabeza y cuya ridícula calva y asustado rostro afloraban entre los pliegues de la sábana que tenía arrollada al pescuezo. Aquel lance hizo que le perdieran el respeto porque un fantasma que se asustaba de los toros y no sabía torear no podía ser serio y respetable. ¡Cómo han cambiado los tiempos! No solo nos parece respetabilísimo el peculiar paseo a ritmo de footing que el hombretón del carrito daba a su hijo, sino que a buen seguro pronto se convertirá en una tendencia.