sábado, 28 de junio de 2025

Independencia judicial: escudo o talón de Aquiles de la democracia

Según se lee en algunos titulares de la prensa de hoy, miles de personas han ocupado la plaza de la Villa de París, frente al Tribunal Supremo, para protestar contra las reformas judiciales que pretende aprobar el Gobierno. A la concentración se había convocado a jueces y fiscales, pero se ha sumado a ellos gente que ha aprovechado para ir a gritar «Sánchez dimisión» o «no queremos ser Venezuela». Los organizadores fijan en 5.000 personas los asistentes mientras que el ministro de Justicia, Félix Bolaños, habla de «cientos». Bajo la pancarta «Sin Estado de derecho no hay democracia» los portavoces de las cinco asociaciones de jueces y fiscales convocantes han leído un manifiesto para dejar claro que «este acto no es contra el poder ejecutivo, tampoco es contra el poder legislativo: es un acto a favor del poder judicial. Estamos aquí para defender lo de todos». Justamente esta frase me da pie para enhebrar algunas reflexiones.

En una democracia, como la española, la separación de poderes no es solo un ideal abstracto, sino el cimiento que asegura el equilibrio y el respeto a los derechos fundamentales. La Constitución de 1978 dibuja con nitidez este esquema tripartito entre el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Sin embargo, entre estos tres poderes, hay uno que dispone de prerrogativas exclusivas que lo blindan frente a injerencias: el Poder Judicial.

Estas prerrogativas —de las que carecen el Gobierno y el Parlamento— se diseñaron para proteger la imparcialidad de jueces y magistrados. Sin embargo, su correcta articulación y vigilancia resultan imprescindibles para evitar que el remedio se convierta en un riesgo para la propia democracia. ¿Cuáles son exactamente estas prerrogativas y qué peligros pueden derivarse de su uso inadecuado?

El artículo 117 de la Constitución establece que los jueces solo están sometidos al imperio de la ley, una fórmula contundente que consagra y blinda la independencia funcional y orgánica del Poder Judicial. Frente a ello, el Ejecutivo debe someterse al control parlamentario, y el Legislativo responde a la soberanía popular a través de sus propios procedimientos.

Esta independencia se complementa con la inamovilidad de los jueces, quienes no pueden ser trasladados ni cesados salvo por causas legalmente establecidas. Esta garantía busca blindar a la judicatura frente a presiones políticas o económicas que pretendan torcer sus resoluciones.

Además, los jueces ostentan el monopolio de juzgar y ejecutar lo juzgado: solo ellos pueden dictar sentencias con fuerza de cosa juzgada. Ningún ministro ni diputado tiene esa potestad. Y para reforzar aún más su autonomía, el autogobierno judicial queda en manos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), órgano que controla los nombramientos, ascensos y régimen disciplinario de jueces y magistrados. A ello se suma la prohibición de recibir órdenes externas de cualquier otro poder.

Esa inmensa potestad conduce inevitablemente a que los ciudadanos nos preguntemos sobre los riesgos que entraña tamaña autonomía. Esas prerrogativas tan robustas del Poder Judicial motivan también otra cuestión: ¿quién vigila al vigilante? Porque si bien la independencia judicial es un pilar básico para evitar la arbitrariedad de los demás poderes, su abuso u opacidad pueden dar lugar a otros inconvenientes democráticos.

Uno de esos riesgos es el de su politización indirecta a través de los órganos de gobierno interno, como el CGPJ, cuyo sistema de elección ha sido objeto de críticas y reformas fallidas. Si los partidos colonizan el órgano de gobierno de los jueces, la independencia que debía servir para proteger la justicia puede terminar siendo un escudo para determinados intereses partidistas.

Otro peligro es el corporativismo judicial. La inamovilidad, pensada para impedir represalias externas, puede derivar en un sistema excesivamente endogámico, reticente a la transparencia y a la rendición de cuentas ante la ciudadanía. Una judicatura cerrada sobre sí misma, que no se someta a estándares de calidad ni a una evaluación efectiva, puede perder conexión con la realidad social que debe juzgar.

Por otro lado, la prohibición de recibir órdenes no debe confundirse con la ausencia de responsabilidad. Los jueces son independientes para decidir conforme a derecho, pero sus resoluciones deben ser motivadas y susceptibles de revisión mediante los recursos establecidos. Si no se vigila este equilibrio, la independencia puede degenerar en impunidad.

En definitiva, la independencia judicial y las prerrogativas que la acompañan son esenciales para proteger a los ciudadanos frente a posibles excesos del Gobierno o del Parlamento. Sin embargo, la democracia requiere también controles cruzados y transparencia. Un Poder Judicial fuerte es vital, pero debe ir acompañado de un compromiso permanente con la rendición de cuentas y con la depuración de prácticas opacas o corporativas.

Como han advertido algunos juristas, la independencia judicial no es un privilegio de los jueces, sino un derecho de los ciudadanos a que sus conflictos sean resueltos por jueces imparciales, libres de presiones externas… pero también internas. Por ello, la sociedad debe defender la independencia judicial con la misma firmeza con que exige responsabilidad y ejemplaridad. Solo así el Poder Judicial podrá seguir cumpliendo su papel: garantizar el respeto de la ley y de los derechos fundamentales, sin convertirse en un poder separado de la sociedad a la que sirve.


 

miércoles, 25 de junio de 2025

Los nuevos canales (des)informativos

Hace años que el ecosistema mediático global sufre una profunda transformación. Según el Digital News Report 2024, del Reuters Institute (Universidad de Oxford), cada vez más personas —especialmente jóvenes— abandonan los canales informativos tradicionales y se informan a través de influencers, streamers, podcasters, tiktokers y asistentes de inteligencia artificial. Esta transición está alterando los flujos de información, debilitando el rol del periodismo profesional y favoreciendo a actores políticos populistas, como Donald Trump, que capitalizan esta situación para expandir su influencia sin filtros ni crítica.

En el informe mencionado se recoge que, globalmente, solo el 40 % de las personas confía en la mayoría de las noticias que consume. Es más, esa cifra ha caído significativamente desde 2015. En países como Estados Unidos, la confianza apenas rebasa el 32 %, lo que impulsa a los usuarios a buscar fuentes alternativas de información que, en muchos casos, carecen de supervisión editorial y de mecanismos para la verificación de los hechos.

En este contexto, los creadores de contenido y las figuras mediáticas se han convertido en nuevas autoridades informativas. El periodista tradicional ha perdido centralidad frente a los nuevos actores que ofrecen una mezcla de entretenimiento, opinión y política. Un ejemplo revelador es el de Joe Rogan, uno de los podcasters más escuchados del mundo. Su programa, “The Joe Rogan Experience", llega a millones de oyentes en plataformas como Spotify. Según el informe del Reuters Institute, más del 20 % de los estadounidenses afirman haber recibido noticias a través del podcast de Rogan en el último año, cifra que asciende al 30 % entre los menores de 35 años.

Rogan ha entrevistado a gentes como Elon Musk, Jordan Peterson y Donald Trump, que utilizó ese espacio para difundir mensajes políticos sin ser confrontado por un periodista profesional. Estas entrevistas refuerzan la percepción de autenticidad, cercanía y libertad frente a los medios «tradicionales», que algunos sectores consideran parciales o elitistas.

Pero el caso de Rogan no es único. En países como Brasil, México, India o Filipinas, los líderes populistas han integrado estratégicamente a influencers y youtubers en sus campañas. Estas figuras, ajenas a los códigos deontológicos del periodismo, funcionan como multiplicadores de mensajes emocionales, simplificados y virales. El Digital News Report 2024 señala que en algunos países no occidentales, más del 50 % de los menores de 25 años accede a las noticias a través de TikTok, Instagram y YouTube, plataformas en las que el entretenimiento prima sobre la veracidad. El peligro es evidente: la desinformación se propaga más rápido y más ampliamente que la información verificada. Los influencers raramente aplican procesos de contraste de fuentes o contextualización, y los algoritmos amplifican el contenido que genera más interacciones, que no necesariamente es el más riguroso.

El informe refiere que en España se da una mayor resistencia a estos cambios. La mayoría de los usuarios sigue informándose a través de medios digitales (47 %) y televisión (37 %), mientras que solo un 22 % lo hace en redes sociales. Sin embargo, la confianza en las noticias sigue bajando, situándose en apenas el 31 %. En Europa Occidental, medios públicos como la BBC (Reino Unido), ARD (Alemania) o RTVE (España) aún conservan cierta credibilidad, pero las generaciones más jóvenes tienden a desconfiar de los medios tradicionales. En el Reino Unido, por ejemplo, TikTok ha superado a BBC News como fuente principal de información entre los menores de 25 años.

Por otro lado, el informe de 2024 del Reuters Institute introduce por primera vez el análisis del uso de asistentes de inteligencia artificial (ChatGPT, Gemini, Claude...) como fuentes de información. En India, el 20 % de los encuestados dice usar IA semanalmente para informarse, y un 44 % de ellos valora positivamente la experiencia. En cambio, en el Reino Unido, solo el 3 % recurre a la IA para este propósito, y apenas un 11 % lo considera positivo. La mayoría de usuarios —especialmente en Europa— aún desconfía de estos sistemas por su falta de transparencia, sus potenciales sesgos y sus errores. No obstante, el informe sugiere que su uso aumentará conforme mejore la calidad de las respuestas y se integren en buscadores y redes sociales.

Lo que se está configurando no es solo una transición tecnológica, sino un nuevo sistema de poder mediático, donde las reglas editoriales tradicionales se debilitan. La influencia se mide ahora en seguidores, alcance, «viralidad» y emociones, más que en veracidad o criterios periodísticos. En este nuevo orden, los líderes populistas encuentran condiciones óptimas para comunicar de forma directa, sin mediación crítica. La posibilidad de segmentar audiencias y adaptar mensajes personalizados en tiempo real —gracias a algoritmos e inteligencia artificial— les permite optimizar su influencia y evitar contradicciones públicas.

