sábado, 8 de diciembre de 2018

Fake news

En 1992 vio la luz la vigesimoprimera edición del diccionario de la Real Academia, que presentaba la marca Informática 50 veces, en 41 palabras (en Lexicografía, ‘marca’ se refiere a todo aquello que se separa del lenguaje normal o común). La vigesimosegunda edición, en 2001, admitió un conjunto más amplio de términos relacionados con las que entonces se denominaban tecnologías de la información y la comunicación (TIC), aunque obvió centenares de ellas que formaban parte del léxico específico de las nuevas tecnologías. Así, por ejemplo, recogía "procesador" pero no "servidor"; "hipertexto", pero no "enlace"; "arroba" y "correo electrónico", pero ni "email" ni "mensaje"; "emoticono", pero no "chat"; "página web", pero no "sitio" ni "dominio"; "cargar un programa" y "colgarse un ordenador", pero no "bajar un archivo", etc. Por último, en 2014, la vigesimotercera edición incorporó numerosos términos asociados a la tecnología, como "tableta", "gigabyte", "hacker", "hipervínculo", "dron", "Intranet" o "wifi", y otros asociados a las redes sociales, como "tuit", "tuitear" o "bloguero". De modo que no puede acusarse a la Real Academia de ser insensible con el léxico de las NN.TT y de las RR.SS., aunque personalmente echo a faltar en el DRAE un término que está muy en boga en los últimos tiempos: “fake news”.

Existe un cierto consenso en considerar este neologismo como sinónimo de  información falsa, que se difunde por los medios tradicionales o por las redes sociales con la finalidad de engañar o manipular a la gente para lograr determinados objetivos. Puede asimilarse con el concepto de desinformación, que significa presentar y difundir información deliberadamente falsa, incompleta y errónea, a menudo combinada con elementos verdaderos, con el fin de engañar y manipular a colectivos concretos, o al público en general, y lograr determinados objetivos. Lo que se pretende con las fake news es transmitir un discurso creíble, capaz de captar la atención del público, basándose en estereotipos y prejuicios y suscitando emociones para movilizar e inducir opiniones, decisiones y acciones.

Nada nuevo bajo el sol. La difusión de falsedades para distorsionar la visión de la realidad  e intentar influir y modificar la conducta de la gente ha existido siempre, aunque jamás al nivel que se consigue en la era de la globalización. Tan es así que hasta el Papa Francisco ha llegado a afirmar que fue la serpiente la artífice de la primera fake news, al engañar a Eva, mezclando verdad y mentira con un objetivo claro. Así pues, la historia está plagada de relatos que aluden a las falsedades, desde las descripciones que hacen Aristóteles o Virgilio de las realidades en que vivieron hasta los consejos que ofrece Sun Tzu en su celebérrimo Arte de la Guerra, una práctica que él mismo asegura que se basa fundamentalmente en el engaño.

Las fake news han sido utilizadas a lo largo de la historia para lograr el respaldo popular a medidas difíciles o para movilizar a la gente para que secundase determinados intereses. Sucedió en España con los judíos a finales del siglo XVI antes de decretar su expulsión, como ocurrió con María Antonieta en el XVIII. Si a los primeros les difamaron tachándolos de herejes, usureros o idólatras, a la segunda los revolucionarios le allanaron el camino hacia la guillotina atribuyéndole frases y actos atroces, que ni dijo ni protagonizó. Por otro lado, las guerras son los mejores caldos de cultivo para difundir falsedades. Siguiendo las enseñanzas de Sun Tzu,  las partes en conflicto utilizan múltiples estrategias para introducir noticias falsas entre el enemigo, filtrando propaganda y escritos derrotistas, mezclados con noticias reales, con el objetivo de quebrar la resistencia del enemigo.

Ciertamente, cuando en otras ocasiones he abordado el asunto de las falsedades me ha parecido que eran más producto de la especulación interesada que de la auténtica realidad. Sin embargo, últimamente vengo reparando en detalles que me convencen de lo contrario. Por ejemplo, acabo de saber que a partir del próximo uno de enero las grandes plataformas de Internet tendrán que informar mensualmente a Bruselas del resultado de su combate contra las fake news, y en particular sobre las cuentas falsas clausuradas, el rastreo de bots (mensajes propagados de manera automática sin interacción humana) y sobre cómo colaboran con verificadores externos de datos y contenidos. Facebook, Google, YouTube y Twitter son, entre otras, las compañías obligadas a rendir esos informes porque hace pocos meses suscribieron voluntariamente con la UE un código de conducta, comprometiéndose a redoblar los esfuerzos para combatir las noticias falsas. Esta estrategia forma parte del plan de actuaciones contra la desinformación que ha aprobado recientemente la Comisión Europea cuyo objetivo prioritario es blindar las más de cincuenta elecciones previstas para los próximos meses en los países de la Unión. El plan de la Comisión considera que las campañas de desinformación contra las instituciones comunitarias aumentarán en la recta final de las elecciones de mayo de 2019, dando por descontado que el objetivo de los atacantes no es otro que desacreditar a las instituciones y a sus representantes, y socavar el proyecto europeo. El documento describe las fake news como una de las armas de la guerra híbrida en la que se han embarcado algunas potencias extranjeras, particularmente Rusia, a la que se señala como uno de los principales agresores. De hecho se dice que la desinformación forma parte de su doctrina militar y que su estrategia no es otra que debilitar y dividir a Occidente.

De manera que la cuestión de los infundios no parece cosa baladí porque hace ya un lustro que, a raíz del conflicto de Rusia con Ucrania, la Comisión Europea creó una unidad de comunicación estratégica para detectar y contrarrestar las campañas de desinformación. Por lo que he averiguado parece que esa unidad ha dispuesto de escasos recursos, aunque ha identificado más de 4500 ejemplos de falsedades propagadas desde Rusia. Lo que ahora se pretende es incrementar los efectivos personales y los caudales para lograr objetivos más ambiciosos.

En este punto y hora, tal vez resulta pertinente recordar a Larra cuando aseguraba que “el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus gobiernos”. Por otro lado, Nietzsche añade una vuelta de tuerca al pensamiento de Larra asegurando que “el hombre tiene una invencible inclinación a dejarse engañar y está como hechizado por la felicidad cuando el rapsoda le narra cuentos épicos como si fuesen verdades”. Tal vez esa es la principal baza que ha hecho triunfar las fake news a lo largo de la historia. Atentos, pues, porque las unidades de comunicación estratégica, sean europeas, nacionales o universales, no lograran vacunar por completo nuestros entornos vitales. Para eludir los nefastos efectos de la proliferación de las falsedades en estos tiempos de posverdad se precisa una ciudadanía atenta, activa y estimulada para filtrar y combatir la desinformación interesada y empujar la vida social a la dirección que demanda el interés general, que no es otra cosa que la universalización del interés particular. No conviene olvidar lo que dijo Václav Havel: “La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, siempre significarán el seguro camino del fin”.

2 comentarios:

  1. cuanta razon tienes. a mi marido lo tienes maravillado con tus articulos.

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  2. se necesitan opiniones con fundamento y sin contaminar .un abrazo

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