Inmemorialmente,
hoy, como cada día, asistimos a la gran eclosión de la vida. Gracias a la vida, proclamó justamente la
inmortal Violeta del Carmen Parra Sandoval. La vida que siempre sorprende con su
imparable curso, a veces participado por las personas y a veces por otros seres
y fenómenos. Todos, en suma, simultánea o secuencialmente, protagonistas fortuitos
de los acontecimientos aleatorios que construyen la historia.
La
Real Academia sigue displicentemente ajena a ese imparable fluir. Persiste en
su renuencia a ‘sacralizar’ la vitalidad inabarcable de los códigos que
acordamos los hablantes. Pese a lo imparable de la globalización o la
abrumadora presencia de la digitalidad. Pese a que el lenguaje, los medios que
utilizamos las personas para comunicarnos, sea el mejor reflejo de la trayectoria
de nuestras vidas porque las retrata fielmente, a veces con sutileza, otras descarnadamente.
Lo hace especialmente el léxico común, al que los próceres y académicos suelen
regatear el lugar que, justamente por tal motivo, debiera ocupar en el parnaso
de las palabras.
Mientras
vivimos echamos mano de lo que sabemos, inventamos y compartimos; construimos
nuevos significados. Unas veces con motivación y sentido; otras llevados del esnobismo
más frívolo. En todo caso, ahí estamos, unos y otros, vivitos y coleando: transcendentales
o superficiales; snobs o castizos; corrientitos o extravagantes. Todos habitantes
de la plaza pública, usuarios de las novísimas ágoras sociales, visitantes
circunstanciales de mentideros y alcaicerías. Generando léxico, construyendo
significados.
La página
electrónica del DRAE proclama
que el formato digital del Diccionario incorporó,
en marzo de 2012, la quinta actualización desde su publicación en 2001, adicionando
1697 modificaciones aprobadas por la Academia desde septiembre de 2007 hasta
diciembre de 2011. La semana pasada, sin ir más lejos, el Diccionario incorporó
otras 3.345 modificaciones, que
incluyen palabras y acepciones nuevas, matizaciones y supresiones
de términos en desuso. Por fin, evitando traicionar su trayectoria, la
institución decidió considerar vocablos muy extendidos y de plena actualidad.
Entre ellos, posverdad, definida como
la "distorsión deliberada de una realidad" con el fin de influir en
la opinión pública, y atribuida a menudo al presidente estadounidense Donald
Trump o a la campaña del Brexit. O chusmear,
palabra que alude a quienes hablan "con indiscreción o malicia de alguien
o de sus asuntos". También espadón,
como manera coloquial de referirse a un militar golpista.
Los nuevos
cambios incluyen la anexión al léxico español de extranjerismos
procedentes de varias lenguas. Del
inglés (a estas alturas) se adopta fair play (juego limpio), cracker
(los que vulneran sistemas de seguridad informáticos) o container (en las acepciones de contenedor y de barco destinado al
transporte de mercancías en contenedores), y se añade también el verbo clicar. Del árabe se toman sharía
(la "ley religiosa islámica reguladora de todos los aspectos públicos y
privados de la vida"), umma (la
comunidad de creyentes del islam), halal,
el término empleado para designar la comida apta para consumo de musulmanes
observantes, y hummus, la crema de
garbanzos tan popular en Oriente Medio.
Se admiten términos como el
neologismo postureo, esa
"actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o
presunción". O buenismo, vocablo despectivo muy
extendido en política y reservado a quien ante un conflicto "cede con
benevolencia o actúa con excesiva tolerancia". Y, entre las curiosidades o
extravagancias, como se prefiera, figuran
dos términos de etimología griega como aporofobia, o miedo al pobre, y amusia,
definida como la "incapacidad de reconocer o reproducir tonos o ritmos
musicales".
Nada
tengo contra las adiciones acordadas, que me parecen pertinentes y juiciosas.
Sin embargo, creo que se olvida un término que hace tiempo que debió sumarse a
este particular falansterio de las palabras, el extranjerismo “cool”. Porque en
el léxico común Maddona es cool
y Lady Gaga no lo es tanto, por la misma razón que Marlon Brando es más cool que James Dean y ambos
lo fueron más que George Cloony o Al Pacino. Y, obviamente, no estoy hablando
de “lo último de lo último”
Cool (“frío”, según los viejos
diccionarios), debe su actual acepción al legendario saxofonista de jazz Lester
Young, que en la década de 1940 dio un giro radical al término cuando dijo: “I am cool”. Expresaba de ese modo que se
encontraba relajado y que tenía la situación bajo control. Para que nos situemos,
recordaré que Young fue el primer artista que actuó de noche en un escenario
llevando gafas de sol.
Hoy,
este adjetivo eclosionado en la escena cultural estadounidense (ya se sabe que
hace años que el viento solo sopla del oeste), es sinónimo de un estado mental equilibrado, un comportamiento
dinámico y un cierto estoicismo estilístico. Una persona “cool” es aquella que
contesta las normas establecidas con un estilo personal, aparentando tener la
situación bajo control. Es una especie de “rebelde con éxito”, una heroína o un
héroe “a la última”. Gente que tiene un poder icónico instantáneo, que trasluce
una visión artística original que materializa con un estilo personal, y que
deja un cierto legado artístico con el que se identifica una particular generación.
Sin ir más lejos, en este país tenemos ahora mismo una artista que proclama ser una super cool. Se llama Laura Durand (https://www.youtube.com/watch?v=SYZCqaqt1zo). Tal vez deba esperar algún tiempo para que su propia generación le aúpe al lugar cool que le corresponda. Hago votos porque no acabe en el freezer. ¿Quién sabe?
Sin ir más lejos, en este país tenemos ahora mismo una artista que proclama ser una super cool. Se llama Laura Durand (https://www.youtube.com/watch?v=SYZCqaqt1zo). Tal vez deba esperar algún tiempo para que su propia generación le aúpe al lugar cool que le corresponda. Hago votos porque no acabe en el freezer. ¿Quién sabe?
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