En síntesis, puede afirmarse que el Digital News Report 2024 alerta sobre una creciente fragmentación del consumo informativo, una caída generalizada de la confianza y una conversión del acto de informarse en una experiencia social y emocional, más que racional.

Frente a esta realidad, los desafíos son múltiples. Debe revalorizarse el papel del periodismo profesional en un entorno de desinformación estructural. Cabe impulsar la alfabetización mediática para que los ciudadanos, especialmente los jóvenes, sepan identificar fuentes fiables. Se impone regular las plataformas tecnológicas, que aún no asumen su responsabilidad como actores clave del sistema informativo. Y debe exigirse transparencia y ética a los creadores de contenido que aspiran a ser referentes informativos.

En resumen, la conclusión del informe es clara: el mundo necesita más y mejor periodismo, pero también una ciudadanía más crítica, informada y consciente de la diferencia entre influencia y verdad.

 


sábado, 21 de junio de 2025

Redes sociales: entre la controversia y la conveniencia

A lo largo de la última década, el uso de las redes sociales ha generado una controversia constante, dividiendo las opiniones entre sus partidarios, que destacan su potencial democratizador, y sus detractores, que denuncian sus peligros y efectos nocivos.

Los defensores de las redes subrayan sus múltiples beneficios, señalando, por ejemplo, que estas plataformas permiten la comunicación instantánea y global, facilitan el acceso a la información y fortalecen la participación ciudadana. Gracias a ellas, personas y comunidades que antes carecían de visibilidad pueden expresar ahora sus opiniones y demandas, generando un espacio más inclusivo y diverso. La inmediatez y la capacidad de viralización de los contenidos contribuyen a que voces antes marginadas puedan encontrar eco en la opinión pública. Asimismo, las redes sociales han demostrado ser herramientas eficaces para la organización de los movimientos sociales, la denuncia de injusticias y la movilización de recursos en situaciones críticas.

Por el contrario, los críticos de las redes advierten sobre sus principales riesgos. En ese sentido, subrayan que la propagación de noticias falsas, el uso indebido de datos personales y la manipulación algorítmica son problemas recurrentes que socavan la confianza ciudadana. Además, se ha denunciado que las redes contribuyen a la polarización política al crear «cámaras de eco» (echo chamber) donde las personas solo consumen información afín a sus creencias, lo que puede llevarlos a la polarización y a la uniformidad del pensamiento. El impacto en la salud mental, particularmente de los adolescentes y jóvenes, es otro asunto de creciente preocupación, pues el uso excesivo de las redes puede generar ansiedad, depresión y una percepción distorsionada de la realidad. Así pues, sus detractores sostienen que, lejos de empoderar a los ciudadanos, podrían reforzar las desigualdades y distorsionar la esfera pública.

Pese a estos peligros, puede argumentarse razonadamente que, en general, el uso de las redes sociales conviene a los ciudadanos si adoptan estrategias críticas y responsables. Desde una perspectiva democrática, las redes amplían las posibilidades de participación y el pluralismo. Por otra parte, la capacidad de expresar opiniones, compartir información y generar redes de solidaridad fortalece la cohesión social y fomenta el debate público. Asimismo, las redes permiten superar barreras geográficas y culturales, posibilitando la creación de comunidades transnacionales que comparten intereses y causas comunes.

Además, facilitan el acceso a información alternativa que, en muchos casos, no encuentra espacio en los medios de comunicación tradicionales. Este acceso plural a fuentes de información diversas promueve el pensamiento crítico y la deliberación ciudadana. Por ejemplo, en contextos autoritarios o con restricciones a la libertad de prensa, las redes sociales pueden funcionar como contrapeso frente a las narrativas oficiales, posibilitando la circulación de voces disidentes.

Otro elemento a destacar es la capacidad de las redes para dinamizar procesos de aprendizaje e intercambio de conocimientos. Plataformas como X, LinkedIn o foros especializados permiten a ciudadanos, académicos y profesionales compartir investigaciones, ideas y perspectivas diversas. Esta democratización del conocimiento impulsa el desarrollo personal y profesional de los usuarios, ampliando las oportunidades educativas y laborales.

Sin embargo, no puede olvidarse que el uso de las redes sociales no está exento de dificultades y peligros. Uno de los principales desafíos radica en la propagación de noticias falsas y en la desinformación. Al priorizar contenidos atractivos y de alto impacto emocional, las redes favorecen la difusión de rumores y bulos que pueden desestabilizar la convivencia democrática. En este sentido, los ciudadanos debemos ser activos en la verificación de las fuentes y en el consumo responsable de la información.

La manipulación algorítmica constituye otro riesgo relevante. Las plataformas utilizan algoritmos de recomendación para maximizar la permanencia de los usuarios, priorizando contenidos que generan reacciones emocionales intensas. Esto puede derivar en la creación de burbujas informativas, en las que los usuarios solo reciben contenidos afines a sus preferencias, reduciendo la exposición a puntos de vista divergentes y fomentando la polarización ideológica. Por ello, es fundamental que los ciudadanos comprendamos el funcionamiento de estos algoritmos y busquemos activamente información diversa y contrastada.

Asimismo, el uso excesivo de las redes sociales puede tener consecuencias negativas para la salud mental. La presión por proyectar una imagen idealizada y el constante flujo de notificaciones pueden generar adicción, estrés y sentimientos de inadecuación. Las comparaciones sociales, alimentadas por contenidos cuidadosamente seleccionados y editados, distorsionan la percepción de la realidad y contribuyen a una insatisfacción crónica. Para contrarrestar estos efectos, es necesario promover una relación equilibrada y consciente con las redes sociales, estableciendo límites en su uso y fomentando espacios de desconexión digital.

La privacidad y la seguridad de los datos personales son aspectos críticos añadidos. Las redes sociales recopilan y comercializan información sobre sus usuarios, generando preocupaciones legítimas sobre la protección de la intimidad y el uso indebido de los datos. La falta de transparencia en las políticas de privacidad y los frecuentes casos de filtración de datos refuerzan la necesidad de las cautelas. En este contexto, los ciudadanos debemos informarnos sobre las configuraciones de privacidad disponibles y controlar la información que comparten.

Frente a estos retos, para aprovechar las redes sociales de manera constructiva, los ciudadanos hemos de desarrollar en primer lugar competencias digitales críticas que nos permitan identificar contenidos falsos, comprender el funcionamiento de los algoritmos y evaluar la calidad de las fuentes de información. La alfabetización mediática, promovida desde la educación formal y no formal, es clave para fortalecer la resiliencia ciudadana frente a la desinformación.

En segundo lugar, es fundamental establecer límites en el uso de las redes sociales, tanto a nivel individual como colectivo. La autorregulación y la gestión consciente del tiempo dedicado a estas plataformas son esenciales para evitar la sobreexposición y proteger la salud mental. Asimismo, resulta necesario promover un uso responsable y respetuoso de las redes, evitando la difusión de contenidos ofensivos o discriminatorios.

Finalmente, debemos exigir a las plataformas tecnológicas mayor transparencia y rendición de cuentas. Las políticas de modulación de los contenidos, la protección de datos y la lucha contra la desinformación no pueden recaer únicamente en los usuarios: las empresas propietarias de las redes deben asumir responsabilidades y garantizar el respeto a los derechos fundamentales.

En conclusión, la controversia sobre las redes sociales refleja tensiones legítimas entre sus riesgos y oportunidades. Sin embargo, cuando se utilizan con espíritu crítico y sentido ético, ofrecen a los ciudadanos valiosas herramientas para la participación democrática, el acceso a la información y el fortalecimiento de las comunidades. La clave radica en combinar las oportunidades tecnológicas con la responsabilidad individual y colectiva, para que las redes no sean un inconveniente, sino un instrumento al servicio del interés general y del bien común.



martes, 17 de junio de 2025

La socialdemocracia europea: ruina o reinvención

Apenas hace un par de semanas que escribía en este blog acerca del retroceso de las izquierdas en Europa, hecho que, entre otros condicionantes, me parece que obedece al fracaso de la renovación del pensamiento progresista. Apenas quince días después, la velocidad a la que se mueven las cosas en el mundo contemporáneo me lleva al mismo asunto. No es que me corroa la inquietud por él, ni mucho menos. Lo hago simplemente porque las noticias, que más que tales son meros reflejos de lances, banalidades o pendencias de la cotidianidad, cuya relevancia no merece especial atención, impactan significativamente en el tablero político, zarandeándolo, sembrando discordias y abonando incertidumbres. En ese río revuelto, cada cual se desenvuelve como puede, o le dejan. Y algunos nos hemos autoimpuesto la reflexión como procedimiento para alebrarnos y eludir males mayores.

Es evidente que la socialdemocracia europea, pilar ideológico del bienestar del siglo XX, atraviesa una crisis profunda. Su imparable declive electoral, la pérdida de conexión con sus bases históricas y su incapacidad para adaptarse a los cambios sociales y emocionales del siglo XXI configuran un panorama alarmante. En mi opinión, la debacle que atraviesa responde a causas estructurales y a contradicciones internas que tienen importantísimas consecuencias políticas. Hasta el punto de que me pregunto si podrá sobrevivir como opción política.

Pocos discuten que, durante gran parte del siglo XX, la socialdemocracia representó una alternativa estable al capitalismo desregulado y al comunismo estatal, además de construir el llamado estado del bienestar, consolidar los derechos laborales y promover una Europa cohesionada. Sin embargo, en las primeras décadas del siglo actual, este modelo ideológico ha entrado en un proceso de decadencia acelerada. Los partidos socialdemócratas, otrora hegemónicos, enfrentan un retroceso electoral severo, serios conflictos internos y una creciente desconexión con la ciudadanía. Obviamente, cabe preguntarse por las causas de este declive y también por su hipotética reversibilidad.

