lunes, 20 de mayo de 2019

Rematar la faena, redoblar los esfuerzos

De Pedro Sánchez no me gusta casi nada. Ello no obsta para que reconozca que es hombre de inmensa suerte, que probablemente no sea exclusivo producto del azar sino también de otros méritos que habrá contraído para merecerla. Pese a todo, me parece que es una de esas personas nacidas, como se dice vulgarmente, con una “flor en el culo”; alguien al que parece que alumbraron en el momento propicio, cuando se conjugaron las fuerzas cósmicas para favorecerlo, para ayudarlo a lograr sus propósitos y, en suma, para ponerlo en el camino del éxito.

Como sabe todo el mundo, estamos inmersos en la segunda vuelta de una inacabable campaña electoral que empezó hace muchos meses, cuando Mariano Rajoy perdió contra todo pronóstico, en junio de 2018, la moción de censura que posibilitó que se invistiese a Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno. El epítome provisional de la larguísima operación que se inició con el segundo gobierno de Rajoy, en noviembre de 2016, son las elecciones que se sustancian el próximo 26 de mayo, en las que, según auguran las encuestas, el PSOE podría volver a obtener la mayoría, superando los resultados de los demás partidos que concurren a estos comicios europeos, autonómicos y locales. Pedro Sánchez, como cualquier político que no sea rematadamente imbécil, desconfía de las encuestas y apela a la movilización del cuerpo electoral porque sabe con certeza que la participación es condición sine qua non para obtener buenos resultados. Y tiene razón. Este factor es esencial para el éxito de las opciones de izquierda o centro izquierda porque los votantes de la derecha son inasequibles al desaliento y concurren siempre a las urnas, caigan rayos, truenos o centellas; o huela a putrefacción, miseria o lo que sea la candidatura que votan. De ahí que, en los últimos mítines que ha hecho por nuestra tierra, haya llamado a los votantes progresistas a lo que, según sus palabras, sería "rematar la faena". Vamos, lo mismo que hizo anteayer Ione Belarra en el mítin que Unides Podem dio en las Cigarreras, aunque ella utilizó unos términos menos ásperos y nada taurinos: “redoblar los esfuerzos”.

Rematar la faena es uno de los centenares de préstamos léxicos del argot taurino que se utilizan en el lenguaje corriente. Y en este asunto sí que me parece afortunada la apelación del señor Sánchez, con la que concuerdo plenamente. Y no porque presuma su simpatía hacia la tauromaquia, hacia la que desconozco si tiene querencia (aunque no lo parece), sino porque, efectivamente, el cuerpo electoral está llamado a las urnas el próximo 26 de mayo para rematar la brillante faena que su sentir mayoritario brindó el pasado 28 de abril. De nada servirá ese excelente preámbulo si ahora la mayoría incontestable de la ciudadanía, que agrupa el espectro político que se extiende desde la derecha a la izquierda, recorriendo todo el centro y prescindiendo de los correspondientes extremos radicalizados, no se cobra una gran estocada que ponga el colofón que exige una faena histórica e imprescindible: impedir que vuelvan con sus nuevos disfraces quienes tienen como objetivo cargarse la democracia, usurpando la representación ciudadana y quebrando las instituciones representativas y el estado de derecho. Imposibilitar que se instalen en el Parlamento Europeo, en los Parlamentos Autonómicos y en los ayuntamientos y se abroguen la potestad de determinar qué debemos pensar, sentir y hacer la inmensa mayoría para darles gusto a tamaños mangantes y a quienes financian su farsa.

De modo que sí, estoy de acuerdo con el Presidente del Gobierno en funciones en que el domingo 26 de mayo hay que rematar la faena, lo que equivale a decir que ningún votante progresista, y tampoco ni uno solo de los conservadores que creen de verdad en el estado de derecho, se quede en casa o se vaya a la playa sin votar. Es imprescindible que todos expresemos nuestra opción con contundencia para engrosar la tendencia política que conformamos la inmensa mayoría del país que, en mi opinión, se agrupa en torno a los parámetros que definen la centralidad y las opciones moderadas que la ensanchan a derecha e izquierda. Pese a las dificultades innegables que tienen muchos ciudadanos para llegar a fin de mes, pese a las penosas carencias que sufren otros en el día a día, pese a todo cuanto debe hacerse para mejorar el funcionamiento de las instituciones y de los servicios públicos y, en conjunto, las condiciones de vida de todos, estoy absolutamente convencido de que la mayoría social de este país no está ni por las revoluciones, ni por las asonadas, ni por las involuciones. La mayoría de quienes vivimos en este Estado apostamos por vivir en paz y en concordia, bajo el paraguas de una sociedad democrática con vocación europeísta y articulada sobre instituciones que hagan del diálogo y el acuerdo la metodología para resolver las tensiones consustanciales a la vida social (territoriales, sociales, culturales…), posibilitando  la generalización y el aseguramiento de unas condiciones de vida decentes para todos y, mientras ello no sea posible, garantizando la eficiencia de un sistema de protección social que palie y combata las carencias y penurias de quienes padecen enfermedades o graves deprivaciones socioeconómicas que les sitúan en unas condiciones de indignidad que nos afrentan a todos.

Por tanto, en mi opinión, ni es tiempo de deshojar la margarita, ni de emprender remilgadas consideraciones en torno a las dudosas virtudes o a las carencias que presenta este u otro candidato. De lo que se trata el domingo 26 de mayo es de ir a votar para decirles a quienes se han echado al monte con un discurso radical y excluyente, que inscribe falaces delirios de grandeza y nostalgias retrógradas e involucionistas además de inmensas mentiras, que no estamos por esa labor, que no vamos a tolerar que una minoría condicione la agenda política del país y que, desde luego, no estamos dispuestos a pagarles la fiesta a sus representantes para que revienten las instituciones democráticas desde dentro cobrando su sueldo del erario público. Así que, aunque discrepo a menudo de las opiniones y acciones de Pedro Sánchez, insisto en que concuerdo con el mantra que difunde en los últimos días: “hay que rematar la faena”. Por supuesto, pero además hay que hacerlo no solo decorosamente, sino bien y con contundencia. Y, si se me apura, diré que debiera hacerse hasta muy bien, cobrando un estoconazo democrático “hasta la bola”, para que el morlaco ruede sin puntilla y nos ahorre el espectáculo de presenciar a la fuerza la estulticia de quienes pretenden vendernos una moto que ni existe.

Nada está hecho; todo está por hacer. Tenemos el futuro en nuestras manos. De modo que votemos o tendremos no solo cuatro años, sino Dios sabe cuántos más, para arrepentirnos. Y entonces de nada servirán las lamentaciones. ¡Todos a votar!

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