La
semana pasada alemanes, noruegos y finlandeses iniciaron la vuelta al colegio.
Aquí, solo con pensarlo empezamos a sudar. Sin duda los 17 grados que tienen
hoy en Helsinki, los 26 de Oslo y los 30 del norte de Alemania permiten mirar el
asunto con otra perspectiva. Por otro lado, tampoco nos viene mal su
experiencia por aquello de que “cuando las
barbas de tu vecino veas cortar…” En este caso, disponer de un
banco de pruebas, es verdad que muy particular, que anticipa en tres o cuatro
semanas una réplica más o menos verosímil de lo que nos puede suceder en
aproximadamente un mes, no me parece que esté nada mal, especialmente si se
aspira a aprender algo de la experiencia de los demás.
En
Alemania, donde algunos länder iniciaron la actividad educativa la semana
pasada, la situación es variopinta, como corresponde a un estado federal y a la
evolución de la pandemia del Covid-19. En Renania del Norte-Westfalia se ha
optado por imponer la obligatoriedad de la mascarilla en las horas de clase, no
en vano es el länder que encabeza el número de infectados. En cambio, en
Berlín, Brandeburgo y Schleswig-Holstein solo debe utilizarse la mascarilla en
las instalaciones de los centros, pero no durante las clases. Lo mismo sucede
en Hamburgo y Mecklenburgo-Pomerania Occidental, que fueron los pioneros en inaugurar
el “experimento” de reabrir las escuelas cinco días por semana. Las previsiones
apuntan a que a medida que se vaya desarrollando la actividad escolar se
conforme un paisaje heterogéneo en lo relativo a la lucha contra el coronavirus
en las aulas. La evolución de la enfermedad en cada uno de los dieciséis länder
condicionará estas diferencias regionales, que cada vez resultan menos
sorprendentes. Recuérdese, si no, la proscripción de fumar en la calle y las
terrazas que ha instituido esta misma semana el conservador gobierno gallego,
que parece que encuentra eco en otras autonomías de su mismo y de distinto
color político, como Andalucía, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Madrid y Comunidad
Valenciana, que sopesan el veto del tabaco en la vía pública para reducir los
contagios.
Así
pues, la heterogeneidad en la vuelta al cole alemana está vinculada con el
número de casos de Covid-19 y estará influenciada en el futuro por la intensidad
con que golpee la pandemia a los diferentes estados. Es lo que algunos han
denominado “test de estrés para el federalismo educativo”, algo que, por
cierto, no debería sonar muy raro en nuestro Estado Autonómico. Sin duda la
disparidad de medidas genera incertidumbre, pero la realidad es diversa por más
que nos empeñemos en negarlo. De hecho, ya en la primera semana de clase, en
Pomerania Occidental se ha registrado el cierre temporal de dos escuelas por
casos de coronavirus. Y en Berlín están a las puertas de hacerlo porque el
martes había ocho personas en cuarentena relacionadas con la actividad en los
colegios. Justamente en la capital berlinesa, antes del inicio del curso, los
padres pedían el uso obligatorio de la mascarilla en clase así como poner a disposición
de niños y profesores más capacidad de hacer test. Por su parte, los
responsables de las escuelas reclamaban más medidas de higiene y más recursos
económicos para atender la limpieza de las aulas.
No
faltan quienes aventuran que la apertura de colegios e institutos puede acabar siendo
un gran caos. Así lo creen representantes de las asociaciones de padres y de
los profesores que piensan que se inaugura una etapa en la que la incertidumbre
será la tónica dominante, una opinión que concuerda plenamente con el
escepticismo que existe entre la población, según reflejan todas todas las
encuestas. Sólo la mitad de los ciudadanos alemanes considera que los centros
están preparados para la vuelta a la actividad educativa, pese a que casi 80%
considera que es muy importante la vuelta a la normalidad académica, algo que todavía
parece más evidente a la vista de los resultados del estudio que el prestigioso
instituto muniqués IFO ((Information und
Forschung, Información e Investigación) ha realizado del denominado
“homeschooling”, es decir, del tiempo que los niños destinaron al trabajo
escolar diario durante la pandemia, que en absoluto responde a sus necesidades.
De las 7,4 horas diarias que le dedican cuando asisten a la escuela se pasó a
3,6 horas de deberes en casa. Más allá de otras consideraciones que pudieran
hacerse, el estudio deja claro que Alemania no es un país preparado para poner
marcha el aprendizaje a distancia. Resulta evidente que con los medios
tecnológicos disponibles no se llega al
segmento social que representan las familias menos favorecidas. No abundaré en
lo que sucede al respecto en estos pagos del sur de Europa. Sin embargo, en los
países nórdicos parece que la cosa no ha resultado tan lacerante, aunque
también ellos reconocen la importancia de las clases presenciales. Destacan el
encuentro personal como un factor de especial importancia para el éxito del
aprendizaje y para asegurar la educación social.
