sábado, 14 de marzo de 2015

Peña Cortada.

Es una obviedad reiterar que los romanos eran unos auténticos urbanitas. Pese a los múltiples inconvenientes inherentes a las ciudades de cualquier época histórica  (ruidos, inseguridad, intrigas, tráfico, etc.), alternativamente siempre brindan numerosas ventajas (ocio, acceso a la educación y la cultura, atención sanitaria, oferta comercial amplia y estable…). En el mundo romano, urbanidad era sinónimo de educación y de cultura, como lo sigue siendo en casi todo el mundo.

Arqueólogos e historiadores han acreditado sobradamente que el urbanismo fue una de las principales preocupaciones de los arquitectos romanos, y también uno de sus mayores logros. Por lo que conocemos, parece que aquellos tecnólogos de la Antigüedad se parecen extraordinariamente a los actuales. En general, también les preocupaban mucho más los aspectos prácticos, la dimensión funcional de sus proyectos, que su proyección estética. Indudablemente, Roma materializó una civilización inequívocamente urbana. Hasta podría añadirse que obsesionada por mejorar la vida de los ciudadanos. La ciudad romana –urbs– ha pasado a la historia como un modelo de eficiencia y de buen sentido. ¡Qué lástima que, con el paso de los años y el fraudulento interés de gentes y doctrinas, se haya desdibujado tan admirable concepto!

El “Estado” romano carecía de remilgos a la hora de invertir en infraestructuras que acercasen a los ciudadanos comodidades (agua abundante, calles empedradas con aceras y pasos de peatones..), higiene (alcantarillado, baños…), abastecimientos (mercados), seguridad (murallas) o entretenimiento (teatros, circos, anfiteatros…). Lo mismo que debiera suceder ahora. Seguramente complementando las inversiones directas con otras fórmulas. En cualquier caso, todas debidamente controladas y preservadas del mangoneo de oportunistas, sinvergüenzas, ladrones y malnacidos.

Acueducto Peña Cortada
Viene esta introducción a cuento de un asunto que quiero comentar: los acueductos, esas monumentales construcciones que servían para abastecer del líquido elemento a ciudades y campos, que eran fundamentales para lograr el plan de urbanización y servicio a la ciudadanía que primaba en la organización de la urbs romana. Existen infinidad de ellos, distribuidos por toda Eurasia, pero me circunscribiré a los acueductos romanos existentes en España. Algunos son universalmente conocidos, como el de Segovia, el de Los Milagros (Mérida), o el de Les Ferreres o Pont del Diable  (Tarragona). Sin embargo, existen otros también importantísimos y menos frecuentados, aunque no menos interesantes.

Uno de ellos es el acueducto de Peña Cortada, también llamado Acueducto de la Serranía, que discurre por los municipios de Tuéjar, Chelva, Calles y Domeño. Es una canalización trazada con distintos sistemas de conducción de aguas. Tiene una longitud de 28,6 km, siendo su entidad comparable a la de acueductos famosos, como los mencionados. Como en la mayoría de ellos, en él coexisten dos tipologías de acueducto: el puente y el viaducto.

Acueducto Peña Cortada
Aunque para mí que lo mejor es que estamos ante un acueducto parcialmente ignoto, porque todavía no se conoce la totalidad de su trazado. Se ha especulado sobre la razón última de su construcción, que todavía no está clara. Los historiadores descartan que su destino fuese abastecer de agua a ciudades como Sagunto o Liria. Según ellos, diversas razones de carácter técnico invalidan esa conjetura porque su anchura y sus dimensiones parecen sugerir un uso más vinculado al riego, probablemente del llano que se extiende entre Casinos y Liria. Hoy por hoy no se tiene certeza de ello y, por tanto, deberán continuar los estudios para dilucidar su finalidad original y otros detalles sobre sus características y funcionalidad.

Hace unos meses, las noticias de los periódicos locales se hacían eco de que unos trabajos arqueológicos -enmarcados en ese necesario proceso de investigación- habían sacado a la luz cinco nuevos túneles del acueducto. Un taller de empleo de la Mancomunidad de la Serranía había propiciado su descubrimiento y creado un sendero de acceso, con una longitud de 800 metros, que está conectado con la ruta PRV-92. Aprovechando la coyuntura, un catedrático de Arqueología de la Universitat de València diseñó un plan de actuación para poner en valor este casi desconocido acueducto. A su juicio, el monumento debía ser la marca turística para dinamizar el turismo y la economía de La Serranía. Apostaba por crear esa marca propia y un logo que identificase al Acueducto de Peña Cortada. También proponía instituir un centro de interpretación para explicar la técnica constructiva y las características de la obra, asegurando que, en otros casos, iniciativas como esa han constituido elementos dinamizadores y turísticos de primer nivel. Han transcurrido pocos meses y no conozco que se haya emprendido iniciativa alguna al respecto, pero eso no es nada novedoso por aquellos pagos, en los que si algo  sobra es precisamente la prisa.

Una pequeña apostilla. Lo tenemos ahí al lado, es parte de nuestra historia y vale la pena conocerlo porque sorprende. Si nos decidimos a hacerlo, podemos aprovechar para degustar una olla churra, un gazpacho tuejano o unas morcillas de arroz, en Tuéjar, Chelva o en Villar del Arzobispo. En cualquiera de esos lugares, podemos rematar el ágape con algún dulce del terreno, como la torta de pasas y nueces o los muégados. Y si lo hacemos en verano, darnos un baño en las aguas cristalinas del Azud del río Tuéjar. ¿Hace?

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