Cada
día que pasa entiendo menos lo que sucede. Leo a las 12:15 de hoy, 12 de marzo,
que la NBA ha suspendido la temporada por tiempo indefinido, después de saberse
que el pívot francés Rudy Gobert ha dado positivo en las pruebas de coronavirus.
Dicen los columnistas que la suspensión del match entre Oklahoma City y Utah
Jazz se ha producido cuando ya estaban preparados ambos equipos para dar el
salto inicial y empezar el partido. Justo en ese momento, parece que el jefe
médico de los Thunder ha avisado a
los árbitros de la primicia y estos han determinado aplazar el inicio para
hacer las oportunas gestiones. Entretanto, las celebérrimas y sufridas
animadoras se han afanado cuanto han podido para entretener a un público
atónito, que asistía a los prolegómenos del encuentro sin entender casi nada de
cuanto acontecía en la cancha.
Además
del impacto que ha producido per se
que minutos después se haya tomado la insólita decisión de suspender un partido
de la NBA, es indudable que las circunstancias en que se ha llevado a cabo
hacen que pueda considerarse una de las decisiones más drásticas e impactantes de
cuantas se recuerdan relacionadas con las cancelaciones de eventos
multitudinarios en aquel país. Una decisión, a la que hay que añadir la
suspensión de la temporada de la NBA por tiempo indefinido, que revela por sí
misma que empieza a calar en la conciencia de los ciudadanos norteamericanos que
también están concernido por el coronavirus, y que deberán afrontar en breve su
expansión descontrolada. Y apostillo que no se lo toman de cualquier manera
porque, desde el 11S, saben que no están a salvo de lo que sucede en el resto
del mundo.
Curiosamente,
este anuncio de la NBA llegaba minutos después de que el mismo Donald Trump se
dirigiera solemnemente a la nación, en horario de máxima audiencia, intentando,
como es costumbre en aquellos lares y como suelen decir, “preparar al país para
que acepte medidas contundentes sin precedentes para hacer frente a la nueva
amenaza”. En este caso, parece que la primera de todas ellas ha sido suspender
durante 30 días todos los viajes con Europa, excepto con el Reino Unido, que
como todos sabemos ya no forma parte institucional de ella.
Como
decía, la NBA ha suspendido todos los partidos hasta nuevo aviso. Un paréntesis
que, en teoría, aprovecharán para avanzar en la concreción de la estrategia que
deberán desplegar para hacer frente a la pandemia del coronavirus. No puede ser
de otro modo porque son muchos los dólares que están en juego. De momento, el
primer eslabón de esa encadenamiento tan inopinadamente desencadenado es que
tanto los jugadores de Utah Jazz como los de Oklahoma City deberán estar en
cuarentena. Y ello no sólo afecta a estos equipos sino también a los de Cleveland,
Nueva York, Boston, Detroit y Toronto. Y a todo lo que mueven en aquel inmenso
país.
Esto
es lo que empieza a suceder a 6000 km .de aquí, Atlántico mediante, en un
territorio donde, cuando escribo esto, apenas hay un millar de enfermos y
treinta fallecidos por coronavirus y que, sin embargo, empieza a temblar con lo
que se le viene encima. Paradójicamente, aunque es verdad que cada día que pasa
se aprecia el incremento de la inquietud, el vaciamiento progresivo de las
calles, y mucho más de los víveres y otras cosas en los establecimientos
comerciales, en cierto modo parece que estamos como “viéndolas venir”. Unos
timoratos, otros desentendidos, algunos valentorros, otros dubitativos, incluso
algunos que parecen decir “esto no va conmigo porque es simplemente un invento
y ya escampará”. Y si atendemos al comportamiento de algunos gobiernos
autonómicos y ciertas administraciones públicas, ¿qué decir?
Estoy
de acuerdo con que las más altas instancias deben impedir que se soliviante a
la población por ser ello manifiestamente contraproducente. Creo que se impone
la cautela que, en mi opinión, no está reñida con la más enérgica determinación
para divulgar y aplicar las medidas necesarias para preservar la salud pública,
de acuerdo con los criterios consensuados por la comunidad científica, sean
populares o impopulares, gusten o disgusten. Es hora de llamar a las cosas por
su nombre, de ponerse serios, de adoptar actitudes y medidas rigurosas, que deben
explicarse machaconamente a la población, con la misma reiteración que intransigencia
debe observarse en su ejecución, pues no en vano nos va la vida en ello a mucha
gente. Estamos frente a una pandemia que se llevará por delante muchísimas
personas y nadie puede tomarse a la ligera lo que está sucediendo. No es de
recibo que los ciudadanos opinemos sin recato que nos corresponde
privativamente determinar si viajaremos el fin de semana a nuestras localidades
de origen, lo pasaremos con los amigos en el balneario de Archena, en el Mar
Menor, en Fuerteventura o en Milán. Y mucho menos que los medios de
comunicación muestren sin tapujos estas actitudes, sin censurarlas enérgicamente,
porque, según aseguran quienes saben, son temeridades que vamos a pagar todos,
no solo quienes las protagonizan.
Como
alguien ha escrito, por si faltaba algo, el Covid-19 ha mutado en España en
infección política. El agravamiento de la epidemia y el creciente nerviosismo
social parece que han actuado como acicate para que al jefe de la oposición le
haya faltado tiempo para atacar al Gobierno, acusándolo de haber perdido la
iniciativa y de intentar afrontar solamente con buenos consejos una enorme alarma
sanitaria. Una vieja cantata que recuerda a la que interpretaron sus ancestros,
en 2008, cuando lograron llevarse por delante el gobierno socialista de Rodríguez
Zapatero. El nuevo (viejo) mantra es claro y “constructivo”: el PSOE
minusvalora las crisis y no sabe salir de ellas, y menos conducir el país como
y a donde corresponde. Para variar, volvemos a poner el foco en una supuesta
imprevisión, en el derrotismo, en la descalificación… Mientras la situación
empeora por momentos, pese al esfuerzo institucional por mantener la calma,
graduar las medidas de emergencia, evitar el pánico y que se colapse el
servicio público de salud…, y que todavía empeore más la situación económica.
España se aproxima al fantasmagórico escenario italiano a gran velocidad. El Gobierno
sigue creyendo en el valor político de la calma. El Partido Popular resucita el
fantasma de la crisis del 2008 e intenta evitar algo que parece inevitable, que
el Gobierno Autonómico de Madrid –su postrera tabla de salvación política– se vea
desbordado. Campaña en las redes en favor de la nacionalización de la
sanidad privada. ¿Cuánto tardará en proponerse el gobierno de concentración
nacional?. De derechas, claro. De nuevo, las viejas ideas, los vetustos
conceptos reverdecen los tiempos pretéritos: otra “causa nacional” (luego fue “general”
y, en este caso, universal), Antonio Maura, gobiernos de concentración, crisis
existencial, refundar la capacidad de actuación gubernamental y asegurar la estabilidad,
renuncia retórica al espíritu y
obediencia de partido (de algunos), concentración pluripartidista supervisada,
con la aquiescencia de las formaciones “imprescindibles”. Sí, volverá de nuevo
la propuesta del gobierno de concentración nacional para tratar de evitar la
debacle pero… ¡cuidado! No es oro cuanto reluce.
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