La
vida a veces se me antoja como un monumental circuito eléctrico, un lío colosal
de mangueras, cables, filamentos, conexiones, empalmes y derivaciones. De vez
en cuando, más por puro azar que por otra cosa, presionas un interruptor y, asombrosamente, se ofrecen ante tus ojos señales que te
advierten de mil y una cosas. A veces son recuerdos banales; otras, preocupaciones
y congojas; en ocasiones, sensaciones placenteras. También de vez en cuando alumbran
asuntos irrelevantes, sorprendentes y hasta hilarantes. En cualquier caso, casi
siempre, resultan prodigiosamente inesperados.
Un
ejemplo de lo que digo sucedió ayer. Rayaba la medianoche y me disponía a
acostarme. Como suelo hacer, eché una mirada al teléfono. No sé por qué repito
esa rutina cada noche sabiendo que casi nada importante suele comunicarse a
esas horas a través de whatsup, email, facebook o twitter. Pero lo cierto y
verdad es que lo hago reiteradamente. Y, mira por donde, me encontré con una petición
de amistad en Facebook que correspondía a una persona cuyo nombre desconocía y
con la que el sapientísimo FB aseguraba que comparto una única amiga. Miré su
perfil y observé su fotografía, a la vez que contrasté el nombre de la amiga
común. Todo me llevó a deducir que ella debía ser quién yo pensaba que era.
Acepté su petición y, para mi sorpresa, a los pocos minutos, esa persona inició
un diálogo para el que todavía no he averiguado qué medio utilizó y tampoco
creo que ella lo sepa.
- -- ¿Me recuerdas?, escribió. Soy Bienve. Aún
conservo fotos de cuando estudiamos en Chiva.
- -- Sí, claro, le respondí. Me ha despistado el
nombre de Nuria. Recuerdo a Bienve, claro que sí. Tú y Juanjo erais los
compañeros que veníais de Cheste. Me alegra mucho tener noticias tuyas
- -- A mi también. Hoy, precisamente, he recuperado algunas
fotos antiguas y estás tú… Bueno, estamos todos sentados en la escalera de
salida del Colegio en que estudiábamos…
Así siguió
el diálogo durante unos minutos hasta que decidimos pasarnos a whatsup. En este
medio, más privativo, continuamos “hablando” por espacio de algo
más de media hora. Es lo menos que merecía un reencuentro que ha tardado en
producirse nada más y nada menos que cincuenta y dos años. ¡Bendita sea la digitalidad
o los chispazos que lo han hecho posible!
Es
fácil imaginar la continuación de un diálogo interrumpido hace tanto tiempo,
cuando ella era una mocita y yo un imberbe adolescente con apenas quince
primaveras. Nos pusimos al día en cuestiones familiares y profesionales y en
los rasgos de nuestra apariencia actual. Repasamos algunos recuerdos,
refrescamos alusiones a algunas amistades comunes y compartimos buenos
propósitos para el inmediato futuro.
Después
de muchos años sin vernos, la conversación que tuve anoche con Bienve me proporcionó
un pálpito que espero que se convierta en algo más que una corazonada. Antes de
conciliar el sueño, durante unos minutos, imaginé que la vieja pandilla de
estudiantones se volvía a reunir gracias a una nueva conjunción de
contingencias de naturaleza eléctrica, astral, digital o emocional. O, en su
defecto –o
sin él–,
porque alguno de los concernidos decidía activar los buenos oficios mediadores
o ponía a trabajar su creatividad, que a la postre no es otra cosa que la
capacidad de conectar lo aparentemente desconectado. No es que, como sucede en
algunos relatos, ella o cualquier otro nos hayamos propuesto explícitamente o
estemos determinados a maniobrar para lograr materializar ese, para mi, ansiado
reencuentro. Es verdad que me confesó que alguna tentación al respecto le había
asaltado en otras ocasiones, pero la cosa no trascendió del comentario. Sin
embargo, espero que nuestro último diálogo sea el acicate que necesita la forja
definitiva de ese encuentro. Tengo el presentimiento de que Bienve u otros
compañeros/as (confío más en las segundas que en los primeros) lograrán activar las motivaciones que hagan
posible ese esperado reencuentro, en el que seguramente cada uno de los personajes
intentaremos reverdecer los viejos y reelaborados recuerdos, en el que compartiremos
vetustas experiencias y otros muchos detalles de las vidas que nos han traído felizmente
hasta el momento presente, sin nostalgias ni añagazas.
Estoy
seguro que en ese cónclave no solo estarán presentes las viejas recordaciones.
También compartiremos sentimientos de toda índole, desde los casi olvidados amores
adolescentes o las rencillas de juventud hasta los buenos y malos ratos de una
época irrepetible. Por encima de todo ello, celebraremos la amistad y la
camaradería que impregnó aquellos maravillosos años que compartimos en el
Colegio Luis Vives, de Chiva. Al fin y al cabo, como escribió hace años
Katherine Mansfield, “siempre sentí
que el gran privilegio, el alivio y la comodidad de la amistad era que uno no
tenía que explicar nada”. Hago votos porque así sea y por tener la
oportunidad de veros a todos pronto.
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