Como se sabe, la socialdemocracia se consolidó en las sociedades industriales, cuando el obrero asalariado era el «sujeto político» por excelencia. En la actualidad, se ha producido una transformación radical de esa base social. El viejo sujeto político ha sido desplazado por una ciudadanía fragmentada, precarizada, individualizada y conformada por identidades múltiples. La clase trabajadora tradicional ha menguado, o la han absorbido sectores laborales atípicos, generando un vacío representativo que ni la socialdemocracia ni otros actores han sabido llenar.

Por otra parte, históricamente, los partidos socialdemócratas han tenido un importante anclaje territorial, forjado mediante sólidas redes a través de sindicatos, asociaciones vecinales y estructuras municipales. El debilitamiento de esas redes, sumado al auge de la sociedad digital y a la crisis de los partidos de masas, ha erosionado la conexión orgánica con las periferias urbanas y rurales. Esa desconexión la han aprovechado las fuerzas populistas y de extrema derecha, que ofrecen presuntas soluciones identitarias como alternativa a la peculiar redistribución tradicional, característica de la socialdemocracia.

Además, uno de los principales dilemas de la socialdemocracia contemporánea radica en sus contradicciones internas. Es, por ejemplo, el caso de Dinamarca, donde la izquierda ha impulsado políticas migratorias restrictivas. Esta realidad ilustra la tensión entre la defensa de los valores universales y la estrategia electoralista, cuyo resultado, a menudo, es una narrativa inconsistente que genera desconfianza tanto entre sus votantes tradicionales como en los nuevos públicos.

Como decía, esta nueva realidad ha tenido importantes consecuencias políticas. La primera de ellas es la fragmentación del electorado. El bloqueo de la socialdemocracia ha dejado huérfana a una parte importante del electorado progresista. Algunos han migrado hacia opciones más radicales como los verdes o la izquierda alternativa; otros, en cambio, han optado por partidos nacionalpopulistas. Esta dispersión ha debilitado la capacidad de articular mayorías progresistas estables.

Por otro lado, la desafección socialdemócrata ha provocado un aumento del abstencionismo (recordemos, el mayor enemigo de la democracia) especialmente entre los jóvenes y las clases populares. La falta de emoción política, de proyectos transformadores y de figuras carismáticas ha contribuido a una política de tintes tecnocráticos, alejada del entusiasmo que exige la auténtica participación política.

La erosión de la socialdemocracia, en tanto que pilar moderador del sistema cívico europeo, está allanando la llegada de regímenes autoritarios a numerosos países, como venimos comprobando en los últimos años. El debilitamiento del proyecto social europeo representa una oportunidad geopolítica para que potencias como Rusia, o la actual Administración Norteamericana, insistan en fracturar la cohesión continental.

En este contexto, en los últimos años ha emergido en el ámbito político un importante componente: la dimensión emocional. Hoy, más que nunca, está claro que la política no se construye exclusivamente con programas sesudos y racionales, demanda además símbolos, afectos y relatos. Y no cabe duda de que, justificadamente o no, la socialdemocracia ha renunciado en gran medida a su capacidad para movilizar emociones a fuer de centrar su discurso en la gestión eficaz, en la tecnocracia. Frente a una derecha que apela con éxito al miedo, a la nostalgia o la identidad nacional, la izquierda ha perdido la capacidad de conmover, de ilusionar con proyectos de futuro compartido, inclusivos y esperanzadores.

En la política actual no basta con tener razón; hay que demostrar inspiración. Y ello no significa dejarse llevar por el populismo simplista, sino redefinir la política desde los valores de igualdad, solidaridad y dignidad humana. Podría decirse, en suma, que la crisis de la socialdemocracia europea es a la vez estructural y simbólica. Su refundación pasa por asumir errores, redefinir su base social y reactivar la dimensión emocional a que aludía. Si se acierta en ello, es probable que pueda recuperar su papel histórico como motor de cohesión y justicia social en Europa. Si se fracasa, se corre el riesgo de que acabe siendo una nota al pie de la historia política del siglo XXI.



domingo, 15 de junio de 2025

El peso invisible de los cuidados

En España, más de seis millones de personas dedican gran parte de su tiempo a cuidar de familiares en situación de dependencia sin recibir compensación alguna.  Este trabajo no remunerado, mayoritariamente realizado por mujeres, representa una contribución económica importantísima y no contabilizada. Según algunas estimaciones, si estos cuidados se pagasen, el PIB de España podría aumentar entre un 26,3% y un 28,4%, equivalente a unos 426.327 millones de euros.

Como decía, las responsabilidades de los cuidados en España las asumen fundamentalmente las mujeres. Un reciente informe de Oxfam Intermón (La cuenta de los cuidados, marzo de 2025), revela que el 39% de ellas asume de forma habitual el cuidado cotidiano de personas mayores y/o en situación de dependencia, mientras en los hombres se reduce al 24%. Como asegura Julia García, autora del informe mencionado, «las tareas de cuidados son las que sostienen la vida y, en lugar de ser reconocidas como un pilar esencial de nuestra sociedad y de nuestra economía, se penaliza a quienes las llevan a cabo con una sobrecarga desproporcionada e invisibilizada». Ingenuamente, uno no puede evitar preguntarse: ¿tendrá ello algo que ver con asegurar el creciente caudal de negocio lucrativo vinculado a la prestación de los cuidados?

Por otro lado, se acepta sin reparos que el compromiso con el cuidado de un familiar dependiente tiene un impacto significativo en la vida personal y profesional de quienes lo llevan a cabo. Muchas mujeres se ven obligadas a reducir su jornada laboral o incluso a abandonar su empleo para poder atender a sus familiares. Esta situación conlleva serias consecuencias económicas, como la merma de ingresos y la disminución de las cotizaciones a la seguridad social que, a su vez, afectará a su futura pensión.

Además, el cuidado continuo suele generar un desgaste físico y emocional considerable. La falta de tiempo para el autocuidado, el aislamiento social y la sobrecarga de responsabilidades son factores que contribuyen al deterioro de la salud mental y física de los cuidadores. Un estudio del NIA (National Institute on Aging) indica que el riesgo de mala salud mental se incrementa en 1,9 veces en las cuidadoras respecto a las no cuidadoras, frente a 1,7 veces en los hombres.

A pesar de la importancia de su labor, los cuidadores no profesionales encuentran numerosas barreras burocráticas para acceder a ayudas y recursos.  Los trámites para obtener prestaciones económicas o servicios de apoyo suelen ser complejos y prolongados, lo que dificulta el acceso a la ayuda necesaria. La oferta de servicios públicos de apoyo es muy limitada e insuficiente para cubrir las necesidades reales. Esta falta de respaldo institucional agrava su situación, haciendo que se sientan desamparados y sobrecargados.

Estos desafíos demandan acciones que podrían mejorar la situación de los cuidadores familiares y reconocer su importantísimo papel social, entre otras:

a) Obtener reconocimiento oficial y social, incluyendo explícitamente en las políticas públicas el papel de los cuidadores informales como recurso clave, dando así visibilidad a su trabajo e incorporándolo en las estadísticas y diagnósticos sociales. 

b) Garantizar prestaciones económicas dignas, estableciendo compensaciones suficientes y justas para quienes han debido renunciar parcial o totalmente a su actividad laboral. 

c) Asegurar la formación y el apoyo emocional, ofreciendo programas gratuitos sobre técnicas de cuidado, así como grupos de apoyo psicológico y emocional para prevenir la sobrecarga y el desgaste. 

d) Avanzar en la conciliación real, promoviendo permisos remunerados, horarios flexibles o teletrabajo para quienes cuidan a familiares. 

e) Simplificar los trámites, reduciendo la burocracia para acceder a prestaciones o servicios, con ventanillas únicas y procesos más rápidos y claros. 

f) Fomentar la corresponsabilidad, impulsando políticas y campañas de sensibilización para que el cuidado no recaiga casi exclusivamente en las mujeres y se asuma también por los hombres.

g) Establecer redes de respiro y descanso, reforzando la oferta de servicios, como centros de día o estancias temporales, para que los cuidadores puedan disponer de tiempo libre y cuidarse a sí mismos. 

Se puede desgranar un caudal inmenso de argumentos jurídicos, científicos y humanitarios que sustentan lo que se dice en los párrafos anteriores.

Entre los primeros, la protección de las personas dependientes (mayores, personas con discapacidad o enfermedades crónicas) se vincula con el derecho a la dignidad humana, a la integridad física y psíquica, y a la igualdad (artículos 10, 14 y 15 de la Constitución, y Declaración Universal de los Derechos Humanos). Las leyes de dependencia y las normativas internacionales, como la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPD), reconocen el deber del Estado y la sociedad de garantizar apoyos para la autonomía personal y la participación en la comunidad. La CDPD y otros instrumentos obligan a los Estados a establecer medidas de apoyo a las personas dependientes, asegurando servicios adecuados de salud, vivienda y cuidados, así como la accesibilidad y la no discriminación. Por otro lado, las legislaciones laborales y de seguridad social reconocen que los cuidadores (profesionales o familiares) tienen derecho a medidas de conciliación, descansos y prestaciones para proteger su salud física y mental, en línea con el derecho al trabajo digno y a la salud.

Entre los argumentos científicos, numerosos estudios documentan que los cuidadores pueden experimentar altos niveles de estrés, depresión y problemas de salud física derivados de la sobrecarga que produce el cuidado. Apoyarlos no solo mejora su calidad de vida, sino que reduce costes sanitarios y sociales a largo plazo. La investigación demuestra, también, que los servicios de apoyo (centros de día, ayudas técnicas, servicios de respiro) mejoran la salud mental de los cuidadores y la calidad de vida de las personas dependientes. Además, estos recursos permiten retrasar la institucionalización, manteniendo a las personas más tiempo en su entorno natural. Por otro lado, estudios sobre intervenciones en rehabilitación y atención personalizada, como el modelo de Atención Centrada en la Persona, muestran que, con los apoyos adecuados, las personas dependientes pueden mantener un mayor grado de autonomía, lo que favorece su bienestar y reduce complicaciones secundarias.

