viernes, 8 de junio de 2018

Crónicas de la amistad: Aspe (25)

Tras la actividad tormentosa de la tarde-noche de ayer, hoy ha amanecido un día de sol radiante que anunciaba una nueva oportunidad para celebrar la amistad: uno de los platos fuertes del banquete de la vida y, también, uno de sus principales argumentos, junto con el amor, el trabajo y la cultura, entendida en su sentido más amplio y generoso. Nosotros, que gustamos del bien comer, sabemos que la amistad es un manjar importantísimo, que se ofrece con múltiples presentaciones que, a su vez, tienen distintos significados. Es una vianda que incorporan multitud de menús, en los que se percibe su presencia con desigual morfología y vigor. Todos hemos comprobado que no es lo mismo paladear las prodigalidades que brindan los amigos íntimos que degustar o sazonarnos con las cortesías y lisonjas de los conocidos que saludamos diariamente.

Tal vez la amplitud del espectro que abarca el término amistad haga que sea una palabra que, como otras, se falsee a menudo. No en vano si algo caracteriza especialmente al lenguaje coloquial es su alto nivel de imprecisión. A poco que nos detengamos a reflexionar contrastaremos que la gente le llama amor o amistad casi a cualquier cosa. Y, sin embargo, es evidente que tanto uno como otra, cuando alcanzan cierto nivel, aspiran a lo que podríamos denominar “lo absoluto”. Porque, como bien sabemos, la amistad auténtica es algo realmente “grande”, que tiene escasa relación con otros vínculos que sortean o permanecen ajenos a las vidas de quienes los mantienen, a sus intimidades, alegrías y tristezas, a sus cosas confesables e inconfesables. Cuando este delicado y sustantivo caudal resulta insólito en el cauce por el que discurre la amistad, lo que se da entre las personas es una mera relación de trato, de mutuo conocimiento, no de amistad profunda. Tener amigos es algo grande y hermoso, que hay que cultivar. Porque la amistad no es realidad pétrea e inamovible, al contrario, constituye más bien un estado de ánimo amenazado habitualmente por riesgos y peligros, entre los que destacaría especialmente tres.

Teatro Wagner
El primero es el individualismo, que encierra la dificultad para compartir la vida. Sin duda es una de las grandes epidemias que asola el mundo desarrollado, presentándose atrayentemente revestido de un conjunto de creencias, valores y prácticas culturales que hacen predominar los objetivos e intereses individuales sobre los grupales. Un modus vivendi que colisiona frontalmente con la auténtica vida amistosa. La amistad se sostiene en el cariño y la empatía, en el respeto mutuo, en el compromiso compartido, en el interés por el otro. En suma, en la “benevolencia recíproca”, como gustaba decir Aristóteles.

El segundo gran peligro que acecha a la amistad es la prisa y la consiguiente falta de tiempo, o viceversa. Es casi axiomática la sentencia que recuerda que los hermanos nos vienen impuestos por la genética, mientras que los amigos los seleccionamos cada cual. De ahí que los que escogemos como compañeros de viaje, con mayor o menor grado de intimidad, deban ser personas importantes, que merecen que les ofrezcamos la calma que procura la claridad de las ideas, frente a la prisa que caracteriza la superficialidad de las atenciones cotidianas. Ni más ni menos que lo que nos gusta que también ellos nos procuren.

El tercer riesgo es la instrumentalización de la amistad, es decir, servirse del amigo, utilizándolo interesadamente y abandonándolo cuando no lo necesitamos. A menudo se confunde el trato o el conocimiento de las personas con la amistad. Y ésta, cuando es auténtica, sólo se da entre las personas nobles, porque es fundamentalmente donación. Ya lo dice el refranero: “amigo que no da y cuchillo que no corta, aunque se pierda no importa”.

Hoy el grupo “procesionaba” hasta Aspe, patria chica de Antonio García Botella, que nos había convocado a media mañana en la cafetería Sama, próxima al parque en cuya cercanía se instala el mercadillo de los jueves. Desde allí nos hemos desplazado al bar Montaditos, en la Plaza Mayor, donde hemos despenado las primeras cervezas esperando a Mariano Cuevas, que asistía a una reunión de la Comisión de Patrimonio en el Ayuntamiento; una instancia con excelente y productiva trayectoria que evidencia el esmero de amplios sectores de la trama urbana.

