Es
una obviedad reiterar que los romanos eran unos auténticos urbanitas. Pese a
los múltiples inconvenientes inherentes a las ciudades de cualquier época
histórica (ruidos, inseguridad,
intrigas, tráfico, etc.), alternativamente siempre brindan numerosas ventajas (ocio,
acceso a la educación y la cultura, atención sanitaria, oferta comercial amplia
y estable…). En el mundo romano, urbanidad era sinónimo de educación y de
cultura, como lo sigue siendo en casi todo el mundo.
Arqueólogos
e historiadores han acreditado sobradamente que el urbanismo fue una de las
principales preocupaciones de los arquitectos romanos, y también uno de sus mayores
logros. Por lo que conocemos, parece que aquellos tecnólogos de la Antigüedad
se parecen extraordinariamente a los actuales. En general, también les
preocupaban mucho más los aspectos prácticos, la dimensión funcional de sus
proyectos, que su proyección estética. Indudablemente, Roma materializó una
civilización inequívocamente urbana. Hasta podría añadirse que obsesionada por
mejorar la vida de los ciudadanos. La ciudad romana –urbs– ha pasado a la historia como un modelo de eficiencia y de
buen sentido. ¡Qué lástima que, con el paso de los años y el fraudulento interés
de gentes y doctrinas, se haya desdibujado tan admirable concepto!
El
“Estado” romano carecía de remilgos a la hora de invertir en infraestructuras que
acercasen a los ciudadanos comodidades (agua abundante, calles empedradas con
aceras y pasos de peatones..), higiene (alcantarillado, baños…), abastecimientos
(mercados), seguridad (murallas) o entretenimiento (teatros, circos,
anfiteatros…). Lo mismo que debiera suceder ahora. Seguramente complementando las
inversiones directas con otras fórmulas. En cualquier caso, todas debidamente controladas
y preservadas del mangoneo de oportunistas, sinvergüenzas, ladrones y
malnacidos.
Acueducto Peña Cortada |
Viene
esta introducción a cuento de un asunto que quiero comentar: los acueductos,
esas monumentales construcciones que servían para abastecer del líquido
elemento a ciudades y campos, que eran fundamentales para lograr el plan de
urbanización y servicio a la ciudadanía que primaba en la organización de la urbs romana. Existen infinidad de ellos,
distribuidos por toda Eurasia, pero me circunscribiré a los acueductos romanos
existentes en España. Algunos son universalmente conocidos, como el de Segovia, el de Los Milagros (Mérida), o el de Les
Ferreres o Pont del Diable (Tarragona). Sin embargo, existen otros
también importantísimos y menos frecuentados, aunque no menos interesantes.
Uno
de ellos es el acueducto de Peña Cortada,
también llamado Acueducto de la Serranía,
que discurre por los municipios de Tuéjar, Chelva, Calles y Domeño. Es una
canalización trazada con distintos sistemas de conducción de aguas. Tiene una
longitud de 28,6 km, siendo su entidad comparable a la de acueductos famosos,
como los mencionados. Como en la mayoría de ellos, en él coexisten dos
tipologías de acueducto: el puente y el viaducto.
Acueducto Peña Cortada |
Aunque
para mí que lo mejor es que estamos ante un acueducto parcialmente ignoto,
porque todavía no se conoce la totalidad de su trazado. Se ha especulado sobre
la razón última de su construcción, que todavía no está clara. Los
historiadores descartan que su destino fuese abastecer de agua a ciudades como
Sagunto o Liria. Según ellos, diversas razones de carácter técnico invalidan
esa conjetura porque su anchura y sus dimensiones parecen sugerir un uso más
vinculado al riego, probablemente del llano que se extiende entre Casinos y
Liria. Hoy por hoy no se tiene certeza de ello y, por tanto, deberán continuar
los estudios para dilucidar su finalidad original y otros detalles sobre sus
características y funcionalidad.
Hace
unos meses, las noticias de los periódicos locales se hacían eco de que unos trabajos
arqueológicos -enmarcados en ese necesario proceso de investigación- habían
sacado a la luz cinco nuevos túneles del acueducto. Un taller de empleo de la
Mancomunidad de la Serranía había propiciado su descubrimiento y creado un
sendero de acceso, con una longitud de 800 metros, que está conectado con la
ruta PRV-92. Aprovechando la coyuntura, un catedrático de Arqueología de la Universitat de València diseñó un plan
de actuación para poner en valor este casi desconocido acueducto. A su juicio,
el monumento debía ser la marca turística para dinamizar el turismo y la
economía de La Serranía. Apostaba por crear esa marca propia y un logo que
identificase al Acueducto de Peña Cortada.
También proponía instituir un centro de interpretación para explicar la técnica
constructiva y las características de la obra, asegurando que, en otros casos,
iniciativas como esa han constituido elementos dinamizadores y turísticos de
primer nivel. Han transcurrido pocos meses y no conozco que se haya emprendido
iniciativa alguna al respecto, pero eso no es nada novedoso por aquellos pagos,
en los que si algo sobra es precisamente
la prisa.
Una
pequeña apostilla. Lo tenemos ahí al lado, es parte de nuestra historia y vale
la pena conocerlo porque sorprende. Si nos decidimos a hacerlo, podemos
aprovechar para degustar una olla churra, un gazpacho tuejano o unas morcillas
de arroz, en Tuéjar, Chelva o en Villar del Arzobispo. En cualquiera de esos
lugares, podemos rematar el ágape con algún dulce del terreno, como la torta de
pasas y nueces o los muégados. Y si lo hacemos en verano, darnos un baño en las
aguas cristalinas del Azud del río Tuéjar. ¿Hace?
No hay comentarios:
Publicar un comentario