Según
se recoge en la encuesta de población activa (EPA) publicada a finales del mes de
julio, desde mediados de marzo más de tres millones de trabajadores han
realizado parte de sus tareas cotidianas en casa. La eclosión de la pandemia y
las consiguientes medidas de confinamiento no solo multiplicaron los ingresos
hospitalarios y generalizaron los dispensadores de gel hidroalcohólico y las
mascarillas, también provocaron que el volumen del llamado teletrabajo se
multiplicase por cuatro. Casi de la noche a la mañana pasó de afectar al 4,3 %
del colectivo laboral a involucrar a cerca del 20 % de los trabajadores, que se
han visto obligados a desarrollar su actividad profesional en formatos con alguna
similitud o equiparables al teletrabajo. Las prisas no suelen ser buenas
consejeras. En este caso han contribuido a generalizar una cierta confusión en
torno al significado y especialmente a las consecuencias de un vocablo aparentemente
inocuo, que hasta podría calificarse de benévolo.
En
puridad de términos el teletrabajo consiste en el desarrollo de una actividad laboral
remunerada utilizando las nuevas tecnologías, que se lleva a cabo total o
parcialmente en un espacio ajeno al habitual, con medios proporcionados por la
empresa, que no exige la presencia física y permanente del trabajador en sus
instalaciones. Esencialmente supone un singular modo de organización y realización
de la actividad laboral que a priori proporciona mayor accesibilidad y flexibilidad
a los trabajadores. En todo caso, debe precisarse que no se trata de una nueva profesión,
pues tan solo es una forma novedosa de organizar el trabajo.
Aunque
la inquietud por este asunto viene de lejos, la intensa incidencia de la
Covid-19 ha determinado al gobierno a promover la legislación al respecto. Hace
semanas que representantes del ejecutivo y agentes sociales debaten sobre la
futura ley del trabajo a distancia. Lo que trasciende de los borradores
preliminares que se vienen filtrando parece que apunta a que las empresas se
hagan cargo de todos los gastos en que incurren sus empleados para realizar el
trabajo domiciliario, aunque, naturalmente, se abordan otros aspectos como el
concepto de horario flexible, que permite alternar con ciertos límites la jornada
presencial y la que se realiza virtualmente, la voluntariedad o el derecho a la
desconexión digital, entre otros múltiples detalles.
Escuchando
a algunos da la impresión de que el teletrabajo es algo sencillo y al alcance de cualquier empresa, que tan solo
requiere voluntad para implementarlo. Lamentablemente la realidad es bastante
más compleja. Por un lado, muchos negocios se ven obligados a adaptar sus
tareas al trabajo en remoto sin disponer de los recursos materiales y
formativos necesarios para hacerlo. En general carecen de rutinas específicas y
un ínfimo porcentaje de sus empleados están familiarizados con él. Además, esa adaptación
no es tarea fácil porque, entre otras cosas, depende mucho del tipo de
actividad. Así, por ejemplo, en amplias facetas de sectores tan relevantes para
nuestra economía como el turístico, la hostelería, el comercio o la agricultura
deviene simplemente impracticable. E incluso, adicionalmente, demanda
mecanismos organizativos específicos. Por el contrario, una de sus evidentes
ventajas es que no exige dispositivos y equipos especialmente sofisticados,
dado que con un ordenador, conexión a Internet y ciertas aplicaciones, muchas
de ellas gratuitas, se puede implementar la actividad que demandan numerosos
pequeños negocios.
Pese
a todo, muchos aspectos del teletrabajo precisan de reflexión y regulación. Por
ejemplo, parece imprescindible aprender a respetar los horarios y a garantizar
la comunicación. Es evidente que deben acotarse los horarios para trabajar en
tiempo real en una determinada plataforma. Por otro lado, dado que es habitual
que se utilice el mismo teléfono u ordenador para los usos personales y
profesionales, debe deslindarse lo uno de lo otro, pues la comunicación en
tiempo real con el conjunto de las personas involucradas en una determinada
tarea es muy importante y exige trazar un flujo adecuado de información y saber
cuándo transmitir cada parte del plan que debe realizar cada cual, y quién y
cómo habrá de implementarlo y reportarlo. Y ello debe deslindarse nítidamente
de los asuntos privativos que conciernen a las personas.
Me
parece que la inmersión salvaje en el teletrabajo provocada por la crisis
sanitaria tiene mucho de zambullida temeraria. De un día para otro los
empleados desplazaron el portátil desde la mesa de la oficina a la del comedor de
casa e intentaron adaptarse, mientras los niños, con la actividad escolar
paralizada, se les colaban en el Zoom. Entre tanto, los empresarios buscaban ordenadores
como locos en un país que estaba literalmente cerrado. Pretendían virtualizar
lo que hasta la tarde anterior era real utilizando plataformas que aparentaban
ser seguras y “gobernar” a sus empleados a través de videoconferencias y tareas
virtuales, que hasta ese momento solo conocían en formato presencial. Pese a todo, medio año después, con los brotes –no
precisamente verdes– multiplicándose, sigue vigente la recomendación de
priorizar el teletrabajo que, hoy por hoy, es una realidad mucho más tangible y
con clara expectativa al alza. De hecho ciertas empresas se plantean dar
opciones a sus empleados para teletrabajar de una forma completamente flexible; alrededor
del 40 % de las empresas españolas planea seguir con la fórmula de trabajo
en remoto y, en opinión del Banco de España, alrededor del 30% de los trabajadores
podría hacerlo en un futuro inmediato.
Insisto,
teletrabajar no es trasladar la oficina a casa, sin más. Quedan muchas tareas
pendientes para que se logre hacerlo en unas condiciones aceptables para
los empleadores y para los empleados. Hoy por hoy falta muchísima información,
formación y recursos tecnológicos para desarrollar un teletrabajo decente. Lo
diré telegráficamente: no todas las empresas y negocios tienen la misma capacidad; no todos pueden conseguirlo al mismo tiempo, tampoco las
personas; finalmente, no todos entendemos igual el trabajo a
distancia. La disrupción entre capacitación y exigencia laboral, la
indefinición y prolongación exagerada de la jornada de trabajo, la inexistencia
de tiempos para la recuperación y el descanso o los conflictos familiares
derivados de unas relaciones domésticas diferentes, están haciendo emerger
múltiples aristas y problemáticas que afectan a la salud (trastornos del sueño,
ansiedad, desórdenes digestivos, alteración de los ciclos biológicos, estrés
crónico...) y a la convivencia. Queda mucha tarea por hacer pero estoy
convencido de que el teletrabajo ha venido para quedarse. Eso sí, deberá afrontarse la mejora de los procesos, reducirse al máximo la brecha
digital y aprovechar las ventajas que brinda en la lucha contra el cambio
climático, en la autonomía que ganan los trabajadores y en el ahorro de costes que
supone para las empresas.
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