viernes, 10 de junio de 2022

Crónicas de la amistad: Aspe (43)

Adentrarse en el territorio de la memoria es como perderse en el universo de los recuerdos. La memoria se construye con los recuerdos que, contrariamente a lo que con frecuencia se supone, no son realidades objetivas e inmutables, sino sucesos que se actualizan y se recrean constantemente en función de la experiencia vital, que los metamorfosea mediante procesos aleatorios de reseteado. Muy pocas son las evocaciones que responden fielmente a los hechos o las circunstancias que las originaron. De modo que podría decirse que los recuerdos son como reconstrucciones de lo que sucedió en un determinado momento que, por causas diversas, reinterpretamos y resignificamos en función de los condicionantes socioambientales, personales o emocionales que nos afectan.

Parece indudable que con el paso del tiempo los recuerdos pierden intensidad y detalle, conservándose en la memoria su esencia, lo que podría denominarse su contenido basal. Recientemente, algunos investigadores británicos han demostrado que cuanto más nos afanamos por traer un recuerdo a la mente, más transformaciones sufre. No obstante, sigue resultando extremadamente difícil medir precisamente en qué se diferencian los recuerdos de las experiencias que los originaron y, también, cómo evolucionan con el paso del tiempo. En los mencionados estudios se dice que quienes participaron en ellos recordaban más rápidamente los elementos semánticos significativos que los detalles superficiales. De modo que parece que el sesgo hacia el contenido de la memoria semántica aumenta su fortaleza con el paso del tiempo y con la reiteración del recuerdo. Es como una suerte de economización de recursos que activa el mecanismo de almacenamiento cerebral; una especie de estratagema biológica que privilegia lo sustancial en detrimento de lo superficial, haciendo mutar continuamente el contenido de las evocaciones.


Para que se entienda lo que pretendo decir, reconstruyo, por ejemplo, el cónclave que hace ya nueve años que celebramos en esta misma localidad. Releo su crónica y no salgo de mi asombro contrastando los escasos detalles que retiene mi memoria de lo que sucedió en aquel fausto día. Apenas una década ha sido intervalo suficiente para desencajar muchas de las sensaciones que experimenté y, también, otras recordaciones que asocié a tan venturoso acontecimiento. Sin embargo, preservo un lecho de memoria integrado por el sustrato de los recuerdos bonancibles asociados tanto a aquel como a cuantos cónclaves le han seguido, que nos ha proporcionado el gratísimo disfrute emocional que produce la amistad. Esta sinopsis amistosa, que podría calificarse de basal, incluye un núcleo de certezas ampliamente compartido que, en mi opinión, sustentan el caudal emocional que nutre nuestro apego. Por encima de las cada vez más recurrentes fallas mnemónicas que nos aquejan y de las reinterpretaciones que hacemos de lo que acontece, me parece que compartimos un vademécum de convicciones que intentaré concretar echando mano de las sabias palabras de eminentes conciudadanos que hace años que me hacen aprender cuando los escucho o los leo.

Encabezaré tan peculiar prontuario con una opinión de Emilio Lledó, en la que asegura que la esencia de la amistad es desear el bien del otro porque hemos nacido, naturalmente, para entender y para querer. Y por eso la amistad no es propiamente un sustantivo, sino más bien un verbo, no intransitivo, sino auxiliar y recíproco, que se conjuga con estar, ser, hablar y vivir. Seguiré con Antonio Gala con el que coincido cuando dice que la amistad es el hilo que une nuestra experiencia personal con la de los otros. O expresado de otro modo: representa el tejido colectivo, fundacional, de la existencia individual. Y tal vez por ello, apostillo, estas amistades constantes y dilatadas no nos exigen fidelidades. Son lo que son, simplemente, gratificantes. Josep Pla aseguraba que la amistad es una cualidad humana que está dispuesta a ver solamente la parte positiva de las personas. Y Rafael Azcona —quizá el mejor guionista que haya dado este país— señalaba que la amistad es un adjetivo, y, por tanto, no puede producir ningún beneficio: «la amistad produce amistad, ¿te parece poco?», decía. Y, «¿cómo se rompe la amistad?», le preguntaron en cierta ocasión. Respondió, «Es muy sencillo: cuando ejerces sobre el cristal una presión mayor que su resistencia». De ahí que debamos aprender cuanto antes (nosotros lo sabemos bien) que a los amigos no se les puede pedir lo que no pueden dar. Del mismo modo que resulta evidente que la confianza es el elemento básico de la amistad y de la vida civil, pues sin confianza no se puede convivir. 

