Dicen
que el saber no ocupa lugar. No sé si ello es verdad, pero lo que sí es cierto
es que saber produce en ocasiones cierto malestar y hasta una inquietud
preocupante. Hay situaciones en las que conocer las cosas, o estar familiarizado
con las claves del contexto en que te desenvuelves, te genera sentimientos de desazón,
de impotencia y hasta de desesperanza. Es lo que me sucedió hace pocos días al
terminar de leer el artículo de Anne Applebaum (premio Pulitzer 2004), que recogía
el suplemento Ideas del diario El
País. En esa colaboración, la autora ofrece un análisis riguroso del fenómeno Vox,
en tanto que suceso virulento que ha irrumpido en la política española durante
los últimos meses pese a que, como asegura, es una realidad cuya génesis se
retrotrae bastante más atrás. Me parece que el artículo tiene cierta
complejidad, tal vez debido a su estructura, un tanto laberíntica, que
dificulta seguir su hilo argumental. Pese a todo, me parece una aportación bien
fundamentada, que se alinea con las opiniones vertidas en otros canales
informativos, y también con los relatos que brindan otras fuentes generalmente fiables.
Como
decía, tras leer el artículo y confrontarlo con otros similares, vuelvo a tomar
conciencia de que lo que está pasando nada tiene que ver con lo que
aparentemente se deduce de lo que nos trasladan cotidianamente las RRSS, que
apenas trasciende el anecdotario político. Cuando entras en harina y empiezas a
tomar conciencia de la envergadura del espacio relacional que viene tejiendo el
ultraconservadurismo mundial –y específicamente la ultraderecha
europea–,
empiezas a sentir una honda preocupación porque constatas que las sociedades
occidentales –no solo los ciudadanos
individualmente considerados– están casi inermes frente a unas
organizaciones pseudodelictivas, que se manejan con absoluta desenvoltura operando
en los bordes definidos por la normativización de la vida pública, desarrollando
conductas que al menos son alegales, eludiendo los controles institucionales y
beneficiándose de una financiación opaca que escapa a las regulaciones
nacionales e internacionales.
Las
mencionadas organizaciones despliegan desde hace bastante
tiempo unas estrategias bien definidas, que preceden a las convocatorias
electorales y que van creando estados de opinión, caldos de cultivo, que llegado
el momento producen sus frutos. Amparada en esas organizaciones,
muchas de ellas radicadas en entornos digitales, sean plataformas o redes, una
pequeña legión de mercenarios a sueldo tuitean, whatsappean y generan fake news
y corrientes de opinión. Los financian determinados sectores que, a su vez, burlan
los entresijos de la regulación administrativa, colándose entre ellos y
consiguiendo sus propósitos. De hecho han descubierto sistemas de financiación que
escapan al control gubernamental y que bordean la legalidad, sin colisionar con
ella.
El
fenómeno a cuya eclosión asistimos en este momento en España es enormemente
preocupante. Más allá de que uno llegue a cuestionar las fuentes informativas de
la mencionada periodista o de que piense que puede haber cargado las tintas; más allá de
que haya interpretado equivocadamente algunas de las informaciones consultadas o de
que nadie (tampoco ella) esté en posesión de la verdad, ofrece tantos
argumentos en du trabajo que a mí, por lo menos, no me cabe la menor duda de que las grandes
líneas de reflexión y de análisis que propone son inequívocamente
solventes. Por tanto, no albergo dudas sobre que estamos ante un fenómeno globalizado, frente a un movimiento
que se desarrolla a escala planetaria que, además, responde a una estrategia bien
definida para infiltrarse en el tejido social. Una hoja de ruta que pasa por
elegir muy bien determinadas temáticas, que saben de antemano que son naturalmente
aceptadas, espontáneamente apetecidas por el contexto social, porque apuntan
directamente a la vertiente emocional de las personas. No importa la
racionalidad de los asuntos abordados porque lo que prima sobre cualquier otra
consideración es su sesgo emocional. Esa dimensión que alude directamente a los
valores, a las amenazas o las fobias, a la vertiente irracional del ser humano
que necesita ser apaciguada para que pueda activarse la operatividad de su componente racional, que se sustenta en la reflexión y en los argumentos.
Por
otro lado, han asimilado perfectamente el funcionamiento de las leyes del
mercado digital característico de la globalización. Saben que las fronteras
ideológicas se han diluido y han contrastado que, de la misma manera que
las multinacionales venden paquetes de productos variopintos, también se pueden enajenar lotes variados de asuntos sociopolíticos, que chirriarían en la mercadotecnia
tradicional que han utilizado todos los partidos políticos en el último siglo. De modo que han descubierto que el producto que quieren
vender debe responder a determinadas características (emocionalidad,
transversalidad, smplicidad), tienen claro el formato de venta idóneo y disponen de financiación suficiente que, adicionalmente, es difícilmente identificable y tremendamente efectiva, dado que la obtienen a través de la ingeniería financiera y está probado que no colisiona con la
legalidad de los países.
Lo que aparenta ser una actividad tumultuosa y proclive a la algarada, protagonizada por pequeños grupos radicales, no es tal cosa. Bien al contrario, se trata de una estrategia bien pergeñada por gentes sesudas, que tiene objetivos perfectamente definidos y fuentes de financiación solventes. No es un fenómeno con dimensión local o nacional, al contrario, sus parámetros corresponden a una organización de carácter internacional y global. De modo que con la nueva política, o al menos con ciertas parcelas del reciente espectro político, está sucediendo lo mismo que con el capital financiero: funciona a nivel global mientras que la vieja política sigue actuando en clave local. Los nuevos actores políticos campan a sus anchas, como el gato juega con el ratón. De modo que o la sociedad internacional se organiza y articula respuestas globales a los nuevos fenómenos, o pronto estaremos inermes frente a la abrasadora fortaleza de estos movimientos planetarios que acabarán engulléndonos a todos.
Lo que aparenta ser una actividad tumultuosa y proclive a la algarada, protagonizada por pequeños grupos radicales, no es tal cosa. Bien al contrario, se trata de una estrategia bien pergeñada por gentes sesudas, que tiene objetivos perfectamente definidos y fuentes de financiación solventes. No es un fenómeno con dimensión local o nacional, al contrario, sus parámetros corresponden a una organización de carácter internacional y global. De modo que con la nueva política, o al menos con ciertas parcelas del reciente espectro político, está sucediendo lo mismo que con el capital financiero: funciona a nivel global mientras que la vieja política sigue actuando en clave local. Los nuevos actores políticos campan a sus anchas, como el gato juega con el ratón. De modo que o la sociedad internacional se organiza y articula respuestas globales a los nuevos fenómenos, o pronto estaremos inermes frente a la abrasadora fortaleza de estos movimientos planetarios que acabarán engulléndonos a todos.
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