Los argumentos humanitarios subrayan la imperiosa necesidad del compromiso con la solidaridad y la justicia social. La solidaridad intergeneracional y la equidad social exigen que se reconozcan las necesidades de quienes, por razón de edad o discapacidad, no pueden valerse plenamente por sí mismos. La sociedad tiene la responsabilidad ética de garantizarles el acompañamiento y los recursos que necesitan para vivir con dignidad. Apoyar a las personas dependientes es un acto de humanidad que previene el aislamiento, el maltrato o el abandono, situaciones todas que tienen un grave impacto emocional y social y que no caben en la sociedad democrática.

Como se ha dicho, la generación silenciosa de los cuidadores desempeña un papel esencial, pues garantiza la atención y el apoyo que necesitan las personas más vulnerables y que no les proporciona la sociedad. Es profundamente injusto que el mundo opulento regatee prestaciones fundamentales a las personas dependientes, impidiéndoles alcanzar y disfrutar de los derechos más elementales. Es igualmente inicuo soslayar y no respaldar el impagable trabajo humanitario de los cuidadores.

Así pues, sobran las declaraciones fatuas y la publicidad ampulosa y vacua. La ayuda a las personas dependientes y a sus cuidadores no es solo su derecho, es también un acto de justicia y de humanidad derivado del reconocimiento de la dignidad de todas las personas, de la necesidad de proteger la salud y el bienestar colectivo, y de la obligación que tenemos los ciudadanos de contribuir a forjar sociedades más inclusivas y solidarias.


 

jueves, 12 de junio de 2025

Crónicas de la amistad: Novelda (58)

El prolongado discurrir de la comitiva amistosa «Botellamen de Dios» hacía hoy estación en Novelda, el poble de Luis, en la cuenca media del Vinalopó, vía natural de comunicación entre la Meseta y el litoral mediterráneo desde la prehistoria. Su privilegiada ubicación y sus pródigos recursos agrícolas y ganaderos han favorecido históricamente los asentamientos humanos y el desarrollo de diferentes culturas, desde el Neolítico hasta la actualidad. De todo lo anterior se ofrece amplia noticia en el Museo Histórico-Artístico donde, a través de objetos arqueológicos y paneles explicativos, se facilita a los visitantes el conocimiento de las huellas y aportaciones culturales que han ido dejando los sucesivos pobladores.

Pero no es esto de lo que quería ocuparme al iniciar esta crónica, sino de un modelo de organización proletaria –muy poco estudiado y escasamente conocido– que se materializó en los Valles del Vinalopó en el periodo comprendido entre el final de las luchas republicanas ochocentistas y las primeras sociedades de resistencia nacidas en los albores del siglo XX. En esos años, se produce la proletarización de las principales poblaciones, consolidándose un paisaje de arrabales y ramblas que fomentaba el hacinamiento y la precariedad vital, subordinando ambos a los fines productivos. En ese contexto, en las Navidades de 1896, se produjeron los llamados «sucesos de la Serreta Llarga», una especie de última intentona republicana en el siglo XIX, con incrustaciones obreras y derivaciones hacia el terrorismo de Estado. Hubo siete muertos y dos heridos graves, que no llegaron a disparar un sólo tiro, pese a estar armados y preparados para actuar desde una casa de campo de Novelda. Antes de morir, fueron torturados. Se ejerció un férreo control informativo sobre esta acción represiva que, finalmente, se sustanció con un juicio plagado de irregularidades que aseguró la impunidad de los verdugos. Un año después, una marcha masiva convocada en homenaje a los muertos de La Serreta hizo de Novelda una referencia destacada de la represión finisecular contra el movimiento obrero.

En este contexto, sobre una base de libre pensamiento, impregnada de «germinalismo» y reminiscencias federales, se articula una sólida red asociativa de resistencia comarcal, auténtico germen del sindicalismo local. Así eclosiona la sociedad obrera varia La Emancipación, constituida formalmente en 1900, coincidiendo con una huelga de canteros, convocada en demanda de mejoras salariales y la jornada de ocho horas. Fue una huelga sostenida durante varios meses, destacando la capacidad de La Emancipación para organizar ágilmente a la mayoría de los canteros del medio Vinalopó (Elda, Monòver, Aspe y Petrer). Se iniciaba así una dinámica expansiva que se confirmaría poco después con la inauguración del Centro Obrero, desde donde se fueron organizando otras sociedades en la localidad. La Emancipación, a través de su labor federativa sobre la base de los oficios de canteros y zapateros, sumó su incidencia en la difusión del cooperativismo de producción entre 1900 y 1904, documentándose delegaciones en Monóvar, Elda, Petrer, Agost, Aspe, Elche, Hondón de los Frailes y Monforte.

La Emancipación, que tan sólida parecía en los comienzos del siglo, cuando agrupaba a canteros, albañiles, carreteros, carpinteros, pintores, dependientes y agricultores locales, acabó por resquebrajarse. La amalgama societaria se fracturó definitivamente con las huelgas que canteros y albañiles iniciaron en septiembre de 1904, que significaron un punto de no retorno del proceso de división interna, marcado por las disputas sobre los objetivos de la organización.

Pese a todo, tanto La Emancipación noveldense como La Regeneración monovera funcionaban como sociedades de resistencia organizadas por secciones de oficios, a modo de federación local. Ambas sufrieron procesos de disgregación paralelos, que resultaron más graves para la primera. Pese a todo, las concomitancias no se limitan a Novelda y Monóvar. La sociedad varia La Regeneración tenía una «prima» en Elda, La Regeneradora, cuyos vínculos van más allá de 1903, año de su constitución.

Aquel «clímax societario» de los primeros años del siglo XX, en el interior de la provincia de Alicante, abrió definitivamente los caminos hacia el sindicalismo en el tejido productivo de la cuenca media del Vinalopó, conformando un cauce que serpenteaba entre el socialismo a secas, el federalismo librepensador y el activismo ácrata emergente. Pero este es otro interesante relato que tal vez desgrane en otra ocasión.

Vayamos pues a lo nuestro. Hoy, Luis nos había citado a una hora relativamente temprana en el tantas veces mencionado bar Panach (conocido cariñosamente como su «oficina», por ser el lugar donde «despacha» con regularidad sus privativos asuntos), e ir preparando el ánimo para llevar a cabo la visita, cata y refacción que había acordado con los rectores de Casa Cesilia, un establecimiento, mezcla de historia, enología y gastronomía, que constituye un excelente contrapunto para el relato que he referido en los párrafos precedentes. Ya se sabe aquello de que «en la variedad está el gusto».

Tras llegar todos a la hora prevista y liquidar un refrigerio a base de tomate trinchado con capellán y mojama, ajetes tiernos con champiñón, sepia a la plancha, caracolitos en salsa y «michirones», todo ello regado con las correspondientes cervezas, un Casamaro blanco, de Rueda, y un tinto tempranillo Garulla (2021), nos hemos desplazado hasta la bodega Casa Cesilia, emplazada entre las partidas de Alcaydías, Ledua, La Mola y Sicilia, en un congost (paso estrecho y profundo entre montañas), a escasa distancia del cerro de La Mola, al noroeste de Novelda. La Heretat es mucho más que un viñedo: es un enclave histórico que combina el arte de la viticultura con la rica herencia cultural y nobiliaria de la zona. Su origen se remonta al siglo XVIII, cuando la finca fue adquirida por la ilustre familia de los Marqueses de La Romana, una casa nobiliaria muy influyente en la época. El sistema de «heretats» lo adoptó Jaume I para la repoblación y colonización de los territorios conquistados. Una heretat era un conjunto de tierras unido con un criterio de explotación, que constaba básicamente de una casa, una huerta y una cantidad de tierra destinada al cultivo de cereales y viñas.

Aunque existen otras interpretaciones más prosaicas, y pese a que carezco de constancia documental de lo que referiré a continuación, la versión que más me gusta sobre el nombre original de la finca «Heretat de Cesilia», y posteriormente «Casa Cesilia», es la que sostiene que se debe a la señora Cecilia Gómez de Celis, supuesta esposa del marqués de La Romana. Esta dama, apasionada por la naturaleza y el cultivo de la tierra, animaría a su marido para desarrollar un proyecto agrícola pionero en la zona, inspirado en las ideas fisiocráticas y en la promoción de la educación agrícola, tendencias ambas que primaban entonces entre la aristocracia española, muy influenciada por su homónima francesa, que acabaría por convertirse en un emblema del vino alicantino. La finca se concibió, pues, no solo como residencia de recreo de la familia, sino como un centro agrícola autosuficiente, que era reflejo del espíritu ilustrado de la nobleza dieciochesca.

El edificio principal responde a los cánones de la arquitectura mediterránea, destacando sus muros de piedra blanca, los techos altos y un recoleto patio interior. La casa ha sido testigo y protagonista de anécdotas y leyendas. Una de las curiosidades más reiteradas es la misteriosa y nutrida biblioteca secreta que los marqueses escondían tras una puerta camuflada en la gran sala principal. Se dice que en ella guardaban valiosos manuscritos y cartas, algunas de ellas cruzadas con figuras destacadas de la corte de Carlos III. Cuenta la leyenda, por otro lado, que durante la Guerra de Independencia el III Marqués de La Romana —Pedro Caro y Sureda—, destacado general de las tropas españolas, encontró refugio temporal en la finca tras regresar de la expedición a Dinamarca. Su figura heroica y carismática aún se rememora en la finca, como un símbolo de resistencia y honor. Otra de las curiosidades que se recuerdan es la existencia de un antiguo túnel subterráneo que, según la leyenda, conectaba la casa con la cercana iglesia de San Roque. Se cree que fue utilizado por los marqueses y sus allegados durante los tiempos de inestabilidad política, convirtiéndose en un secreto muy bien guardado.

