domingo, 26 de junio de 2022

Entre el «pardilleo» y la estulticia

Somos inmunes al transcurrir del tiempo. Fuimos, somos y con toda probabilidad continuaremos siendo campeones del «pardillismo» y de la estulticia. Da igual que nos remontemos al siglo XVII o que nos instalemos en el XXI. Importa lo mismo que vivamos en una dictadura o en una democracia tutelada.

Hoy los periódicos del mundo anuncian a bombo y platillo que la próxima semana se celebrará en Madrid la cumbre de la OTAN, que decidirá el mayor despliegue militar que se ha llevado a cabo desde que finalizó la Guerra Fría. Seguramente, no había otro lugar en Europa ni en el mundo para realizar tal reunión. Debía ser Madrid, el de los Austrias y los Borbones, el del tejerazo, el del 11M, el de las Aguirre, Cifuentes y Ayuso, el de los Bárcenas, Correa y compañía… Tal vez ello es el aderezo que exige una ubicación idónea, tal vez sea por aquello de que… «De Madrid al cielo».


Los treinta aliados parecen dispuestos a embarcarse en una fulgurante carrera armamentista que debe convertir el este de Europa en un fortín blindado, artillado y pertrechado con miles de soldados, en previsión de un hipotético ataque de la Rusia de Putin. Con esta cumbre, la OTAN quiere difundir un mensaje nítido: está fuerte y se encuentra en pie de guerra; lista para responder a cualquier agresión contra cualquiera de sus miembros.

Cuarenta años después volvemos a las andadas. Sí, recordemos aquello de «OTAN, de entrada NO» y «Vota SÍ, en interés de España». Cuadragésimo aniversario del ingreso de España en la OTAN. 1982, año en que el PSOE de Felipe González completó una pirueta político-ideológica, pasando del rechazo absoluto hacia la Alianza Atlántica a considerarla imprescindible para el país. La excusa tenía un nombre: Europa. La realidad, otro: el temor a que Marruecos se anexionara Ceuta y Melilla. Aunque, en honor a la verdad, el PSOE heredó la firma del tratado. Un año antes, en su discurso de investidura, Calvo Sotelo había anunciado la entrada de España en la OTAN, acuerdo que firmó el 30 de mayo de 1982, algunos meses antes de la llegada al gobierno del PSOE. Quizá el peso de los aniversarios —tan de moda en la cultura popular actual— ha impulsado a nuestros gobernantes a tomar protagonismo, olvidarse de las estrecheces y «aparentar». Postureo, que es moda maja y guay, que mola en la capital.

Según los «analistas», parece que en la rojigualda villa y corte se aprobará un nuevo «concepto estratégico», que, por lo que he podido averiguar, es como un documento que periódicamente actualiza las prioridades de la OTAN. Especialmente, cuando se producen cambios importantes en la seguridad, como el que, a su juicio, ha provocado la guerra de Putin. Según fuentes supuestamente conocedoras de su contenido, el oficioso «concepto de Madrid» (¿es imaginable un oxímoron más conspicuo?) desanuda los lazos que se establecieron con Moscú tras la perestroika. De modo que se enmienda por completo el «concepto» que la OTAN impuso en las pasadas décadas, asegurando que Rusia no suponía amenaza alguna. Por el contrario, la colaboración con Moscú se consideraba más bien un asunto de importancia estratégica. Y ahora, sin embargo, Rusia pasa a ser una amenaza directa e inminente para los aliados, hasta el punto de que se estima que podría desencadenar una escalada armada global entre las principales potencias nucleares del mundo. Y esto sucede porque los estrategas globales han determinado que así sea: aquí y ahora.

Por otro lado, algunos dicen que, mientras nos preocupamos por atender el llamado flanco este, representado por la Rusia de Putin y el desafío geoestratégico que supone China, descuidamos el flanco sur. Insisten en que, por más que se reitere que en Madrid se alcanzará el compromiso de que el concepto de la seguridad abarca trescientos sesenta grados (lo que significa que la Alianza reforzará su vigilancia sobre las amenazas provenientes del norte de África y de los países subsaharianos), estos asuntos serán cuestiones de menor cuantía, que quedarán relegados a la competencia exclusiva de la Unión Europea.

Y frente a tanto despropósito uno se pregunta: ¿Qué hace un país como el nuestro, que apenas aporta el 1,02 de su PIB a la OTAN, oficiando de anfitrión? ¿Por qué nos deben preocupar las hipotéticas amenazas que se producirán a miles de kilómetros hacia el este y no los problemas que eclosionan cada día, desde hace décadas, en nuestra frontera sur? ¿Por qué no propiciar que los nuevos aspirantes —Suecia o Finlandia—, vecinos del noruego presidente Stoltenberg, meriten y se trabajen la entrada en tan distinguido club? ¿Por qué España, con una tasa de paro del 13,5 %, que duplica la de la eurozona y le hace el país más desigual de Europa occidental, debe embarcarse en aventuras militares que no contribuyen sino al lucro de un ínfimo número de desalmados, que se enriquecen con el tráfico de armas, de capitales y de otras lindezas?

Mientras persista la marcada asimetría entre los periodos de expansión y recesión económica que se vienen sucediendo en nuestro país y en todo el mundo, mientras siga sucediendo que durante los tiempos de decrecimiento económico la desigualdad aumenta exponencialmente y que solo se produce una ligera recuperación en las etapas de bonanza, seguiré sin entender las aventuras equinocciales de unos líderes que, sin duda, deben estar preocupados por muchos asuntos, aunque quizá no precisamente por los problemas que realmente agobian a los ciudadanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario