miércoles, 19 de diciembre de 2018

Alberto Barrios

Siguiendo una casi inveterada costumbre asociada a estas semanas finales del año, ayer comí con un grupo de buenos amigos: Lourdes, Chari, Juanjo, Jose y Amalia. A todos los considero amigos de verdad, personas con las que puedo pensar en voz alta, sin autocensuras ni remilgos; mujeres y hombres en los que puedo confiar porque lo han demostrado sobradamente en muchas ocasiones. Los buenos amigos son un bálsamo para la vida y un antídoto contra las enfermedades físicas y emocionales. Pocas cosas encuentro que me satisfagan más que las amistades sinceras y profundas, y no sé si pueden hallarse vivencias más seductoras que la certeza de que alguien, apenas sepa que algo te inquieta gravemente, procurará estar al tanto de lo que te ocurre y se hará presente, sin esperar a que lo busques. Desconozco si existe algo más valioso que el desvelo desinteresado de los amigos auténticos.

Hace años que me propuse colgar el retrato de todos y cada uno de ellos en la galería de personajes que habilité en este blog. Pasa el tiempo y no lo consigo, distraído, como vivo, entre las muchas cosas que me interesan y víctima, también, por qué no decirlo, de la pereza que nos embarga a los ociosos. Por eso, sin perjuicio de reconocer públicamente que a la mayoría de ellos les debo al menos un dibujo a carboncillo, quiero obsequiarles este boceto de un paisaje con figuras que se pergeñó en el verano de 1985 y que reconocerán inmediatamente.

Transcurría aquel año del señor en el que, atribulado, decidí renunciar a la dirección del Ruperto Chapí, un eximio colegio de la zona norte de la ciudad. Algunos cursos ejerciendo la función directiva en él fueron suficientes para agotar mis ímpetus y mi paciencia. Decidí cesar en un quehacer que inicié ilusionadamente y que terminó por parecerme absurdo y acabó desbordándome. No fue graciosa mi decisión porque para materializarla hube de ceder a la presión de la autoridad y aceptar, como contrapartida, poner en pie una empresa que, afortunadamente, se reveló como uno de los desafíos profesionales más ilusionantes que he vivido.

Entonces el tiempo corría muy deprisa. Estoy seguro de que nuestra juventud no era ajena a ello, pero lo cierto es que el país entero soñaba su futuro cada mañana mientras se asomaba al horizonte de una nueva modernidad. Una sociedad doblegada y silenciada durante décadas, involucionada por mor de su secular atraso, abría sus ojos a un tiempo nuevo que se ofrecía extraordinariamente esperanzador. En ese contexto de ilusión y grandes expectativas, alguien, seguramente sin pretenderlo, percibió una ventana diáfana que le llevó a ofrecerme una oportunidad única. Sí, fueron Joan Mingot y María Dolores Marcos quienes me brindaron la ocasión de pergeñar un proyecto moderno, ilusionante y retador, en cuya redacción ocupé buena parte del verano y que logramos materializar pocos meses después, empeñando cuantas fuerzas teníamos y la relativa sabiduría que entonces nos acompañaba. Ese fue el origen del Centro de Adultos del Barrio Virgen del Remedio, que algunos meses después se llamaría “Alberto Barrios”, en homenaje al viejo maestro, luchador y mesetario, que influyó significativamente en el movimiento vecinal de aquellos años.

Aquel proyecto significó muchas cosas en mi vida profesional, y estoy convencido de que también en las vuestras. La más importante de todas ellas, sin duda, propiciar la ocasión de que trabajásemos conjuntamente unas personas que compartíamos –y seguimos haciéndolo– muchas cosas, especialmente un elocuente poso de pensamiento pedagógico, unas arraigadas convicciones personales y unas actitudes vitales que se revelaron congruentes con la tarea que nos aguardaba. Lo he dicho muchas veces y lo volveré a repetir: en mis cuarenta y dos años de vida laboral, es la única vez que he logrado compartir las responsabilidades profesionales con las personas que consideraba idóneas para sacar a flote la empresa que se nos había encomendado. Eso, para quienes hemos recorrido una largo circuito funcionarial, no tiene precio. Obviamente, conocía la trayectoria de todos y cada uno de vosotros, lo que me permitió jugar con ventaja porque sabía de antemano que no me defraudaríais. Pese a todo, nada comparable a la constatación de que la realidad supera a la ficción más optimista. No solo hicisteis realidad mis expectativas y os ganasteis la confianza de quienes la habían depositado en nosotros, sino que fuisteis mucho más allá. Tan es así que, más allá de lo que han dicho y continuarán diciendo y reconociendo los miles de usuarios del centro al que dedicasteis vuestros mejores esfuerzos, yo, particularmente, os debo que en los escasos meses que os acompañé me ayudaseis a aprender de verdad, sin retóricas, que el trabajo en equipo hace mejores a sus integrantes; que el esfuerzo colectivo trasciende los empeños individuales y resulta incomparablemente más provechoso y,  quizá lo más importante, que nadie es mejor que nadie. Todos y cada uno habéis hecho y hacéis de mí un privilegiado.

Gracias Amalia, por cuanto te dejaste en este empeño que tan ilusionadamente vivimos, además de por tantos otros motivos. Gracias Jose por tu inteligencia, tu compromiso y tu imperturbable afecto. Gracias Juanjo por tu bonhomía, tu inagotable laboriosidad y tu decencia. Gracias Chari por tu entusiasmo, tu tesón y tu habilidad para manejar los pequeños detalles que nos ayudan a ser felices. Gracias Lourdes por tu humanidad, tu inconmensurable generosidad y tu imprescindible temperamento. Una vez más, os deseo lo mejor.

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