lunes, 4 de enero de 2021

Nunca caminarás solo

 Cuando cruces caminando una tormenta,

mantén tu cabeza bien alta,

y no tengas miedo a la oscuridad.
Al final de la tormenta,
hay un cielo dorado,
y el dulce y plateado canto de una alondra.
Camina cruzando el viento,
camina cruzando la lluvia,
aunque tus sueños sean vapuleados.
Sigue caminando, sigue caminando
con esperanza en tu corazón,
y (así) nunca caminarás solo.
Nunca caminarás solo.
[You’ll never walk alone, de Gerry & The Pacemakers]


Mi amigo Emilio Soler que ciertos días es como una versión actualizada y a la vez vintage de Gustavo, el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo, nos informa de buena mañana por whatsup que ayer falleció el genuino intérprete de You’ll never walk alone, el mítico himno del no menos mítico Liverpool Football Club, el de los legendarios Callaghan, Fowler, Keegan, Rush, Barnes, Dalglish y tantos otros. Sí, ayer se fue Gerry Marsden que con su banda Gerry and the Pacemakers popularizó la ya universal canción que compusieron Richard Rogers y Oscar Hammerstein dos décadas antes, y que en 1963 fue adoptada por la hinchada de la famosa grada “Kop” en Anfield Road como himno de su equipo. 

La noticia me ha retrotraído a agosto de 2004 cuando mi mujer y yo viajamos a Mánchester para participar en sendos cursos de perfeccionamiento del inglés en el ELTC, el Centro de Idiomas de su Universidad. Mánchester era entonces una gran ciudad en plena recuperación, tras los funestos tiempos de la señora Thatcher. Una ciudad que es parte importantísima de la tercera mayor aglomeración urbana del Reino Unido, tras Londres y Birmingham. Históricamente ha pertenecido al condado de Lancashire, al sur del Mersey, el río que justamente desemboca en Liverpool y que, entre otras muchas cosas, ha dado nombre al “merseybeat”, el sonido que acuñó y contribuyó a difundir la banda de Gerry Marsden, los inefables Beatles y también The Searchers y The Merseybeats, formaciones menos conocidas pero igualmente curtidas en el Cavern Club.  

Todo el mundo sabe que Mánchester fue la primera ciudad industrializada del mundo y que desempeñó un papel central durante la revolución industrial, convirtiéndose  en el principal centro internacional de fabricación de algodón. Hasta el punto de que durante el siglo XIX adquirió el apodo de “cottonopolis”, que era como atribuirle el título de metrópoli de las fábricas de algodón. Un acicate para las prolíficas mentes de Eric Hobsbawm, Arnold Toynbee, Alexis de Tocqueville y otros muchos historiadores, economistas y sociólogos que hicieron y hacen de la revolución industrial un objeto privilegiado del debate socioeconómico e historiográfico. 

La cercanía al puerto de Liverpool ayudó muchísimo al crecimiento de Mánchester Tan es así que, en 1760, para agilizar la llegada del carbón, el algodón y otras materias primas se construyó el Bridgewater Canal —canal del duque de Bridgewater— que conectó las dos ciudades. Curiosamente es uno de los pocos de Gran Bretaña que no han sido nacionalizados y, por tanto, sigue siendo de propiedad privada. Años más tarde la firma George Stephenson construyó la primera línea férrea del mundo entre Mánchester y Liverpool. Poco después, en 1894, la Reina Victoria inauguró el canal que convertiría a Mánchester en un singular y continental puerto marítimo. De ese modo se erigió en la primera ciudad industrial del mundo, rivalizando con su vecina Liverpool.


