jueves, 19 de marzo de 2015

Crónicas de la amistad: Muro (9).

Aunque astronómicamente estamos en la antesala de la primavera, hoy, 18 de marzo, ha amanecido triste y plomizo. Hace días que el invierno remolonea y parece querer recuperar el pulso para volver con renovada ilusión. Lo tiene difícil porque los pájaros hace semanas que anuncian otra cosa, y no suelen equivocarse. Sin embargo, parece como si el tiempo insistiese en perpetuar un lugar común sobre la montaña -sin otra base que las presunciones- que la asocia al tiempo intempestivo, ese que invita a tomar asiento junto a fuegos generosos y viandas contundentes, de las que socorren cuerpos y espíritus. Sin embargo, bien al contrario, por estas fechas es fácil encontrar en ella lentiscos y coscojas pujantes, que mudan el color pardo y sombrío de la tierra invernal por una sutil gradación de verdes, que anuncian vida y vigor en el inmediato horizonte. A ellos se suman macizos achocolatados de brezos recién salidos de la floración, brotes plateados de salvia, esquejes naturales de manzanilla y té de roca, que conviven con retamas que amarillean y espliegos, romeros y tomillares, que arropan los botones en los tallos de las jaras que esconden sus primeras flores, antesala de las de los cerezos. La ruta de la amistad, el camino esperanzador que empezamos a trazar hará pronto un par de años, nos lleva en este día desabrido a Muro, al bar restaurante Calvo, un clásico en el pueblo de Elías, al pie del Montcabrer.

Muro, marzo 2015
Siempre se ha dicho que quién tiene un amigo tiene un tesoro. Lo que no imaginó el anónimo autor de la frase es hasta qué punto acertó en su juicio. También dicen que vivimos en la sociedad de la información y del conocimiento. Y ello conlleva que se estudie casi todo y que se generen cantidades inconmensurables de información, cuya finalidad primordial debiera ser generar conocimiento, que no es otra cosa que la interpretación de aquélla en el marco de un determinado contexto para lograr alguna finalidad. Cosa que no siempre sucede, y menos cuando el propósito es lograr transformaciones económicas, sociales y culturales que aseguren el bienestar general y el desarrollo sostenible.

Pero bueno, lo cierto es que el afán por conocer que tenemos los humanos ha llevado a los científicos sociales a estudiar también las relaciones de amistad. Mayoritariamente son investigadores residentes en el otro lado del Atlántico, que es donde fundamentalmente se hace ciencia experimental. Estos expertos han descubierto cosas tan  asombrosas como que compartimos mas genes con los amigos que con los desconocidos o que somos más atractivos cuando interactuamos con un grupo de camaradas que cuando lo hacemos con extraños. Hasta aseguran que a los nueve meses ya entendemos el concepto de amistad.

Confieso que me han sorprendido algunas de sus investigaciones. Una de ellas es un curioso estudio  -políticamente incorrecto-, realizado en la Universidad de Wisconsin, que concluye que hombres y mujeres no podemos ser amigos. Los investigadores lo llevaron a cabo analizando un centenar de parejas de amigos de distinto sexo, concluyendo que los hombres sentimos básicamente atracción física y sexual por las mujeres (habría que preguntar a todos y a todas) y tendemos a sobreestimar cómo ellas nos ven. Ello les hace concluir que la atracción es un hándicap para la amistad, aunque con los años parece que mengua. Así pues, consideran que la amistad entre hombres y mujeres es un fenómeno muy reciente porque resulta casi imposible escapar a los impulsos de la seducción y la tensión sexual que existen entre unos y otras. Evidentemente, como no lo han estudiado, nada dicen de lo que sucede con las parejas homosexuales. En cualquier caso me queda la duda de si esa indagación no les llevaría finalmente a afirmar simultáneamente lo que dicen y lo contrario (?).

Otra constatación que ha realizado la ciencia es que incluso los animales tienen amigos. Esto lo sabíamos, por lo menos, desde que la TVE2 emite documentales. Sin embargo, lo que se ha probado recientemente es la relación emocional existente entre una tortuga centenaria y un joven hipopótamo kenianos. Seguramente nos preguntaremos el porqué de esos vínculos entre los animales. La respuesta que da la ciencia es que siempre reporta beneficios mutuos. En todos los casos estudiados, cuando está por medio la amistad, los seres tienen mejor salud, menos estrés, más éxito reproductivo, etc. A la vista de ello, es fácil concluir que la amistad es un atributo ambicionado por todas las especies.