Por su parte, Caballero Bonald acostumbraba a echar mano de un proverbio bereber que relata que un amigo vale más que cien camellos, y un camello más que toda una vida. De modo que puede imaginarse fácilmente el valor de los amigos. Y Luis García Montero, biógrafo de Ángel González, cuenta que este, cada vez que se le moría un amigo, decía: «Están disparando cerca». Después, abría su agenda de contactos y tachaba. «Se me adelgaza el futuro», sentenciaba finalmente. Sé que resulta un tanto áspera la observación, pero no puede olvidarse que Ángel construyó su concepto de la amistad en los años de la Guerra, cuando estaba muy solo, casi absolutamente solo. Y entonces aprendió a resistir, y de allí provenía su particular sentido de la lealtad: no soportaba que hablaran mal de sus amigos en su presencia. Juan José Millás asegura, por otra parte, que un amigo es un cómplice y que los lazos de la amistad se rompen por mil motivos diferentes, de la misma manera que se mantienen de forma gratuita, cual regalos. En fin, concluiré esta brevísima recapitulación sobre el significado de la amistad con algunas opiniones de Emilio Lledó que, sin duda, compartimos porque son auténticas sentencias de sabio. Declara don Emilio que: «Si somos indecentes, no podemos sentir ni una brizna de amistad, ni de amor». «No —dice el filósofo— no vivimos en un mundo amistoso. Se rompe la amistad. La rompen la ignorancia, la miseria, sobre todo, la miseria de los miserables». Y para evitarlo existe un antídoto que él mismo inventó y que todos nos esforzamos en practicar: «Hay que amar la vida, toda la vida, y no solo la propia».

Justo para hacer realidad ese maravilloso propósito nos citamos en Aspe, la patria chica de Antonio García Botella, nuestro anfitrión. Hoy nos ha convocado en su casa, a mesa y mantel puestos, remedando el heterodoxo precedente que sentó Luis hace ya un cuatrienio. Craso y consentido error —sea para mayor gloria del genuino arroz con conejo y caracoles— que no debe servir de renovado precedente, aunque, bien mirado, ¿quién soy yo para enmendarle la plana a nadie? En fin, me parece que resulta ocioso debatir sobre los detalles de nuestros encuentros que, esencialmente, representan la consecución coral de un disfrute emocional impagable, consumido sin prevenciones ni excepciones.

Hoy, como no puede ser de otro modo, hemos echado de menos a Elías, pese a que estará siempre con nosotros. Es más, seguro que celebra como nadie la dicha de que nos acompañe Domingo Moro, que se ha desplazado ex profeso desde Ibiza para participar en esta espléndida reunión de exaltación del afecto y de la amistad. Gracias, Domingo, por tu actitud, por tu disposición, por tu bonhomía y por tus atenciones (siempre vienes cargado de regalos inmerecidos en forma de productos genuinos de tu querida Eivissa, sean flaons, ensaimadas o destilados de la familia Mayans). Y gracias a todos por vuestra contribución a la forja de tan hermosas e impagables vivencias.

Pero dejemos a un lado reflexiones y emociones, y vayamos al grano. Aunque es archisabido, recordaré que el genuino plato de arroz con productos autóctonos resulta una constante reiterativa y perfecta en la gastronomía del País Valencià. Particularmente, en ese singular y pequeño altiplano que conforman los valles que engloba el Vinalopó Mitjà, lindantes con Murcia y Albacete, el arroz con conejo y caracoles alcanza su máxima expresión. Municipios como El Pinós, La Algueña, Aspe o Novelda alardean de la autenticidad y excelencia que logra tan peculiar variedad arrocera en sus respectivos territorios. Presumen de consumir conejos que han campado por ellos a sus anchas y caracoles recolectados en los escasos días de lluvia que sazonan las sierras de Salinas, el Carche o el Reclot. Logran así conformar un plato que funde dos elementos autóctonos con el arroz, preferiblemente de grano pequeño. No estamos frente al insulso y transgresor batiburrillo de ingredientes que incorpora la paella porque, aquí, el arroz con conejo y caracoles es todavía un plato genuino que no conoce de gustos o modas externas.

