La
vida de cada cual y la Historia, que incluye la de todos, encierran paradojas y
contrasentidos morrocotudos. Nací y viví la infancia en pleno
nacionalcatolicismo, un tiempo de represión, miedo, silencio, consignas y misa
obligatoria en todos los territorios de la “patria”, que presumiblemente era
“una, grande y libre” (?), según se leía en las enciclopedias y en los lemas y
divisas de los escudos oficiales. Vamos, como últimamente ansían ciertos
nostálgicos, asiduos defraudadores y redoblados delincuentes, que tácitamente
reconocen que tan fue entonces mentira, como lo sigue siendo ahora.
Más
allá del adoctrinamiento implícito y explícito que recibíamos en la escuela por
parte de los maestros –fuesen o no afectos al Régimen, porque no les quedaba otra,
pues había que comer– los domingos esperaba su turno la Iglesia para tomar las
riendas del canónico aprendizaje de las virtudes cristianas y de los valores
patrios, a mayor gloria de Dios. Día de misa obligatoria en el que asistíamos a
los santos oficios ocupando las primeras bancadas de los templos, férreamente
custodiados por nuestros educadores y con el ánimo dispuesto para soportar con
estoicismo el rosario de consignas que emanaban de los púlpitos: El domingo es
el día del Señor, “acuérdate del día del reposo para santificarlo” (Éxodo, 20, 8-10; Deuteronomio 5,
12-15). Dios creó los cielos y la tierra en seis períodos a los que llamó días,
“y acabó en el día séptimo la obra que había hecho, y reposó, y bendijo ese día
y lo santificó” (Génesis 2:2–3).
Semana tras semana, mes tras mes, oíamos machaconamente este mensaje
complementado con el mandamiento eclesiástico de “oír misa entera todos los
domingos y fiestas de guardar”. ¡Ay, Señor, como diría mi madre! ¡Cuántas multas
y palos le cayeron a mi padre, justamente por no respetar, convencidamente, tal
precepto!
En
la tradición cristiana y católica el séptimo día es santo por ser el que Dios mandató
que se descansase de las labores cotidianas y se dedicase a su adoración. Su
propósito no es otro que ayudar a los fieles a centrar sus pensamientos y
acciones en la divinidad. De modo que no es simplemente un día para descansar
del trabajo cotidiano, bien al contrario, es un tiempo solemne que debe consagrarse
a la adoración y a la reverencia porque, como dicen los textos sagrados, al
descansar de las tareas y actividades diarias, la mente se libera para meditar
sobre las cosas espirituales. De ahí que justo ese día los fieles deban renovar
sus convenios con el Señor y alimentar su alma con las cosas del espíritu.
Pero
mira por donde la realidad se impone una vez más a la ficción y las cifras son tan
demoledoras como concluyentes. Si no contra su voluntad, al menos sí con su
desaprobación, seis millones de personas trabajan en España dos o más sábados
al mes y casi un millón adicional lo hace esporádicamente. Y si analizamos los
domingos, un millón más trabaja en todos ellos y tres millones y medio lo hacen
dos o más veces cada mes, pese a que el empleo todavía está lejos de alcanzar
los niveles previos a la crisis de 2008. En la última década han crecido los
trabajadores habituales de los sábados, que son ya más del 30%, mientras que
los que acuden dos o más domingos a trabajar suponen el 20%. Este es un
fenómeno que afecta fundamentalmente a los jóvenes, que lo aceptan resignadamente,
como algo naturalizado. La cuarta parte de los trabajadores de entre 16 y 24
años, son mayoritariamente estudiantes y trabajan al menos dos domingos al mes.
Y es que, como sabemos, son ellos, precisamente, los más afectados por la
crisis del mercado laboral, contándose entre sus principales damnificados. Por
decirlo de otro modo, integran el grupo de empleados cuya ocupación está en el
límite de lo que podría calificarse de trabajo digno.
El comercio y el sector hotelero son las actividades económicas en las que más
abunda este tipo de jornada. En el comercio, la tendencia aumentó
significativamente a partir de 2012, año en el que el gobierno de Rajoy aprobó un
decreto que, entre otras medidas, obligaba a varias ciudades españolas con
importante afluencia turística a designar zonas en las que estuviera permitido
abrir los domingos y con jornadas más amplias. La Comunidad que llevo más lejos
esta medida fue la de Madrid, con Esperanza Aguirre a la cabeza, que fue pionera
en instaurar la liberalización total de los horarios comerciales. Desde
entonces, la cosa ha llegado a tal dislate que existen comunidades autónomas en
las que formalmente se permite abrir ocho domingos al año para poder responder
a supuestas circunstancias especiales, aunque realmente se abre todos los
domingos sin control alguno y con absoluto desprecio a los derechos profesionales,
a la conciliación laboral y a cualquier otro derecho de los trabajadores.
Otra vertiente nada desdeñable de los llamados empleos basura y las estafas
laborales está representada por el trabajo nocturno, que es cada día más
habitual. El pasado año, casi millón y medio de ciudadanos hizo su prestación
laboral en jornada nocturna, es decir, entre las diez de la noche y las seis de
la mañana. También en este caso se trata mayoritariamente de jóvenes,
trabajadores en tiendas que abren las veinticuatro horas y en la industria
hotelera, pese a que es evidente que no son sectores básicos que requieran
estar abiertos todo el día, como exige la sanidad, la seguridad o el
mantenimiento de los servicios fundamentales.
Existen
numerosos estudios que demuestran que el consumo seguirá estancado mientras no
se cree suficiente empleo y se sigan incrementando los impuestos, especialmente
el IVA. Por otra parte, esta demostrado que la desregulación lo que realmente ha
provocado es la destrucción del empleo dado que los autónomos y pequeños
comerciantes han sucumbido frente a la posición dominante de las grandes
superficies. Más allá del comercio, nuestros pueblos y ciudades gozan de un sinfín
de atractivos turísticos y, además, los diferentes formatos comerciales
permiten realizar compras, especialmente de alimentos, todos los días del año.
Es falaz, por otro lado, que la receta 24/7 sea la clave del futuro porque la plena
libertad de horarios daría al traste con la conciliación de la vida profesional
y familiar. En suma, solo favorece a los grandes distribuidores, que son los
únicos que la demandan. Y lo que es más, las instituciones europeas todavía no se
han pronunciado sobre los horarios comerciales.
De
modo que, a poco que atendamos a las regulaciones y prácticas laborales,
constataremos que ni respetan las leyes de Dios y de la Iglesia, ni sirven al
interés general. Así que quienes las invocan y ejercitan (léase la derecha,
en todos sus formatos; porque a nadie benefician más que a quienes se encuadran
en ella) que apechen con las consecuencias. Recordémoslo, domingo, 26 de mayo.
¡Todos a votar, como hicimos el 28 de abril!
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