jueves, 13 de diciembre de 2018

¡Vivan los maestros!

“Los maestros son la joya de la corona porque, además del conocimiento, transmiten sus valores a los hombres y mujeres del futuro”, aseguraba recientemente Francisco Mora, neurocientífico, una referencia de reconocido prestigio internacional. Menciono la cita por ser la última de las que tengo noticia. ¡Qué no se habrá dicho de los maestros y maestras! Piedra angular del sistema educativo, clave de bóveda de la educación, auténticos sans-culottes de la revolución educativa, el corazón de la educación… ¡Flatus vocis, retórica vacua, obstinado fariseísmo!

Tal vez quienes más saben –o al menos debieran saber– acerca de lo que significa el magisterio son los profesores de las facultades de educación, que tienen la responsabilidad de formar inicialmente a los maestros del futuro. Saben, o deberían saber, de las altas capacidades, de la extremada competencia, de la exquisita formación que necesitan perfeccionar quienes se han propuesto dedicarse profesionalmente a formar a sus conciudadanos. Aprender a ser maestro es algo que no debiera estar al alcance de cualquiera aunque, lamentablemente, debemos reconocer que casi siempre ha sido así. Mucho es lo que puede decirse y escribirse sobre las carencias y excentricidades que han acompañado históricamente a la formación de los maestros y profesores, pero todo ello es poco comparado con lo que sucede ahora.

Me explico. No solamente no se educa a los maestros y profesores como se debería (algo que acreditaría cualquier profesional que conozca o haya reflexionado mínimamente sobre la condición docente), es que hemos llegado a un extremo que supera a todo lo precedente. En este país, desde hace años, no solamente se forma inadecuadamente a los futuros maestros, sino que se gradúan muchos más de los que el mercado puede absorber. Tan es así que, según ha alertado la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) en su último informe rotulado La universidad en cifras, correspondiente al curso 2016-17, las universidades públicas y privadas de las diferentes comunidades autónomas ofrecen un 50,5% más de plazas que suman los puestos de trabajo que se crean. Cual no será la gravedad del asunto que, por primera vez, este organismo llama a la responsabilidad de las propias universidades para solucionar el desajuste entre la oferta y la demanda en esa profesión (pongo entre paréntesis que no estaría mal que también analizasen las demás, en las que probablemente sucede algo parecido, y apelasen a idénticas responsabilidades).

Dicho de otro modo, las autoridades autonómicas  –que es lo mismo que decir los responsables de las universidades, que imponen o influyen decisivamente en la designación de los cargos a quienes, entre otras funciones que parecen preocuparles menos, compete la gestión de los provechos de los grupos de interés de facultades, departamentos e institutos universitarios– mantienen el número de plazas pese a la reducción de la natalidad. Les da lo mismo que se necesiten o no maestros y maestras. El asunto es que su “fábrica” siga produciendo profesionales para que no pierdan la ocupación sus trabajadores y trabajadoras (y, sottovoce, se perpetúe el “poder” institucional). Si hay o no crisis de sobreproducción, no es su problema. Lo importante es que no les afecte a ellos ni a quienes les acompañan, aunque sea a costa de alimentar un descomunal stock de graduados desocupados, que les han costado y les cuestan un dineral a sus familias y al conjunto de los contribuyentes, y que acumulan toneladas y toneladas de ira y frustración producidas por la sobreeducación y la infraocupación.

El referido informe subraya las grandes diferencias que existen entre las distintas Comunidades Autónomas, como sucede cuando se barajan otros parámetros. En este caso, Castilla y León es la que más se excede, con una oferta que casi duplica sus necesidades reales de empleo (un 186%), seguida de La Rioja (un 174%), Extremadura (135%) y Aragón (124%). Si en cualquier asunto de la vida resulta disparatado que se duplique la inversión de los recursos necesarios para la adecuada atención de una determinada prestación o servicio, parece que no es así en la formación inicial de los maestros. Hasta el punto de que solo existen dos autonomías en las que la oferta de plazas universitarias del Grado de Maestro está por debajo de la demanda del mercado: Cataluña, que anuncia un 6,5% menos de las que necesita y Baleares, en las que el déficit alcanza el 9,3%. Para realizar estos cálculos los rectores han analizado los datos de natalidad y las necesidades de escolarización. Su estudio les ha permitido constatar que en los últimos cuarenta años se ha registrado una caída de más de 10 puntos en la tasa bruta de natalidad, pasando de 18,7 niños por cada 1.000 habitantes a 8,4. Han complementado su trabajo añadiendo a los cálculos anteriores las tasas de reposición por jubilación y las sustituciones por bajas. Considerando todo ello, España necesita 369.000 maestros y está formando a 555.000, por lo tanto sobrarían 186.345.

Ante una situación como la descrita, que conocen las autoridades educativas y todos los rectores de las universidades públicas y privadas de España, Cataluña es la única comunidad que ha hecho algo para intentar hacer frente al problema, reduciendo en los últimos cuatro años el 15% de las plazas que se ofertan en Magisterio, tanto en las universidades públicas como en las privadas. Adicionalmente, el Consejo Interuniversitario de Cataluña decidió instituir una prueba para el acceso a los Grados de Maestro, que se añade a la selectividad, así como no permitir a la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) impartir esos Grados. Que sepamos, nada parecido ha sucedido en otros territorios pese a que, como se asegura en el referido informe, la profesión de maestro no puede ejercerse “en sociedades distintas a la española por la dependencia que el proceso de aprendizaje tiene de la lengua a la que está vinculado el alumno”, reduciéndose al mínimo la empleabilidad de los graduados cuando no consiguen una plaza docente. Pero es que, además, en el perfil de los alumnos de Magisterio destaca la precariedad de los recursos familiares, la abrumadora feminización (más del 75 % son mujeres), las elevadísimas tasas de rendimiento académico, que superan en 12 puntos a la media del resto (89,6% frente a 78,6%), una abandono que no llega al 10 % (la mitad que la media del resto de los Grados) y unas tasas de graduación que exceden en más de 20 puntos a la obtenida para el conjunto de las enseñanzas universitarias (70,8% frente a 49,3%).

A la vista de estas realidades (hay muchas más que añadir) tomaré como meros sarcasmos los atributos que se presumen a los maestros y maestras, que anoté en el primer párrafo. Me parece que es opción más prudente que tirar por el camino del medio y emprenderla con los exabruptos y las imprecaciones, si no con las más sonoras blasfemias.

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