Todavía hay más evidencias científicas sobre las bondades de la amistad, como la que afirma que los amigos disparan la empatía. De hecho se asegura que lleva al extremo la genuina capacidad que tenemos los humanos de ponernos en el lugar del otro. Un grupo de investigación de la Universidad de Virginia (USA) estudió los escáneres cerebrales de una veintena de personas, tras amenazarles con que ellas o sus amigos iban a recibir pequeñas descargas eléctricas. Los científicos descubrieron que la actividad cerebral de la persona que se siente en peligro es prácticamente idéntica a la que despliega cuando sabe que lo está cualquiera de sus amigos. Nuestro sentido del yo incluye a las personas cercanas y ello hace que percibamos la amenaza ajena como propia. El director del estudio vincula esta constatación con la propia supervivencia. Viene a defender que los humanos nos asociamos para prosperar y por tanto, si algo amenaza a un amigo, de alguna manera también amenaza a nuestros propios recursos objetivos.

A veces, los científicos ofrecen hallazgos que son auténticas obviedades. Lo único que tienen a su favor o les disculpa es que los argumentan para defenderlos y ello, a veces, nos viene bien. Una de esas perogrulladas se la debemos al antropólogo Robin Dunbar, de la Universidad de Oxford, que hace una veintena de años extrapoló a los humanos los resultados de su estudio sobre grupos sociales de primates. Aseguraba que los amigos son limitados, afirmando que cada individuo solo puede mantener un máximo de ciento cincuenta relaciones significativas simultáneamente. Evidentemente, Dunbar desconocía a qué ritmo iban a avanzar las entonces incipientes tecnologías de la comunicación y ni tenía indicios de la inminente explosión de las redes sociales. En el fondo, su conclusión no es disparatada porque seguramente el aumento actual de las relaciones sociales va en detrimento de la profundidad característica de las específicamente amistosas.

También han argumentado los estudiosos que amistad y trabajo no tienen porque estar reñidos. O, dicho de otro modo, los amigos en el trabajo nos hacen más productivos y competitivos, pero debemos tener cuidado porque los colegas de la profesión son muy distintos de los amigos de fuera de ella. El trabajo suele ser la base de la estabilidad financiera de las personas y, en general, está claro quién tiene más que perder si nos colocan en la tesitura de elegir entre un amigo y nuestra fuente de ingresos. Según estudio reciente de Linkedin, el 68% de los nacidos después de 1980 sacrificaría una amistad por un ascenso en la profesión. Afortunadamente, eso ya no va con nosotros.

Otra cosa curiosa que parece haber demostrado la ciencia es que cada nuevo amor nos cuesta al menos dos amigos. Tener una nueva relación nos quita tiempo para verlos y eso deteriora las relaciones porque, si no ves a la gente, el vínculo afectivo se debilita rápidamente. Así lo ha demostrado el antropólogo Robin Dunbar, que asegura que cuando un nueva persona entra en tu vida suele desplazar a otras dos de tu círculo más próximo, que suelen ser un familiar y un amigo.

También han averiguado los científicos que conocer lo que irrita a un amigo hace la relación amistosa más estable y menos frustrante. Al menos esa es la conclusión a la que ha llegado la doctora Friesen, de la Universidad Wilfrid Laurier (Canadá). Conocer las reacciones de los amigos ante diferentes situaciones es tan importante como conocer sus gustos. Por cierto, las características que más irritaron a los sujetos participantes en su estudio fueron el escepticismo, la timidez, el descaro, el perfeccionismo y la inconsciencia.

Finalmente haré referencia a un trabajo realizado en la Universidad Brigham Young  (Utah, USA) sobre la relación entre amistad y salud. Este estudio ha demostrado que, seas hombre o mujer, tener amigos es bueno para la salud. Según sus autores, las personas con una amplia red de amistades tienen la tensión más baja, sufren menos estrés, sus defensas son más robustas y viven más tiempo. Porque los amigos facilitan los buenos hábitos, espantan la depresión, ayudan a superar enfermedades y producen satisfacción, placer y felicidad. Incluso se ha llegado a demostrar que carecer de una red social de apoyo es una causa de mortalidad más potente que sufrir obesidad o llevar una vida sedentaria. Una sólida red de relaciones sociales proporciona al menos un 50 % de probabilidades de vivir más.

Debo concluir pidiéndoos excusas por la pedantería de incluir todas estas referencias en una crónica habitualmente emocional y nada académica. En cualquier caso, me parece que no necesitamos ni uno de los argumentos enumerados porque conocemos experimentalmente los valores y propiedades de la amistad. Y por eso la cultivamos, porque sabemos que nos ayudó y nos ayuda a ser como somos, nos hace sentir bien, tener ilusión, recrear nuestras vidas, cultivar las pequeñas aficiones, querernos y ser felices durante los ratos que compartimos… y un sinfín de cosas más. Y por eso, más allá de lo que dicen los científicos, tenemos el firme propósito de persistir en ella, siquiera sea porque egoístamente aspiramos a hacernos “más viejos que el culo de un mortero en un sembrado”, como dicen en mi pueblo. Yo hago votos porque así sea. Desde Gestalgar.

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