martes, 29 de enero de 2019

Influencers

Hoy, como siempre, las apariencias son importantísimas. Hay personas que exhiben una sola figura y las hay que ofrecen múltiples hechuras. Existen quienes eligen determinada fisonomía para lucirla bajo los focos y prefieren otras muy distintas cuando transitan por las penumbras. Incluso hay a quienes no les importa de donde venga la luz porque merodean azarosamente, sin solución de continuidad, entre el histrionismo y los prodigios minimalistas. Algunos hasta llegan a argumentar que se atavían como lo hacen porque consideran que la ropa no solo cubre la desnudez, sino que constituye una forma de enfrentarse al mundo, una especie de barrera que protege de su inclemencia. Se dicen tantas cosas...

Cada vez confiamos menos en los mensajes estándar y en los reclamos que fluyen incansablemente de los espacios hipermedia. Fiamos mucho más en la opinión de amigos y conocidos y damos crédito creciente a las personas que conocen una determinada materia y/o tienen cierta experiencia en ella. Hemos dejado de echarnos ingenuamente en los brazos de las engañosas recompensas que prometen las campañas de publicidad, independientemente del valor o la dimensión de lo que promocionan, sea la “chispa de la vida” o el Cola-Cao, la PS5 o el iPhoneX. Al hilo de todo ello eclosionan las nuevas estrategias comerciales. Una de las que se cuenta entre las más exitosas involucra a personas influyentes en el mundo online. Ello se consigue a través de una maniobra que se ha revelado como táctica de marketing exitosa para ampliar el alcance de una determinada campaña, sea comercial, política, social o cultural. Indiscutiblemente, la figura de los influencer parece hoy indisociable del marketing online.

Frecuentemente constatamos que en la jerga que ha alumbrado el mundo digital se alude a los influencer, que no son sino personas que cuentan con cierta credibilidad en un tema concreto y que, por su presencia  y ascendente en las redes sociales, pueden llegar a convertirse en prescriptores interesantes para una determinada marca, un producto o cualquier otra opción de compra/consumo. Las agencias comerciales ansían trabajar con ellos para desarrollar sus estrategias de venta; asegurando que aportan frescura –algo de lo que las marcas adolecen en ocasiones–, que son constantes, que saben dialogar con su audiencia y que son muy activos en las redes. Ello les ha granjeado una gran reputación y confianza entre sus seguidores, que valoran lo que dicen a través de las historias que crean y que les ayudan a conectar con ellos que, al fin y al cabo, es lo que realmente interesa a cualquiera que pretenda vender lo que sea.

Algunos influencer llegan a decir, creo que exagerando, que el hecho de vestirse es equiparable a escribir una editorial en un medio de comunicación. Es el caso del conocido escritor y crítico de televisión Bob Pop, al que algunos consideran un referente, rol que trasciende ampliamente el de influencer. Roberto Enríquez, que es el nombre auténtico de este madrileño de 48 años, colabora con Andreu Buenafuente en una sección de su programa televisivo Late Motiv. Más allá de las etiquetas que, como sucede con las generalizaciones, confunden pensamiento y deducción con prejuicios, este fulano me parece que es un auténtico “personaje”, en el mejor sentido de la palabra. Eso sí, en modo alguno considero que su desparpajo, sus educados modales y su habilidad para conversar sean motivos suficientes para encumbrarle como destacada referencia social, pese a que lo proponen algunos. Naturalmente, estoy seguro que no pensarán lo mismo los admiradores y admiradoras de esta “vedette” intelectual, como se autocalifica, que aspira a escanear semanalmente, desde su sección televisiva, la realidad que vive.

Luz Sánchez Mellado le hacía recientemente una entrevista. En ella, describiendo su ocupación y salpimentándola con retazos incompletos de lo que podría considerarse una declaración de intenciones, asegura que practica el cabaré ideológico en tanto que vedette intelectual que es. Y cuando la entrevistadora le hace la observación de que a veces aparenta ser una especie de predicador que sermonea, asegura que sus hipotéticos sermones son, en todo caso, para infieles y no para los convencidos que cuenta entre sus huestes. Incluso llega a decir que lo que debería hacer es montarse una secta y forrarse. Bob apuesta sin ambages por la rabia política, asegurando que es imprescindible so pena de adormecemos y conformamos con los males menores. De ahí que visualice el panorama político como algo frente a lo que hay que movilizarse y posicionarse, asumiendo que la política no la hacen los demás sino que la hacemos todos diariamente.

Su prontuario para afrontar el día a día incluye sentencias como las que siguen. Asegura, por ejemplo, que lo subversivo hoy es ser feliz porque las fuerzas vivas nos prefieren desconfiados, desesperanzados y tristes. De modo que no duda en manifestar que la rebeldía auténtica es la felicidad rabiosa, que va contra la inercia. Prosigue afirmando que la ironía casa mal con Twitter y recomienda que nos olvidemos de hablar en titulares y emprendamos  conversaciones que den contexto, aunque sean algo aburridas. Cuando se le dice que a algunos las pantallas que contienen más de tres párrafos les “hacen bola”, como les sucede a los niños cuando mordisquean trozos grandes, asegura que es una cuestión de ejercicio. Y aún profundiza más en la herida cuando indica que, en este mundo de programación donde todo se resume a algoritmos, ir a una librería y escoger un libro es una forma de hackear el sistema que nos programa. Por eso, para él leer es superpunky, pero no el libro (o ver la película) que sugiere Amazon sino elegir una random. Salirnos de la inercia intelectual a la que nos lleva el sistema es la gran rebeldía y puede hacer saltar todo por los aires.

A renglón seguido, remata tan sesuda declaración asegurando que le fascina Terelu Campos porque tiene eso de caerse y levantarse, y volver a caer y volver a levantarse. Esa idea suya de que “todo lo que me cabe es mi talla” le parece fenomenal, una filosofía de vida magnífica, que la estamparía en camisetas. Terelu somos todas, sentencia. Dice, por otro lado, que lo que ha sucedido con el niño Julen es pornografía horripilante, que se usa para vender cosas y ofrecer un entretenimiento terrible. Y respecto a Vox considera que es el mayor desmovilizador imaginable de la solidaridad porque pretende que pensemos que el infierno son los demás. Bob concluye ironizando con que es el subdirector gay de Late Motiv, asegura que tienen otro hetero y que les falta presupuesto para activar el bi y el trans. Yo, tras saber cuanto antecede, no consigo eludir la perplejidad.

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