viernes, 13 de marzo de 2020

Coronavirus de cada día

Cada día que pasa entiendo menos lo que sucede. Leo a las 12:15 de hoy, 12 de marzo, que la NBA ha suspendido la temporada por tiempo indefinido, después de saberse que el pívot francés Rudy Gobert ha dado positivo en las pruebas de coronavirus. Dicen los columnistas que la suspensión del match entre Oklahoma City y Utah Jazz se ha producido cuando ya estaban preparados ambos equipos para dar el salto inicial y empezar el partido. Justo en ese momento, parece que el jefe médico de los Thunder ha avisado a los árbitros de la primicia y estos han determinado aplazar el inicio para hacer las oportunas gestiones. Entretanto, las celebérrimas y sufridas animadoras se han afanado cuanto han podido para entretener a un público atónito, que asistía a los prolegómenos del encuentro sin entender casi nada de cuanto acontecía en la cancha.

Además del impacto que ha producido per se que minutos después se haya tomado la insólita decisión de suspender un partido de la NBA, es indudable que las circunstancias en que se ha llevado a cabo hacen que pueda considerarse una de las decisiones más drásticas e impactantes de cuantas se recuerdan relacionadas con las cancelaciones de eventos multitudinarios en aquel país. Una decisión, a la que hay que añadir la suspensión de la temporada de la NBA por tiempo indefinido, que revela por sí misma que empieza a calar en la conciencia de los ciudadanos norteamericanos que también están concernido por el coronavirus, y que deberán afrontar en breve su expansión descontrolada. Y apostillo que no se lo toman de cualquier manera porque, desde el 11S, saben que no están a salvo de lo que sucede en el resto del mundo.

Curiosamente, este anuncio de la NBA llegaba minutos después de que el mismo Donald Trump se dirigiera solemnemente a la nación, en horario de máxima audiencia, intentando, como es costumbre en aquellos lares y como suelen decir, “preparar al país para que acepte medidas contundentes sin precedentes para hacer frente a la nueva amenaza”. En este caso, parece que la primera de todas ellas ha sido suspender durante 30 días todos los viajes con Europa, excepto con el Reino Unido, que como todos sabemos ya no forma parte institucional de ella.

Como decía, la NBA ha suspendido todos los partidos hasta nuevo aviso. Un paréntesis que, en teoría, aprovecharán para avanzar en la concreción de la estrategia que deberán desplegar para hacer frente a la pandemia del coronavirus. No puede ser de otro modo porque son muchos los dólares que están en juego. De momento, el primer eslabón de esa encadenamiento tan inopinadamente desencadenado es que tanto los jugadores de Utah Jazz como los de Oklahoma City deberán estar en cuarentena. Y ello no sólo afecta a estos equipos sino también a los de Cleveland, Nueva York, Boston, Detroit y Toronto. Y a todo lo que mueven en aquel inmenso país.

Esto es lo que empieza a suceder a 6000 km .de aquí, Atlántico mediante, en un territorio donde, cuando escribo esto, apenas hay un millar de enfermos y treinta fallecidos por coronavirus y que, sin embargo, empieza a temblar con lo que se le viene encima. Paradójicamente, aunque es verdad que cada día que pasa se aprecia el incremento de la inquietud, el vaciamiento progresivo de las calles, y mucho más de los víveres y otras cosas en los establecimientos comerciales, en cierto modo parece que estamos como “viéndolas venir”. Unos timoratos, otros desentendidos, algunos valentorros, otros dubitativos, incluso algunos que parecen decir “esto no va conmigo porque es simplemente un invento y ya escampará”. Y si atendemos al comportamiento de algunos gobiernos autonómicos y ciertas administraciones públicas, ¿qué decir?

Estoy de acuerdo con que las más altas instancias deben impedir que se soliviante a la población por ser ello manifiestamente contraproducente. Creo que se impone la cautela que, en mi opinión, no está reñida con la más enérgica determinación para divulgar y aplicar las medidas necesarias para preservar la salud pública, de acuerdo con los criterios consensuados por la comunidad científica, sean populares o impopulares, gusten o disgusten. Es hora de llamar a las cosas por su nombre, de ponerse serios, de adoptar actitudes y medidas rigurosas, que deben explicarse machaconamente a la población, con la misma reiteración que intransigencia debe observarse en su ejecución, pues no en vano nos va la vida en ello a mucha gente. Estamos frente a una pandemia que se llevará por delante muchísimas personas y nadie puede tomarse a la ligera lo que está sucediendo. No es de recibo que los ciudadanos opinemos sin recato que nos corresponde privativamente determinar si viajaremos el fin de semana a nuestras localidades de origen, lo pasaremos con los amigos en el balneario de Archena, en el Mar Menor, en Fuerteventura o en Milán. Y mucho menos que los medios de comunicación muestren sin tapujos estas actitudes, sin censurarlas enérgicamente, porque, según aseguran quienes saben, son temeridades que vamos a pagar todos, no solo quienes las protagonizan.

Como alguien ha escrito, por si faltaba algo, el Covid-19 ha mutado en España en infección política. El agravamiento de la epidemia y el creciente nerviosismo social parece que han actuado como acicate para que al jefe de la oposición le haya faltado tiempo para atacar al Gobierno, acusándolo de haber perdido la iniciativa y de intentar afrontar solamente con buenos consejos una enorme alarma sanitaria. Una vieja cantata que recuerda a la que interpretaron sus ancestros, en 2008, cuando lograron llevarse por delante el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero. El nuevo (viejo) mantra es claro y “constructivo”: el PSOE minusvalora las crisis y no sabe salir de ellas, y menos conducir el país como y a donde corresponde. Para variar, volvemos a poner el foco en una supuesta imprevisión, en el derrotismo, en la descalificación… Mientras la situación empeora por momentos, pese al esfuerzo institucional por mantener la calma, graduar las medidas de emergencia, evitar el pánico y que se colapse el servicio público de salud…, y que todavía empeore más la situación económica.

España se aproxima al fantasmagórico escenario italiano a gran velocidad. El Gobierno sigue creyendo en el valor político de la calma. El Partido Popular resucita el fantasma de la crisis del 2008 e intenta evitar algo que parece inevitable, que el Gobierno Autonómico de Madrid –su postrera tabla de salvación política– se vea desbordado. Campaña en las redes en favor de la nacionalización de la sanidad privada. ¿Cuánto tardará en proponerse el gobierno de concentración nacional?. De derechas, claro. De nuevo, las viejas ideas, los vetustos conceptos reverdecen los tiempos pretéritos: otra “causa nacional” (luego fue “general” y, en este caso, universal), Antonio Maura, gobiernos de concentración, crisis existencial, refundar la capacidad de actuación gubernamental y asegurar la estabilidad, renuncia retórica al espíritu y obediencia de partido (de algunos), concentración pluripartidista supervisada, con la aquiescencia de las formaciones “imprescindibles”. Sí, volverá de nuevo la propuesta del gobierno de concentración nacional para tratar de evitar la debacle pero… ¡cuidado! No es oro cuanto reluce.


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