La bodega actual ha sido modernizada respetando la esencia de la finca original. La familia Arias adquirió la hacienda en 1984, desarrollando desde entonces un exitoso proyecto enológico. El patriarca, Joaquín Arias Cervera, fue un devoto de la tierra y la agricultura que se crió entre los viñedos del Bierzo. Cuando el destino le llevó a Novelda, transformó con su bagaje y conocimientos los bancales que se extendían entre la margen izquierda del Vinalopó y la autovía que sigue, como el tendido ferroviario, el antiguo trazado de la vía Augusta. Hoy conforman una explotación de unas treinta hectáreas, radicadas en un territorio estratégico, en el área de la estación de Novelda, igual que sucede con otros barrios vinícolas de estación de otras latitudes, como Vilafranca del Penedés, Haro o Utiel.

Los Arias han llevado a cabo una gran labor en la recuperación de variedades clásicas alicantinas y mediterráneas (monastrell, garnacha, malvasía, moscatel y macabeo), que han plantado y cultivan en vaso, es decir, sin riego, adaptadas al clima y al suelo del sureste, como lo han estado tradicionalmente. Cultivan también algunas parcelas de petit verdot, cabernet sauvignon y albariño (recuerdo familiar), con el que hacen un caldo blanco muy cuidado.

Todos los vinos de Casa Sicilia son de sus propios viñedos, es decir, responden al concepto «cru», un sistema que enfatiza la calidad y el carácter distintivo de un terroir específico, entendiendo por tal el conjunto de factores ambientales (suelos, clima y ubicación). Dicho más sencillamente, proceden de uvas cultivadas, cosechadas, vinificadas y embotelladas en su dominio vinícola, es decir, en la propiedad. Por ello, como aseguran los enólogos, tienen una marcada identidad mediterránea y de su específico terroir (la margen del río), que aporta las sensaciones muy frescas y naturales del tarayal mediterráneo característico del sureste peninsular, además de una agradable sensación mineral debido al silicio del suelo fluvial.

Joaquín Arias se empeñó en enriquecer este pequeño territorio plantando miles de variedades no vinícolas que, junto con el jardín adosado a la casa y el monumento a Jorge Juan y un rincón de las especias, ensanchan los motivos para visitar la «heretat». Casa Cesilia ofrece a los visitantes una experiencia completa, donde el vino y la historia se dan la mano. Cuenta con una moderna bodega de vinificación y la sala de crianza con los mejores robles.

Las catas son uno de los atractivos, pues permiten degustar vinos que expresan la personalidad de la tierra, desde blancos frescos hasta tintos de crianza complejos. Nosotros hemos participado en una cata de tres vinos: Un blanco Casa Sicilia, coupage de malvasía, macabeo y moscatel muy placentero; un rosado Cesilia Rosé 2023, a base de monastrell, merlot y syrah, con una melosidad que lo hace sabroso mezclando la frescura de su acidez con la golosidad de sus ricos taninos naturales, y un Casa Sicilia tinto crianza, un coupage de monastrell, petit verdot y cabernet sauvignon muy redondo.

La propuesta gastronómica de la bodega complementa esta experiencia. Su restaurante ofrece la esencia de la cocina mediterránea y elabora menús que integran productos locales con un toque creativo. Cada plato está pensado para armonizar con los vinos de la bodega, realzando sus aromas y sabores y ofreciendo una experiencia culinaria de primer nivel. Nosotros hemos consumido un menú a base de tres entrantes (ensaladilla de la casa, embutido de Pinoso y alcachofas salteadas con tomate seco y trigueros), a los que han seguido los principales: cordero al horno, solomillo de ternera y chuletón de ternera vieja, según gustos. Hemos rematado la refacción con sendos postres caseros: flan de turrón y helados, a gusto de cada cual. Todo ello ha estado convenientemente regado con las especialidades vinícolas mencionadas y rematado con los correspondientes cafés, que han dado pie a una sobremesa algo sobresaltada por las noticias políticas de la jornada que apuntaban a la dimisión de un importante gerifalte del PSOE en Madrid.

Hemos regresado caminando tranquilamente hasta el aparcamiento de la bodega para coger los vehículos y dirigirnos a casa de Luis, bordeando las márgenes y cruzando el propio Vinalopó. Allí hemos encontrado el cálido y cuidado acogimiento que cada vez que volvemos nos procuran sus dueños. Loli Gutiérrez había preparado unos paparajotes magníficos que, acompañados de las recurrentes copichuelas, han dado paso a un escueto concierto que, como siempre, ha dirigido y protagonizado Antonio Antón. Esta vez ha incorporado referencias clásicas de Luis Llach y E. Aute, que ha acompañado de poemas, musicados por el propio Antonio y por su amigo Fernando Celdrán, de autores como Antonio Machado (Discutiendo están dos mozos), Bertold Brecht (Cuando los de arriba) y Blas de Otero (Cantar de amigo). No han faltado tampoco las habituales piezas de la música popular ilicitana.

Y así, mientras la tarde se despedía con bruñidos susurros y los pámpanos de la parra que tienen los anfitriones junto al porche de su casa ofrecían al viento incipientes melodías, contrastamos por enésima vez que la amistad es como el buen vino: fragante, intensa, imperecedera. Muros de piedra, que han contemplado generaciones de cosechas y secretos, acogieron en esta ocasión nuestras voces, como si fuesen ecos de antiguas leyendas. Y la naturaleza, generosa y paciente, nos regaló un festín de matices y tonalidades: el rojo rubí de la uva, el verde hodierno de las hojas, el sutil ocre de la tierra. Entre tapiales y paredes centenarias, donde el tiempo parece haberse detenido y la historia se confunde con el aroma terrino, se avivó el rescoldo amistoso. Cada palabra tejida entre sorbos de monastrell o petit verdot, cada mirada cómplice, dispersada bajo la azul bóveda celeste, nos recordó que la vida sabe mejor cuando se celebra en compañía.

Al final, contrastamos de nuevo que el verdadero tesoro trasciende los pagos, las viandas y las copas, porque apunta a la inasible belleza de la sencillez de estar juntos. El vino se agota, pero el recuerdo permanece. Y en él, la amistad florece como la vid: resistente, vibrante, eterna.

Salvo contingencia sobrevenida, nos veremos el próximo mes de septiembre. Será en Santa Pola o en Benilloba. Lo concretaremos oportunamente. 


 

miércoles, 11 de junio de 2025

A l'amic Ferran

A l'amic Ferran

Hui, les paraules es tornen insuficients
per a retre homenatge a Ferran,
mestre i educador, formador de mestres,
lluitador incansable per la nostra llengua.

Amb saviesa i paciència vas ensenyar-nos
a estimar la paraula, a respectar-la i a fer-la créixer.
Fou la teua veu un far que il·luminava les ments,
un clar exemple d’entrega i dignitat.

Com a pare, la teua estima fou farcida d’afecte;
com a espòs, la fidelitat fou el teu nord constant;
i com a avi, el teu cor generós fou refugi i tendresa.
La família, sempre al centre de la teua vida.

Amic fidel dels bonsais, de la cuina i de les tertúlies,
vas saber trobar la bellesa en les coses senzilles,
donant vida amb les teues mans, compartint-la amb els altres,
amb aquell somriure amable i aquella mirada clara.

Hui ens has deixat, bon home, i amb tu se’n va
una part del nostre esperit, però la teua llum perdurarà.
Perquè els qui han sembrat amor i coneixement
mai no moren: viuen per sempre en el cor dels qui els estimem.

Descansa en pau, Ferran,
la teua empremta romandrà viva
en cada paraula, en cada gest,
en el record d’una gent que mai 
t'oblidarà.



martes, 10 de junio de 2025

El permanente debate sobre la educación

La educación suele considerarse uno de los pilares fundamentales sobre los que se construye cualquier sociedad. Por tanto, no debe extrañar que sea materia de permanente debate, pues los cambios educativos son el correlato de las transformaciones e incertidumbres características de la vida social. En España, hace décadas que el debate sobre el estado de la educación se muestra polarizado: unos apoyan diagnósticos alarmistas que la describen como un sistema casi ruinoso, mientras otros defienden posturas que idealizan la realidad, presuponiendo que se han allanado prácticamente todos los escollos. Sin embargo, por encima de estas visiones extremistas, se impone un análisis equilibrado que permita reconocer los avances y las carencias del sistema. Porque la salud de la educación no es un asunto cerrado y pasivo, sino un reto colectivo y permanente, que apela a todos los actores concernidos.

Al abordar el estado de la educación, uno de los problemas más relevantes es la monotonía vocal imperante en el debate público. A menudo, las decisiones educativas se toman desde despachos alejados de las aulas, desoyendo la experiencia de quienes conviven y trabajan diariamente con los estudiantes. Padres, madres, expertos y, sobre todo, profesores, deberían ser mucho más protagonistas en el diálogo educativo. Hace años que suena la cantinela de que el profesorado es la piedra angular de cualquier reforma educativa, porque desempeña un papel esencial en la formación de ciudadanos críticos y comprometidos. Sin embargo, su voz suele ser postergada, relegándose a un segundo plano, opacada por los intereses políticos o por la presión de discursos mediáticos, que poco tienen que ver con lo que sucede cotidianamente en las aulas.

La escuela debe concebirse como una comunidad viva, que se nutre de la diversidad y responde a ella inclusivamente. Hoy más que nunca vivimos en un país plural y heterogéneo. La inmigración, la desigualdad económica y las nuevas formas de convivencia demandan un sistema educativo capaz de adaptarse a las diferentes realidades del alumnado. La diversidad cultural y socioeconómica no debe considerarse un obstáculo, sino una oportunidad para aprender de la diferencia y construir una sociedad más cohesionada.

La inclusión no puede quedar en un simple lema, ha de ser una práctica cotidiana que traspase los diversos aspectos de la educación: desde el diseño del currículo hasta las metodologías empleadas en el aula. Ello implica, por ejemplo, reconocer que no todos los estudiantes parten de las mismas condiciones materiales y culturales. Las políticas educativas deben garantizar que los recursos lleguen a quienes más los necesitan, para que nadie quede excluido de la posibilidad de aprender y desarrollarse plenamente.

