“Los
maestros son la joya de la corona porque, además del conocimiento, transmiten
sus valores a los hombres y mujeres del futuro”, aseguraba recientemente
Francisco Mora, neurocientífico, una referencia de reconocido prestigio internacional.
Menciono la cita por ser la última de las que tengo noticia. ¡Qué no se habrá
dicho de los maestros y maestras! Piedra angular del sistema educativo, clave
de bóveda de la educación, auténticos sans-culottes
de la revolución educativa, el corazón de la educación… ¡Flatus vocis, retórica
vacua, obstinado fariseísmo!
Tal
vez quienes más saben –o al menos debieran saber– acerca de lo que significa el
magisterio son los profesores de las facultades de educación, que tienen la
responsabilidad de formar inicialmente a los maestros del futuro. Saben, o
deberían saber, de las altas capacidades, de la extremada competencia, de la
exquisita formación que necesitan perfeccionar quienes se han propuesto dedicarse
profesionalmente a formar a sus conciudadanos. Aprender a ser maestro es algo
que no debiera estar al alcance de cualquiera aunque, lamentablemente, debemos
reconocer que casi siempre ha sido así. Mucho es lo que puede decirse y
escribirse sobre las carencias y excentricidades que han acompañado históricamente
a la formación de los maestros y profesores, pero todo ello es poco comparado con
lo que sucede ahora.
Me
explico. No solamente no se educa a los maestros y profesores como se debería (algo
que acreditaría cualquier profesional que conozca o haya reflexionado
mínimamente sobre la condición docente), es que hemos llegado a un extremo que
supera a todo lo precedente. En este país, desde hace años, no solamente se
forma inadecuadamente a los futuros maestros, sino que se gradúan muchos más de
los que el mercado puede absorber. Tan es así que, según ha alertado la Conferencia
de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) en su último informe
rotulado La universidad en cifras, correspondiente al curso
2016-17, las universidades públicas y privadas de las diferentes comunidades autónomas
ofrecen un 50,5% más de plazas que suman los puestos de trabajo que se crean. Cual
no será la gravedad del asunto que, por primera vez, este organismo llama a la
responsabilidad de las propias universidades para solucionar el desajuste entre
la oferta y la demanda en esa profesión (pongo entre paréntesis que no estaría
mal que también analizasen las demás, en las que probablemente sucede algo
parecido, y apelasen a idénticas responsabilidades).
Dicho
de otro modo, las autoridades autonómicas –que es lo mismo que decir los
responsables de las universidades, que imponen o influyen decisivamente
en la designación de los cargos a quienes, entre otras funciones que parecen preocuparles
menos, compete la gestión de los provechos de los grupos de interés de facultades,
departamentos e institutos universitarios– mantienen el número de plazas
pese a la reducción de la natalidad. Les da lo mismo que se necesiten o no
maestros y maestras. El asunto es que su “fábrica” siga produciendo profesionales para que no pierdan la ocupación sus trabajadores y trabajadoras
(y, sottovoce, se perpetúe el “poder” institucional). Si hay o no crisis de
sobreproducción, no es su problema. Lo importante es que no les afecte a ellos
ni a quienes les acompañan, aunque sea a costa de alimentar un descomunal stock
de graduados desocupados, que les han costado y les cuestan un dineral a sus
familias y al conjunto de los contribuyentes, y que acumulan toneladas y
toneladas de ira y frustración producidas por la sobreeducación y la
infraocupación.
El referido
informe subraya las grandes diferencias que existen entre las distintas Comunidades
Autónomas, como sucede cuando se barajan otros parámetros. En este caso, Castilla
y León es la que más se excede, con una oferta que casi duplica sus
necesidades reales de empleo (un 186%), seguida de La Rioja (un 174%),
Extremadura (135%) y Aragón (124%). Si en cualquier asunto de la vida resulta
disparatado que se duplique la inversión de los recursos necesarios para la adecuada
atención de una determinada prestación o servicio, parece que no es así en la
formación inicial de los maestros. Hasta el punto de que solo existen dos
autonomías en las que la oferta de plazas universitarias del Grado de Maestro está
por debajo de la demanda del mercado: Cataluña, que anuncia un 6,5% menos de
las que necesita y Baleares, en las que el déficit alcanza el 9,3%. Para realizar
estos cálculos los rectores han analizado los datos de natalidad y las
necesidades de escolarización. Su estudio les ha permitido constatar que en los
últimos cuarenta años se ha registrado una caída de más de 10 puntos en la tasa
bruta de natalidad, pasando de 18,7 niños por cada 1.000 habitantes a 8,4. Han
complementado su trabajo añadiendo a los cálculos anteriores las tasas de
reposición por jubilación y las sustituciones por bajas. Considerando todo
ello, España necesita 369.000 maestros y está formando a 555.000, por lo tanto
sobrarían 186.345.
Ante
una situación como la descrita, que conocen las autoridades educativas y todos
los rectores de las universidades públicas y privadas de España, Cataluña es la
única comunidad que ha hecho algo para intentar hacer frente al problema, reduciendo
en los últimos cuatro años el 15% de las plazas que se ofertan en Magisterio,
tanto en las universidades públicas como en las privadas. Adicionalmente, el Consejo
Interuniversitario de Cataluña decidió instituir una prueba para el acceso
a los Grados de Maestro, que se añade a la selectividad, así como no permitir a
la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) impartir esos Grados. Que
sepamos, nada parecido ha sucedido en otros territorios pese a que, como se
asegura en el referido informe, la profesión de maestro no puede ejercerse “en
sociedades distintas a la española por la dependencia que el proceso de
aprendizaje tiene de la lengua a la que está vinculado el alumno”, reduciéndose
al mínimo la empleabilidad de los graduados cuando no consiguen una plaza
docente. Pero es que, además, en el perfil de los alumnos de Magisterio destaca
la precariedad de los recursos familiares, la abrumadora feminización (más del
75 % son mujeres), las elevadísimas tasas de rendimiento académico, que superan
en 12 puntos a la media del resto (89,6% frente a 78,6%), una abandono que no
llega al 10 % (la mitad que la media del resto de los Grados) y unas tasas de
graduación que exceden en más de 20 puntos a la obtenida para el conjunto de
las enseñanzas universitarias (70,8% frente a 49,3%).
A la
vista de estas realidades (hay muchas más que añadir) tomaré como meros
sarcasmos los atributos que se presumen a los maestros y maestras, que anoté en
el primer párrafo. Me parece que es opción más prudente que tirar por el camino
del medio y emprenderla con los exabruptos y las imprecaciones, si no con las más
sonoras blasfemias.
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