Hoy
la prensa deportiva nacional e internacional se deshace en elogios hacia Messi,
un futbolista como no hay dos y del que se ha dicho todo, pese a que se sabe
que no tiene techo y que puede llegar un punto en el que no se encuentren las palabras
para calificarlo. Por encima de las innumerables cualidades y méritos que
atesora, creo que tiene un atributo que le singulariza: sabe leer casi todos los
partidos; siempre encuentra la manera de dar salida al juego, al propio y al de
los demás. Y eso le permite eludir cualquier embrollo y desatascar las
situaciones más enrevesadas con una simplicidad y una clarividencia asombrosas.
A veces lo hace con regates deslumbrantes, otras dando a sus compañeros pases
inverosímiles, en otras consigue goles que ya son parte de la historia del deporte, y hasta hay ocasiones en las que se deja la piel, como ayer,
ahogándose de fatiga, según sus propias palabras, por la exigencia del adversario,
que requería empeñar todas las fuerzas y aportar carácter, actitud y
agresividad, pese a no ser precisamente los rasgos característicos del juego
exquisito que suele practicar el Barcelona. Pero ayer, frente al Liverpool, era
eso lo que tocaba y él, una vez más, lo supo descifrar logrando que, como se
suele decir, el Barça haya metido pie y medio en la final de la Champions. Y
para rematar la jugada, en medio del éxtasis general que siguió al segundo de
sus goles, recordó a su compañero Coutinho –silbado por la afición cuando le
sustituyeron unos minutos antes– y se dirigió a la hinchada, nada menos
que a casi cien mil espectadores, indicándole que lo que corresponde ahora, a
tres partidos de lograr el campeonato, es estar unidos y evitar los reproches y
pitidos a alguien que, aunque lo intenta, no acaba de satisfacer las
expectativas que despertó. Con cuatro acertados gestos, tan elocuentes como generosos,
dijo a todos algo evidente: no es el momento para las desavenencias, ahora toca estar unidos para
ganar.
Como
decía, los aficionados valoran mucho a los deportistas que saben leer el tiempo que requieren los partidos. Cada encuentro se juega a un ritmo diferente y es muy
importante que sepan distinguir cuál es el que permite desplegar la estrategia
diseñada por el entrenador. Esa es una cualidad que poseen pocos jugadores
que, por ello, suelen contar con el favor de sus entrenadores pues interpretan
a la perfección sus tácticas, siendo como su prolongación en el terreno de
juego. Esos futbolistas, en apenas dos o tres segundos, logran algo
semejante a detener el tiempo y darle sentido a cuanto sucede a su
alrededor. Paran el balón junto a su bota, lo protegen y esperan escuetos instantes para darle el empujón adecuado, que le
hará describir una trayectoria ventajosa para quien lo reciba, sea un compañero que
esté libre de marca u otro que haya tirado un desmarque de ruptura. La pausa
es la cualidad de esos deportistas elegidos que, sin saber cómo ni porqué,
ordenan a sus compañeros, abriendo espacios, dando pases inverosímiles o
burlando rivales. Además de Messi, Xavi Hernández, Zidane, Andrés Iniesta o
Mesut Özil han sido jugadores capaces de “detener el tiempo” en el fútbol.
Políticamente
tras las elecciones del pasado domingo, 28 de abril, nos encontramos en un impasse que se extenderá hasta el
próximo 26 de mayo, cuando está previsto que se celebren las elecciones
municipales y europeas. Un intervalo que, en mi opinión, los políticos que
tendrán la responsabilidad de formar gobierno debieran aprovechar para poner la
pausa a que aludía, fijando la estrategia inicial para el desarrollo de la legislatura.
Más allá de los contactos previos o de los pactos y estrategias programáticos,
de gobierno, de legislatura, o de lo que sea, con los partidos de la
izquierda parlamentaria, el Partido Socialista y quienes se presten a ser sus
socios deberían establecer como uno de sus asuntos prioritarios
controlar la influencia y el poder de la ultraderecha en el parlamento español,
que sin duda tendrá, como ha sucedido anteriormente en otros países del
contexto europeo.
Pienso
que la inmensa mayoría de los ciudadanos
españoles esperan, como yo, que los 24
diputados de la ultraderecha tengan una más que exigua influencia en el curso
de la producción legislativa, no solo por lo limitado de su representación parlamentaria sino
porque también aquí, como sucede en otros países europeos, los partidos
democráticos se apresuren a establecer un cordón sanitario en torno a ellos
para evitar que tengan la capacidad de marcar el paso de la política.
Ese es precisamente el núcleo de la cuestión que planteo, que va mucho más allá
de su influencia en la producción legislativa o en la acción de
gobierno. La experiencia ajena nos dice que, pese a lo limitado de sus
efectivos, o quizá por ello, estos partidos a lo que aspiran (y suelen lograrlo)
es a influenciar la agenda política, es decir, a condicionar las temáticas que copan el día a día de las relaciones políticas.
De
modo que, en mi opinión, este compás de espera, entre otras cosas, debe servir a
los estrategas del futuro gobierno y del parlamento que debe constituirse para
preparar la legislatura, sentando las bases para que la ultraderecha no tenga oportunidades
para boicotear las políticas o las iniciativas de las mayorías parlamentarias. Ellos saben de sobra que no van a conseguir sacar adelante
sus propósitos programáticos; en primer lugar, porque no tienen fuerza parlamentaria para ello;
y en segundo término, porque no es eso
lo que les interesa. Lo que buscan, como se ha visto en otros lugares, es influenciar la agenda política y radicalizar las posiciones de otros partidos en determinadas
temáticas, como la hipotética fragmentación del Estado, la inmigración, el feminismo, la violencia machista o las pensiones. Es más, como
ya hemos podido comprobar aquí mismo, son especialistas en introducir en la
vida política debates ficticios, que nada tienen que ver con la realidad del
país ni con las necesidades de sus ciudadanos. El penúltimo ejemplo de ello es
la intentona de Vox para que se debatiese la necesidad de legalizar las armas
como forma de defensa personal. Una propuesta absolutamente disparatada para un
país como el nuestro, que es de los más seguros del mundo, con apenas 0,7
asesinatos por cada 100.000 habitantes, cuando la media mundial se sitúa en 5,3.
De
lo que se trata, en definitiva, es de diseñar las estrategias que impidan que
la ficción y las fake news sean los
elementos que impregnen el debate político en los próximos meses. De lo que se
trata es de que no sean los intereses de unos pocos los que desplacen o
sustituyan la gestión de los asuntos y problemas reales de la inmensa mayoría de los ciudadanos, que
deben ser objeto del debate y los acuerdos parlamentarios, y de la acción del
gobierno. Me parece que esta es una de las prioridades que debieran atender los
estrategas políticos si se aspira de verdad a que la gobernanza del país sea auténticamente
estratégica, que es lo mismo que decir caracterizada por las acciones sosegadas,
argumentadas, sensatas y desarrolladas a buen ritmo y en sintonía con las necesidades e
intereses de la ciudadanía. Esos son los detalles que marcan la
diferencia entre unos y otros. Toca, por tanto, decidir si se prefiere que la
legislatura se sustancie a base de pueriles y estériles pachangas en
el lodazal parlamentario, o que se ofrezcan encuentros relevantes en los que los dueños de la conducción del
juego sean quienes saben interpretar el tiempo y marcar las pausas que convienen. En su mano está determinarlo.
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