domingo, 13 de mayo de 2018

Bienve

La vida a veces se me antoja como un monumental circuito eléctrico, un lío colosal de mangueras, cables, filamentos, conexiones, empalmes y derivaciones. De vez en cuando, más por puro azar que por otra cosa, presionas un interruptor y, asombrosamente, se ofrecen ante tus ojos señales que te advierten de mil y una cosas. A veces son recuerdos banales; otras, preocupaciones y congojas; en ocasiones, sensaciones placenteras. También de vez en cuando alumbran asuntos irrelevantes, sorprendentes y hasta hilarantes. En cualquier caso, casi siempre, resultan prodigiosamente inesperados.

Un ejemplo de lo que digo sucedió ayer. Rayaba la medianoche y me disponía a acostarme. Como suelo hacer, eché una mirada al teléfono. No sé por qué repito esa rutina cada noche sabiendo que casi nada importante suele comunicarse a esas horas a través de whatsup, email, facebook o twitter. Pero lo cierto y verdad es que lo hago reiteradamente. Y, mira por donde, me encontré con una petición de amistad en Facebook que correspondía a una persona cuyo nombre desconocía y con la que el sapientísimo FB aseguraba que comparto una única amiga. Miré su perfil y observé su fotografía, a la vez que contrasté el nombre de la amiga común. Todo me llevó a deducir que ella debía ser quién yo pensaba que era. Acepté su petición y, para mi sorpresa, a los pocos minutos, esa persona inició un diálogo para el que todavía no he averiguado qué medio utilizó y tampoco creo que ella lo sepa.

-        -- ¿Me recuerdas?, escribió. Soy Bienve. Aún conservo fotos de cuando estudiamos en Chiva.
-       -- Sí, claro, le respondí. Me ha despistado el nombre de Nuria. Recuerdo a Bienve, claro que sí. Tú y Juanjo erais los compañeros que veníais de Cheste. Me alegra mucho tener noticias tuyas
-       -- A mi también. Hoy, precisamente, he recuperado algunas fotos antiguas y estás tú… Bueno, estamos todos sentados en la escalera de salida del Colegio en que estudiábamos…

Así siguió el diálogo durante unos minutos hasta que decidimos pasarnos a whatsup. En este medio, más privativo, continuamos “hablando” por espacio de algo más de media hora. Es lo menos que merecía un reencuentro que ha tardado en producirse nada más y nada menos que cincuenta y dos años. ¡Bendita sea la digitalidad o los chispazos que lo han hecho posible!

Es fácil imaginar la continuación de un diálogo interrumpido hace tanto tiempo, cuando ella era una mocita y yo un imberbe adolescente con apenas quince primaveras. Nos pusimos al día en cuestiones familiares y profesionales y en los rasgos de nuestra apariencia actual. Repasamos algunos recuerdos, refrescamos alusiones a algunas amistades comunes y compartimos buenos propósitos para el inmediato futuro.

Después de muchos años sin vernos, la conversación que tuve anoche con Bienve me proporcionó un pálpito que espero que se convierta en algo más que una corazonada. Antes de conciliar el sueño, durante unos minutos, imaginé que la vieja pandilla de estudiantones se volvía a reunir gracias a una nueva conjunción de contingencias de naturaleza eléctrica, astral, digital o emocional. O, en su defecto –o sin él–, porque alguno de los concernidos decidía activar los buenos oficios mediadores o ponía a trabajar su creatividad, que a la postre no es otra cosa que la capacidad de conectar lo aparentemente desconectado. No es que, como sucede en algunos relatos, ella o cualquier otro nos hayamos propuesto explícitamente o estemos determinados a maniobrar para lograr materializar ese, para mi, ansiado reencuentro. Es verdad que me confesó que alguna tentación al respecto le había asaltado en otras ocasiones, pero la cosa no trascendió del comentario. Sin embargo, espero que nuestro último diálogo sea el acicate que necesita la forja definitiva de ese encuentro. Tengo el presentimiento de que Bienve u otros compañeros/as (confío más en las segundas que en los primeros)  lograrán activar las motivaciones que hagan posible ese esperado reencuentro, en el que seguramente cada uno de los personajes intentaremos reverdecer los viejos y reelaborados recuerdos, en el que compartiremos vetustas experiencias y otros muchos detalles de las vidas que nos han traído felizmente hasta el momento presente, sin nostalgias ni añagazas.

Estoy seguro que en ese cónclave no solo estarán presentes las viejas recordaciones. También compartiremos sentimientos de toda índole, desde los casi olvidados amores adolescentes o las rencillas de juventud hasta los buenos y malos ratos de una época irrepetible. Por encima de todo ello, celebraremos la amistad y la camaradería que impregnó aquellos maravillosos años que compartimos en el Colegio Luis Vives, de Chiva. Al fin y al cabo, como escribió hace años Katherine Mansfield, “siempre sentí que el gran privilegio, el alivio y la comodidad de la amistad era que uno no tenía que explicar nada”. Hago votos porque así sea y por tener la oportunidad de veros a todos pronto.

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