Han
transcurrido siete semanas desde que se conformó el Gobierno de coalición. Tras
ocho meses de bloqueo político, el trece de enero, un ejecutivo integrado por
ministros del PSOE y de Unidas Podemos tomó posesión en el palacio de la Zarzuela,
visibilizando el resultado de las elecciones generales del diez de noviembre,
segundas celebradas en 2019, tras la imposibilidad de formar gobierno después
de las primeras. Como era de esperar en un país con una derecha tan reaccionaria
e impaciente –y ahora tan venturosamente segmentada–, todavía no habían tomado
posesión de sus cargos los nuevos ministros y ya debían encresparse los
ánimos con las críticas más agrias, presuntamente estimuladas por la que llaman espuria
alianza gobernante. La derechita cobarde, la derechona infumable y la que no es
ni “carn ni peix”, porque depende de
cómo amanece el día, vociferaban ansiosas y sulfuradas, reclamando el poder que
solo a ellas pertenece, pues no en vano lo han ejercido toda la vida.
Apenas
han transcurrido dos meses desde la toma de posesión del Gobierno y parece que
empieza a sumarse el fuego “amigo” al que no han cejado de propalar sus
opositores naturales. ¡Qué verdad aquella que encierra el viejo adagio: líbreme
Dios de mis amigos, que de mis enemigos ya me ocupo yo! Viene todo esto a
cuento de que los periódicos recogen estos días que desde la Moncloa se subraya
que es el Ministerio de Sanidad, que dirige el socialista Illa, el único
responsable de la gestión de la epidemia del archifamoso coronavirus, tras
hacerse pública por parte del Ministerio de Trabajo, que dirige la podemita
Yolanda Díaz, una guía de actuación para afrontar la enfermedad. Difundida el
pasado miércoles, en ella se aconseja, entre otras cosas, "paralizar la
actividad laboral" en las empresas con "riesgo grave e
inminente" de contagio. Esta pequeña fricción, que ha trascendido
públicamente, se añade a otras dos anteriores, acontecidas a propósito del anteproyecto
de ley de libertad sexual y del recurso contra la sentencia que obliga al Estado
a indemnizar a la familia de José Couso, cámara muerto en la guerra de Irak.
Añaden
algunos medios que la batalla por el liderazgo del feminismo también está erosionando
e incluso agrietando, dicen otros, la coalición de gobierno. Apuntan a la pelea
entre la vicepresidenta Calvo y la ministra Montero que, según aseguran, ha
abierto heridas lacerantes, que la oposición se apresta a profundizar en busca
del correspondiente rédito político. Estamos a seis de marzo y en el inmediato
horizonte está el ocho, avistándose la batalla de fondo por el liderazgo del
feminismo. En este caso la exministra socialista de Igualdad, persona muy
vinculada a este movimiento, brega con la actual ministra podemita, responsable
institucional del ramo. No cabe duda de que Igualdad ha sido un recurrente punto
de tensión entre PSOE y Unidas Podemos. Incluso en el interior del movimiento
feminista se libra una intensa batalla que refleja las visiones, a veces
contrapuestas, de unas y otras. En el fondo lo que se disputa es el liderazgo
de un movimiento que no sólo es crecientemente masivo, sino que tiene un enorme
peso político porque impulsa el voto femenino, claramente decisivo en cualquier
contienda electoral.
Esta
postrera fricción en el seno del Ejecutivo es la que hoy por hoy ocupa buena
parte de la agenda política. Sin embargo, desde Unidas Podemos insisten en que
no tiene nada que ver con las otras, es más, aseguran que no existe ninguna
discusión de fondo ni ideológica, y que se trata de un incidente puntual que ya
está resuelto. Más o menos lo mismo viene a decirse por parte de sus socios
socialistas.
A la
vista de todo ello, me pregunto: ¿cuánto tiempo necesita la izquierda para
asimilar que, políticamente hablando, al enemigo no se le proporciona ni agua?
¿Qué hacen ofreciéndole oxígeno a un adversario que, dividido y desnortado,
probablemente se encuentra en uno de sus peores momentos? ¿Cómo es posible que
cuatro semanas hayan logrado empezar a diluir los saludabilísimos propósitos que
se anunciaban para la legislatura? Porque debemos recordar aquello de: “El
proyecto político es tan ilusionante que supera cualquier tipo de desencuentro
que hayamos tenido”. “Vamos a trabajar por el progreso de España. Lo único que
no cabrá en el futuro Gobierno será el odio”. “Agradezco a Pablo Iglesias su
predisposición y generosidad” [Pedro Sánchez]. Y, por su parte, apostillaba
Pablo Iglesias: “lo que en abril era una oportunidad histórica se ha convertido
en una necesidad histórica”. “Sánchez puede contar con la total lealtad de todo mi partido, ya que es el
momento de aunar la experiencia del PSOE con la valentía de Podemos. Es el
momento de trabajar codo con codo y dejar atrás cualquier reproche”.
Pues
eso, que no nos vale aquello de: “Es que…”. Señores, ni es que, ni es ca. ¡A la
tarea!. Pues eso, amigos, justamente eso. No perdamos también nosotros el
norte. Es posible que la principal amenaza de la democracia no sea la
violencia, ni siquiera la corrupción o la ineficiencia. Tal vez, como dice el
profesor Innerarity, sea la simplicidad. De modo que, como él, abogo por exigir a
nuestros representantes que trabajen intensamente para transformar el sistema
político que, hoy por hoy, parece incapaz de atender y gestionar la creciente
complejidad de nuestras vidas. Y lo que es peor, se muestra impotente frente a
quienes, desde el populismo, ofrecen simplificaciones tranquilizadoras, que
realmente son altamente preocupantes. Seguramente, la política, que opera hoy
en entornos de exigente complejidad, desconoce la teoría democrática sobre la que
debe sustentarse. Y esa es la tarea que deben acometer los políticos si de
verdad quieren poner en pie un andamiaje socioinstitucional que responda a los actuales desafíos.
Ardua, sí, pero a la vez ilusionantísima tarea. Al menos, así lo veo yo.
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