En este sentido, es clave el fortalecimiento de la educación pública. Las escuelas públicas son un espacio privilegiado de encuentro y de igualdad de oportunidades. Frente a la creciente segregación escolar derivada de factores socioeconómicos —que a menudo se intensifica en el ámbito urbano—, la defensa de una educación pública de calidad es una tarea necesaria. No se trata de despreciar a la educación concertada o privada, sino de reconocer que la escuela pública es la única garante de que ningún niño o niña se quede atrás.

Obviamente, esto exige un compromiso decidido por parte de las administraciones: inversión suficiente, recursos adecuados, apoyo a los centros educativos y, sobre todo, reconocimiento y dignificación de la labor docente. No podemos pedir a los profesores que sean la pieza clave de la educación y, al mismo tiempo, tratarlos como meros ejecutores de políticas diseñadas por entes burocráticos y agentes espurios. Su formación, sus condiciones de trabajo y su voz al tomar las decisiones deben ser prioridades en cualquier reforma educativa que pretenda tener éxito.

Como se ha dicho al principio, es importante subrayar que la educación no es un ámbito aislado del resto de la sociedad. Su robustez está profundamente conectada con otros factores: la situación económica de las familias, el acceso a la cultura, las oportunidades laborales y las desigualdades estructurales que afectan a amplios sectores de la población. No podemos exigir a la escuela que solucione todos los problemas sociales, pero sí debemos considerarla un espacio privilegiado para combatir la desigualdad y fomentar la convivencia democrática.

Es también esencial evitar la tentación de adoptar soluciones simplistas o recetas mágicas. A menudo se escuchan propuestas que prometen arreglarlo todo con algunas simples medidas, sea una nueva ley, un nuevo currículo o una nueva herramienta tecnológica. Quienes hemos dedicado nuestra vida laboral a la educación sabemos que es un proceso complejo, dependiente de muchos factores, y que requiere tiempo y paciencia para dar frutos. De ahí que las reformas deben ser el resultado de un diálogo persistente y no de la imposición de modas pasajeras o de intereses partidistas.

La evaluación del sistema educativo debe ser igualmente una tarea rigurosa y equilibrada, sin alharacas ni reduccionismos. No se trata de negar los problemas reales —que los hay, y algunos son graves—, pero tampoco de caer en el desaliento y la desgana. Existen indicadores que muestran avances significativos en la educación española: tasas de escolarización altas, reducción del abandono escolar temprano y una mayor conciencia sobre la importancia de la inclusión. Sin embargo, persisten retos como la desigual calidad de los centros, la falta de atención a la diversidad, la presión excesiva sobre el profesorado o el desfase entre la escuela y las necesidades de la sociedad actual.

Por eso, más que dialogar sobre la supuesta «crisis de la educación», probablemente deberíamos abordar los desafíos que enfrenta y las oportunidades que ofrece para transformarse. La pandemia de la COVID-19, por ejemplo, puso en evidencia las carencias del sistema, pero también mostró la capacidad de adaptación y la creatividad de muchos docentes y centros escolares. Hoy tenemos la oportunidad de aprender de esa y otras experiencias complejas y repensar la escuela como un espacio más flexible, abierto a la innovación y atento a las necesidades reales del alumnado.

Otro aspecto clave es la relación entre la escuela y la sociedad. La educación no puede limitarse a la transmisión de contenidos académicos: debe formar ciudadanos capaces de pensar críticamente, de convivir con los demás y de comprometerse con el bien común. Esto exige replantear el currículo y dar más espacio a materias que fomenten la reflexión ética, la creatividad, la educación emocional y la participación democrática. La escuela debe ser un lugar donde se aprenda a pensar, pero también a ser y a convivir.

En conclusión, la salud de la educación en España no es tan mala como algunos proclaman, pero tampoco tan buena como quisiéramos. Su estado aconseja una mirada crítica y, sobre todo, un compromiso colectivo para mejorarla. Debe escucharse más a los docentes, apoyar más a las familias y, sobre todo, creer en la capacidad transformadora de la escuela. La educación no es solo un derecho, sino la base de las sociedades que aspiren a ser justas, libres y democráticas. Por ello, el reto no consiste en repetir viejas recetas o en imponer soluciones desde arriba, sino en construir juntos un sistema educativo que responda a los desafíos del presente y prepare a nuestros jóvenes para el futuro.




sábado, 7 de junio de 2025

Hoy no había clase

Aquí estamos, juntos de nuevo, pese a que ha transcurrido más de media vida desde que dejamos aquellas clases llenas de risas y desafíos. Manolo, Jorge y Vicente, los profes que un día nos vieron crecer, ya han sobrepasado los setenta. Y nosotros: Valeriano, Consuelo, José Manuel Bermúdez, Juana, Antonio Maciá, Coronado, Palmira, Eleuterio, Miguel Amorós, Rafa, Mari Ángeles, Pili, Fela, Villaescusa, M. Carmen Picó, Juanma Cascales, Antonia Pagán y Cristóbal Villar, rozamos los sesenta. Pero hoy, entre las brasas chisporroteantes y las bromas que vuelan como cuarenta años atrás, nos sentimos nuevamente como aquellos chavales que fuimos, cuando éramos alumnos en el Colegio Ruperto Chapí, igual que lo fueron otros más jóvenes, como Yolanda Bermúdez y José V. Campayo que también nos acompañaban.

Es justo que agradezcamos la esplendidez de Consuelo, que nos ha abierto las puertas de su casa familiar en El Moralet, una partida rural del término municipal de Alicante, colindante con El Verdegás y La Cañada del Fenollar, cuyo nombre se considera relacionado con los viejos cultivos de moreras, vinculados a la producción de la seda en el pasado. Históricamente, ha formado parte de un corredor que conectaba las tierras de Alicante con las de San Vicente del Raspeig, por donde discurre la línea del ferrocarril Alicante – La Encina, que a lo largo del siglo pasado facilitó el transporte de mercancías agrarias y pétreas. Con anterioridad era un territorio de secano poblado de almendros, olivos y algarrobos. También contaba con pequeñas explotaciones de esparto y algunas canteras de piedra que abastecían a las construcciones locales.

Los vecinos de El Moralet han tenido siempre una importante vinculación con los de las partidas vecinas y sus tradiciones, como es el caso de las fiestas patronales de La Alcoraya o de las romerías de Fontcalent. Por otro lado, era habitual que los habitantes de distintas partidas se ayudasen en la recolección de la almendra o de la oliva, estrechando y reforzando los lazos comunitarios. Hoy en día, El Moralet sigue siendo un lugar donde el pasado rural se percibe con nitidez: senderos antiguos, campos estructurados en terrazas y un paisaje que recuerda que esta tierra siempre fue generosa con quienes la cuidaron.

Las brasas crepitando y el humo que se ensortija con el aire parecen acercar consigo los recuerdos. Vicente recorre los corrillos, pregunta por nuestros privativos asuntos y atiende interesado las respuestas, que se enredan con las bromas y comentarios que se suscitan. Manolo gesticula ostentosamente cuando se afana en contar su última ocurrencia, cosa que hace con el mismo esmero y vehemencia con que explicaba los intríngulis gramaticales en sus clases. Jorge, que siempre supo ver más allá de los libros, levanta la copa y, con voz trémula, brinda por los muchos años que no nos han separado… y por los que nos quedan por compartir.

Brindis improvisados fragmentan la barrera del tiempo. Entre bocados y carcajadas, emergen recuerdos y nostalgias del mismo modo que se reavivan las brasas. Valeriano, que no ha perdido su energía ni sus ganas de batallar, parlotea igual que lo hacía en clase para defender a un compañero o rebatir los argumentos de sus profesores. Su mirada sigue siendo la misma, cargada de una curiosidad ilimitada.

Con su risa clara y contagiosa, Consuelo «se burla» de su hermano José Manuel, igual que lo hacía cuando compartían banco en las aulas. «¿Te acuerdas cómo copiabas de mis libretas?», le dice entre carcajadas. Y él, con su sonrisa pícara, le responde: «¡Y lo bien que se me daba, que los profes ni se enteraban!». Ambos no pueden eludir mirarse con el afecto de quienes han compartido casa, familia, confidencias y barrabasadas.

Juana se aproxima con un plato de pinchos morunos. Coronado le comenta que se nota que lo de asar es un arte que domina. Y ella, con su actitud tranquila, se encoge de hombros y sonríe: «No es tan distinto de cuando ayudaba en mi casa o a los profes con las cosas del cole. Todo es cuestión de paciencia», apostilla, sabiendo que ha sido el secreto de sus mejores momentos.

Palmira y Eleuterio (Lute, cariñosamente para todos) fueron en su día dos peculiares outsider, cada uno a su manera. Hoy ella no está con nosotros, pero los imaginamos recordando aquella ocasión en que él se quedó dormido durante una excursión y casi lo dejamos olvidado. Cuando despertó, riéndose, repetía: «¡Sí, siempre llegaba tarde, pero al final llegaba!». Y ese «siempre llegaba» es algo que hoy parece que cobra especial sentido en su caso.

Miguel Amorós y Rafa están junto a la barbacoa, como si fueran dos pinchadiscos controlando la música de la noche. Miguel se acuerda de sus  casi olvidadas charlas, de cuando soñaba con tocar la guitarra en un grupo y Rafa lo inundaba de «cassettes» que le «guindaba» a no recuerdo quién. Hoy, entre brasas y cerveza, siguen discutiendo sobre las canciones que no pueden faltar en un buen concierto, o sobre cualquier cosa, pero desisten inmediatamente porque no quieren desaprovechar un solo segundo del buen rollo que embarga a todo el mundo.

Mari Ángeles nos sigue desde la distancia a través del whatsup, sin perderse detalle. Ha prometido concurrir a la próxima. Y Pili, siempre tan vital, se encarga de que nadie se quede sin probar las viandas y terciar en el encuentro. «No me hagas correr más, que ya no tengo veinte años», se le oye decir, aunque lo desmienta una vitalidad que apenas ha sufrido merma. Fela, con su sonrisa dulce y esa voz que calma, cuenta anécdotas que parecen de otro tiempo. «¿Os acordáis de aquel viaje a la playa en el que nos perdimos?», pregunta. Y todos asentimos porque ese día acabó en risas y canciones que aún hoy, al cerrar los ojos, podemos escuchar.

