Las Aventuras del Barón de Münchhausen
es un libro breve que se lee de una sentada y que consigue dibujarnos en la cara
una sonrisa permanente, solo interrumpida de vez en cuando por las carcajadas que
provocan las fantásticas y descabelladas peripecias que cuenta el protagonista,
uno de los héroes más ingenuos y embusteros imaginable: Karl
Friedrich Hieronymus, un barón alemán que en su juventud fue paje del duque de
Brunswick-Luneburgo y que posteriormente se alistó en el ejército ruso, sirviendo
en él hasta 1750 tras participar en dos campañas militares contra los turcos. A
su regreso relató algunas de sus aventuras con amplias dosis de imaginación. Contó hazañas tan asombrosas como que había cabalgado sobre una bala de cañón, matado
varios pares de patos de un solo tiro, viajado dos veces a la Luna, vuelto del revés a
ciertas fieras, recorrido el fondo del mar o escapado de una ciénaga tirando
de su propia coleta. Tomando como pretexto esos relatos, Rudolf Erich
Raspe, bibliotecario, escritor y estafador alemán, creó un personaje literario a
caballo entre el superhombre y el antihéroe, entre la comicidad y la bufonada, que
se consagró como mito de la literatura infantil, siguiendo en cierta manera la tradición de El Quijote o
de Gulliver, a través del relato de las
disparatadas aventuras de uno de los héroes más farsantes que conocemos.
Por
otro lado, en el castellano son numerosas las frases despectivas para aludir a las
personas con mermada inteligencia o evidente simpleza. Personajes como “el Tonto
del bote”, “Perico el de los palotes”, “el Bobo de Coria” o “Abundio” son
producto de la mordacidad de las gentes para designar a personajes, reales
o imaginarios (que de todo hay), que forman parte de la tradición o del folklore en
tanto que prototipos de la estupidez. Desde Navarra a Sevilla, pasando por
Madrid y otras provincias, estos involuntarios cómicos ejemplifican
diferentes grados y matices de la ingenuidad o de la simpleza.
La
pulsión creativa de la humanidad no cejará mientras exista. Las historias
que diariamente protagonizan las
personas engrosan y agradan el acervo cultural o el anecdotario, filtradas por
los particulares anteojos que cada contexto histórico hace valer para preservar
lo que las circunstancias afloran como significativo o definitorio de una
determinada coyuntura.
Este
dilatado preámbulo viene a cuento de las reflexiones que me ha motivado la
reciente sentencia del Tribunal Constitucional, declarando inconstitucional la
amnistía fiscal promulgada por el gobierno del PP en marzo de 2012. Para no
hacerme excesivamente pesado, para argumentar su alcance, utilizaré con brevedad cuatro datos que comentaba
eldiario.es, en abril de 2015.
Primero.
Un honrado ciudadano español que tenga la suerte de trabajar paga en el
impuesto de la renta entre el 20% y el 47% de su salario. Un inversor que viva
de las rentas de su capital, entre el 20% y el 24%. A estos porcentajes hay que
sumar el IVA, el IBI, la gasolina y unos cuantos impuestos más. ¿Cuánto paga un
defraudador? La amnistía fiscal del Gobierno de Rajoy permitió perdonar el
fraude a cambio de abonar el 10%. Y lo peor es que este insultante porcentaje ni
siquiera fue verdad porque el Gobierno rebajó aún más esa ridícula penalización.
En vez de un 10% de todo el dinero sin declarar, Montoro lo dejó en el 10% de
los intereses que hubiese generado ese dinero negro durante los últimos tres
años. Evidentemente, no es igual ni mucho menos.
Segundo.
El Gobierno permitió también que el dinero en efectivo se pudiese acoger a la
amnistía fiscal. Bastaba con declarar que tenías los fajos de billetes desde
antes de 2010. Obviamente, fue un enorme agujero por el que se coló fundamentalmente dinero del
narcotráfico, de la trata de personas, de la venta de armas, de la corrupción y
de todo tipo de actividad criminal... porque el trabajo honorable no suele producir semejantes tesoros.
Tercero.
El Gobierno al que pertenece el ínclito ministro Montoro esperaba recaudar con
su genial idea 2.500 millones de euros. La cifra real no llegó ni a la mitad
porque, para pasmo de propios y extraños, Hacienda solo recolectó 1.191
millones de los 40.000 millones de euros que se “regularizaron” con la
amnistía.
Cuarto.
Los defraudadores “perdonados” por Montoro (entre los que se encuentran
personas honorables como Rato, Bárcenas, los Pujol…) solo pagaron al fisco un
3% de media. Es decir, hasta cuando los ciudadanos compramos una barra de pan, que
se grava con el IVA superreducido del 4%, pagamos más que los mangantes amparados por el PP.
Por
si esto no fuera suficiente, y pese a declarar enfáticamente en la misma
sentencia que “la amnistía fiscal
supone la abdicación del Estado ante su obligación de hacer efectivo el deber
de todos de sostener el gasto público”, la resolución del Tribunal
Constitucional no modifica en absoluto los
efectos de la referida amnistía de 2012, haciendo prevalecer el principio de
seguridad jurídica sobre el deber constitucional de contribuir al sostenimiento
del Estado. Ingenuamente, en mi tontuna, me pregunto: si nadie contribuye
al sostenimiento del Estado, ¿para qué queremos la seguridad jurídica si acabará
por no existir ni Estado ni nada quese le parezca y que se pueda asegurar? ¿O es que no es eso, sino que todo
se fía a la incontrovertible certeza de que siempre habrá una legión de tontos
silenciosos que seguiremos manteniendo al Estado para que unos cuantos listos y sinvergüenzas se
aprovechen de él?
Las ocurrencias de Abundio, llevando uvas de
postre cuando iba a vendimiar o vendiendo el coche para comprar gasolina,
son trivialidades comparadas con las tragaderas que hemos desarrollado
los ciudadanos de este país para con la clase política y con la administración de
justicia. La capacidad de resignación y autoengaño de la ciudadanía –que cada vez dudo más que merezca tal nombre– deja en mantillas las ocurrencias del Bobo de Coria cuando construía puentes sobre ríos inexistentes, o la desvergüenza del Barón de
Münchhausen intentando hacer creíbles sus inconcebibles aventuras. Me queda la esperanza de que algún conspicuo
compatriota encuentre alguna frase chusca que, incorporada al acerbo popular, haga
pasar a la historia, como merecen, al señor Montoro, al PP y a algunos eximios
tribunales de este país.
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