Se
me ha ido enero, o casi. Veintisiete del mes. Ya hemos cobrado la pensión y no
he logrado escribir una sola línea en el blog; tampoco demasiadas en otros
cuadernos que vengo completando. Estoy de capa caída, sin atenuantes ni matices.
Cada vez consigo menos exprimir el tiempo y hacer las cosas que quiero, o que me parece
que ansío. Hace meses que abandoné el acordeón. Apenas encuentro algunas horas
que compartir con los amigos. Ni pinto, ni pesco. Frecuento el pueblo muchísimo
menos de lo que lo hacía. Y qué decir del bricolaje y de los apaños domésticos.
Y de las lecturas. No sé si además de hacerme viejo soy crecientemente torpe, o
es que me entretienen demasiado las cosas que no valoro, pese a su relevancia. Por
una u otra razón, percibo que el resultado final es el mismo. Me embarga de vez
en cuando la sensación de que se me escabulle la existencia, de que dilapido sus penúltimas oportunidades. Y
ello me inquieta sobremanera. Incluso llega a agobiarme el incansable martilleo
del reloj –de los avisos del teléfono, correspondería decir–, advirtiéndome
del incontenible transcurso del tiempo. De la misma manera que seguramente les sucedió
a muchísimos, el intervalo que tengo asignado amenaza con concluir inacabado a
los ojos de mi subjetiva individualidad. Probablemente fue lo que hubo y es lo
que hay, con la diferencia de que ahora soy yo el concernido. Me obstino en
convencerme de que no cabe desesperar. Me digo a mi mismo que en último extremo
mi biografía tal vez no merece ser contada porque es muy posible que carezca de
interés para otros.
Sin
embargo, yo la vivo en primera persona como siento que todos vivimos en un mundo inundado de ruido y de
griterío. Comparto la rotunda afirmación que hoy rubrica la directora del
diario El País, Soledad Gallego-Díaz, en el reverso de una página en blanco que
envuelve la portada de su diario. En el anverso se lee: “Un espacio para
comprender. También para pensar. ¿Y tú que piensas?” Desde que esta mujer se
hizo cargo de la dirección, el periódico es otra cosa. Recuerda a lo que fue
durante tantos años, o casi. Mujer tenía que ser. ¿Acaso existen otros seres
capaces de lograr que lo posible se imponga sobre lo presuntamente inevitable? Yo
creo que no. El ejemplo lo tenemos en la reflexión que incluye la página
interior derecha del aludido y singular envoltorio, que comparto plenamente y
que dice:
Hay
quienes piensan que todo tiempo pasado fue mejor.
Y
quienes creen que lo mejor está por venir.
Hay
quienes saben que nunca. Y quienes dicen tal vez.
Quienes
piensan que es justo y quienes jamás pensarán que lo es.
Hay
quienes se ponen de acuerdo para estar en desacuerdo.
Hay
quien se resigna y hay quien está dispuesto a hacer algo.
Hay
quienes odian. Y quienes aman.
Hay
quien aprende. Y hay quien enseña.
Hay
quienes hablan. Y hay quienes hacen.
Los
hay que ni locos.
Hay
quienes piensan que todo está perdido.
Hay
quienes ven razones para actuar.
Hay
quienes miran para otro lado. Hay quienes se indignan.
Hay
quien piensa que ya es suficiente.
Hay
quienes piensan que esto es solo el comienzo.
Hay
quienes se mojan, hay quienes se implican.
Hay
quienes están dispuestos a escuchar.
Hay
quien piensa que entre el blanco y el negro hay muchos grises.
Hay
quienes piensan que no se trata solo del qué
sino
también del porqué.
¿Y
tú qué piensas?
Pienso
muchas cosas más, pero con estas me basta provisionalmente. Me doy por
satisfecho con que el año que ahora empieza inaugure un tiempo en el que
consigamos recuperar el discurso de quienes creen que lo mejor está por venir,
de quienes tienen más preguntas que certezas, de quienes son capaces de
convivir en el desacuerdo. Me conformo con que se imponga la iniciativa y la
decisión a la resignación, y el amor al desamor y al odio. Quisiera que el aprendizaje triunfase sobre
la enseñanza, y el hacer sobre el especular. Me gustaría vivir un tiempo en el
que se imponga la convicción de que nada está perdido, de que existen todavía razones
para creer y actuar, un tiempo en el que podamos indignarnos y no mirar para
otro lado, sensatamente, sin histrionismos efímeros. Me encantaría volver a revisitar aquel tiempo en el que muchos quisimos escuchar, implicarnos, considerar que
estábamos en el comienzo de tantas y tantas cosas. El tiempo, el tiempo, el
tiempo…
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