M. Carmen Picó sigue sin sorprendernos: ni está, ni se le espera: Tampoco vinieron hoy García Villaescusa, ni Juanma Cascales, al que imaginamos con su impostada seriedad, el recurso con que se las ingenia para hacernos reír a todos. Finalmente recordamos a Antonia Pagán y a Villar. Como otras veces, nos preguntamos qué será de ellos.

Vicente zascandilea de aquí para allá, observándonos a todos. Su mirada refleja el mismo afecto que proyectaban sus ojos cuando éramos adolescentes. «Verlos aquí, juntos, tantos años después, me llena de gozo», se oye que le dice a Manolo con voz queda. Y este, que nunca fue de grandes discursos, asiente y añade con esa dicción cavernosa tan particularmente suya: «No lo olvidéis: lo importante no es solo que el fuego esté encendido, sino que lo compartamos». Sentencia que espolea a Jorge que, con su peculiar gracejo, levanta la copa y dice: «¡Por nosotros! Por los que fuimos, por los que somos, y por los que seguiremos siendo mientras el cuerpo aguante».

Proliferan las risas y las miradas cómplices. Cada historia que se cuenta, cada anécdota que se revive, es como un abrazo que no se ve, pero se siente. Sonreímos al recordar aquella vez que Antonio Maciá se presentó en clase con un poema para el día de la madre. Estaba tan emocionado que casi se le escapan las lágrimas. Hoy, con la copa en la mano, se ríe de sí mismo mientras asegura que «lo recitaría otra vez, si no se me trabara la lengua».

Los recuerdos se entrelazan con el aroma de las viandas y el regusto del vino. El murmullo de las conversaciones asemeja una música de fondo. Cada sonrisa esconde la certeza de que la vida nos ha regalado un valioso tesoro. Porque celebramos la suerte de haber convertido aquellos años en un imaginario refugio que todavía nos acoge, y que podemos compartir. Y aunque hayan cambiado las fisonomías, aunque arrugas y canas certifiquen el paso de los años, lo esencial sigue intacto: el cariño, la complicidad y esa sensación de que, en el fondo, seguimos siendo los mismos entusiastas profesores e idénticos risueños y fogosos alumnos adolescentes.

Así que alzamos de nuevo las copas y brindamos: «Por los profes, que nos enseñaron mucho más que los libros. Por nosotros, que hemos aprendido que lo más importante no es el tiempo pasado, sino las ganas de seguir coincidiendo. Por este encuentro, que nos recuerda que, a pesar de los años, todavía sabemos cómo pasarlo bien y cómo querernos. Y por Consuelo, la anfitriona, por su enorme generosidad y por su afecto».

En el Moralet, a 7 de junio de 2025

 



miércoles, 4 de junio de 2025

Memoria, megalomanía y culto al individualismo

En un gesto tan ambicioso como controvertido, el presidente Donald Trump ha reactivado su propuesta para construir un «Jardín Nacional de los Héroes Estadounidenses», iniciativa que ya anunció en 2020 y que ahora respalda con 34 millones de dólares de financiación pública. Con la pretensión de conmemorar el 250 aniversario de la independencia de Estados Unidos, en 2026, el proyecto busca erigir estatuas de 250 figuras «esenciales» para la historia nacional. La selección incluye presidentes como Abraham Lincoln y John F. Kennedy, activistas como Martin Luther King Jr., artistas como Whitney Houston y deportistas como Kobe Bryant. A primera vista, la propuesta podría parecer una suerte de celebración del presunto espíritu ecléctico estadounidense. Sin embargo, si se examina con más detenimiento, desde la óptica de algunas tendencias históricas, como la megalomanía, el fetichismo monumental y el culto a la personalidad, se suscitan preguntas sobre su verdadero significado.

La monumentalización de la historia, y más concretamente el uso de estatuas como forma de glorificación política y cultural, no es nada nuevo. Desde los emperadores romanos hasta los líderes autoritarios del siglo XX, la escultura se ha instrumentalizado para consolidar narrativas oficiales y perpetuar figuras con poder. Las estatuas de Lenin esparcidas por la extinta Unión Soviética, los bustos de Mao en China o las gigantescas efigies de Sadam Husein en Irak no eran meramente decorativas, cumplían una función ideológica: la imposición de un relato unívoco, vertical y a menudo reverencial.

Desde esta perspectiva, el Jardín que propone Trump no consiste en un mero homenaje, es una declaración de principios estéticos y políticos. Cuando se plantea la utilización de materiales nobles (mármol, bronce, granito...) y se evitan las propuestas interactivas o digitales, se está reforzando un proyecto concebido con una visión tradicionalista, clásica, que privilegia la monumentalidad sobre la reflexión crítica. Es una proposición artística que no interroga, sino que afirma; que no problematiza, sino que canoniza.

Asignar 34 millones de dólares a una iniciativa de esta naturaleza, en un país con profundas desigualdades sociales y raciales, no es una decisión inocua. Más allá del costo, la selección de 250 figuras para que representen la totalidad del espíritu nacional es una decisión reduccionista. Por definición, todo canon es excluyente: lo que se erige en piedra tiende a ser incuestionable; y lo que queda fuera de la selección corre el riesgo de ser olvidado.

La ambición por fijar la memoria en términos absolutos ha sido una constante en los regímenes autoritarios. Hitler soñó con una nueva Berlín monumental; Stalin modificó el paisaje urbano de Moscú para glorificar el socialismo; Franco multiplicó cruces e instaló innumerables estatuas suyas durante la España franquista. No discuto que, comparado con estas megalomanías, El Jardín de los Héroes puede resultar una versión poco más que insignificante. Sin embargo, comparte con ellas la pulsión por la unificación del relato histórico y la imposición de un panteón cerrado de figuras «dignas de veneración».

La inclusión de celebridades como Whitney Houston, Steve Jobs o Kobe Bryant introduce otro nivel de lectura: el de la estetización del carisma y la «fetichización» de la fama. La lógica de estas elecciones parece estar menos vinculada al impacto histórico que al reconocimiento masivo. Representa una transición del héroe clásico al héroe mediático, del estadista al «influencer».

Este cambio responde también a las transformaciones en la percepción del poder. En una era dominada por las redes sociales y el marketing de la imagen, la relevancia pública ya no se mide por las ideas sino por la visibilidad. Trump, exponente consumado de esta era, parece entender mejor que nadie la importancia del estrellato. No es extraño, entonces, que la selección de figuras para el Jardín incluya tanto a reformadores como a iconos pop, en un intento de amalgamar prestigio histórico y atractivo mediático.

El Jardín también puede entenderse como un intento de Donald Trump por consolidar su legado simbólico. Aunque él mismo no figure (por ahora) entre los homenajeados, la iniciativa lleva su impronta ideológica: un nacionalismo estético, la exaltación de una narrativa selectiva de grandeza, y la voluntad de definir quiénes merecen ser recordados. Esta forma de intervenir en la memoria colectiva remite directamente a las estrategias de construcción del culto a la personalidad.

Desde la Roma imperial hasta la actual Corea del Norte, los líderes han utilizado monumentos para consolidar su presencia simbólica más allá de su mandato. Trump, con este jardín, aspira a convertirse en arquitecto de la memoria nacional. Y como en todo culto a la personalidad, el gesto no se limita a glorificar el pasado, sino a inscribir su nombre en el futuro. Es una forma de «inmortalización» indirecta, un mausoleo ideológico revestido de homenaje patriótico.

El anuncio del Jardín ha suscitado críticas de diversos sectores, desde historiadores hasta artistas contemporáneos. Muchos ven en la propuesta un intento de manipular la historia desde el poder, de excluir visiones críticas o disidentes, y de fijar un relato oficial que no refleja la pluralidad de la experiencia estadounidense.

La ausencia de activistas LGBTQ+, representantes de los pueblos nativos americanos o las voces críticas del sistema revela los límites de la pretendida inclusividad. Al igual que sucede con los museos coloniales o los monumentos confederados, el Jardín de los Héroes podría convertirse, más que en un lugar de homenaje, en un campo de disputa simbólica.

Podría decirse que El Jardín Nacional de los Héroes Estadounidenses no es meramente un proyecto escultórico o patrimonial. Es una intervención ideológica en el paisaje de la memoria colectiva. Al emular formas clásicas de monumentalidad y al seleccionar una narrativa particular de grandeza, la propuesta concreta una visión cerrada del pasado y del futuro.

Relacionarlo con las tradiciones históricas de la megalomanía, el fetichismo de la imagen y el culto a la personalidad permite entender que, más allá de la celebración, este jardín es también un espejo que refleja los anhelos, miedos y obsesiones de una parte del poder estadounidense en el siglo XXI. El reto, para la sociedad civil y las generaciones venideras, será mantener viva la capacidad de cuestionar lo que se pretende grabar en piedra.

 


domingo, 1 de junio de 2025

La dana interminable

Si no fuera porque es una tragedia inconmensurable, la catástrofe de la dana del 29O y las calamidades y desdichas que vienen soportando quienes sufrieron la desmesura de las aguas y el lodo en sus carnes y bienes, serían materia prima de grandísima calidad para nutrir las tribulaciones de los personajes de tebeos, historietas tragicómicas y películas de humor negro.

Semanas atrás, los presidentes de las principales asociaciones de víctimas y damnificados viajaron dos mil kilómetros para entrevistarse con las autoridades europeas y arrancarles algunos compromisos, puenteando el maltrato institucional y la censura que sufren desde hace meses por parte de las instituciones del Gobierno Valenciano. Como ha dicho una de ellas, Marisol Gradolí, que las instituciones europeas los hayan recibido y escuchado, anticipándose a las autoridades valencianas, dice mucho de la catadura del presidente y del gobierno de la Generalitat.