Por
otro lado, más al norte, en Noruega, se actúa más radicalmente. También es verdad
que hablamos de un país con cinco millones y medio de habitantes y no de casi
85, como Alemania. Allí las escuelas se catalogan con los colores del semáforo.
Se atribuye la luz verde a las que desarrollan normalmente la actividad
educativa, las que se colorean de amarillo revelan que han adoptado medidas de
distanciamiento social e higiene y, finalmente, se asigna la luz roja a
aquellas en las que se ha reducido el número de alumnos por clase y han
adoptado decisiones individuales sobre los horarios de asistencia. En todo
caso, lo que se atisba en el horizonte escolar del norte de Europa durante el
curso 2020-21 –me temo que en el sur no será muy diferente– es
un paisaje heterogéneo condicionado por las distintas respuestas que las
instituciones sanitarias y educativas darán al Covid-19 en función de su evolución.
Parece que existen pocas alternativas.
De
manera que todavía tenemos tres o cuatro semanas por delante para observar y
estudiar lo que sucede por aquellos territorios y aprender algo de su experiencia
antes de que echen a andar nuestras escuelas e institutos, además de estudiar
y buscar la manera de poner en marcha y adaptar a cada situación las
instrucciones que las administraciones educativas han dictado para organizar la
actividad escolar. En mi opinión, no cabe prolongar más la inactividad de los
centros educativos. No conviene a los niños ni a los jóvenes, tampoco a sus
familias y profesores, ni a la sociedad en su conjunto.
Nadie
puede aventurar cuanto durará la pandemia y un país no puede, ni debe, cerrar
sus escuelas indefinidamente. Aventuro que el curso no será fácil, que serán
abundantes las incidencias y que se producirá una enorme diversidad de
situaciones en los diferentes territorios y centros educativos. Sabemos de
antemano que no se habilitarán todos los
recursos que se pueden considerar necesarios. Muy pocas veces ha sucedido y, en
este caso, son tantas las necesidades de espacios, de personal docente y
auxiliar o de medios higiénicos que resulta prácticamente imposible alcanzar
los umbrales que demandan algunas organizaciones corporativas y comunidades
educativas radicalizadas que me parece que enfocan mal el asunto. Nos concierne
a todos afrontar y salir de la catastrófica situación en que nos encontramos, y
a todos nos exige sacrificios. La
insuficiencia de recursos no puede ser motivo para la parálisis o para
instalarnos en el lamento y la queja permanentes que no llevan a otro
territorio distinto de la inacción y la ruina. Echemos a andar con los medios de
que disponemos, seamos imaginativos y eficientes a la hora de utilizarlos, también
al diseñar las medidas organizativas y de salubridad en los centros. Tomemos todas
las precauciones posibles, extrememos cuantas cautelas estén a nuestro alcance,
apelemos a la solidaridad del conjunto de la sociedad porque nos jugamos el futuro.
Cuando
hace pocos meses, inopinadamente, la pandemia desató el toque a rebato para
priorizar la preservación de la salud de la población frente a todo, se extremó
como nunca la exigencia al sistema sanitario, lográndose hacerle frente a la
catástrofe y doblegarla inicialmente con el esfuerzo titánico del personal y
los recursos que pudieron allegarse. Sabemos sobradamente, y lo sabe de manera
especial el personal sanitario, que no fueron suficientes. Es más, se dieron
situaciones y ocurrieron episodios lamentables y hasta catastróficos. Pues
bien, salvando las distancias existentes, ha llegado el tiempo de afrontar los
retos educativos, quizás los mayores y más novedosos que hemos conocido. Por
tanto, no va a resultar sencillo encararlos y doblegarlos. La escuela que
conocemos ya no será la misma, de hecho es ya otra. Como sucedió en otros
momentos de la historia, todos estamos concernidos en repensarla y
reconstruirla: administraciones, familias, docentes, niños y jóvenes,
ciudadanos en general. Tenemos una
oportunidad única para ofrecer una enorme lección de civilidad y armonía social
extremando la exigencia en las conductas escolares y comunitarias para asegurar
el menor número de incidencias patológicas y el mayor éxito educativo posible. Nos jugamos el futuro y, por tanto, inexcusablemente, debemos seguir luchando –con riesgos, porque no existe lucha que no los entrañe–
por lograr que las escuelas continúen siendo los lugares de encuentro entre las
personas –todas
iguales, todas diferentes– que dialogando y trabajando conjunta y solidariamente contribuyen
al éxito educativo de todos y universalizan la educación ciudadana.
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