No avancemos acontecimientos. La cita era a las trece horas, en la terraza del bar restaurante Las tres brujas, un encanto de sitio, colindante con el parque que el municipio dedicó a su infortunado alcalde Miguel Iborra, con esmerado trato al cliente, en este caso dispensado por una amabilísima caribeña que nos sirvió una ligera colación a base de ensaladilla rusa, ensalada de verano, aceitunas, patatas chips y boquerones fritos. Nos faltó el pulpo asado, especialidad de la casa, que se había agotado. En suma, un establecimiento humilde con una excelente relación calidad/precio, donde hemos consumido despaciosamente el aperitivo mientras concurríamos todos, a lo largo de un intervalo que hoy se ha dilatado más de lo habitual por mor de la llegada de Domingo al aeropuerto de Alicante.

Desde allí, nos hemos dirigido a la casa de Antonio García Botella, situada a las afueras de la población, próxima a la carretera que la une con Hondón de las Nieves. Una amplia y bien acondicionada morada, cuyo porche ha enmarcado la refacción de hoy, preparada por el anfitrión, que ha resultado sencillamente pantagruélica. En especial el aperitivo, que ha incluido un sinfín de manjares exquisitos con multitud de especialidades: blanquito, lomo y chorizo ibéricos, cigalas, quisquilla, michirones caseros, berberechos, mejillones en escabeche, tomate trinchado con bonito, mojama, atún y hueva, etc. En fin un interminable rosario de excelentes productos que han precedido a un magistral arroz con conejo y caracoles de la cercana Sierra de Ors, recolectados por el oficiante con sus propias manos. Mientras despenábamos los copiosísimos entrantes, pasadas las quince treinta horas, el anfitrión ha cocido el arroz, logrando darle un punto y sabor excelentes. Por poner un pero, quizá le faltó un puntito de sal. En definitiva, nada que envidiar a los que nos han dispensado en acreditadísimos restaurantes de la comarca.

La sobremesa fue larga y tendida, bien regada con las especialidades de rigor y acompañada de la música que, como siempre, llegó de la mano de Antonio Antón, que nos ofreció un amplísimo repertorio. Desde la canción popular de su querido Camp d’Elx a algunos de los hitos de los sesenta y setenta, pasando por los poemarios más sublimes y las canciones de autor que más conmueven nuestros corazones. Eran casi las nueve cuando nos despedíamos en la puerta de la casa de Antonio García, entre abrazos y buenos deseos. Quedamos emplazados para vernos en Novelda, en septiembre. Y en hacer los preparativos, que se encomendaron al dueño de la casa, para intentar llevar a cabo el cónclave del próximo mes de octubre en Ibiza, para corresponder a nuestro amigo Domingo.

Obviamente, no puedo concluir esta crónica sin compartir algunas reflexiones sobre la reciente partida de Elías. Decía Mario Benedetti que «la muerte es una tediosa experiencia; para los demás, en especial para los demás…». Nos cuesta aceptar que lo que damos por sentado puede derrumbarse de un día para otro, como lo hace un castillo de naipes. Aún conscientes de que somos poco más que efímeros pasajeros en un mundo caprichoso y normalmente maravilloso (también cruel, en ocasiones), cada pérdida que debemos afrontar en el ciclo vital nos resulta excepcional y dolorosa. Y es que nadie nos prepara para enfrentar la desaparición de nuestros progenitores o de nuestras parejas, ni para dar el adiós definitivo a un amigo o a una amiga. Repentinamente, nos vemos sumidos en la orfandad e intentamos avanzar casi a tientas, sabiendo que no habrá más llamadas, ni más cenas, ni otros cafés, películas, libros o paseos que compartir. Somos conscientes de que enmudecerán, también, los problemas de los que desahogarse y la ayuda para resolverlos, entre otras muchas cosas.

Se impone la realidad y no queda otra que afrontarla. De manera que, pese al estado de confusión en que me hallo, que seguramente compartís, entiendo que una de las claves para asumir poco a poco la pérdida de Elías es activar el movimiento. Lejos de quedarnos paralizados por el impacto del golpe, debemos explorar, como lo hemos hecho esta vez, la senda del recuerdo y el desahogo. Sí, definitivamente, se impone recordar y regresar a los lugares y a las situaciones que compartimos con él, en las que disfrutamos y fuimos felices. Reanudar nuestros hábitos y profundizar ese poderoso caudal de recuerdos comunes, entiendo que resulta clave para superar este infortunio. Por lo demás, el tiempo y sus agujas nos irán cosiendo los dolorosos desgarros; cada cual a su ritmo, cada uno a su manera. En fin, vivencias, sentimientos, amistad, duelo… La vida en primera persona del singular. Hago votos porque perduren las oportunidades para reinterpretarla, compartirla a ratos y gozarla en primera persona del plural. Ojalá sea así. Un fortísimo abrazo, amigos.


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