Hoy,
como siempre, las apariencias son importantísimas. Hay personas que exhiben una
sola figura y las hay que ofrecen múltiples hechuras. Existen quienes eligen determinada
fisonomía para lucirla bajo los focos y prefieren otras muy distintas cuando transitan
por las penumbras. Incluso hay a quienes no les importa de donde venga la luz
porque merodean azarosamente, sin solución de continuidad, entre el
histrionismo y los prodigios minimalistas. Algunos hasta llegan a argumentar que
se atavían como lo hacen porque consideran que la ropa no solo cubre la
desnudez, sino que constituye una forma de enfrentarse al mundo, una especie de
barrera que protege de su inclemencia. Se dicen tantas cosas...
Cada vez confiamos menos en los mensajes
estándar y en los reclamos que fluyen incansablemente de los espacios
hipermedia. Fiamos mucho más en la opinión de amigos y conocidos y damos
crédito creciente a las personas que conocen una determinada materia y/o tienen
cierta experiencia en ella. Hemos dejado de echarnos ingenuamente en los brazos
de las engañosas recompensas que prometen las campañas de publicidad, independientemente
del valor o la dimensión de lo que promocionan, sea la “chispa de la vida” o el
Cola-Cao, la PS5 o el iPhoneX. Al hilo de todo ello eclosionan las nuevas
estrategias comerciales. Una de las que se cuenta entre las más exitosas involucra
a personas influyentes en el mundo online. Ello se consigue a través de una
maniobra que se ha revelado como táctica de marketing exitosa para ampliar el
alcance de una determinada campaña, sea comercial, política, social o cultural.
Indiscutiblemente, la figura de los influencer parece hoy indisociable del
marketing online.
Frecuentemente
constatamos que en la jerga que ha alumbrado el mundo digital se alude a los influencer, que no son sino personas que
cuentan con cierta credibilidad en un tema concreto y que, por su
presencia y ascendente en las redes
sociales, pueden llegar a convertirse en prescriptores interesantes para una determinada
marca, un producto o cualquier otra opción de compra/consumo. Las agencias comerciales ansían trabajar con ellos
para desarrollar sus estrategias de venta; asegurando que aportan
frescura –algo de lo que las marcas adolecen en
ocasiones–, que son constantes, que saben dialogar con su audiencia y que
son muy activos en las redes. Ello les ha granjeado una gran reputación y
confianza entre sus seguidores, que valoran lo que dicen a través de las
historias que crean y que les ayudan a conectar con ellos que, al fin y al cabo,
es lo que realmente interesa a cualquiera que pretenda vender lo que sea.
Algunos
influencer llegan a decir, creo que
exagerando, que el hecho de vestirse es equiparable a escribir una editorial en
un medio de comunicación. Es el caso del conocido escritor y crítico de
televisión Bob Pop, al que algunos consideran un referente, rol que trasciende ampliamente
el de influencer. Roberto Enríquez, que
es el nombre auténtico de este madrileño de 48 años, colabora con Andreu
Buenafuente en una sección de su programa televisivo Late Motiv. Más allá de las etiquetas que, como sucede con las
generalizaciones, confunden pensamiento y deducción con prejuicios, este fulano
me parece que es un auténtico “personaje”, en el mejor sentido de la palabra.
Eso sí, en modo alguno considero que su desparpajo, sus educados modales y su
habilidad para conversar sean motivos suficientes para encumbrarle como
destacada referencia social, pese a que lo proponen algunos. Naturalmente,
estoy seguro que no pensarán lo mismo los admiradores y admiradoras de esta
“vedette” intelectual, como se autocalifica, que aspira a escanear semanalmente,
desde su sección televisiva, la realidad que vive.
Luz
Sánchez Mellado le hacía recientemente una entrevista. En ella, describiendo su
ocupación y salpimentándola con retazos incompletos de lo que podría
considerarse una declaración de intenciones, asegura que practica el cabaré
ideológico en tanto que vedette intelectual que es. Y cuando la entrevistadora le
hace la observación de que a veces aparenta ser una especie de predicador que
sermonea, asegura que sus hipotéticos sermones son, en todo caso, para infieles
y no para los convencidos que cuenta entre sus huestes. Incluso llega a decir
que lo que debería hacer es montarse una secta y forrarse. Bob apuesta sin
ambages por la rabia política, asegurando que es imprescindible so pena de
adormecemos y conformamos con los males menores. De ahí que visualice el
panorama político como algo frente a lo que hay que movilizarse y posicionarse,
asumiendo que la política no la hacen los demás sino que la hacemos todos
diariamente.
Su prontuario para afrontar el día a día incluye sentencias como las que
siguen. Asegura, por ejemplo, que lo subversivo hoy es ser feliz porque las
fuerzas vivas nos prefieren desconfiados, desesperanzados y tristes. De modo
que no duda en manifestar que la rebeldía auténtica es la felicidad rabiosa,
que va contra la inercia. Prosigue afirmando que la ironía casa mal con Twitter
y recomienda que nos olvidemos de hablar en titulares y emprendamos conversaciones que den contexto, aunque sean algo
aburridas. Cuando se le dice que a algunos las pantallas que contienen más de
tres párrafos les “hacen bola”, como les sucede a los niños cuando mordisquean trozos
grandes, asegura que es una cuestión de ejercicio. Y aún profundiza más en la
herida cuando indica que, en este mundo de programación donde todo se resume a algoritmos,
ir a una librería y escoger un libro es una forma de hackear el sistema que nos programa. Por eso, para él leer es superpunky, pero no el libro (o ver la
película) que sugiere Amazon sino elegir una random. Salirnos de la inercia intelectual a la que nos lleva el
sistema es la gran rebeldía y puede hacer saltar todo por los aires.
A
renglón seguido, remata tan sesuda declaración asegurando que le fascina Terelu
Campos porque tiene eso de caerse y levantarse, y volver a caer y volver a
levantarse. Esa idea suya de que “todo lo que me cabe es mi talla” le parece
fenomenal, una filosofía de vida magnífica, que la estamparía en camisetas.
Terelu somos todas, sentencia. Dice, por otro lado, que lo que ha sucedido con
el niño Julen es pornografía horripilante, que se usa para vender cosas y
ofrecer un entretenimiento terrible. Y respecto a Vox considera que es el mayor
desmovilizador imaginable de la solidaridad porque pretende que pensemos que el
infierno son los demás. Bob concluye ironizando con que es el subdirector gay
de Late Motiv, asegura que tienen otro hetero
y que les falta presupuesto para activar el bi
y el trans. Yo, tras saber cuanto
antecede, no consigo eludir la perplejidad.
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