No quiero enfangarme repasando los sinsentidos de una bufonada impresentable, que afrenta al conjunto de la ciudadanía por la indolencia, el descrédito, la zafiedad, la impiedad y la insensibilidad de los responsables institucionales que la protagonizan. Prefiero reflexionar sobre algunas vertientes propositivas que convendría tomar en consideración con urgencia, porque apremiantes son las necesidades de víctimas y damnificados y porque deben habilitarse cuanto antes medidas de prevención que eviten o minimicen cuanto sea posible los efectos de futuros acontecimientos catastróficos.

El general retirado Gan Pampols consume estos días sus seis primeros meses al frente de la Vicepresidencia para la Recuperación Económica y Social de la Generalitat Valenciana. La tarea que se le encomendó fue trazar un plan para paliar los efectos de la dana y acelerar la reconstrucción de las infraestructuras y patrimonios devastados, tarea para la que, además del aparato administrativo de la Generalitat, se ha contratado a PwC, una empresa de servicios de auditoría, impuestos y consultoría de negocios que, solo en España, emplea a 4500 profesionales en veintiuna de sus provincias. El general tiene previsto presentarlo durante el actual mes de junio, y advierte que si no se adoptan medidas a largo plazo, la tragedia podría volver a ocurrir.

He oído decir al distinguido militar que, aunque no es un técnico en la materia, había leído los informes al respecto que se han redactado durante el siglo XXI y otros previos. Según él, todos coinciden en que para la minimización del riesgo hay que hacer obras que se denominan estructurales. Es decir, no basta con mantener los barrancos limpios y despejados, o los taludes y laterales bien afirmados, deben existir zonas que retengan las avenidas. «Laminar» parece ser el término que resume técnicamente esa estrategia.

Dicho con otras palabras, a lo largo y ancho de ríos, barrancos y torrenteras, donde no existan, deben habilitarse «zonas de sacrificio», de embalsamiento del agua, sean naturales o artificiales. De modo que, en las poblaciones afectadas por los cauces, hay que construir «tanques de tormenta» que impidan que el agua circule libremente por la superficie y deben «desimpermeabilizarse» los suelos, es decir, cambiar la preferencia sobre los tipos de asfalto y pavimentación adecuados, pues algunos tienen capacidad de absorción y otros no. No solo no absorben el agua, sino que aceleran su velocidad aumentando su capacidad para arrastrar los utensilios o enseres que se le opongan.

En el balance que hace Gan Pampols de los seis meses transcurridos desde la dana, que han recogido los medios de comunicación, se destaca en primer lugar la falta de comunicación y coordinación institucional en las labores de recuperación entre el Gobierno central y la Generalitat Valenciana. Expresa, además, su preocupación por las limitaciones de la empresa pública Tragsa para ejecutar los proyectos de reconstrucción, afirmando que está desbordada y que es incapaz de acometer todas las acciones que se le han encomendado, lo que ha generado retrasos en la llegada de ayudas y en la implementación de las obras necesarias. Aparte de los aspectos técnicos y administrativos, destaca el impacto social de la catástrofe y la necesidad de una reconstrucción emocional. Reconoce las críticas de la ciudadanía sobre el abandono percibido y subraya la importancia de que se atiendan, también, las dimensiones humanas y psicológicas en el proceso de recuperación.

El general, que dijo aceptar su actual responsabilidad condicionándola a que se le permitiese aplicar un enfoque técnico y no político a la gestión de la recuperación (algo difícil de entender cuando lo dice un vicepresidente del gobierno autonómico), ha expresado su frustración por la prevalencia de la ideología sobre la razón en las decisiones políticas, insistiendo en que las prioridades deben basarse en las necesidades y capacidades y estar guiadas por criterios técnicos y de eficiencia en la gestión pública, nunca por los intereses partidistas. Confiesa también su incomodidad con la batalla política que rodea el proceso de reconstrucción que, en su opinión, ha dificultado la implementación efectiva de las medidas necesarias para la recuperación.

Por otro lado, un artículo, aparecido en la edición de El País del pasado 18 de mayo, titulado «Predecible, devastadora y muy rápida: qué revela la simulación de la crecida de la Rambla del Poyo», relata un simulacro desarrollado por el investigador Francisco Vallés, de la Universitat Politècnica de València, sobre la riada del 29 de octubre. Inicialmente, el profesor Vallés Morán creó la simulación para ayudar en la búsqueda de personas desaparecidas tras la catástrofe, sin embargo, posteriormente, se ha desvelado como herramienta útil para otros desempeños. El modelo muestra la evolución del agua cada 10 minutos desde las 9:00 h del día del desastre hasta la mañana siguiente, abarcando municipios como Paiporta, Catarroja, Alfafar y Massanassa, que son los que sufrieron las mayores pérdidas humanas.

El modelo desvela que durante la riada el agua alcanzó velocidades de hasta 8 metros por segundo, algo que se califica como una «avenida relámpago». Entre la detección de una subida preocupante en el sensor del barranco del Poyo y la llegada del agua a Picanya y Paiporta, apenas habrían transcurrido 40 y 50 minutos, respectivamente. Con todo y con ello, esto no fue lo peor. Lo auténticamente inconcebible es que se ignorasen miles de alertas que se transmitían por diversos medios. A pesar de las múltiples señales de peligro sobre las que se alertó a lo largo del día (incluyendo más de 9.000 llamadas al número de emergencias antes de las 17:10 h), las autoridades actuaron con injustificable retraso. El Centro de Coordinación de Emergencias no mencionó el barranco del Poyo en sus primeros informes y retiró recursos clave, como los bomberos forestales, pese a que la situación seguía siendo crítica.  Además, el mensaje de alerta a los móviles fue emitido a las 20:11 h, cuando ya se habían anegado 76,9 km², incluidas las zonas residenciales.

La simulación fue validada mediante la comparación con testimonios de vecinos, marcas de agua en las calles y cartografías realizadas por otros científicos, como Carmen Zornoza, de la Universitat de València. Aunque el modelo es menos preciso dentro de las áreas pobladas, debido a la complejidad de la trama urbana, la evolución del agua recreada en la simulación coincide con las observaciones y datos recopilados tras el desastre.

El estudio concluye que la riada fue predecible, devastadora y muy rápida. La falta de respuesta oportuna por parte de las autoridades, a pesar de las señales de alerta disponibles, contribuyó a aumentar la magnitud de la tragedia. El modelo de Vallés destaca la importancia de una gestión de emergencias más eficaz y la necesidad de prestar atención a las advertencias meteorológicas y señales de peligro para prevenir futuras catástrofes.

Pronto conoceremos con exactitud qué ocurrió durante el episodio de la dana y dispondremos de un exhaustivo inventario de sus consecuencias desglosadas en daños humanos, materiales y emocionales. Pronto contaremos con una detallada relación de las actuaciones necesarias para ayudar a los familiares de las víctimas, reponer los servicios públicos y reconstruir las infraestructuras y bienes dañados. Pronto tendremos un repertorio de actuaciones presuntamente eficientes para afrontar las emergencias futuras. Y también conoceremos los recursos que deben ponerse a disposición de los responsables públicos para que dirijan adecuada y eficientemente los comportamientos ciudadanos cuando aquellas se produzcan. Incluso se diseñarán modelos de previsión más afinados, que lograrán replicar preventivamente cualquier futuro episodio catastrófico.

Si ello es o será así, ¿qué impide confiar en que las consecuencias de una futura gran dana u otra catástrofe desbocada, cualquiera que sea el territorio al que afecte, difieran radicalmente de las que ocasionó la del pasado 29 de octubre? En mi opinión, la respuesta es categórica: para materializar esa irrenunciable aspiración y evitar dejar a los ciudadanos al albur de su suerte, incluso cuando les va la vida en ello, se necesita lo de siempre: muchísimo dinero, firme e inquebrantable voluntad política y planes consensuados, con enfoques técnicos y no especulativos, diseñados para el medio y el largo plazo, que deben ser inmunes al cambio o la alternancia política en el gobierno de las distintas administraciones. Y que deben conocer ampliamente los ciudadanos y exigir que se materialicen.

Hay mucho que reconstruir y otro tanto que rehabilitar, serán centenares las actuaciones preventivas necesarias que exigirán, entre otras medidas, una renovada planificación territorial para reubicar las zonas residenciales, comerciales e industriales en terrenos no inundables, deberán habilitarse amplias superficies como zonas de embalsamiento o tanques de tormenta, cabrá llevar a cabo «desimpermeabilizaciones» y otras iniciativas para poner los espacios urbanísticos y las instalaciones  productivas y comerciales a resguardo de los futuros fenómenos inusualmente adversos.

Sé que estoy hablando de miles de millones y de medidas impopulares, pero ¿acaso tienen precio las vidas de las 228 personas que cercenó la dana? Cualquier ciudadano que merezca ese nombre aceptará y aprobará gustosamente la financiación de las actuaciones necesarias para evitar que vuelva a suceder tamaño drama. Sé que estoy refiriéndome a un acuerdo político que hoy por hoy es simplemente imposible. Pero ello no equivale a renunciar sin más a reclamar que lo sea en el futuro, y a exigir responsabilidades a cuantas instancias e individuos lo torpedeen.

Cuando reflexiono sobre lo que antecede me embarga una profunda indignación. Tengo la convicción de que más pronto que tarde lamentaremos las consecuencias de una nueva tragedia que podría evitarse, al menos en buena medida. Y ello sucederá por la ineptitud y la desidia (por no utilizar términos más gruesos) de gobiernos, instituciones, sociedad civil y de nosotros mismos, los ciudadanos. Si ni siquiera importa la vida de las personas, ¿qué sentido tiene plantearse el aseguramiento de sus derechos fundamentales o reglamentar las relaciones sociales? Si ni siquiera nos importan nuestras propias vidas: ¿cuáles son nuestras aspiraciones futuras?, ¿qué legado dejaremos a nuestros hijos y nietos?

No son preguntas retóricas. Si no hacemos nada, antes o después lo pagaremos. Las generaciones futuras nos lo recordarán y, con toda razón, reprocharán y reprobarán nuestra indolencia. Luchemos, pues, para evitar que ello suceda.