En pocos minutos nuestro cicerone se reunía con nosotros para iniciar la visita cultural del día, que en este caso apuntaba al Teatro Wagner, una instalación casi centenaria, de estilo ecléctico y referencias formales modernistas, que fundó el empresario local José Terol Romero, construyéndolo y abriéndolo al público en marzo de 1922. Terol desarrolló su actividad en Alicante, siendo un exitoso agente comercial, consignatario de buques y representante de la Naviera Hispano Oriental, que realizaba el trayecto Alicante-Marsella, así como delegado comercial de las cervezas alemanas Moritz y Damm. El empresario era un ferviente admirador wagneriano y, como no había otro teatro en España con el nombre del afamado compositor, optó por dar su nombre al nuevo coliseo.

Según nos ha explicado el arquitecto artífice de su restauración, a principios de los años ochenta el teatro había perdido prácticamente su actividad y la familia Terol lo puso a la venta. El Ayuntamiento anduvo ágil para adquirirlo y, consumada la compra, inició un complicado proceso para reformarlo que se extendió por espacio de diez años, reinaugurándose en 1995. El proyecto de restauración y sus obras son obra del mencionado arquitecto Mariano Cuevas Calatayud que, amabilísimamente, nos ha puesto al corriente del proceso y de las características de una construcción espléndida, que responde al formato de los llamados “teatros de herradura” característicos del siglo XIX, con embocadura vienesa y detalles modernistas en la fachada. El facultativo está plenamente convencido de que su diseño original es obra de su insigne colega Vidal Ramos, autor de proyectos como el Palacio de la Diputación de Alicante, la Casa Carbonell o el Museo Arqueológico Provincial (MARQ). Actualmente posee una capacidad de 550 butacas repartidas entre el patio, los palcos y el anfiteatro y acoge una frenética actividad cultural que mantiene su ocupación por encima de los doscientos días al año.

Concluida la visita nos hemos dirigido al Ateneo Musical Maestro Gilabert donde hemos dado buena cuenta de un aperitivo a base de quisquillas, ensaladilla y atún a la plancha, bien regado con cerveza y una botella de Ramón Bilbao.  Desde allí nos hemos desplazado al Restaurante Alfonso Mira (antes Lavid), donde Antonio había encargado la comida. Se trata de un establecimiento de referencia en el que su titular ofrece lo que denomina “cocina de armonía”, mediterránea, de temporada y llena de matices, que intenta hermanar su origen, la tradición y la raíz del oficio con los nuevos retos, la formación constante y la búsqueda de la mejora continua. En suma, un proyecto exitoso, premiado y reconocido más allá de los límites de la localidad, que nos ha brindado un espléndido menú a base de pulpo gratinado, caramelo de queso brie, huevos a baja temperatura con setas y foie, tartar de merluza, gazpachos con conejo y caracoles, que ha rematado una degustación de postres dulces y digestivos.

Concluido el almuerzo, nos hemos retirado a la amplísima terraza del restaurante.  En ese punto del encuentro se ha incorporado al grupo Fiti, amigo de Antonio García. Juntos hemos degustado surtidos cafés y generosas copas, que hemos acompañado de un variopinto repertorio musical, que hoy discurría por melodías clásicas de María Dolores Pradera, George Brassens, Luis Llach, algún que otro bolero e himnos atemporales y universales, como Bella Ciao o Hasta siempre comandante, el clásico con que Carlos Puebla despidió al Che Guevara. Antonio Antón ha vuelto a oficiar de maestro de ceremonias musicales deleitándonos, como siempre, con sus magistrales interpretaciones y acompañamientos a la guitarra.

Hace cinco años que escribí la primera de estas crónicas, también relativa a un encuentro que celebramos en Aspe. Dije entonces que habíamos retomado el saludable placer de vernos, hablarnos, comer, abrazarnos y querernos, reeditando momentos especiales en los que recordar, compartir, argumentar, reconocernos y afirmarnos. En suma, vivir unas cuantas horas intensa y distendidamente, enredados como las cerezas que nos había obsequiado Alfonso. Hoy, cumplido el primer quinquenio de disfrute de estos cónclaves, persistimos con contumacia en un gozoso enredo, corregido, aumentado y musicalizado. Tal vez para intentar estar a la altura de las magníficas cerezas que también hoy nos trajo Alfonso desde La Montaña. Con ellas y con el riquísimo panettone de Juanfran Asencio que nos obsequió Antonio García despedimos la temporada. La próxima la inauguraremos en en septiembre, en Santa Pola. Se ha cursado invitación a cuantas señoras deseen participar en una velada a la que también asistirá Domingo Moro, el añorado amigo ibicenco. Un fortísimo abrazo y buen verano para todos, amigos.

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