jueves, 19 de marzo de 2020

Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad


“Todo adelanto tiene un peligro,
como todo deseo conlleva una maldición”
[Stephen Hawking]

Hace un lustro que el reconocido físico británico Stephen Hawking, fallecido hace un par de años, estuvo en Tenerife para presentar el festival Starmus y reflexionar sobre distintas cuestiones relativas a la ciencia, al origen del universo y a su propia enfermedad. Entonces concedió una entrevista al diario El País, confesando al periodista de turno que creía que “la supervivencia de la raza humana dependería de su capacidad para encontrar nuevos hogares en otros lugares del universo, pues el riesgo de que un desastre destruya la Tierra es cada vez mayor”. En su opinión, los humanos deberían abandonar el Planeta si querían sobrevivir. De ahí que, a la vista de lo que sucede últimamente en el mundo, haya reverdecido una corriente de opinión que considera a Hawking un visionario, un adelantado en la previsión del futuro. No obstante, lo cierto es que hacía tiempo que se había convertido en uno de los grandes agoreros del mundo. Como persona inteligentísima que era, consciente de su enorme reputación en el ámbito científico, determinó que una de sus obsesiones sería aprovechar su capacidad de influencia para señalar algunos de los grandes peligros que, a su juicio, debía afrontar la humanidad en las próximas décadas, siglos o milenios.

Un año después participó en unas charlas que organiza anualmente la BBC desde hace décadas (Reith Lectures) asegurando que, aunque la posibilidad de que se produjese un desastre planetario en una fecha próxima fuese todavía escasa, en su opinión, aumentaba a medida que transcurre el tiempo, convirtiéndose en algo que se producirá casi seguro en los próximos milenios, concretamente en un intervalo que estimaba entre los 2.000 y los 10.000 años. Asociaba estos presagios a la velocidad con que se producen los avances tecnológicos que, en su opinión, llevan inexorablemente a que la humanidad llegue pronto a un nuevo estadio de su evolución, que comportará otros riesgos asociados. Amenazas que, según aseguraba, provendrán de sus propias creaciones.

Ya entonces avisaba del peligro que suponen los virus creados genéticamente, el descontrol voluntario e involuntario de los experimentos en los laboratorios, la amenaza de las superbacterias, que pueden provocar la obsolescencia o la inutilidad de los antibióticos conocidos, el ineludible círculo vicioso que representa la alteración de la temperatura global del Planeta, etc. Hawking concluía con una advertencia sobre los cuidados prioritarios que debíamos extremar durante los próximos 100 años, pues consideraba que si lográbamos llegar a esa meta muchas de las amenazas que actualmente se ciernen sobre la raza humana (el calentamiento global, el holocausto nuclear, el bioterrorismo…) no lograrían exterminarla. Para entonces tendríamos capacidad para desplazarnos a otros territorios del espacio, evitando así la extinción. Un discurso, en síntesis, nada apocalíptico. Diría que, bien al contrario, era muy realista porque contrastaba lúcida y conscientemente la imposibilidad de parar el “progreso” y hacer involucionar la historia de la humanidad. En consecuencia abogaba alternativamente por identificar los riesgos y controlarlos.

Hoy, el contrapunto a tamaña lucidez lo encuentro de nuevo en el otro lado del Atlántico. Leo en los periódicos que en Estados Unidos la demanda de armas de fuego crece al mismo ritmo que avanza la pandemia del COVID 19. Han reaparecido las colas en el exterior de las armerías. La gente espera su turno esgrimiendo todo tipo de argumentos para justificar su decisión. Muchos dicen que lo que les preocupa es que caigan las instituciones financieras, como sucedió en 2008, y sobrevenga la recesión económica, que hará que la gente pierda el empleo.  Aseguran que entonces sobrevendrán situaciones muy graves, porque las personas cuando se quedan sin trabajo se comportan inadecuadamente. De modo que hay que estar protegido, por si acaso. Los vendedores cuentan que desde hace dos semanas venden muchísimo más de lo habitual, e incluso llegan a confesar que empiezan a tener problemas de abastecimiento. Aquí, en lugar de papel higiénico, que también, lo que escasea son las balas y los fusiles de asalto. En las armerías matizan que muchas de las personas que van a comprar es la primera vez que adquieren un arma de fuego. Está claro que el miedo ha permeabilizado la conciencia de unos ciudadanos históricamente familiarizados con las armas y con las contiendas bélicas.

Muchos temen que si se decreta una cuarentena generalizada, como sucede en Italia y España, puedan desencadenarse graves problemas. Dicen otros que si ya estalló un cierto pánico en los días pasados, cuando se acabó el papel higiénico, pueden imaginar lo que pasará cuando suceda lo mismo con los víveres. Parece que, hoy por hoy, consideran remota la probabilidad de que tal cosa suceda, pero no es menos cierto que la gente tiene miedo y se temen los brotes de pánico que hacen que se vuelva loca. He visualizado patidifuso fotografías que muestran largas colas a las puertas de las tiendas de armas, viralizadas por las redes sociales. En los estados de California y Washington, dos de los más afectados por el brote de coronavirus, la demanda de armas de fuego ha crecido muchísimo, especialmente entre la comunidad asiático-estadounidense, que teme una reacción xenófoba por el presunto origen chino del virus. En síntesis, el mantra que todos esgrimen es siempre el mismo: mejor tener y no necesitar, que necesitar y no tener.

Me inquieta sobremanera pensar que podemos estar viviendo un primer estadio, todo lo incipiente que se desee, de la distopía que vaticinaba Hawking. Pero tal vez me angustia mucho más contrastar las actitudes que algunos exhiben apenas suenan sus primeros compases. ¡Qué no serán capaces de hacer cuando llegue el clímax de la función! Quizá influido por mi talante y mi condición de educador siempre me he considerado más cerca del pensamiento de Rousseau que del de Hobbes en lo que respecta a la condición humana, aunque hace algún tiempo que empecé a pensar que tal vez he estado buena parte de mi vida generosamente equivocado.



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