A
buena parte de quienes debimos hacernos mayores antes de que nos correspondiese,
nos revienta Peter Pan, ese personaje
de ficción, creado por el escocés James M. Barrie a principios del
siglo XX, que no quería crecer y vivía en un mundo de fantasía en el que podía continuar
siendo un niño para siempre. Hace años que este protagonista imaginario da
nombre a un estado psicológico, a un síndrome que adopta su nombre y que no es
un trastorno psicológico, sino una forma de ser caracterizada por la eterna
inmadurez. Lo acuñó el psicólogo estadounidense Dan Kiley en los años 80
para referirse exclusivamente a hombres que se resistían a madurar, pero actualmente
se alude con él a “peterpanes” de ambos sexos.
Las
personas con esta sintomatología ofrecen rasgos sesgadamente infantiles, tienen
grandes dificultades para asumir responsabilidades y compromisos de cualquier
tipo y una radical inmadurez emocional. No saben gestionar sus sentimientos y
los expresan desmedidamente, con rabietas y arrebatos de ira o de euforia, o
con una tristeza intensa y angustiosa. Idealizan la juventud, les cuesta
aceptar que se hacen mayores y, a la menor dificultad, sufren regresiones a
etapas evolutivas anteriores. Carecen de confianza en sí mismas y tienen una
gran inseguridad, aunque aparenten lo contrario. A veces hasta exhiben un ego
exagerado para compensar su falta de autoestima. Aunque no suelen reconocerlo y
disimulan, sufren y pasan la vida huyendo de una realidad que les resulta dolorosa,
y que no asumen. Prefieren quedarse viviendo en la tierra de Nunca Jamás,
practicando la inmadurez, la irresponsabilidad y el egocentrismo característicos
de la niñez o la adolescencia.
A
veces, los peterpanes son personas que tuvieron infancias y adolescencias
felices, sin traumas ni carencias, que han idealizado como las mejores etapas
de sus vidas. Pero se equivocan porque vivir en una burbuja, sin asumir responsabilidades
y con la sobreprotección de la familia, tiene consecuencias. Se quiera o no, la
vida, progresivamente, se va haciendo compleja y difícil y ese imparable curso
provoca en estas personas una angustia creciente porque carecen de recursos con
los que afrontar las adversidades. De ahí que opten por idealizar las etapas
anteriores, en las que eran libres, despreocupados, felices… Otras veces los
peterpanes han sufrido carencias afectivas o situaciones traumáticas que les
han impedido adquirir el sentimiento de seguridad y confianza en sí mismos y en
el mundo que todo ser humano necesita. Obviamente, quien es inepto para afrontar
las inseguridades y los miedos llegará a la vida adulta siendo incapaz de ayudar
a que otros aprendan a hacerlo, pues difícilmente se da lo que no se posee. Así
pues, nuestros amigos peterpanes tienen ante sí un problema emocional, de
capacidad y de autoconfianza que interfiere en su desarrollo personal, laboral
y social, y que afecta negativamente a quienes les rodean.
No
pretendo entrar a analizar la etiología, características, manifestaciones y
disfunciones que muestran quienes sufren el síndrome de Peter Pan, pero si
abundaré en algunos detalles que deberían hacernos reflexionar a padres,
educadores y a los ciudadanos en general. El pasado verano, cerca de doscientas
mil personas compitieron en una oposición para lograr una de las más de veinte
mil plazas de profesor de E. Secundaria, Formación Profesional y Escuelas de
Idiomas, que integraban la mayor oferta de empleo público realizada desde que
comenzó la crisis. Curiosamente, casi el diez por ciento de los puestos
quedaron vacantes. Ha habido y persiste un importante debate sobre el grado de
exigencia de las pruebas y se sabe que las faltas de ortografía y los
errores gramaticales lastraron la calificación de un número importante de
opositores. Refieren miembros de los tribunales que algunos de ellos redactaron
sus pruebas de la misma manera que escriben sus mensajes con el teléfono, es
decir, acortando las palabras, por ejemplo un “tb” en vez de “también” o un “xq”
en lugar de “por qué/porque”. Otros utilizaron expresiones adolescentes,
propias de un registro coloquial, como “en plan” o “rollo de”, etc.
Sabemos
por experiencia que el mundo adolescente y juvenil renueva y actualiza su
lenguaje continuamente. Hoy, algunos papás inquietos por entender y compartir
la adolescencia de sus hijos, pretendiendo evitar una hipotética brecha que en
su opinión puede abrirse entre ambos por mor de la incomprensión, se afanan en
asimilar e incorporar a su léxico ordinario palabras que nutren la jerga de los
jóvenes. Intentando estrechar la cercanía emocional con sus vástagos llegan a
sorprender a sus propios hijos con un metalenguaje quinceañero que incluye
expresiones como “hacer un next”, “sexylady”, “random”, “marcarse un triple”,
“mordor”, “Okey, oki, okis, okeler”,”trol
de fango”, “worth”, “mierder”, “se lía/la lío parda”, “trolear”, “meh”,
“hacendado me hallo”, “para snapchat o esto tiene un snap”, “KMK”, “estar de jajás”, “thanks for the info”,
“hasta nunki”, etc. Un desvarío que los propios muchachos saludan asombrados,
unas veces siguiendo la corriente a sus desorientados progenitores y otras
ridiculizándolos directamente porque la mayoría de ellos sí conocen,
perfectamente, el rol y el léxico específico de cada cual.
Es
cierto que las personas con síndrome de Peter Pan no lo pasan nada bien y se
sienten incomprendidas, ignorando su problema hasta que se produce alguna
situación crítica que les hace tomar conciencia de que su forma de comportarse
y enfrentar el mundo es anómala respecto a la del resto de sus iguales. Pero no
lo es menos que estos seres, a nivel relacional, son una fuente de conflictos
por su falta de compromiso y la gran exigencia que tienen con los demás.
Generalmente, la persona Peter Pan aparenta estar segura de sí misma, incluso
hasta parece arrogante, pero esa máscara esconde una baja autoestima. Suele
atesorar algunas cualidades personales, como la creatividad y el ingenio, y a
menudo es un buen profesional. Además, se esfuerza por despertar la admiración
y el reconocimiento de la gente que la rodea. Pero, aunque socialmente puedan
ser líderes apreciados por su capacidad de divertirse y amenizar el ambiente,
en la intimidad despliegan su parte exigente, intolerante y desconfiada. Suelen
ser, por decirlo escuetamente, líderes
fuera y tiranos en casa. A nivel amoroso, lo común es que establezcan relaciones
superficiales, sin llegar a comprometerse mucho. Por resumir, muchos de ellos y
ellas responden al conocido perfil "Dark Triad" (narcisismo, maquiavelismo y psicopatía).
Así que, contrastada la relativa relevancia numérica de estos
singulares personajes, recordaré que alguien dijo en cierta ocasión,
refiriéndose a la antigua policía armada, aquello de que “son pocos y van dando
palos de ciego”. A lo que un viejo sindicalista respondió, “pero como te
pillen, te joden”. Pues eso, menos territorio de Nunca Jamás y más poner a
madurar las brevas.
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