“Todo adelanto tiene un peligro,
como todo deseo conlleva una maldición”
[Stephen Hawking]
Hace
un lustro que el reconocido físico británico Stephen Hawking, fallecido hace un
par de años, estuvo en Tenerife para presentar el festival Starmus y reflexionar sobre distintas cuestiones relativas a la
ciencia, al origen del universo y a su propia enfermedad. Entonces concedió una
entrevista al diario El País, confesando al periodista de turno que creía que “la
supervivencia de la raza humana dependería de su capacidad para encontrar
nuevos hogares en otros lugares del universo, pues el riesgo de que un desastre
destruya la Tierra es cada vez mayor”. En su opinión, los humanos deberían
abandonar el Planeta si querían sobrevivir. De ahí que, a la vista de lo que
sucede últimamente en el mundo, haya reverdecido una corriente de opinión que
considera a Hawking un visionario, un adelantado en la previsión del futuro. No
obstante, lo cierto es que hacía tiempo que se había convertido en uno de los
grandes agoreros del mundo. Como persona inteligentísima que era, consciente de
su enorme reputación en el ámbito científico, determinó que una de sus
obsesiones sería aprovechar su capacidad de influencia para señalar algunos de
los grandes peligros que, a su juicio, debía afrontar la humanidad en las
próximas décadas, siglos o milenios.
Un
año después participó en unas charlas que organiza anualmente la BBC desde hace
décadas (Reith Lectures) asegurando que, aunque la posibilidad de que se
produjese un desastre planetario en una fecha próxima fuese todavía escasa, en
su opinión, aumentaba a medida que transcurre el tiempo, convirtiéndose en algo
que se producirá casi seguro en los próximos milenios, concretamente en un intervalo
que estimaba entre los 2.000 y los 10.000 años. Asociaba estos presagios a la
velocidad con que se producen los avances tecnológicos que, en su opinión,
llevan inexorablemente a que la humanidad llegue pronto a un nuevo estadio de
su evolución, que comportará otros riesgos asociados. Amenazas que, según
aseguraba, provendrán de sus propias creaciones.
Ya
entonces avisaba del peligro que suponen los virus creados genéticamente, el
descontrol voluntario e involuntario de los experimentos en los laboratorios, la
amenaza de las superbacterias, que pueden provocar la obsolescencia o la
inutilidad de los antibióticos conocidos, el ineludible círculo vicioso que representa
la alteración de la temperatura global del Planeta, etc. Hawking concluía con una
advertencia sobre los cuidados prioritarios que debíamos extremar durante los
próximos 100 años, pues consideraba que si lográbamos llegar a esa meta muchas
de las amenazas que actualmente se ciernen sobre la raza humana (el
calentamiento global, el holocausto nuclear, el bioterrorismo…) no lograrían
exterminarla. Para entonces tendríamos capacidad para desplazarnos a otros
territorios del espacio, evitando así la extinción. Un discurso, en síntesis,
nada apocalíptico. Diría que, bien al contrario, era muy realista porque
contrastaba lúcida y conscientemente la imposibilidad de parar el “progreso” y
hacer involucionar la historia de la humanidad. En consecuencia abogaba
alternativamente por identificar los riesgos y controlarlos.
Hoy,
el contrapunto a tamaña lucidez lo encuentro de nuevo en el otro lado del
Atlántico. Leo en los periódicos que en Estados Unidos la demanda de armas de
fuego crece al mismo ritmo que avanza la pandemia del COVID 19. Han reaparecido
las colas en el exterior de las armerías. La gente espera su turno esgrimiendo
todo tipo de argumentos para justificar su decisión. Muchos dicen que lo que
les preocupa es que caigan las instituciones financieras, como sucedió en 2008,
y sobrevenga la recesión económica, que hará que la gente pierda el empleo. Aseguran que entonces sobrevendrán situaciones
muy graves, porque las personas cuando se quedan sin trabajo se comportan
inadecuadamente. De modo que hay que estar protegido, por si acaso. Los
vendedores cuentan que desde hace dos semanas venden muchísimo más de lo
habitual, e incluso llegan a confesar que empiezan a tener problemas de abastecimiento.
Aquí, en lugar de papel higiénico, que también, lo que escasea son las balas y
los fusiles de asalto. En las armerías matizan que muchas de las personas que
van a comprar es la primera vez que adquieren un arma de fuego. Está claro que
el miedo ha permeabilizado la conciencia de unos ciudadanos históricamente
familiarizados con las armas y con las contiendas bélicas.
Muchos
temen que si se decreta una cuarentena generalizada, como sucede en Italia y
España, puedan desencadenarse graves problemas. Dicen otros que si ya estalló
un cierto pánico en los días pasados, cuando se acabó el papel higiénico, pueden
imaginar lo que pasará cuando suceda lo mismo con los víveres. Parece que, hoy
por hoy, consideran remota la probabilidad de que tal cosa suceda, pero no es
menos cierto que la gente tiene miedo y se temen los brotes de pánico que hacen
que se vuelva loca. He visualizado patidifuso fotografías que muestran
largas colas a las puertas de las tiendas de armas, viralizadas por las redes
sociales. En los estados de California y Washington, dos de los más afectados por
el brote de coronavirus, la demanda de armas de fuego ha crecido muchísimo,
especialmente entre la comunidad asiático-estadounidense, que teme una reacción
xenófoba por el presunto origen chino del virus. En síntesis, el mantra que todos
esgrimen es siempre el mismo: mejor tener y no necesitar, que necesitar y no
tener.
Me inquieta sobremanera pensar que podemos estar viviendo un primer estadio, todo lo incipiente que se desee, de la distopía que vaticinaba Hawking. Pero tal vez me angustia mucho más contrastar las actitudes que algunos exhiben apenas suenan sus primeros compases. ¡Qué no serán capaces de hacer cuando llegue el clímax de la función! Quizá influido por mi talante y mi condición de educador siempre me he considerado más cerca del pensamiento de Rousseau que del de Hobbes en lo que respecta a la condición humana, aunque hace algún tiempo que empecé a pensar que tal vez he estado buena parte de mi vida generosamente equivocado.
Me inquieta sobremanera pensar que podemos estar viviendo un primer estadio, todo lo incipiente que se desee, de la distopía que vaticinaba Hawking. Pero tal vez me angustia mucho más contrastar las actitudes que algunos exhiben apenas suenan sus primeros compases. ¡Qué no serán capaces de hacer cuando llegue el clímax de la función! Quizá influido por mi talante y mi condición de educador siempre me he considerado más cerca del pensamiento de Rousseau que del de Hobbes en lo que respecta a la condición humana, aunque hace algún tiempo que empecé a pensar que tal vez he estado buena parte de mi vida generosamente equivocado.
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