Pasamos tres agradabilísimas semanas en Mánchester. La experiencia en el ELTC  fue extraordinaria. A mi permitió perfeccionar mis escasas habilidades lingüísticas  y a mi mujer le ayudó a no oxidarlas facilitándole, además, el contacto con personas de otras culturas, particularmente rusas y árabes, que le acercaron curiosas perspectivas de entender la vida. Durante esas semanas ocupamos un apartamento que nos alquiló una profesora de la Escuela a la que contacte a través de la Universidad de Alicante. Era una casa unifamiliar y humilde, ubicada en un barrio del sur de la ciudad, habitado por emigrantes y refugiados mayoritariamente africanos. Ciertamente impactaba salir a ciertas horas de la tarde y deambular por las calles. En prácticamente todas las esquinas había cámaras de vídeo enjauladas con protecciones metálicas antivandálicas. El “Ejercito de Salvación” —The Salvation Army— se hacía presente todas las tardes con sus peculiares vehículos, sus músicas características y sus atenciones a los ciudadanos y niños desfavorecidos. Paradójicamente, muy cerca estaba el barrio mancuniano de Rusholme, o como todo el mundo lo conoce allí,  la Curry Mile (milla del curry),  nombre que le viene dado por los múltiples restaurantes de comida india, pakistaní o libanesa extendidos a lo largo de su avenida central. Rostros exóticos, restaurantes a espuertas, olor a especias, innumerables joyerías son algunos de los detalles que te impactan cuando llegas a aquellos lares tras orillar el Etihad Stadium, el estadio del Mánchester City, que entonces no era tan famoso como ahora pues entonces todo lo acaparaba,  futbolísticamente hablando, el United. Allí hay restaurantes donde se puede probar comida de prácticamente todos los países del sur y del levante mediterráneos. Algunos son muy baratos y cutres, de comida fast food, como si la estuvieses encargando en una callejuela de Bagdad, Damasco o Túnez. Otros, por el contrario, son espléndidos. A ellos acuden para cenar los viernes y sábados por la noche las acomodadas familias de negociantes hindúes de Mánchester. Es curioso observar cómo bajan de sus Mercedes y Audis hombres ricamente vestidos con atuendos que parecen sacados de un peli de Bollywood. Pero lo verdaderamente espectacular son las mujeres cuyas vestimentas no se occidentalizan y responden a la más rancia y preciosa tradición de los saris. Abundan los comercios de dulces típicos de Oriente Medio, los locutorios telefónicos y las tiendas de objetos electrónicos de segunda mano. Y muchas fruterías, en las que se venden hortalizas exóticas provenientes de África o Sudamérica que no acostumbramos a ver. Aunque los comercios más impresionantes son las joyerías. Sus escaparates están repletos de fastuosas alhajas de oro cuyas destinatarias son las aludidas mujeres hindúes. 

Aquella estancia nos permitió contrastar cómo una ciudad que había sido masacrada por las políticas ultraliberales del thatcherismo recuperaba el pulso y rehacía su centro histórico, transformando las antiguas factorías en edificios de viviendas y centros comerciales. Esa transformación era especialmente perceptible en la zona de los Docks, el complejo de muelles a ambos lados del canal de Salford y Mánchester que había sido abandonado a raíz de las crisis económicas precedentes y que permanecía en un estado de abandono lamentable. Tanto en esta zona como en Trafford, además de apartamentos de lujo con embarcaderos y otras comodidades, se erigieron museos como el War Museum North o The Lowry, este último dedicado al más universal de los pintores mancunianos.

Aprovechamos para hacer turismo por las localidades cercanas siendo uno de nuestros destinos favoritos Liverpool, donde tuvimos oportunidad de visitar no solo el Cavern Club y las construcciones de la dársena con sus inefables remates escultóricos recreando la emblemática ave Liver, que da nombre a la ciudad, también visitamos la Walker Art Gallery, un museo que alberga una de las colecciones artísticas más grandes de Inglaterra que, por cierto, presentaba un aspecto lúgubre y deplorable, como el conjunto de la ciudad, que se mostraba ennegrecida, abandonada y sucia, necesitada de reformas que imaginamos que se habrán acometido en los últimos años.

En ese verano de 2004 cayeron sobre nosotros algunas de las singulares tormentas británicas —showers las llaman por allí— pero siguiendo los consejos de los “scousers” mantuvimos la cabeza bien alta y obviamos el miedo a la oscuridad.

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