jueves, 26 de marzo de 2015

De [algunos] políticos universitarios.

Hace un par de días se llevó a cabo la enésima huelga de la universidad española. Otra más contra la política educativa del PP y contra su brazo ejecutor, el malhadado ministro Wert. Las organizaciones sindicales acordaron convocarla en todas las universidades públicas, y para todo su personal, con un lema: Fuera el 3+2. No a la privatización de la universidad pública. Una huelga con reivindicaciones corporativas y  populistas (como casi todas), con un seguimiento desigual y datos contradictorios según su fuente que, como sucede habitualmente, la mayoría de los estudiantes aprovecharían para preparar exámenes, terminar trabajos o tomarse un día de asueto.

Tampoco debió tener consecuencias importantes para el  profesorado y para el personal de administración y servicios. Los menos harían activamente el paro. Muchos argüirían que no pudieron acceder a sus puestos de trabajo por mor de las barricadas y piquetes. Otros se quedarían directamente en sus casas porque no suele ser costumbre de los rectores contabilizar, ni notificar, las incidencias que se producen esos días. Al fin y al cabo, siempre son los alumnos quienes no asisten a clase, condición sine qua non para que lo hagan los profesores. Dado que fue imposible dar clase, la mayoría de ellos probablemente aprovecharían la coyuntura  para avanzar trabajos atrasados, actualizar sus cosas, preparar alguna comunicación para el próximo congreso o rematar algún articulo pendiente. Tal vez por ese acendrado sentido de la responsabilidad están tan de moda y asumen un protagonismo creciente en la vida pública. Unos, porque motu proprio se erigen en líderes visionarios ex nihilo; otros porque los ‘fichan’ los partidos tradicionales para dar lustre a sus impresentables candidaturas.

Desconozco cuantos de ellos trabajan en las administraciones públicas, mientras les suplen en sus puestos docentes profesores precarios y precarizados, que soportan sobre sus hombros la trascendental responsabilidad de formar a los profesionales y cuadros medios de la sociedad futura. Deben ser muchos, porque son más de 70.000 los políticos acogidos por el Congreso y el Senado, los ayuntamientos, el Parlamento Europeo, las diputaciones forales y los cabildos insulares. Por referenciarlos en algo, valga decir que superan el número de miembros del Cuerpo Nacional de Policía, que son alrededor de 62.000, o el de Profesores Titulares de Universidad, que suman alrededor de 30.000. Y si, además de los que ostentan la representación más o menos directa de la ciudadanía, incluimos en el cómputo los cargos directivos de las administraciones paralelas, empresas públicas, cámaras de comercio, defensores del pueblo, entidades financieras, consorcios, instituciones de cooperación y desarrollo, organismos internacionales, etc., la cifra alcanza los 400.000; es decir, el doble que en Italia o Francia, países cuya población supera a la nuestra en más de un tercio.

El diputado Toledo durante una intervención ante el pleno
de Les Corts
Todo esto viene a cuento de una historia singular acaecida ayer, 25 de marzo, en las Cortes Valencianas. ¿Qué más puede suceder allí, Señor? Ocurrió durante el desarrollo del penúltimo pleno de la legislatura y fue algo ignoto en la vida parlamentaria. Un diputado del grupo socialista, Francisco Toledo, catedrático de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial y ex-rector de la Universidad Jaime I de Castellón, aprovecho esa postrera sesión parlamentaria para declarar públicamente su amor a la compañera de grupo, y también cincuentona y diputada por Castellón, Delia Valero.

No sé por qué la anécdota la han resaltado la mayoría de los medios, cuando ni es singular ni debiera tener mayor relevancia. Es más, sorprende que llame la atención algo que empieza a ser parte de la cotidianeidad: que nuestros admirados políticos expresen sus emociones públicamente, con trasparencia envidiable, que lamentablemente se echa a faltar en otros muchos de sus desempeños. Apenas hace unas semanas, Pablo Iglesias y Tania Sánchez, dos fenómenos de la autodenominada nueva política, se hacían arrumacos ante las cámaras de los reporteros y las cadenas de TV. Sin embargo, tal vez fagocitados por el vertiginoso ritmo de la sociedad digital y mediática, hace pocos días -justo el domingo por la noche, cuando se concluía el escrutinio electoral en Andalucía- anunciaban su ruptura sentimental a través de twitter, con un edulcorado, pactado e idéntico twitt, que difundieron al alimón, seguramente por casualidad, visto el resultado electoral de Podemos.

Parece que en este tiempo en que los profesores universitarios menudean en la vida política, en que está de moda que los ciudadanos expresen sus afectos y sus vergüenzas en los medios cada tarde, el señor Toledo no ha querido ser menos. Desde su escaño confesó que sacó provecho de su vida parlamentaria, de su periplo en las Cortes, y que no lo ha declarado porque considera que no tiene precio aunque, según él, tenga un valor incalculable. No está mal la declaración viniendo de un cincuentón, que es doctor en Matemáticas. Y, por lo que dicen los medios, mejores son sus referencias sobre las contribuciones a la cosa pública de la estupenda diputada que ocupa el escaño ochenta y ocho que, según él, le ha apoyado y ayudado en los últimos cuatro años, especialmente en las últimas semanas y, por tanto, no necesita más. Enternecedor…, definitivo. La ñoñez en la política. La guinda que le faltaba al pastel.

Señor, ¡que no nos pase nada!

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