Siguiendo
una casi inveterada costumbre asociada a estas semanas finales del año, ayer
comí con un grupo de buenos amigos: Lourdes, Chari, Juanjo, Jose y Amalia. A
todos los considero amigos de verdad, personas con las que puedo pensar en voz
alta, sin autocensuras ni remilgos; mujeres y hombres en los que puedo
confiar porque lo han demostrado sobradamente en muchas ocasiones. Los buenos
amigos son un bálsamo para la vida y
un antídoto contra las enfermedades físicas y emocionales. Pocas cosas
encuentro que me satisfagan más que las amistades sinceras y profundas, y no sé
si pueden hallarse vivencias más seductoras que la certeza de que alguien, apenas sepa que algo te inquieta
gravemente, procurará estar al tanto de lo que te ocurre y se hará presente,
sin esperar a que lo busques. Desconozco si existe algo más valioso que
el desvelo desinteresado de los amigos auténticos.
Hace
años que me propuse colgar el retrato de todos y cada uno de ellos en la
galería de personajes que habilité en este blog. Pasa el tiempo y no lo consigo,
distraído, como vivo, entre las muchas cosas que me interesan y víctima,
también, por qué no decirlo, de la pereza que nos embarga a los ociosos. Por
eso, sin perjuicio de reconocer públicamente que a la mayoría de ellos les debo
al menos un dibujo a carboncillo, quiero obsequiarles este boceto de un paisaje
con figuras que se pergeñó en el verano de 1985 y que reconocerán
inmediatamente.
Transcurría
aquel año del señor en el que, atribulado, decidí renunciar a la dirección del
Ruperto Chapí, un eximio colegio de la zona norte de la ciudad. Algunos cursos
ejerciendo la función directiva en él fueron suficientes para agotar mis
ímpetus y mi paciencia. Decidí cesar en un quehacer que inicié ilusionadamente y
que terminó por parecerme absurdo y acabó desbordándome. No fue graciosa mi
decisión porque para materializarla hube de ceder a la presión de la autoridad
y aceptar, como contrapartida, poner en pie una empresa que, afortunadamente, se reveló como uno de los desafíos profesionales más ilusionantes que he
vivido.
Entonces el tiempo corría muy deprisa. Estoy seguro de que nuestra juventud no
era ajena a ello, pero lo cierto es que el país entero soñaba su futuro cada
mañana mientras se asomaba al horizonte de una nueva modernidad. Una sociedad doblegada
y silenciada durante décadas, involucionada por mor de su secular atraso, abría
sus ojos a un tiempo nuevo que se ofrecía extraordinariamente esperanzador. En
ese contexto de ilusión y grandes expectativas, alguien, seguramente sin
pretenderlo, percibió una ventana diáfana que le llevó a ofrecerme una
oportunidad única. Sí, fueron Joan Mingot y María Dolores Marcos quienes me brindaron
la ocasión de pergeñar un proyecto moderno, ilusionante y retador, en cuya
redacción ocupé buena parte del verano y que logramos materializar pocos meses
después, empeñando cuantas fuerzas teníamos y la relativa sabiduría que
entonces nos acompañaba. Ese fue el origen del Centro de Adultos del Barrio
Virgen del Remedio, que algunos meses después se llamaría “Alberto Barrios”, en
homenaje al viejo maestro, luchador y mesetario, que influyó significativamente
en el movimiento vecinal de aquellos años.
Aquel
proyecto significó muchas cosas en mi vida profesional, y estoy convencido de que
también en las vuestras. La más importante de todas ellas, sin duda, propiciar la ocasión de que trabajásemos conjuntamente unas personas que compartíamos –y
seguimos haciéndolo– muchas cosas, especialmente un elocuente poso de pensamiento
pedagógico, unas arraigadas convicciones personales y unas actitudes vitales
que se revelaron congruentes con la tarea que nos aguardaba. Lo he dicho muchas
veces y lo volveré a repetir: en mis cuarenta y dos años de vida laboral, es la
única vez que he logrado compartir las responsabilidades profesionales con
las personas que consideraba idóneas para sacar a flote la empresa que se nos
había encomendado. Eso, para quienes hemos recorrido una largo circuito funcionarial, no
tiene precio. Obviamente, conocía la trayectoria de todos y cada uno de vosotros,
lo que me permitió jugar con ventaja porque sabía de antemano que no me
defraudaríais. Pese a todo, nada comparable a la constatación de que la
realidad supera a la ficción más optimista. No solo hicisteis realidad mis
expectativas y os ganasteis la confianza de quienes la habían depositado en nosotros,
sino que fuisteis mucho más allá. Tan es así que, más allá de lo que han dicho
y continuarán diciendo y reconociendo los miles de usuarios del centro al que
dedicasteis vuestros mejores esfuerzos, yo, particularmente, os debo que en los
escasos meses que os acompañé me ayudaseis a aprender de verdad, sin retóricas,
que el trabajo en equipo hace mejores a sus integrantes; que el esfuerzo colectivo
trasciende los empeños individuales y resulta incomparablemente más provechoso y, quizá lo más importante, que nadie es mejor
que nadie. Todos y cada uno habéis hecho y hacéis de mí un privilegiado.
Gracias
Amalia, por cuanto te dejaste en este empeño que tan ilusionadamente vivimos,
además de por tantos otros motivos. Gracias Jose por tu inteligencia, tu
compromiso y tu imperturbable afecto. Gracias Juanjo por tu bonhomía, tu
inagotable laboriosidad y tu decencia. Gracias Chari por tu entusiasmo, tu tesón
y tu habilidad para manejar los pequeños detalles que nos ayudan a ser felices.
Gracias Lourdes por tu humanidad, tu inconmensurable generosidad y tu imprescindible
temperamento. Una vez más, os deseo lo mejor.
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